Las Dos Clases (D. L. Moody)

«Dos hombres subieron al templo a orar» -Lucas 18:10.

AHORA quiero hablar de las dos clases:
1. Primero, aquellos que no sienten su necesidad de un Salvador, los que no han sido convencidos de pecado por el Espíritu; y
2. Segundo, aquellos que están convencidos de pecado y exclaman: «¿qué es menester que yo haga para ser salvo?»(Hechos 16:30).
Todos los indagadores pueden ser clasificados bajo dos categorías: o tienen el espíritu del fariseo, o el espíritu del publicano.

Si un hombre con el espíritu del fariseo se acerca después de una reunión, no conozco de mejor porción de la Escritura para su caso que Romanos 3:10:

«Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios»

Pablo está hablando aquí del hombre natural.

«Todos se apartaron, a una fueron hechos inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno»

Y en el versículo 17 y los siguientes, tenemos:

«Y camino de paz no conocieron: No hay temor de Dios delante de sus ojos. Empero sabemos que todo lo que la ley dice, a los que están en la ley lo dice, para que toda boca se tape, y que todo el mundo se sujete a Dios.»

¿Quién ha pecado?

Entonces observe la última cláusula del versículo 22:

«Porque no hay diferencia; por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios»

No parte de la familia humana, sino todos, «pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios.» Otro versículo que ha sido muy usado para convencer a los hombres de su pecado es 1 Juan 1:8:

«Si dijéremos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros.»

Recuerdo que en una ocasión estábamos realizando reuniones en una ciudad del Este de cuarenta mil habitantes; y una dama vino y nos pidió que oráramos por su esposo, a quien quería traer después de la reunión. Yo viajé mucho y encontré muchos hombres farisaicos; pero éste estaba tan acorazado en su justicia propia que no se podía encontrar por ningún lado el punto para convencerle. Le dije a su esposa: «Me alegra ver su fe: pero no podemos acercarnos a él; él es el hombre con mayor justicia propia que alguna vez vi.» Ella dijo: «¡Usted debe! Mi corazón se quebrará si estas reuniones terminan sin su conversión.» Ella persistió en traerlo; yo casi me hastié de verlo.

Pidió oraciones para él

Pero hacia el fin de nuestras reuniones de treinta días, él se acercó a mí y puso su temblorosa mano sobre mi hombro. El lugar en el que se hacían las reuniones estaba bastante frío, y había un cuarto adjunto en el que se había encendido una estufa; y él me dijo: «¿No puede entrar aquí por unos minutos?» Yo pensé que estaba temblando de frío, y yo personalmente tampoco quería ir donde estaba más frío. Pero él dijo: «Yo soy el peor hombre en el Estado de Vermont . Quiero que ore por mí.» Yo pensé que había cometido un asesinato, o algún otro terrible crimen; y le pregunté: «¿Hay algún pecado que le preocupe especialmente?» Y él dijo: «Mi vida entera ha sido un pecado. Yo he sido un orgulloso, fariseo con propia justicia. Quiero que ore por mí.» Él estaba bajo una profunda convicción. El hombre no podría haber producido este resultado; pero el Espíritu lo hizo. Alrededor de las dos de la mañana la luz entró en su alma; y él fue de arriba a abajo por la calle comercial de la ciudad y dijo lo que Dios había hecho por él; y ha sido un cristiano sumamente activo desde entonces.

Hay otros cuatro pasajes en relación con los indagadores, que fueron empleados por Cristo mismo.

En Lucas 13:3 leemos:

1. «Si no os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente.»

En Mateo 18, cuando los discípulos fueron a Jesús para saber quien era el más grande en el Reino de los Cielos, se nos dice que tomó a un niñito y lo puso en el medio y dijo:

2. «De cierto os digo, que si no os volviereis, y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (18:1-3).

Hay otro importante «Si» en Mateo 5:20:

3. «Si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los Fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.»

Un hombre debe ser apto antes de querer entrar al reino de Dios. Preferiría entrar al reino con el menor de los hermanos que permanecer afuera con el mayor [de los hermanos de la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32)]. El cielo sería el infierno para uno así. Un hermano mayor que no podía gozarse por el retorno de su hermano menor, no sería «apto» para el reino de Dios. Esto es algo solemne para contemplar; pero la cortina se baja y lo deja afuera, y al hermano menor adentro. Para él parece apropiado el lenguaje del Salvador hablando en otras circunstancias:

4. «De cierto os digo, que los publicanos y las rameras os van delante al reino de Dios.» (Mateo 21:31).

Defendiendo al hermano mayor

Una dama vino una vez a mí y quería un favor para su hija. Ella dijo: «Debe recordar que no simpatizo con usted en su enseñanza.» Le pregunté: «¿Cuál es su inquietud?» Ella dijo: «Creo que su maltrato por el hermano mayor es horrible. Creo que él es de un noble carácter.» Le dije que estaba deseoso de oírla defenderlo; pero que era una cosa solemne tomar semejante posición; y que el hermano mayor necesitaba convertirse tanto como el menor. Cuando la gente habla de ser moral es muy bueno hacerles dar una buena mirada al hombre anciano hablando con su muchacho [el hermano mayor] que no quería entrar [Lucas 15:28].

Pero continuaremos ahora con la otra clase con la que debemos tratar. Está compuesta por los que están convencidos de pecado, quienes exclaman como el carcelero de Filipos: «¿Qué es menester que yo haga para ser salvo?» Para aquellos que pronuncian este doloroso clamor no hay necesidad de impartirles la ley. Es bueno traerlos directamente a la Escritura:

«Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo» (Hechos 16:31).

Muchos fruncirán el ceño y le dirán: «No sé lo que es creer». Y aunque la ley del cielo es que deben creer para ser salvados, todavía preguntan por algo más aparte de eso. Debemos decirles qué, y dónde, y cómo creer.

En Juan 3:35 y 36 leemos:

«El Padre ama al Hijo, y todas las cosas dio en su mano. El que cree en el Hijo, tiene vida eterna; mas el que es incrédulo al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.»

Esto parece razonable

El hombre perdió la vida por la incredulidad -por no creer la palabra de Dios; y recuperamos la vida por creer -tomándole a Dios su palabra. En otras palabras somos levantados donde Adán cayó. Él tropezó y cayó por la piedra de la incredulidad; y somos levantados y puestos erguidos por creer. Cuando la gente diga que no puede creer, muéstrele lo que está escrito y dígales justo esto: «¿Ha roto Dios su promesa alguna vez en estos seis mil años?» El diablo y los hombres han estado tratando todo el tiempo y no han tenido éxito en mostrar que Él haya quebrantado una sola promesa; y habrá júbilo en el infierno hoy si una palabra que Él ha hablado pudiera ser quebrantada. Si un hombre dice que no puede creer es bueno insistir sobre eso sólo.

Puedo creer más en Dios hoy que en mi propio corazón:

«Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jeremías 17:9).

Puedo creer más en Dios que en mí mismo. Si quiere conocer el camino de la vida, crea que Jesucristo es un Salvador personal, líbrese de doctrinas y credos, y acuda directamente al corazón del Hijo de Dios. Si se ha estado alimentando en una doctrina seca no hay mucho crecimiento en esa clase de comida. Las doctrinas son al alma lo que las calles que llevan a la casa de un amigo que me ha invitado a comer son al cuerpo. Ellas me llevarán allí si tomo la correcta; pero si permanezco en las calles mi hambre nunca será satisfecha. Alimentarse con doctrinas es como tratar de vivir de cáscaras secas; y ciertamente, permanecerá flaca el alma que no participe del Pan enviado desde el cielo.

Algunos preguntan: «¿Cómo mantendré alentado a mi corazón?» Creyendo. No obtendrá poder para amar y servir a Dios hasta que crea.

El apóstol Juan dice:

«Si recibimos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor; porque éste es el testimonio de Dios, que ha testificado de su Hijo. El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo: el que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso; porque no ha creído en el testimonio que Dios ha testificado de su Hijo. Y este es el testimonio: Que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida: el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida» (1 Juan 5:9-12).

El valor del testimonio de los hombres

Los negocios humanos se paralizarían si no aceptáramos el testimonio de los hombres. ¿Cómo progresaríamos en la comunicación ordinaria de la vida y cómo progresaría el comercio, si no consideráramos el testimonio de los hombres? ¡Los asuntos sociales y comerciales llegarían a un punto muerto en cuarenta y ocho horas! Este es el sentido del argumento del Apóstol aquí. «Si recibimos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios es mayor». Dios ha dado testimonio de Jesucristo y si los hombres pueden creer a sus semejantes que frecuentemente están diciendo mentiras y siendo constantemente hallados infieles, ¿porqué no le tomaríamos la palabra a Dios y no le creeríamos su testimonio?

La fe es una creencia en un testimonio. No es un salto en la oscuridad, como algunos nos dicen. Eso absolutamente no sería fe. Dios no pide a ningún hombre que crea sin dar algo para creer. Usted también podría pedir a un hombre que vea sin ojos; que oiga sin oídos; y que camine sin pies de la misma forma que ofrecerle que crea sin darle algo para creer.

Cuando partí para California conseguí una guía de viajes. Ésta me decía, que después de salir del Estado de Illinois, debía cruzar el río Misisipi, y luego el Missouri; entrar a Nebraska; luego ir por la Montañas Rocallosas hasta el asentamiento mormón en la ciudad de Salt Lake, y proseguir por el camino de la Sierra Nevada en San Francisco. Encontré que la guía de viajes estaba correcta a medida que avanzaba; y yo debería ser un miserable escéptico si, habiéndose probada correcta tres cuartos del camino, hubiera dicho que no le creería por el resto del viaje.

Supongamos que un hombre, al dirigirme a la oficina de correos, me diera diez marcas en el camino; y que, en mi avance, encontrara nueve de ellas como él me dijo; tendría una buena razón para creer que estaba llegando a la oficina de correos.

Y si, por creer, obtengo una nueva vida, y una esperanza, una paz, un gozo, y un reposo para mi alma, que nunca antes tuve; si obtengo autocontrol, y encuentro que tengo poder para resistir al mal y para hacer el bien, tengo suficiente prueba de que estoy en el camino correcto a la «ciudad con fundamentos, el artífice y hacedor de la cual es Dios» (Hebreos 11:10). Y si las cosas han sucedido, y están sucediendo ahora, como está registrado en la Palabra de Dios, tengo buena razón para concluir que lo que resta será cumplido. Y todavía la gente habla de dudar. No puede haber verdadera fe donde hay temor. La fe es tomarle la palabra a Dios, incondicionalmente. No puede haber verdadera paz donde hay temor. «El perfecto amor echa fuera el temor» (1 Juan 4:18). ¡Qué miserable sería una esposa si dudara de su marido! ¡y qué miserable se sentiría una madre si después de que su muchacho partiera del hogar ella tuviera razones, a causa del olvido de él, a cuestionar la devoción de aquel hijo! El verdadero amor nunca tiene una duda.

Conocimiento, aceptación, apropiación

Hay tres cosas indispensables para la fe: conocimiento, aceptación, y apropiación.

Debemos conocer a Dios.

«Esta empero es la vida eterna: que te conozcan el solo Dios verdadero, y a Jesucristo, al cual has enviado» (Juan 17:3).

Luego no sólo debemos dar nuestra aceptación a lo que conocemos; sino que debemos apropiarnos de la verdad. Si un hombre simplemente da su asentimiento al plan de salvación, eso no lo salvará. Debe aceptar a Cristo como su Salvador. Debe recibirlo y apropiarse de Él.

Algunos dicen que no saben cómo puede ser afectada la vida de un hombre por lo que cree. Pero que alguno grite que algún edificio dentro del cual estemos sentados, se está incendiando; y veríamos cuán rápidamente actuaríamos por nuestra creencia y así saldríamos. Todo el tiempo somos influenciados por lo que creemos. No podemos evitarlo. Y que un hombre crea el testimonio que Dios ha dado de Cristo, y eso afectará muy rápidamente toda su vida.

Tomemos Juan 5:24. Hay bastante verdad en ese solo versículo para que toda alma dependa de él para salvación. Éste no admite sombra de duda.

«De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene –tiene- vida eterna; y no vendrá a condenación, mas pasó de muerte a vida.»

Ahora bien, si alguien oye realmente la palabra de Jesús y cree con el corazón a Dios que envió al Hijo para ser el Salvador del mundo, y se sujeta y se apropia de esta gran salvación, no hay temor de juicio. Él no estará mirando hacia delante con temor al Gran Trono Blanco; porque leemos en 1 Juan 4:17:

«En esto es perfecto el amor con nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo.»

Si creemos, no hay condenación para nosotros, no hay juicio. Eso está detrás nuestro, y ha pasado, y tendremos confianza en el día del juicio.

Tenía el perdón en su bolsillo

Recuerdo haber leído de un hombre que estuvo enjuiciado por su vida. Él tenía amigos con influencia; y ellos consiguieron un perdón para él de parte del rey con la condición de que atravesaría el juicio, y sería condenado. Él fue a la corte con el perdón en su bolsillo. Los sentimientos aumentaron mucho en su contra, y el juez dijo que la corte estaba impactada porque él estaba tan despreocupado. Pero, cuando se pronunció la sentencia, extrajo el perdón, lo presentó, y salió como un hombre libre. Él había sido perdonado; y así lo somos nosotros. Que venga entonces la muerte, no tenemos nada que temer. Todos los sepultureros del mundo no pueden cavar una tumba suficientemente grande y suficientemente profunda y suficientemente hermética como para retener a la vida eterna. La muerte ha puesto su mano sobre Cristo una vez, pero no lo hará nunca más.

Jesús dijo:

«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente.» (Juan 11:25-26).

Y en el Apocalipsis leemos lo que el Salvador resucitado dijo a Juan:

«Y [yo soy] el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos» (Apocalipsis 1:18).

La muerte no puede tocarle nuevamente.

Por creer obtenemos la vida. De hecho obtenemos más que lo que Adán perdió; porque el redimido hijo de Dios es heredero a una herencia más rica y gloriosa que Adán nunca podía haber concebido en el Paraíso: ¡sí!, y esa herencia dura para siempre -no puede ser quitada.

Prefiero mucho más tener mi vida escondida con Cristo en Dios que haber vivido en el Paraíso; porque Adán podía haber pecado y caído después de haber estado allí diez mil años. Pero el creyente está más seguro, si estas cosas se vuelven reales para él. Hagámoslas un hecho, y no una ficción. Dios lo ha dicho, y eso es suficiente. Confiemos en Él aún donde no podamos ver una señal suya. Que nos anime la misma confianza que tenía la pequeña Maggie como lo relata el siguiente simple pero conmovedor incidente que leí en Bible Treasury:

La historia de Maggie

«Había estado ausente de mi hogar por algunos días, y me preguntaba, cuando me acercaba a casa, si mi pequeña Maggie, apenas capaz para sentarse sola, me recordaría. Para probar su memoria, me puse donde no podía ser visto por ella, y dije su nombre en el tono habitual: ‘¡Maggie!’ Ella dejó sus juguetes, miró alrededor de la habitación, y entonces miró a sus juguetes. De nuevo repetí su nombre: ‘¡Maggie!’ y ella una vez más examinó la habitación, pero, no viendo el rostro de su padre, parecía muy triste, y lentamente retomó su ocupación. Una vez más la llamé: ‘¡Maggie!’ cuando, soltando sus juguetes, y rompiendo a llorar, estiró sus brazos en la dirección desde donde provenía el sonido, sabiendo que, aunque no podía verlo, su padre debía estar allí PORQUE ELLA CONOCÍA SU VOZ.»

Entonces, tenemos poder para ver y oír, y tenemos poder para creer. Es una locura absoluta para los indagadores que naufraguen porque no pueden creer. Ellos pueden, si quieren. Pero el problema con la mayoría de la gente es que relacionan SENTIR con CREER. Ahora bien, Sentir no tiene nada que ver con Creer. La Biblia no dice: el que siente, o el que siente y cree, tiene vida eterna. Nada de eso. No puedo controlar mis sentimientos. Si pudiera, nunca me sentiría enfermo, o tendría dolor de cabeza o dolor de muela. Estaría bien todo el tiempo. Pero puedo creer a Dios; y si nos apoyamos en esa roca, que las dudas y temores vengan y que las olas emerjan alrededor nuestro, el ancla se mantendrá.

La correcta clase de fe

Algunas personas están todo el tiempo mirando a su fe. La fe es la mano que toma la bendición. Escuché esta ilustración de un mendigo. Suponga que usted encontrara a un hombre a quien ha conocido por años como estando acostumbrado a mendigar; y usted le ofreciera algo de dinero, y él le dijera:

«Le agradezco; no quiero su dinero: no soy un mendigo.»

«¿Cómo es eso?»

«La noche anterior un hombre puso mil dólares en mis manos.»

«¡¿Lo hizo?! ¿Cómo supo que era buen dinero?»

«Lo llevé al banco y lo deposité y obtuve una cuenta bancaria.»

«¿Cómo obtuvo este regalo?»

«Yo le pedí una limosna; y después de que el caballero habló conmigo sacó mil dólares en efectivo y los puso en mi mano.»

«¿Cómo sabe que los puso en la mano correcta?»

«¿Qué importancia tiene cuál mano?; simplemente así obtuve el dinero.»

Muchas personas siempre están pensando si la fe con la cual se aferran de Cristo es de la clase correcta -pero lo que es mucho más esencial es ver que tenemos la clase correcta de Cristo.

La fe es el ojo del alma; ¿y quién pensaría alguna vez en sacarse un ojo para ver si es de la clase correcta mientras que la vista es perfecta? No es mi sentido del gusto, sino lo que como, lo que satisface mi apetito. Entonces, queridos amigos, el medio de nuestra salvación es tomarle a Dios su palabra. La verdad no puede ser hecha más simple.

Hay un hombre que vive en la Ciudad de Nueva York que tiene una casa junto al Río Hudson. Su hija y la familia de ella fueron a pasar el invierno con él; y durante la temporada estalló la escarlatina. Una niña fue puesta en cuarentena, para separarla del resto. Cada mañana el anciano abuelo acostumbraba ir y decía «hasta luego» a su nieta», a su nieta antes de ir a sus ocupaciones. En una de esas ocasiones la pequeñita tomó al anciano por la mano, y, llevándolo a una esquina de la habitación, sin decir una palabra le señaló al suelo donde ella había preparado algunas galletitas que formaban las siguientes palabras: «Abuelo, quiero una caja de pinturitas.» Él no dijo nada. Al volver a casa colgó su sobretodo y fue a la habitación como de costumbre; cuando su pequeña nietita, sin ver si su deseo había sido cumplido, lo llevó al mismo rincón, donde él vio escrito de la misma manera: «Abuelo, te agradezco por la caja de pinturitas.» El anciano hombre no habría fallado en gratificar a la niña por nada. Eso era fe.

La fe es tomarle la palabra a Dios; y aquellos que quieren alguna señal siempre están en problemas. Queremos llegar a esto: DIOS LO DICE: CREÁMOSLO.

Pero algunos dicen, la Fe es un don de Dios. Así también lo es el aire; pero usted debe respirarlo. Así también lo es el pan; pero usted debe comerlo. Así también lo es el agua; pero usted debe beberla. Algunos están esperando una milagrosa clase de sentimiento. Eso no es la fe.

«La fe es por el oír; y el oír por la palabra de Dios» (Romanos 10:17).

De allí viene la fe. No por sentarme y esperar que venga arrebatándome con una sensación extraña; sino que es por tomarle a Dios su palabra. Y usted no puede creer, a menos que tenga algo para creer. Entonces tome la Palabra como está escrita, y aprópiese de ella, y aférrese a ella.

En Juan 6:47-48 leemos:

«De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida.»

Allí está el pan justo a la mano. Participe de éste. Yo podría tener mil panes en mi casa, e igual cantidad de hombres hambrientos esperando. Ellos podrían aceptar el hecho de que el pan está allí; pero a menos que cada uno de ellos tome un pan y empiece a comerlo, su hambre no sería satisfecha. Así Cristo es el Pan del cielo; y como el cuerpo se alimenta de la comida natural, así el alma debe alimentarse de Cristo.

La fe ilustrada

Si un hombre que se está ahogando ve una soga arrojada para rescatarlo, él debe aferrarse a ella; y para hacerlo debe soltar cualquier otra cosa. Si un hombre está enfermo él debe tomar la medicina -porque simplemente mirarla no le curará. Un conocimiento de Cristo no ayudará al que busca, a menos que crea en Él, y lo tome como su única esperanza. Los israelitas mordidos podrían haber creído que la serpiente [de metal] estaba levantada; pero a menos que la miraran no habrían vivido.

«Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo: y murió mucho pueblo de Israel. Entonces el pueblo vino a Moisés, y dijeron: Pecado hemos por haber hablado contra Jehová, y contra ti: ruega a Jehová que quite de nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo. Y Jehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre la bandera: y será que cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá. Y Moisés hizo una serpiente de metal, y púsola sobre la bandera, y fue, que cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de metal, y vivía» (Números 21:6-9).

Yo creo que una cierta línea de barcos a vapor me transportarán a través del océano, porque lo he comprobado; pero esto no ayudará a otro hombre que quiera ir, a menos que actúe basado en mi conocimiento. Así un conocimiento de Cristo no ayuda a menos que actuemos basados en él. Eso es lo que significa creer en el Señor Jesucristo. Es actuar basados en lo que sabemos. Como un hombre sube a bordo de un barco a vapor para atravesar el Atlántico, así debemos tomar a Cristo y hacer una entrega de nuestras almas a Él; y Él ha prometido guardar a todos los que ponen su confianza en Él. Creer en el Señor Jesucristo es simplemente tomarle la palabra.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_bye.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_good.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_negative.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_scratch.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_wacko.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_yahoo.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_cool.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_heart.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_rose.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_smile.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_whistle3.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_yes.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_cry.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_mail.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_sad.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_unsure.gif 
https://www.ibws4u.com/wp-content/plugins/wp-monalisa/icons/wpml_wink.gif