LA Fe Del Pescador

Su rostro bronceado estaba surcado de lágrimas. Tenía en sus manos un pez y recordaba las palabras que habían transformado su vida: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19). Las palabras resonaban en sus oídos como el viento en un mar tormentoso: “Venid en pos de mí . . . ” (Síganme). Como una red lanzada suavemente en las olas encrespadas, esas palabras cautivaron su corazón.

El viaje se inició cuando Andrés escuchó a Juan el Bautista predicando resueltamente sobre la venida del Mesías. Las aguas de las cuales Andrés derivaba su sustento estaban llenas de una multitud arrepentida de aquellos que obedecían la orden de Juan de ser bautizados, y ansiosos de ser perdonados. La pasión de Juan por el Mesías despertó esperanzas en el corazón de Andrés. Los pensamientos del reino venidero le motivaron a esperarlo con ansia mientras lanzaba su red en el Mar de Galilea. Poder ver al Liberador de Israel era un sueño demasiado hermoso para él.

No obstante, llegó el día en que Juan proclamó: “He aquí el Cordero de Dios” (Juan 1:36). Cuando Andrés habló con el Señor Jesús, pronto descubrió que ese Maestro provenía de Dios. Tal y como el fuerte tirón en el cordel de pesca indica que un gran pez ha mordido el anzuelo, el tirón en el corazón de Andrés era evidencia de que había entrado en relación con el Dios viviente.

Inmediatamente Andrés se lo comunicó a su hermano Simón y lo llevó donde el Señor posaba. Cuando Jesús los llamó a seguirlo, tanto él como Simón dejaron sus embarcaciones, sus redes y todo lo que tenían para seguir a quien los transformaría en pescadores de hombres.

Y había sido muy sencillo mientras el Señor estuvo entre ellos. Así como Andrés había capturado muchos peces de las aguas a su barca, ahora buscaría a los perdidos y los llevaría al Señor Jesús. El Salvador se encargaría de lo demás. Para ellos fue de mucho gozo traer a otros a Cristo y ver con sus propios ojos que sus vidas eran transformadas.

Andrés comenzó a entender ese principio cuando el Señor predicaba a las multitudes en el monte. El Maestro se preocupó porque la gente tenía hambre, así que cuando le llamó la atención el aroma familiar del pescado, Andrés entró en acción. Asió entre sus dedos la burda túnica al llevar a un muchachito hacia el Señor: “Aquí está un muchacho, que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos”, anunció mientras se acercaba al Maestro (Juan 6:9). Milagrosamente el Señor alimentó a esa gran multitud con lo poco que tenía ese muchachito. Nada era imposible para el Mesías.

No obstante, había sido muy sencillo mientras el Señor estaba entre ellos, pero Andrés estaba tan desalentado como los demás cuando el Señor murió en la cruz. Al verlo crucificado, ya no supo a dónde dirigir a aquellos que andaban en busca de esperanza. El bote que él creía que llevaba a la salvación parecía haberse hundido bajó las aguas turbulentas de la política y la religión de estado. El Señor había partido, ¿de qué servía ser pescador de hombres si ya no había un Mesías al cual traerlos?

Pero la crucifixión no fue el final. La resurrección comprobó que el Señor estaba vivo, que había conquistado a la muerte. Tras de una noche de trabajo inútil, el Mesías resucitado apareció a los pescadores frustrados y les ordenó que echaran su red en el mar. Al hacerlo, el número de peces que pescaron era tan grande que no pudieron subirlos a la embarcación. En ese instante fue muy claro para Andrés cuál sería su misión: continuar trayendo a otros al Salvador y el Señor haría lo demás. Al tener en la palma de la mano uno de los peces obtenidos en la pesca milagrosa, las lágrimas en su rostro expresaron con gozo el llamado que él había aceptado: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”.

Andrés pasó el resto de su vida trayendo a muchos al Salvador. La historia relata que llevó el evangelio a Escitia, Grecia, Asia Menor y Tracia, y murió al ser crucificado. Andrés fue poderoso en espíritu porque sabía que lo que más necesitaba la humanidad era conocer al Mesías. La fe del pescador llevó a muchos perdidos al Salvador. En la actualidad lo más urgente en el ministerio sigue siendo lo mismo: traer a la gente a conocer al Cristo y el Señor hará lo demás. Sigamos su llamado y Él también nos hará pescadores de hombres.

Tomado de En Contacto


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