Carta a un alcohólico por Edward T. Welch (Primera parte)

El alcoholismo ha pasado de ser reconocido como pecado a ser llamado una enfermedad.
Los cristianos saben que eso es un problema. En forma inequívoca, la Biblia declara que la borrachera es un pecado; el voto popular dice que se trata de una enfermedad. ¿Acaso la Biblia se ha equivocado o ha realizado un análisis precientífico? ¿Acaso la Biblia ha sido nociva para los alcohólicos, marcándolos con un estigma? Para quienes creen que la Biblia habla con autoridad y claridad en cuanto a las cuestiones de la vida, estas preguntas deben recibir respuesta. Porque si usted cree que el alcoholismo es una enfermedad aunque la Biblia dice que es otra cosa, la confianza que usted tiene en la Biblia empezará a flaquear. Después de todo, si la Escritura es anticuada al considerar este problema, también puede ser anticuada al considerar otros.
Por otro lado, si la Biblia está en lo correcto en sus declaraciones sobre la borrachera y la intoxicación alcohólica, ¿dónde deja esto a quienes sienten que padecen una enfermedad? ¿Dónde deja esto a toda la investigación médica?
Para tratar estas cuestiones, mi método será distinto. En vez de estudiar fríamente importantes detalles médicos y exegéticos, me referiré a ellos por medio de una carta personal. De esta manera, voy a recordar que estamos intentando ayudar a personas reales que están luchando con problemas reales que dominan la vida. No estamos tratando una simple cuestión académica abstracta.

Una carta personal
Estimados hermanos y hermanas:

Yo nunca he sido adicto, pero he conocido a muchos adictos, y he aprendido de su disposición a pedir ayuda, de su sinceridad al hablar de las luchas que tienen, y de su deseo de vivir un día por vez. La relación con estas personas me ha hecho pensar mucho sobre las adicciones.
Escribo esta carta como parte de un libro que trata sobre el cerebro y el comportamiento. El libro trata de contestar la pregunta ¿Cuándo es que el cerebro nos obliga a hacer cosas y cuándo no nos obliga? Es una pregunta importante. Nos lleva a considerar las cuestiones de la vida; nos lleva incluso a Dios mismo.
Es lo que descubrí un día durante el almuerzo:
—Estoy enojado con Dios por haberme dado este problema con el alcohol —me confesó mi amigo—. La mayoría de las personas en este mundo no tiene que luchar todos los días para mantenerse apartado de la bebida. Pero yo sí tengo que luchar. No es justo.
Yo estaba asombrado. Mi amigo estaba acusando a Dios por lo que él creía que era un punto vulnerable genético en cuanto al alcohol. Antes que él hiciera ese comentario, yo me había estado diciendo a mí mismo que me parecía magnífico que él hubiera dejado de beber. Pero después de su comentario, me di cuenta de que su percepción de cómo se había convertido en alcohólico era muy importante. Aparentemente, la teoría de mi amigo culpaba a su propio cerebro, y como Dios había creado el cerebro, Dios era parcialmente responsable por las tentaciones y los puntos vulnerables de mi amigo.

¿Pecado o enfermedad? Dos puntos de vista
Básicamente hay dos perspectivas sobre el alcoholismo y la mayoría de las otras adicciones: una médica y otra moral o religiosa. El punto de vista médico dice que el alcoholismo es una enfermedad; el punto de vista moral dice que es pecado o desobediencia a Dios. El punto de vista que uno adopte tiene implicancias para la manera en que uno vive toda su vida.
¿Por qué razón hoy la perspectiva de la enfermedad es la que tiene más influencia? Hay una razón de mucho peso: el profundo deseo de beber se siente como si fuera una enfermedad. Pareciera que cuando hay bebidas alcohólicas al alcance de la mano, hay también algo que toma control de nuestra vida. Para los que nunca han tenido ese problema, es fácil decir que el alcoholismo es una decisión consciente y libertina. Pero para los que tienen ese problema, no se trata de una decisión; es cualquier cosa menos una decisión. Y si hubiera una decisión, pareciera que la enfermedad es la encargada de tomarla.
El idioma que se usa para el alcoholismo, describe bien esta experiencia.
* «Lo preferible es el tratamiento en el hospital, a cargo de personal médico.»
* «Una vez que uno es alcohólico, siempre será un alcohólico. No hay cura posible.»
* «Un solo trago y ya se está borracho.»
* «La que está hablando es la enfermedad.»
* «Tal vez pronto haya tratamientos médicos.»
* «Usted no eligió esto, así que esto sólo puede ser una enfermedad.»
Esta perspectiva es la metáfora que prevalece en nuestra cultura tanto para el problema como para las soluciones. Para mí, la cuestión va más allá de que mi amigo hizo un comentario insólito e inquietante durante aquel almuerzo. La Biblia es la razón porque no puedo dejar de lado esta cuestión. Creo que la Biblia es el mapa que Dios me ha dejado para mi vida, y creo que la Biblia entiende y habla mejor que nadie a los mecanismos interiores de los seres humanos.
Cuando vamos a la Biblia para ver lo que dice sobre las bebidas alcohólicas, hay algo que es difícil debatir: la Biblia siempre afirma que la borrachera es pecado. La Biblia usa ilustraciones (Génesis 9:18-27; 1 Reyes 16:9), descripciones (Proverbios 23:29-35) y prohibiciones (1 Corintios 5:11; 6:9-10; Gálatas 5:19-21) para enfatizar que Dios declara que la borrachera va en contra de sus mandamientos. Nadie que toma en serio lo que dice la Biblia ha puesto en tela de juicio esta interpretación. Sin embargo, hay opiniones diferentes en cuanto a si borrachera en la Biblia en realidad se refiere al alcoholismo moderno o a la droga dependencia.
Para comparar estos dos conceptos, primero consideremos la definición moderna de alcoholismo o droga dependencia:
«Un patrón inadecuado en el uso de sustancias adictivas que lleva a un deterioro o a un peligro clínicamente relevante, tal como se manifiesta en uno (o más de) de los siguientes aspectos:
1. Uso repetido de sustancias adictivas, cuyo resultado es el no cumplimiento de obligaciones importantes en el trabajo, los estudios o el hogar.
2. Uso repetido de sustancias adictivas en situaciones en que resulta peligroso desde el punto de vista físico.
3. Recurrentes problemas legales en cuestiones relacionadas con sustancias adictivas.
4. Uso continuado de sustancias adictivas a pesar de tener persistentes o repetidos problemas sociales o interpersonales, causados o exacerbados por los efectos de la sustancia adictiva.
Ahora bien, ésta es la manera en que la Biblia describe la borrachera:
¿De quién son los lamentos? ¿De quién los pesares?
¿De quién los pleitos? ¿De quién las quejas?
¿De quién son las heridas gratuitas?
¿De quién son los ojos morados?
¡Del que no suelta la botella de vino ni deja de probar licores!
No te fijes en lo rojo que es el vino,
ni en cómo brilla la copa,
ni en la suavidad con que se desliza;
porque acaba mordiendo como serpiente
y envenenando como víbora.
Tus ojos verán alucinaciones,
y tu mente imaginará estupideces.
Te parecerá estar durmiendo en alta mar,
acostado sobre el mástil mayor.
Y dirás: «Me han herido, pero no me duele.
Me han golpeado, pero no lo siento.
¿Cuándo despertaré de este sueño
para ir a buscar otro trago?» (Proverbios 23:29-35, NVI)
¿Se da cuenta de que estas descripciones son prácticamente idénticas? La diferencia principal es que una es obviamente más vívida que la otra. La descripción bíblica verdaderamente ilustra la naturaleza recurrente de la borrachera. Muestra que las malas consecuencias no son disuasivas de futuros excesos. Cuando la Biblia habla de borrachera, habla en cuanto a todas las distintas experiencias contemporáneas de abuso de alcohol: el tipo que durante el fin de semana bebe demasiado mientras mira un partido de fútbol por televisión; la mujer que no puede pasar el día sin el trago que adormezca el cerebro o la aturda; la persona que obviamente está fuera de control y persistentemente va tras su amada sustancia adictiva, sin importarle las consecuencias.
Lo importante es lo siguiente: no podemos descartar lo que dice la Biblia por creer que no está al tanto de los problemas modernos del alcoholismo. La Biblia no es ingenua en cuanto a este problema doloroso y recurrente. Así como sucede con la perspectiva del alcoholismo como enfermedad, la Biblia es consciente de que el alcoholismo se hace sentir como esclavitud; sabe que el cambio sólo puede ocurrir cuando hay lucha y cuando existe la ayuda de otros. En realidad, la perspectiva bíblica se cruza con la médica en varios aspectos. Sin embargo, básicamente no puede haber confusión entre una y otra. Cada una presenta una manera particular de entendernos a nosotros mismos, de entender a Dios y de entender el proceso de cambio.

El alcoholismo como enfermedad: Causa y cura
La perspectiva de enfermedad empezó a hacerse popular con Bill Wilson, el fundador de Alcohólicos Anónimos (AA), en la década del treinta. Bill W. era un hombre muy pragmático, y no optó por la perspectiva de la enfermedad porque estuviera apoyada por la investigación; la usó porque creyó que ayudaba a que hombres y mujeres se sinceraran más sobre su problema con la bebida. En otras palabras, él estaba usando una metáfora: la adicción a la bebida es como una enfermedad. Sin embargo, durante los cincuenta años siguientes, la idea de la enfermedad perdió su sentido metafórico y se redujo a: «la adicción a la bebida es una enfermedad». Desapareció la palabrita como, y todo cambió.

El enfoque de la Biblia: Motivaciones y deseos
La Biblia tiene un enfoque muy diferente de cómo nos esclavizamos a las adicciones. En vez de explicar el deseo abrumador del alcohol tratándolo como una enfermedad, la Biblia habla de nuestras motivaciones y deseos, fuerzas con tanto poder que pueden llegar a controlar nuestra vida La Biblia dice que fuimos nosotros quienes en primer lugar elegimos nuestras adicciones, y que recién entonces nuestras adicciones nos eligieron a nosotros.
Es algo así como un matrimonio con problemas. Nos casamos con muchas esperanzas y expectativas. Nos gustaba la manera en que nos sentíamos cuando estábamos con nuestro «compañero» (el alcohol). Pero entonces, una vez que realmente estamos «casados» descubrimos más sobre su lado negativo. El precio a pagar por los sentimientos agradables fue más de lo que anticipamos. Pero para entonces ya estábamos comprometidos a un estilo de vida, estábamos atascados. Ya no resultó fácil dejar a nuestro compañero. Y además, todavía había momentos cuando nos sentíamos muy bien… Íbamos a extrañar esos momentos, los momentos que nos permitían olvidar todos los otros momentos en que nuestro compañero arruinó todo. Y es así que el adicto viene y va, como un cónyuge que está en una mala relación matrimonial, y permanece unido a la sustancia adictiva y trata de hacer funcionar esa relación. Hay días en que la relación es mala, pero hay otros en que no tanto.
Hemos visto aquí que en el abuso del alcohol hay una lógica mediocre: nos encanta beber y nos encantan las sensaciones que produce. Nos gusta tanto que no estamos dispuestos a hacer lo necesario para quitar eso de nuestra vida, a pesar del impacto que tiene en nuestras relaciones y en nuestros compromisos y obligaciones. Tal vez tengamos momentos de duda en que nos sintamos ambivalentes, pero en realidad recurrimos a las sustancias que producen adicción porque queremos recurrir a ellas. Nos gustan demasiado, y no nos preocupan tanto las razones por las que deberíamos cambiar.
[Mi esposa] me dijo que yo iba a tener que elegir entre la cocaína y ella. Antes de que ella terminara de hablar, yo ya sabía lo que ella iba a decir, de manera que le advertí que pensara con cuidado antes de hablar. Para mí resultaba claro que no era cuestión de elegir. Amo a mi esposa, pero no voy a elegir nada antes que la cocaína. Es horrible, pero a ese extremo han llegado las cosas. Nada ni nadie es más importante que mi cocaína.
¿No diría usted que este hombre amaba su cocaína? ¿Que sus deseos lo controlaban? ¿Acaso esto no es más que decir que tenía una enfermedad subyacente? Él eligió la cocaína. Es como el hombre que ama a su amante y deja a su esposa. ¿Tiene tal persona una adicción sexual genética que lo controla? Decir que sí sería tratar al adúltero como un animal que se maneja por instinto. Estaríamos ignorando sus motivaciones y estaríamos pasando por alto el hecho de que él elige a su amante porque quiere hacerlo.
Es cierto que a tal elección le falta previsión. En ese momento no piensa que sus hijos lo van a odiar, que va a perder la mitad de su salario en pensión alimenticia, y que en seis meses su amante no le parecerá tan atractiva. Pero para él lo que cuenta es el presente.
En eso radica la lógica y la locura de la droga dependencia. La atracción inicial rige nuestro comportamiento y hacemos cosas que luego lamentamos. Pero no está limitado al alcoholismo y a las drogas. Hallamos el mismo principio en la dilación, en comprar cosas a crédito, comer demasiados postres, gastar todo nuestro dinero en el casino, etc. Puede que sea muy imprudente, pero nos importa el sentimiento que nos produce en ese momento, y terminamos esclavizados a las sustancias adictivas y a los comportamientos que una vez produjeron placer y relajación.
Una debilidad de la perspectiva médica o de enfermedad para con las adicciones, es que tiene la tendencia de minimizar estas motivaciones. Esto nos deja sin un claro entendimiento de nuestras necesidades, pasiones y deseos. La perspectiva de la enfermedad en realidad no ignora todas estas motivaciones, pero en especial dirige nuestra atención a posibles causas biológicas.

Dios y nuestros deseos
La capacidad que tiene la Biblia para llegar al nudo del problema no termina con hablar nuestros deseos. La Biblia indica que nuestras tentaciones y codicia tienen que ver con nuestra relación con Dios. Aunque en Alcohólicos Anónimos Dios es parte de «Los doce pasos» y se lo considera una ayuda esencial para salir de las adicciones, el mucho beber no equivale a una acción contra Dios.
Si dejamos que la Biblia revele las realidades espirituales e invisibles subyacentes en las adicciones, de pronto caeremos en la cuenta de que las adicciones son más que conductas autodestructivas. Son violaciones de las leyes de Dios: las leyes divinas que nos llaman a evitar la borrachera y la falta absoluta de sobriedad (Romanos 13:13), la ley divina que nos llama a amar a otros (1 Juan 4:7), y la ley divina que nos llama a vivir para Él en vez de vivir para nosotros mismos (1 Corintios 10:31). Esto significa que la adicción está más conectada con la relación de alguien con Dios de lo que está conectada con la biología. La adicción revela nuestras lealtades: lo que queremos, lo que amamos, a quién o a qué servimos. Nos lleva a la pregunta crucial: ¿Vivirá usted su vida para satisfacer sus propios deseos o vivirá para Dios?
La idea adicción-como-enfermedad omite esto totalmente, y en algunos casos hasta empeora el problema. Consideremos otra vez a mi amigo que estaba enojado con Dios. En vez de acusarse a sí mismo y preguntarse de qué manera su conducta era conducta contra Dios, su perspectiva de adicción como enfermedad lo llevó a juzgar a Dios y a acusarlo de trato preferencial o injusto.
La Biblia nos obliga a enfrentarnos al lugar que ocupa Dios en las motivaciones que rigen nuestras decisiones. ¿Habrá usted de adorar a sus ídolos o a Dios? Desde esta perspectiva, una botella de una bebida alcohólica es uno de los muchos ídolos que servimos. Esa botella se disputa nuestra devoción así como lo hacen el dinero, el placer, la fama, el sexo, las opiniones de los demás y otros ídolos populares de nuestro tiempo.
Cuando vemos realidades espirituales detrás de nuestras conductas de adicción, descubrimos que servimos a aquello que amamos. Vamos a amar y a servir a Dios, o vamos a amar y a servir a nuestros ídolos. Los ídolos existen en nuestra vida porque los amamos; los invitamos a ser parte de nuestra vida. Pero una vez que los ídolos encuentran un hogar, cambian, y en vez de ser los siervos de nuestros deseos se convierten en nuestros amos. Por eso la Biblia enseña que primero nosotros elegimos la sustancia adictiva, pero después la sustancia adictiva nos elige a nosotros: Yo quiero… yo soy esclavo. Podemos tener la bendición de servir al Dios Altísimo que nos ama, o tendremos la maldición de ser esclavos de nuestros deseos y de los ídolos que esos deseos simbolizan. Es por eso que un método bíblico de tratar con las adicciones debe hacer más que simplemente decir: «Deja de hacerlo.» El método bíblico se da cuenta de que los adictos están en control de la situación pero también están fuera de control. Este aspecto doble de la experiencia de adicción —la rebelión y la esclavitud— es lo que comúnmente llamamos pecado, y es una explicación más profunda de las adicciones que la metáfora de la enfermedad.

El Dr. Ed Welch es médico
y director de consejos y ministerios educativos
en CCEF en Glenside, Pennsylvania, EE.UU.


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