Esperanza Para Una Vida Nueva (Charles Stanley)

Cuando iniciamos nuestro ministerio en Rusia, quise ir a visitar la gente de esta nación anteriormente tan oprimida. Además, decidí, ya estando allá, ir a la tumba de Lenín. Ya había estado allí 30 años atrás; sin embargo, había unas filas tan largas en aquella ocasión que la espera duraba más de dos horas. Al marcharme, pensé: “Quizá algún día vuelva para ver la cámara mortuoria de este dictador ya derribado”.

Cuando volví a ir, ya no había filas ni nadie deseoso de ver los restos de este hombre caído. Pasé adelante entre varios guardias, y justo en frente de un letrero que decía: “Se prohíbe hablar”.

Al detenerme a contemplar el cuerpo inerte de Lenín, encajonado en un ataúd hermético de vidrio, me sobrevino de repente una sensación de desesperación. Allí mismo, frente a mí, yacía el cadáver de un hombre que no había creído en Dios.

Lenín fue el líder nacional que ocasionó una revolución sangrienta que dejó esclavizada a una nación entera. La muerte y el derramamiento de sangre fueron el sello distintivo de su gobierno, no dejando a sus seguidores más que un puñado de sueños rotos. Y lo que es peor, Lenín no dejó en ellos ninguna esperanza de vida más allá de ésta.

Al salir del lugar, me quedé un momento respirando el aire exterior; y de inmediato mi pensamiento se dirigió a otra tumba; esta tumba estaba vacía, pero las multitudes todavía acudían a ella.

Me acordé del momento de mi visita a la tumba del Salvador. Había esperado a que todos se marcharan del lugar. La quietud de aquel momento no necesitó mi silencio, sino mi alabanza y adoración.

Existe una diferencia tan grande entre estas dos tumbas. Una aún conserva a un cuerpo sin vida; la otra está vacía, ya que sólo por breves momentos contuvo el cuerpo de nuestro Salvador resucitado.

Un hombre inició una revolución que condujo a la muerte, la destrucción y la esclavitud; el otro Hombre empezó una revolución que se extiende hasta el día de hoy; es una revolución de esperanza y de vida eterna, que pone en libertad a los cautivos de la opresión de las tinieblas espirituales y el pecado. Es una revolución que abre la puerta al amor, el perdón y la gracia incondicionales de Dios.

Uno entregó un mensaje de tristeza, desesperación y fracaso; el mensaje del otro fue de esperanza, seguridad y triunfo eterno.
Ninguna otra religión posee un Salvador resucitado; nosotros sí. Él vive hoy y mora en nosotros y nos cuida mediante el poder del Espíritu Santo.

¿HAY ALGUNA ESPERANZA?

Sin embargo, la esperanza y la vida eterna no fueron, después de la crucifixión, lo primero en que pensaron los discípulos. Ellos habían estado con Jesús durante tres años, habían presenciado sus milagros y oído sus enseñanzas. Sus corazones, gracias a las palabras de Él, se habían enternecido y estaban abiertos a la verdad de Dios. Y entonces, sin una advertencia clara, Jesús fue arrestado y acusado de un crimen que no cometió.

Y aunque Jesús les había dicho: “Es necesario que todo esto acontezca”, ellos no entendieron lo que ocurría. En un principio, debió parecer que lo habían perdido todo; todas sus esperanzas y sus sueños se habían hecho añicos, y parecían abandonados a su suerte ante las secuelas de la crucifixión.

Ninguno recordó las palabras de Jesús en cuanto a su muerte, hasta que los mensajeros de Dios hablaron con María Magdalena y las otras mujeres en la tumba (Lucas 24:4-10). José de Arimatea pidió a Pilato que le entregara el cuerpo del Señor, y ayudado por Nicodemo lo sepultaron en la tumba de José. No se acordaron de la enseñanza de Jesús en cuanto a la resurrección (v. 11).

Los discípulos, después de la muerte de Jesús, se metieron en un escondrijo por miedo a ser ellos mismos crucificados. Conmocionados y desilusionados, dos de los seguidores del Señor, seguros de que sus sueños de libertad del gobierno romano nunca se harían realidad, iban camino a Emaús, su ciudad natal, pero no iban solos; un forastero se les acercó y trajo una esperanza nueva a sus corazones.

Entre tanto, las lágrimas de las mujeres no lograron borrar la pena que sentían. Habían llegado al lugar donde Jesús había sido sepultado, sólo para hallar una tumba vacía. Sus corazones se desconcertaron y se sintieron invadidas por el temor.

Repentinamente, les aparecieron dos ángeles. “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? –preguntaron–. No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día” (Lucas 24:5-7).

Fue hasta entonces que se acordaron y regresaron al lugar donde se hallaban los discípulos de Jesús, para contarles todo lo que habían visto.
¿Era cierto? ¿Estaba Jesús de veras vivo?

Pedro y Juan corrieron hasta el sepulcro; al llegar, Juan miró dentro. Era cierto: Jesús no estaba. Pedro se adelantó y tomó en sus manos la mortaja, la cual ya no era apropiada para el cuerpo del Salvador. ¡Jesús había resucitado!

¿Qué se requeriría para avivar la fe en su vida? Cada uno de los seguidores de Cristo necesitó sólo una cosa, y fue un toque de parte del Salvador, un recordatorio de que lo que Él había prometido se había cumplido. Él nunca los abandonaría ni los desampararía.

Quizá ellos no habían comprendido lo profundo de la verdad divina; a lo mejor su fe había flaqueado; pero ahora iban en camino. Jesús estaba vivo y la esperanza de ellos de una vida nueva emprendía el vuelo.

LA PROMESA ETERNA
En Romanos, el apóstol Pablo nos da una razón para esta esperanza que tenemos. Él dice: “Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:3-5).

El amor de Dios es un sostén para nuestras almas; es nuestra esperanza de vida eterna, aunque es también nuestra esperanza de una vida nueva aquí en la tierra. Los seguidores de Cristo sabían que podían continuar, pues Jesús estaba con ellos, no en persona, sino de una forma más poderosa mediante la presencia de su Espíritu.

Jesús murió debido a que la ley de Dios exige la paga por el pecado. Jesús se convirtió en el portador de nuestro pecado. El amor que Él demostró en la cruz del Calvario es lo suficientemente fuerte como para derrotar al pecado más tenaz. El perdón de Dios mediante la sangre derramada de su Hijo quita la oscura mancha del pecado y nos purifica por completo (Isaías 1:18).

Desde la cruz, Jesús proclamó al cielo y la tierra que la obra a que el Padre lo había enviado a hacer había sido consumada. No obstante, su vida perdura por medio de la obra del Espíritu Santo. Él es nuestra única puerta al cielo; y es mediante la fe en Él que recibimos el don de la vida eterna.
Cuando los dos hombres que iban hacia Emaús se dieron cuenta de que era Jesús el que estaba con ellos, sus corazones dieron un vuelco por la emoción. Sus esperanzas y sueños cobraron otra vez vida y volvieron a Jerusalén para encontrarse con los discípulos. Las mujeres corrieron para encontrarse con Juan y Pedro; y Pedro y Juan reunieron a los demás.

Cuando el Señor y Salvador resucitado se presentó entre ellos, sus primeras palabras tenían como propósito infundirles esperanza para el futuro: “¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:38-39).

Desde el principio del tiempo tal como lo conocemos, Dios ha estado tendiéndole su mano a su creación; y Él nos tiende su mano una vez más mediante su Hijo y nos recuerda que podemos tocarlo y que podemos confiar en que Él hará exactamente lo que ha prometido hacer.

EL MENSAJE DE LA RESURRECCIÓN

¿Cuál mensaje nos da Dios por medio de la resurrección?
• ¡Jesucristo vive! Él resucitó, por lo tanto, tenemos la esperanza del cielo en toda situación que enfrentemos. Él está sentado a la diestra del Padre, intercediendo por nosotros (Mateo 16:21; Mateo 17:22-23; Hebreos 10:12; 1 Juan 2:1-2).
• Nuestros pecados han sido perdonados y tenemos seguridad eterna (Hebreos 9:11-14, 24; Efesios 1:7; Juan 6:37-40).
• Viviremos para siempre. Jesús prometió volver por nosotros y llevarnos con Él al cielo. La muerte para el creyente no es el final, sino sencillamente una puerta (Juan 11:23-26; 1 Tesalonicenses 4:13-17; Juan 3:16; 1 Corintios 15:51-53).
• Nuestros cuerpos serán resucitados y llevarán la gloria del Dios Todopoderoso (1 Juan 3:1-3; 1 Corintios 15:23, 42-44, 49, 51).
• El cielo es nuestro hogar eterno (Apocalipsis 21:1-3, 27).
• Vamos a encontrarnos con nuestros seres amados allá.
• Podemos hacer frente al mañana con confianza, seguridad y paz perfecta, pues Cristo vive.
La resurrección de Cristo nos da esperanza eterna.
La pregunta de los ángeles: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”, la hicieron para que todo hombre y mujer pueda saber que nuestro Salvador resucitó y que vive por los siglos de los siglos. Él no se encuentra en una tumba con letreros que exigen nuestro silencio.
Su tumba se halla vacía, pero los corazones de quiénes lo adoran están llenos. ¿Conoce usted al Salvador? ¿Alguna vez le ha pedido que entre a su corazón y que more con usted para siempre? Puede hacerlo ahora mismo mediante esta oración:

Padre celestial, creo en el testimonio que dan las Escrituras de que Jesucristo es tu Hijo eterno. Creo que Él murió en la cruz por mis pecados. Te confieso que soy un pecador y que necesito tu perdón, y por eso estoy pidiéndote que me salves. Confío en que lo hagas ahora mismo. Acepto tu perdón de mis pecados y tu regalo de salvación. En el nombre de Jesús. Amén.

por Charles F. Stanley


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_bye.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_good.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_negative.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_scratch.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_wacko.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_yahoo.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_cool.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_heart.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_rose.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_smile.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_whistle3.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_yes.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_cry.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_mail.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_sad.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_unsure.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_wink.gif