Yo Soy

Éxodo 3:13-14 dice lo siguiente:
Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.

Más adelante leemos en Juan 8:28:
Les dijo, pues, Jesús: Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo.

La frase en la que quiero hacer hincapié es: “Yo Soy”.
Dicha traducción en castellano del texto original corresponde a la traducción literal de Yahue, el nombre que los judíos se niegan a emplear para no romper el mandamiento reflejado en Éxodo 20:7, el cual declara que “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano”.

El contexto en el cual Jesús afirma que “Yo soy” es un diálogo que mantuvo con unos fariseos que le preguntaron si él estaba vivo en los tiempos de Abraham porque ni siquiera tenía 50 años… Lean Juan 8:12-29 para apreciarlo mejor.

Para nosotros, gentiles, nos resulta algo más difícil comprender la razón por la cual los fariseos de repente quisieron apedrear a Jesús. Pero si consideramos el pasaje de la conversación entre Dios y Moisés, podemos ver el paralelo de la terminología empleada y comprendemos lo que estaba diciendo:

Jesús estaba indicando que Él mismo era Dios al igual que en otra ocasión afirmó: “yo y mi Padre somos uno” (Juan 10:30). En un lenguaje más actual, la afirmación de Jesús correspondería a: “Soy Dios en un cuerpo”. Dicha afirmación concuerda con la palabra “Emanuel”, que quiere decir “Dios con nosotros” como lo vemos en Mateo 1:23: “He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros”.

Los cristianos nos referimos a Jesús como al Hijo de Dios. Quisiera clarificar este concepto:
Dios era muy consciente de que, desde la caída de Adán, la humanidad estaba perdida. Pero Dios amó tanto al mundo, que envió a su Hijo para que todo aquél que en Él crea, no se pierda más tenga vida eterna (Juan 3:16).

Aquí vemos que Dios quiere que todos seamos salvos, que no nos perdamos, es decir, que no vayamos al infierno. Es por eso que envió al Mesías, el Salvador, o el otro término que significa lo mismo, “el Hijo de Dios”.

Como tal, “Hijo de Dios” no implica que Dios mantuviera relaciones sexuales con una mujer para producir un hijo carnal como lo vemos en el versículo de Mateo 1:23, donde habla de una virgen que dará luz a un hijo. Los musulmanes por ejemplo, opinan que la Trinidad está constituida por Dios Padre, María y el Hijo pero nada está más lejos de la realidad: Jesús es “Hijo” en sentido espiritual, no implica ninguna relación carnal, y el concepto de Trinidad hace referencia a Dios Padre, Hijo e Espíritu Santo. Jesús fue el cuerpo humano en el cual vivió Dios mientras se encontraba en la Tierra. Es Dios vestido de un cuerpo humano para que quede más claro. Pedro notó esto claramente al afirmar en Mateo 16:16 que “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

La afirmación que vemos en Juan subraya este hecho y nos muestra la razón por la cual solo Jesús es capaz de salvarnos del infierno.

Todo el mundo sabe que “Dios es bueno” pero también es justo. De hecho, no sería bueno si no fuera justo a la vez porque las víctimas sufrirían y los criminales podrían salirse con la suya porque “Dios es bueno”. Sí, Dios es justo y un día juzgará a todos los pecadores. Dichos pecadores acabarán en el infierno a no ser que crean en Jesús, el único mediador entre la humanidad y Dios tal y como lo leemos en 1ª Timoteo 2:5 (“Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”) y Hechos 4:12 (“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”). Puesto que Jesús es Dios en un cuerpo humano, y puesto que experimentó el infierno en la cruz con la ira de Dios sobre su cuerpo humano, Él es capaz de tomar ese lugar que nos corresponde a nosotros y permitir que podamos evitar el infierno el Día del Juicio Final e ir al cielo para vida eterna.

Por tanto, no se trata de ser religiosos, de seguir normas morales estrictas, de refugiarse en buenas obras ni en nada más. Como lo leímos en el versículo de Juan 3:16, la única forma de ser salvo es la de creer en Jesús, el Salvador, el Mesías, el Hijo de Dios.

Dios es santo y justo. Su santidad y justicia exigen castigo del pecado y del mal. Es por eso que existe el infierno. El pecado será juzgado y hay dos opciones que puedes elegir:

– Que tu pecado haya sido castigado en el cuerpo de Jesús en la cruz, lo que implica que Jesús murió en tu lugar y te ofrece la salvación si aceptas lo que hizo por ti,
– O que sea juzgado en tu propio cuerpo en el infierno porque te niegas a aceptar que Jesús pague por ti.

De momento Jesús te llama a gritos para alejarte del castigo eterno. Te grita ¡fuego! Para que puedas huir a sus brazos y refugiarte en él.
Pero llega un día en que esa oportunidad que hoy te brinda no te estará disponible. Ve a Jesús mientras puedas que, como hemos visto que dice su Palabra, en ningún otro hay salvación.

Por Andrés Díaz Russell


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