Apocalipsis 20:11-15

Satanás en los estertores de la muerte

Juan vio un ángel descender del cielo sosteniendo la llave del abismo. El ángel aprehendió a Satanás, lo ató y lo echó al abismo sin fondo donde será encerrado con llave por mil años y se le pondrá un sello para que no pueda practicar sus astutos engaños.
Por miles de años Satanás ha seducido a las naciones y la gente haciéndoles pensar que pueden construir un mundo de paz y amor sin Cristo. A veces ha engañado a la gente haciéndole creer que la educación o el dinero resolverán los problemas personales. Pero su trabajo sucio terminará por un tiempo. Al final de los mil años «debe ser desatado por un poco de tiempo» (Apocalipsis 20:3) .

Durante el milenio los creyentes seguirán poblando la tierra. Sin embargo, su descendencia, a pesar de estar viviendo en un ambiente ideal con el Rey Jesús como amable y benévolo gobernante, podrán rebelarse contra Dios, y de hecho, algunos lo harán.

Cuando Satanás sea liberado por un tiempo, reunirá a algunos de sus antiguos secuaces, Gog y Magog, las naciones que aborrecieron a Israel, y de nuevo marchará contra Jerusalén. Esta batalla no durará mucho ya que del cielo descenderá fuego y los aniquilará. Entonces Satanás irá a su lugar final de tormento y será lanzado «en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 20:10) .

Muchas veces nos preguntamos por qué Dios permite que ciertas cosas sucedan. ¿No es extraño que Dios le permita a Satanás, una vez encadenado y amordazado, volver a perturbar? Satanás aparentemente es liberado al final del milenio para demostrar que aún bajo las condiciones ideales del reino, el corazón humano no cambia. La Biblia tiene razón cuando describe el corazón como «perverso y engañoso más que todas las cosas». El hecho de que Satanás sea liberado al final de los mil años y que algunos aún lo sigan, demuestra lo depravado que puede ser el hombre.

Significado de la primera y segunda resurrección

Para entender la población del milenio, necesitarnos examinar el significado de las resurrecciones.
Hace casi dos mil años Jesús resucitó. Desde entonces, siempre que un creyente muere su alma y su espíritu van inmediatamente al cielo a estar con Jesús. No representa mayor diferencia a dónde va su cuerpo, si es sepultado en un elaborado mausoleo, cremado, lanzado al mar, o si jamás se lo encuentra. En el rapto, cuando Jesús vuelva en las nubes por los suyos, el cuerpo del creyente se reunirá con su alma y su espíritu de una forma maravillosa, fuerte y libre de dolor.

Siete años después, al final de la tribulación, los santos que murieron como mártires en la tribulación, y los santos muertos en el Antiguo Testamento (véase a Daniel 12:21, Isaías 26:19) resucitarán. Esta es la primera resurrección. A veces se le llama «la resurrección a la vida». Cuando Jesús vuelva a poner sus pies en el Monte de los Olivos para reinar durante el milenio, ningún cuerpo de los creyentes desde el tiempo de Adán hasta ese tiempo quedará en su tumba.

La segunda resurrección que se menciona en Apocalipsis 20, no es una historia tan agradable: «Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años… Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras» (Apocalipsis 20:5, 12-13)

Esta resurrección tendrá lugar mil siete años después de la primera resurrección. Eso será cuando los muertos que no fueron salvos desde Adán hasta el fin del milenio se levantarán y sus almas atormentadas se unirán a sus cuerpos. El alma y los espíritus de los no creyentes habrán pasado un tiempo agónico hasta entonces, pero en este punto comparecerán ante el último Juez en el gran trono blanco.

El último juicio

En una ocasión me impusieron una multa de tránsito. El agente de policía dijo que yo estaba conduciendo en el carril indebido. En lugar de pagar la multa decidí ir a la corte, y exponer mis razones. Fue lo peor que pude haber hecho. Me presenté con mi ropa dominguera, y creo que llegué justo el día en que todos los borrachos estaban allí. Mi experiencia en la corte no fue la más agradable. Debí haber pagado la multa desde un principio, y me habría ahorrado muchos momentos desagradables.

El juicio del gran trono blanco no será como cualquier experiencia en una corte que alguien haya tenido alguna vez. Habrá un Juez, pero no habrá jurado; fiscal, pero no habrá defensor; habrá sentencia, pero ninguna apelación. Este será el juicio final del mundo.

Dios es paciente, pero en aquel tiempo no habrá más oportunidades para recibir la salvación.
Juan escribió: «Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos» (Apocalipsis 20:11).
Este juicio tendrá lugar en algún lugar entre el cielo y la tierra, y quién mejor calificado que el mismo Jesucristo para ejecutarlo. Él hizo todo lo que pudo para salvar a la humanidad. Sin embargo, siendo que los seres humanos lo rechazaron ahora deben ser juzgados.
Allí estarán de pie todos los muertos que no fueron salvados, grandes y pequeños, ya sea de las filas de la Iglesia o del mundo. Desde el más grande y famoso hasta el más pequeño y desconocido pasará ante ese imponente y majestuoso trono.

El propósito del juicio del gran trono blanco no es determinar si la persona es salva o no. Para ese momento todos los que hayan creído en Jesucristo ya habrán recibido la salvación. .Este será un juicio de las malas obras de los no salvos. Al infierno no serán enviados los hombres por ser asesinos o mentirosos, sino por haber rechazado a Jesucristo como Salvador.
Juan nos dice que los hombres serán juzgados según el Libro de la Vida y el libro de las obras. A mi parecer en ese día decisivo se abrirán por lo menos cinco libros.

Primero, el Libro de la Conciencia. Sin duda alguna no faltará quien diga: «nunca supe de la ley de Dios o el camino de salvación… ¿cómo se me puede acusar de ser culpable?» El apóstol Pablo le escribió a la iglesia inicial: «mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos» (Romanos 2:15) .
En otras palabras, el hombre será condenado por violar su conciencia durante su vida en la tierra.

Segundo, el Libro de las Palabras que Jesús explicó: «Porque por-tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado» (Mateo 12:37) .
Esas palabras podrían ser: «No me interesan las cosas espirituales» o, «seguro, yo creo en Dios, pero todos tenemos nuestro propio dios al cual rendirle culto».

Tercero, el Libro de las Palabras Secretas. «En el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres» (Romanos 2:16).
El famoso evangelista D. L. Moody solía decir que si alguien llegara a inventar una cámara que pudiera fotografiar el corazón humano, se moriría de hambre, ya que la gente se negaría a exponer esa reveladora imagen.

Cuarto, está el Libro de Palabras Públicas. «…y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras» (Mateo 16:27) .
Es terrible pensar cuál será la sentencia para los infames.

Finalmente, el último es el Libro de la Vida. «El que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego» (Apocalipsis 20:15) .
Este libro contiene un asombroso registro con el nombre de cada persona que nació en el mundo. Si al momento de morir no ha recibido la provisión del sacrificio ofrecido por Dios para quitar su pecado, su nombre será borrado de las páginas.
La escena en el juicio del gran trono blanco será desgarradora. Conforme cada persona pase al frente, Dios abrirá los libros, señalando lo que se necesita para ser aceptado como hijo de Dios. Solo cuando abra el Libro de la Vida y empiece a buscar en ese inmenso listado el nombre de la persona, sus suaves manos pasarán las páginas, deseando encontrar el nombre del acusado. Pero no estará allí.
Con tristeza y gran repugnancia dirá, «apartados de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles» (Mateo 25:41) .
La persona temblando intentará defenderse con frenesí, pero el Señor moviendo lentamente su cabeza dirá las palabras más tristes que alguien podría oír en la vida: «nunca te conocí… nunca te conocí».
Los condenados morirán por segunda vez, y de esa muerte no habrá resurrección. La gente quedará confinada a la oscuridad de la eternidad, la oscura noche que nunca termina.

No disfruto escribir sobre esta escena. Aunque con frecuencia Jesucristo habló del infierno, hoy lo hemos hecho tan común, que no le tenemos miedo. Sin miedo, no hay compasión.

Recuerdo las palabras de un himno que solía cantarse en reuniones de evangelización cuando era joven. Mi papá era predicador, y todavía puedo sentir el frío que invadió mi cuerpo cuando escuché el mensaje del juicio del gran trono blanco. Yo no quería estar allí.
El himno dice así:

Soñé que el gran día juicio, llegó y sonó el clarín;
Soñé ver los pueblos reunidos, para oír de su suerte sin fin.
Del cielo bajó un gran ángel, y parado en tierra y mar,
Juró con su diestra alzada, que el tiempo ya no más será

Coro:
Con llanto y duelo entonces, los perdidos su cuenta darán;
Clamarán a las rocas «cubridnos», orarán, pero tarde será.

El rico llegó, mas su oro se fue, y se desvaneció. El grande también, mas la muerte le había quitado su honor;
Y el ángel abriendo los libros, no halló nada en su favor.
Vino el moralista al juicio, mas vana fue su pretensión;
También los que a Cristo mataron hicieron moral profesión.
Y el alma que daba la excusa, «hoy no, otro día mejor», Halló que por siglos eternos sufriría por su gran error.

Gracias a Dios no es demasiado tarde para nosotros. Podemos llegar a ser ciudadanos de un nuevo cielo y una nueva tierra por toda la eternidad.

(Escrito por el Dr. David Jeremiah)


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