Humillándonod En Tiempo De Aflicción (Salmo 6)

SALMO 6
HUMILLANDONOS EN TIEMPO DE AFLICCION
 
I. Reconociendo nuestra aflicción.
II. Reconociendo nuestro estado espiritual.
III. Reconociendo nuestros privilegios delante de Dios.


SALMO 6
«HUMILLANDONOS EN TIEMPO DE AFLICCION»

En la narración de este Salmo encontramos la confrontación de un alma que tiene problemas con Dios. Es como si se reflejara el alma de cada uno de nosotros. Por lo tanto es de esperar que al leer el libro de los Salmos podamos identificarnos tan cerca del escritor que veamos nuestra propia vida, porque esa ha sido la intención de Dios al darnos este libro, es decir, poder vernos a nosotros mismos y ver la solución de Dios a nuestra vida.

Aquí vemos al salmista el rey David humillándose en un tiempo de aflicción. El se confronta directamente con Dios en un momento difícil de su vida. Hay tres aspectos importantes en este Salmo que podemos ver claramente, dividirlos y en cada uno de ellos tomar una idea más cerca del mismo. ¿Cómo lo haremos? :

1) Reconociendo nuestra aflicción.
2) Reconociendo nuestro estado espiritual.
3) Reconociendo nuestros privilegios delante de Dios.
I) Tomemos el primero de estos puntos y al mirar en el examinemonos un poquito el estado de nuestra vida, reconociendo nuestra aflicción.

a) En primer lugar, el salmista tiene miedo de la ira de Dios cuando dice: «Jehová, no me reprendas en tu enojo, ni me castigues con tu ira». (Vr.1). El salmista se encuentra en un estado de aflicción que indica que algo anda mal. He leído a muchos historiadores y amigos que han estudiado este Salmo y están divididos en el concepto. ¿Por qué David lo escribió? Pero al examinar la historia israelita nos damos cuenta que algo anduvo mal en la vida de David, y debía ser castigado y entonces reconoce su aflicción. ¿Cuál es la primera de las aflicciones que más lo sacude? El pensamiento de que Dios lo ha de castigar en su vida; él dice: «Jehová, no me reprendas en tu enojo, ni me castigues con tu ira». ¿Sabíamos que Dios puede llegar a airarse de sus hijos debido a la desobediencia? ¿No nos da esto temor? ¿No nos llama la atención que un rey como el rey David diga: «Señor, te imploro que me castigues en mi vida»? Muchas veces pecamos y nos damos cuenta del pecado pero lo ignoramos, ¿verdad? Estamos provocando a Dios a que nos castigue, y si Dios lo hace sin duda lo hemos de lamentar. «No me castigues con tu ira…» David reconoce en su aflicción la ira de Dios.

b) En segundo lugar, él tiene conocimiento de su propia flaqueza: «Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo; sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen». (Vr.2) Debemos clarificar que no es una enfermedad física lo que acosa al salmista, sino una enfermedad espiritual; algo anduvo mal como dijimos al principio. Hubo alguna desobediencia en algún lugar en la trayectoria de la vida de David. Ahora él se da cuenta y antes de pedir perdón por su pecado y reconocer la misericordia de Dios, reconoce lo que Dios puede hacer en virtud de lo que él cometió. Por ello pone en evidencia su estado de aflicción, pidiéndole a Dios que no lo castigue como asimismo que reconozca su debilidad.

c) En tercer lugar, expresa su propia turbación: Mi alma también está muy turbada; y tú, Jehová, hasta cuando?» Pecamos y pecamos sin sentir remordimiento, pero en un momento dado pareciera que el cielo se nos cae encima. Nos damos cuenta del error y entonces nos expresamos abiertamente como el salmista: Mi alma también está muy turbada; y tú, Jehová, hasta cuando»? Aquí expresa su propia turbación, su propio dolor. Es como si dijera: ¡Señor, cuánto más tú que estuviste esperando que yo me arrepienta! Eso es estar afligido, eso es tener una conciencia clara, un remordimiento perceptible.

d) En cuarto lugar, el Vr. 4 dice que le confiesa a Dios lo que está necesitando en su vida: «Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma; sálvame por tu misericordia». El rey David le dice a Jehová que no tiene comunióncon El. «Vuélvete, oh Jehová, libra mi alma de la aflicción. Oh Jehová, quiero estar cara a cara contigo; quiero cobijarme bajo tus hombros; quiero sentirme protegido con tu mano». David desea lo que ha perdido. El Salmo no dice cómo lo perdió; el Salmo no dice de qué manera él llegó a estas conclusiones, pero sí nos dice que llegó a humillarse a través de la aflicción, y tomando conciencia de su aflicción.

¿Nos perturbamos cuando vemos que hemos pecado y seguimos insensitivos en nuestra vida? ¿Cuál es nuestra reacción cuando luego nos arrepentimos y nos volcamos a Dios y decimos: ¿Cómo pudo pasar esto en mi vida? También este vr.4 expresa la verdadera aflicción del salmista: El haber perdido la comunión con el Padre. No de haber perdido la salvación la cual no se pierde porque es una relación, pero sí haber perdido la comunión con el Padre. No de haber perdido la salvación la cual no se pierde porque es una relación, pero sí haber perdido la comunión y el compañerismo. ¿Recordamos cuando éramos niños y vivíamos en la casa de nuestra abuela o la visitábamos en su casa, y ella tenía esos frascos de dulce preparados con mermeladas y estaban recién hechitos? Entonces, cuando la abuela salía por un momento al patio, ¿qué pasaba? Recuerdo lo que yo hacía, iba corriendo y con una cuchara me ponía a comer algo de mermelada. Pero recuerdo que con el apuro de que la abuela volviera, el frasco se cayó al suelo y se rompió ¡oh! ¿y ahora qué le digo a mi abuela? Mi corazón se afligió porque se había roto la comunión entre ella y yo. Eso mismo ocurre cuando perdemos la comunión con Dios. ¡Cuánto sufrimos! ¿verdad? Reconocer nuestra aflicción es nuestro deber. David imploró a Dios para que él lo tratara como uno de sus hijos y no como un rebelde.

Bien, resumiendo brevemente, humillándonos en tiempo de aflicción, primero, pedirle a Dios que nos considere como hijos y no como rebeldes a través del reconocimiento de la ira de Dios, a través del reconocimiento de nuestra propia flaqueza, a través del reconocimiento de nuestro propio estado moral, y a través del reconocimiento de nuestro propio estado espiritual.

II. Ahora, reconociendo su estado espiritual, David llega al punto de pensar en sí mismo, y vemos que en el segundo aspecto de esta humillación él dice: «Me he consumido a fuerza de gemir; todas las noches inundó de llanto mi lecho, riego mi cama con lágrimas». (Vr.6). Nos habla del primer reconocimiento debido a que David tiene dentro de su propia vida un espíritu que está constreñido. Entonces él no puede curarse a sí mismo ese remordimiento interior, y por más que ha llorado como pago de lo que ha hecho, siente que no hay paz en su vida.

El Vr. 7 nos habla de algo muy práctico y real: «Mis ojos están gastados de sufrir; Se han envejecido a causa de todos mis angustiadores». El reconocimiento de nuestro estado espiritual se ve de dos maneras: 1) en el gozo que tenemos y 2) en la expresión de nuestro rostro. Un hombre de paz tiene un rostro de paz; un hombre que confía en Dios tiene un espíritu dulce. Pero vemos que David experimenta en los vrs. 6 y 7 lo contrario. Experimenta que esa contricción es espiritual, y que esas dificultades espirituales lo han consumido porque el gemir no lo ha curado. Aún ese gemir lo ha llevado a cambiar su semblante, y lejos de ser aquel joven que pastoreaba las ovejas allí en los campos de Judea. Ahora reconoce que tiene sus ojos gastados de sufrir; su rostro se ha envejecido como resultado de lo que está sufriendo en el interior de su alma.

Para el creyente, la hora más oscura de su vida está en el mismo nivel como se sentía David. Con esto queremos decir que cuando el creyente llega al momento de la consumación de todas sus fuerzas, cuando puede expresar que ha consumido todos los recursos y se abre frente a Dios y le cuenta cómo se siente, esa es la hora más oscura; la próxima será las clara, la otra más clara, llegará la mañana y le alumbrará y entonces ese creyente podrá ver la paz de Dios.

Digamos entonces que hasta que no reconozcamos nuestro estado espiritual frente a Dios, no podrá haber reconciliación ni paz con él. Ese es el espíritu de humillación con el que David nos enseña a orar.

III. Ahora los Vrs. 8 al 10 nos hablan que David reconoce los privilegios que le son suyos como hijo de Dios: Apartados de mi, todos los hacedores de iniquidad; Porque Jehová ha oído la voz de mi lloro. Jehová ha oído mi ruego; ha recibido Jehová mi oración. Se avergonzarán y se turbarán mucho todos mis enemigos;se volverán y serán avergonzados de repente». ¿Cuál es el reconocimiento de nuestros privilegios? La seguridad de que Dios nos oye. ¿Qué es lo que tenemos que hacer para que Dios nos oiga El Salmo 66:18 nos da la respuesta de los grandes privilegios que como cristianos tenemos en tiempos de humillación: «Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado». ¿Cómo podemos estar seguros como David lo estaba de acuerdo al vr. 9 donde él dice: «Jehová ha oído mi ruego; ha recibido Jehová mi oración».? Bueno, una de las conclusiones la tenemos en el Salmo 66:18 que hemos leído. Allí podemos ver con claridad que si guardamos iniquidad en nuestro corazón, por más que oremos y clamemos, Dios no escuchará nuestro gemido. ¿Por qué? Porque Dios demanda santidad primero, y luego entonces escucha nuestro hablar.

Humillándonos en tiempo de aflicción fue el criterio de este Salmo. En primer lugar hemos visto el reconocimiento de la aflicción. Dios no puede solucionar nuestro problema hasta que mostremos suficientes evidencias de que creemos que estamos en problemas. David vio que la ira de Dios se iba a descargar y dijo: Señor, detente», pero al mismo tiempo mostró sus propias imposibilidades de salvarse a sí mismo y dijo: «Señor, soy un hombre que no tiene capacidad para ello (Vr.2). Pero al mismo tiempo, no se justificó ni se excusó delante de Dios. «Señor, estoy turbado porque llegué a hacer tal y tal cosa». Luego dice: «Señor, lo que más me aflige no es lo que yo halla perdido como resultado de mi pecado, sino que te he perdido a ti». No vivamos por vivir, sino que vivamos con un objetivo, el objetivo primordial es la comunión con nuestro Dios. Unámonos a nuestro Dios, busquemos esa unión permanente, y reconozcamos nuestro estado espiritual. Por más que lloremos no podremos arreglar nada por nuestros propios medios. Por más que cambiemos nuestro rostro, no vamos a poder hacer nada para nuestro beneficio. Hay un solo medio por el cual Dios puede ayudarnos, y es cuando con sinceridad nos humillamos. Si nos humillamos delante de El y reconocemos su santidad y le pedimos su ayuda para los momentos en que vivimos, cuando estamos con problemas y conflictos espirituales, entonces nos escucha.

Humillándonos en tiempo de aflicción, reconociendo nuestra aflicción, reconociendo nuestro estado espiritual, reconociendo nuestros recursos, Dios escucha nuestra voz, Quiera Dios que al llegar la noche y disponernos al reposo, al orar a Dios, sintamos profundamente en nuestro corazón que él nos escucha porque nos hemos humillado delante de él. Si no es así, sigamos los pasos que siguió David en este Salmo.

(Programa Radial con Gabriel Otero)

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