Marta y María

Marta y María
por Allen Harris

La hermana mayor: resuelta, ruda y regañona. La hermana menor: devota, divertida y despreocupada. ¿A cuántas familias pudiera cuadrar esta descripción? ¿Con qué frecuencia vemos esta misma dinámica en nuestros hogares, iglesias y comunidades? Siempre pertinente y realista, en la Biblia hay abundancia de retratos de las alegrías y los problemas de las relaciones entre hermanos. De Caín y Abel, de Jacob y Esaú, de Pedro y Andrés, de Jacobo y Juan y, por supuesto, de Marta y María.
La iglesia ha contado la historia de estas hermanas durante 2.000 años, señalando de manera fiel el efecto de esta familia. ¿Por qué razón? Porque Marta y María, junto con su hermano Lázaro, tenían una relación con Jesús que es singular en los Evangelios. Jesús viajaba largas distancias para encontrarse con ellos en su hogar. Lloró abiertamente en presencia de ellas. Les amó, no simplemente como sus seguidores o discípulos, sino como sus amigos.
Conocemos a la familia en Lucas 10:38-42. Aunque aparecen también un par de veces más en la Biblia (en Juan 11:1-45; 12:1-11), la manera como revela esta escena inicial sus personalidades, caracterizarán para siempre a la empecinada Marta y a la amorosa María.

¡No te quedes sentada, haz algo!

Históricamente hablando, a Marta le toca siempre la peor parte. El evangelio de Lucas la presenta siempre como carente de perspectiva o, por lo menos, como una persona dinámica y ambiciosa que estaba más interesada en preparar una cena que en las enseñanzas de Jesús.
En esta historia vemos a Marta corriendo por toda la casa, cocinando, limpiando y desarrollando un sentimiento total de irritación por la aparente indolencia de su hermana. La amonestación de Jesús en los versículos 41 y 42 es como una descarga eléctrica para la amable anfitriona que sólo deseaba agradar a su huésped.
Así es, por lo general, como recordamos a Marta: nerviosa, frustrada y moviendo platos en la cocina. Pero, ¿no estamos pasando por alto algo? ¿No estaremos fallando en la interpretación del verdadero carácter de Marta? ¿Qué más podemos ver en ella?

En primer lugar, no debemos olvidar la manera exacta como nos es presentada Marta. Lucas 10:38 nos dice que Jesús “entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa”. Recibió a Jesús en su casa de manera amorosa y respetuosa, como un huésped de honor.
No hubo ninguna vacilación ni demora.
Jesús se presentó, y ella se dedicó de inmediato a su papel de anfitriona, ocupándose de que estuviera cómodo, y atendiendo personalmente Sus necesidades.

En segundo lugar, vemos en ella una valentía admirable al dirigirse a Jesús.
Marta no sentía ninguna timidez de encarar al Señor. Nunca dio la más mínima señal de irrespeto, pero tampoco se volvía atrás cuando tenía algo que decirle.
Se sentía perfectamente cómoda en su relación con Cristo, siendo ejemplo de lo que es ir “confiadamente al trono de la gracia” (Hebreos 4:16, cursivas añadidas).
Marta debe ser vista cómo era en realidad: una mujer piadosa muy considerada y hospitalaria. Es verdad que, a veces, sus esfuerzos estaban mal dirigidos, pero su propósito siempre fue claro: servir al Señor con todo lo que ella tenía. Marta era, en realidad, una persona trabajadora que ofrecía el sacrificio de su trabajo como adoración a Dios. Ésta es la mujer que hace cosas en la iglesia. La dama que se ocupa de las necesidades de los demás sin pensar en sí misma. Es la matrona de la congregación que no tiene temor de confrontar al pastor cuando es necesario. En pocas palabras, toda iglesia necesita tener una Marta.

¡No hagas nada, quédate sentada!

María, la hermana menor, es todo lo contrario.
La tradición de la iglesia alaba a María, y con razón. Mientras que Marta representa las manos de la iglesia, María muestra el corazón de la iglesia. Nos es presentada en el lugar donde ella se siente más cómoda: a los pies de Cristo.
Mientras Marta preparaba la comida, María simplemente oía a Jesús (Lucas 10:39). ¡Qué presentación tan hermosa! ¿Por qué era tan escandalosa la conducta de María?
En primer lugar, porque su postura no dejaba lugar a dudas: se sentó a los pies del Señor. En el mundo de los judíos del primer siglo, ésta era, obviamente, una posición para recibir instrucción; María estaba escuchando con cuidado lo que estaba enseñando Jesús sobre asuntos espirituales. Esto era como una bomba para esa cultura. El autor W. Hulitt Gloer comenta: “Decir que la conducta de María fue poco convencional, es una declaración exageradamente modesta.
¡Su conducta fue increíble! Allí vemos a una mujer que está infringiendo la sagrada relación de maestro-discípulo. Estaba asumiendo un papel que era exclusivo de los hombres. Estaba violando claramente el papel de las mujeres de su época”.
En segundo lugar, la palabra de aprobación de Jesús en cuanto a María está en contra de la actitud que prevalece muchas veces dentro de la iglesia. Es demasiado fácil hablar de la importancia de sentarse simplemente a escuchar la Palabra de Dios, pero son tantas las iglesias que se ven atrapadas por el hacer: el realizar programas, tener seminarios y nombrar comités, no les deja tiempo para, escuchar.
María, por tanto, nos ofrece un modelo de prioridades: primero, debemos escuchar al Señor, y sólo entonces podremos levantarnos para actuar en nombre de Él.

Rostro y pies

Marta y María ilustran, de pies a cabeza, lo que debe ser la adoración y el respeto a Jesús: Marta, acercándose siempre valientemente a Jesús, cara a cara; y María, cayendo siempre a sus pies con amor y humildad.
Juan 11:1-45 cuenta la conmovedora historia de la muerte de Lázaro y su posterior resurrección corporal por orden de Jesús. Sin embargo, el diálogo que precede a este acontecimiento es tan importante como el hecho mismo. Al oír que Jesús se acercaba, Marta sale de entre la multitud de dolientes y se encuentra con Jesús a corta distancia. La Biblia da la impresión de que ella se dirigió directamente a Jesús, y que se puso a discutir con Él. Su abatido corazón necesitaba consuelo y también respuestas.
“Señor”, le dijo, “si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto.
Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará” (vv. 21, 22). Podemos oír su angustioso razonamiento: Oh Señor, ¿por qué no estuviste aquí?
A Marta nunca la avergonzaba o asustaba expresar sus preocupaciones a Jesús, y por eso el Señor responde a su sincero corazón con una sorprendente sorprendente
revelación de quién es Él: “Yo soy la resurrección y la vida”, le dice “… y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente” (vv. 25, 26).
María, entonces, sale para encontrarse con Jesús, y cae de inmediato a Sus pies (v. 32). Curiosamente, lo recibe con las mismas palabras que había dicho Marta.
Sin embargo, su posición muestra que no era tanto una pregunta sino más bien una declaración de Su poder sobre la muerte: Oh Señor, Tú pudiste haberlo salvado. María no vaciló en expresarle su tristeza tan profunda, pero ni ella ni Marta esperaban la revelación que Jesús tenía para sus afligidos corazones.
La última aparición de las hermanas en Juan, capítulo 12, muestra que ellas siguieron siendo las mismas hasta el final. Pocos días antes de Su arresto, encontramos a Jesús en la casa de Sus amigos. Marta sirve a una casa llena de invitados mientras que María adora a los pies de Cristo; ambas mujeres están dándose por entero a Él, ofreciendo las dosel sacrificio de sus dones (vv. 2, 3).
Igualmente, las expresiones de nuestra adoración al Señor pueden variar, pero Él siempre está listo para encontrarse con nosotros tal y como somos. No importa nuestras personalidades, si nos acercamos a Él con corazones sinceros, llegaremos a conocerle de maneras nuevas cuando Él se revele a Sí mismo.

Preguntas para reflexionar:

Lea el relato que hace Lucas del problema que hubo entre Marta y María
(Lucas 10:38-42). ¿Cuándo fue la última vez que su lista de cosas por hacer le distrajo de escuchar a Dios? Aparte un tiempo cada día para tener un encuentro con el Señor, y observe si su carga de cada día se le hace más liviana.
¿Con quién se identifica usted más: con Marta o con María?
• Si se identifica con Marta, es estupendo que utilice servicialmente sus
dones, pero ¿está haciendo su trabajo con la actitud correcta? Si usted tiene frustraciones mal dirigidas por el mucho trabajo que hace, pídale perdón a la persona involucrada.
• Si se identifica con María, es exceente que sea tan diligente en el estudio de las Palabras de Jesús. Pero, ¿les demuestra usted aprecio a esas personas que sirven y realizan tareas indispensables, mientras usted pasa tiempo con el Señor? Encuentre la manera de agradecerles sus acciones serviciales.

 Tomado de Revista En Contacto


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