Cuando Dios Rompe Su Silencio (John MacArthur)

Cuando Dios rompe su silencio (Apocalipsis 10)

Una pregunta que ha inquietado al pueblo de Dios a lo largo de la historia es por qué Él ha permitido la maldad en el mundo. A menudo los malvados parecen prosperar. El pecado parece que corre desenfrenadamente y sin obstáculos. ¿Por qué, se preguntan las personas, Dios no detiene toda la matanza, la corrupción y el caos que hay en el mundo? ¿Por qué permite que sus hijos sufran? ¿Cuándo prevalecerá la justicia divina, se liberará a los justos y se castigará a los malvados?

En medio de sus pruebas, Job se quejó de que «Prosperan las tiendas de los ladrones, y los que provocan a Dios viven seguros… ¿Por qué viven los impíos, y se envejecen, y aun crecen en riquezas?» (Job 12:6; 21:7). Los salmistas a menudo preguntaron por qué Dios tolera a los hombres malos. En el Salmo 10:1-5 el salmista le pregunta a Dios:

¿Por qué estás lejos, oh Jehová,
Y te escondes en el tiempo de la tribulación? Con arrogancia el malo persigue al pobre; Será atrapado en los artificios que ha ideado. Porque el malo se jacta del deseo de su alma, Bendice al codicioso, y desprecia a Jehová.
El, malo, por la altivez de su rostro, no busca a Dios; No hay Dios en ninguno de sus pensamientos.
Sus caminos son torcidos en todo tiempo; Tics juicios los tiene muy lejos de su vista; A todos sus adversarios desprecia.

«¿Hasta cuándo, oh Dios, nos afrentará el angustiador?», se preguntaba Asaf, «¿Ha de blasfemar el enemigo perpetuamente tu nombre?» (Sal. 74:10-11). En otro Salmo Asaf suplicaba: «Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni te estés quieto. Porque he aquí que rugen tus enemigos, y los que te aborrecen alzan cabeza» (Sal. 83:1-2). En el Salmo 94:3-4 un salmista anónimo se quejaba ante Dios: «¿Hasta cuándo los impíos, hasta cuándo, oh Jehová, se gozarán los impíos? ¿Hasta cuándo pronunciarán, hablarán cosas duras, y se vanagloriarán todos los que hacen iniquidad?»
Haciéndose eco del clamor de los salmistas, Jeremías oró:
Justo eres tú, oh Jehová, para que yo dispute contigo; sin embargo, alegaré mi causa ante ti. ¿Por qué es prosperado el camino de los impíos,
y tienen bien todos los que se portan deslealmente? Los plantaste, y echaron raíces; crecieron y dieron fruto; cerca-no estás tú en sus bocas, pero lejos de sus corazones. Pero tú, oh Jehová, me conoces; me viste, y probaste mi corazón para contigo; arrebátalos como a ovejas para el degolladero, y señálalos para el día de la matanza
(Jer. 12:1-3).
«Muy limpio eres de ojos para ver el mal», afirmó Habacuc, «ni puedes ver el agravio; ¿por qué», prosiguió preguntando el confuso profeta, «ves a los menospreciadores, y callas cuando destruye el impío al más justo que él?» (Hab. 1:1.3). Los mártires de la tribulación en el cielo clamaban a Dios: «¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?» (Ap. 6:10).
Todo el dolor, la tristeza, el sufrimiento y la maldad en el mundo hacen que los piadosos anhelen la intervención de Dios. Viene un día en el que Él romperá su silencio, un día cuando todos los propósitos de Dios con relación a los hombres y al mundo se consumarán. En aquel tiempo, el Señor Jesucristo volverá y establecerá su reino terrenal. Él gobernará con justicia, «con vara de hierro» (Sal. 2:9), y «la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar» (Is. 11:9). Todos los ateos, agnósticos y burladores que se mofaban de la enseñanza de la venida de Cristo (2 P. 3:3-4) quedarán silenciados. El dominio del pecado, las mentiras, los asesinatos, los robos, las guerras y la persecución y el martirio del pueblo de Dios terminarán. Satanás y sus demonios serán atados y lanzados al abismo por mil años (Ap. 20:1-3), imposibilitados de seguir tentando, atormentando o acusando a los creyentes. El desierto se convertirá en huerto florecido (cp. Is. 35:1; 51:3; Ez. 36:34-35), las personas vivirán largamente (Is. 65:20), y habrá paz entre los que anteriormente eran enemigos a todos los niveles de la sociedad, incluso en el reino animal (Is. 11:6-8). Los estragos del pecado, corazones destrozados, relaciones quebrantadas, matrimonios deshechos, familias destruidas, sueños rotos, personas abatidas, se sanarán. El pesar, la tristeza, el lamento y el dolor se desvanecerán como la niebla de la mañana ante el sol del mediodía (cp. Ap. 7:17; 21:4).
El toque de la séptima trompeta, que anuncia la inminente venida y el reinado del Señor Jesucristo, servirá de guía a este día tan esperado: «El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (11:15). La séptima trompeta liberará los vertiginosos siete juicios de las copas que preceden inmediatamente a la venida de Cristo a la tierra (16:1-21).
Pero antes de que se toque la séptima trompeta habrá un intervalo, que se extiende desde 10:1 hasta 11:14, permitiendo a Juan (y a los lectores de la actualidad) hacer una pausa y asimilar las alarmantes verdades que se les acaban de revelar. El intervalo entre la sexta y la séptima trompeta se asemeja a esos intervalos en los juicios de los sellos y las copas. Entre el sexto y el séptimo sellos vino el intervalo del capítulo 7; entre la sexta y la séptima copas viene el breve intervalo de 16:15. Estos intervalos animan al pueblo de Dios en medio de la furia y el horror del juicio divino, y les recuerdan que Dios sigue teniendosoberano control de todos los sucesos. Durante los intervalos, Dios consuela a su pueblo con el conocimiento de que Él no las ha olvidado, y que finalmente tendrán la victoria.
Esto es verdad sobre todo en el más largo (desde el punto de vista de la cantidad de material que se le dedica) de los tres intervalos, el que está entre la sexta y la séptima trompeta (10:1-11:14). Los creyentes que estén vivos durante ese tiempo soportarán los inimaginables horrores de un mundo enloquecido por el pecado y bajo el ataque de los demonios. Como los creyentes de la época de Malaquías (cp. Mal. 3:16-17), temerán ser arrastrados por los juicios divinos que están desolando la tierra. Dios los consolará y les confirmará que Él no los ha olvidado y que aun está en control de todos los acontecimientos y que protege a los suyos.
El capítulo 10 describe los sucesos iniciales de este intervalo en preparación para el toque de la final trompeta. Lo hace al describir cinco elementos extraordinarios: un ángel extraordinario, un hecho extraordinario, una respuesta extraordinaria, un anuncio extraordinario y una tarea extraordinaria.

Leamos Apocalipsis 10:  Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. Tenía en su mano un librito abierto; y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra; y clamó a gran voz, como ruge un león; y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus voces. Cuando los siete truenos hubieron emitido sus voces, yo iba a escribir; pero oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas. Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas. La voz que oí del cielo habló otra vez conmigo, y dijo: Ve y toma el librito que está abierto en la mano del ángel que está en pie sobre el mar y sobre la tierra. Y fui al ángel, diciéndole que me diese el librito. Y él me dijo: Toma, y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel. Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca como la miel, pero cuando lo hube comido, amargó mi vientre. Y él me dijo: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes. (10:1-11)

UN ÁNGEL EXTRAORDINARIO

Vi descender del cielo a otro ángel fuerte, envuelto en una nube, con el arco iris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. Tenía en su mano un librito abierto; (10:1-2a)

Como ocurre en todo Apocalipsis (cp. 4:1; 7:1, 9; 15:5; 18:1; 19:1), eidon (Vi) marca el comienzo de una nueva visión. Después de su visión de las primeras seis trompetas (8:6-9:21), Juan tuvo una visión de alguien a quien no había visto antes. Este ángel fuerte no es uno de los siete ángeles que tocaron las siete trompetas. Destacando las similitudes entre su descripción y la de Cristo en 1:12¬17, y que él, como Cristo, desciende en una nube (cp. 1:7), algunos identifican este ángel como Jesucristo. Pero hay varios factores en contra de tal identificación.

En primer lugar, el empleo de allos (otro de la misma clase) identifica a este ángel como uno exactamente igual a los que anteriormente se mencionaron con las trompetas. Si se estuviera refiriendo a Cristo, se esperaría la palabra heteros (otro de distinta clase), ya que Cristo es esencialmente distinto de los ángeles. A Cristo no se le podía describir como un ángel exactamente igual que los otros ángeles, ya que ellos son creados y Él es el eterno Dios.

En segundo lugar, dondequiera que Jesucristo aparece en Apocalipsis, Juan le da un título inconfundible. A Él se le llama «el testigo fiel, el. primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra» (1:5), el Hijo del Hombre (1:13), el primero y el último (1:17), el que vive (1:18), el Hijo de Dios (2:18), «el Santo, el Verdadero» (3:7), «el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios» (3:14), «el León de la tribu de Judá, la raíz de David» (5:5), el Cordero (6:1, 16; 7:17; 8:1), Fiel y Verdadero (19:11), la Palabra de Dios (19:13) y «Rey de reyes y Señor de señores» (19:16). Es lógico suponer que si el ángel que se analiza fuera Cristo, se le identificaría de manera inconfundible.

En tercer lugar, en Apocalipsis aparecen otros ángeles fuertes, que claramente no pueden identificarse con Cristo (5:2; 18:21). Como a los otros ángeles se les designa así, no hay una razón convincente para asociar ese título con Jesucristo. Además de eso, aunque el Cristo preencarnado apareció en el Antiguo Testamento como el Ángel del Señor, el Nuevo Testamento no se refiere a Él en ninguna parte como un ángel.

En cuarto lugar, es inconcebible que Jesucristo, la segunda persona de la Trinidad, pudiera hacer el juramento que hace este ángel en los versículos 5 y 6: «Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él». Como Él es Dios, el resucitado y glorificado Señor Jesucristo juraría por sí mismo (cp. He. 6:13).

Por último, este ángel descendió del cielo a la tierra. El identificarlo corno Cristo es añadir otra venida de Cristo a la tierra, no predicha en ningún lugar en las Escrituras, y que no está en armonía con las descripciones bíblicas de la Segunda Venida (cp. Mt. 24:30; 25:31; 2 Ts. 1:7-8).
Otros ángeles descritos en las Escrituras tienen el mismo esplendor que tiene este ángel. Ezequie128:11-15 describe la gloriosa apariencia angelical de Lucifer, antes de su rebelión contra Dios:

Vino a mí palabra de Jehová, diciendo:
Hijo de hombre, levanta endechas sobre el rey de Tiro, y dile: Así ha dicho Jehová el Señor:
Tú eras el sello de la perfección,
lleno de sabiduría, y acabado de hermosura.
En Edén, en el huerto de Dios estuviste;
de toda piedra preciosa era tu vestidura;
de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice;
de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro;
los primores de tus tamboriles y flautas
estuvieron preparados para ti en el día de tu creación.
Tú, querubín grande, protector,
yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste;
en medio de las piedras de fuego te paseabas.
Perfecto eras en todos tus caminos
desde el día que fuiste creado,
hasta que se halló en ti maldad.

Daniel tuvo una visión de un ángel, a quien describió como «un varón vestido de lino, y ceñidos sus lomos de oro de Ufaz. Su cuerpo era como de berilo, y su rostro parecía un relámpago, y sus ojos como antorchas de fuego, y sus brazos y sus pies como de color de bronce bruñido, y el sonido de sus palabras como el estruendo de una multitud» (Dn. 10:5-6). (Que el ángel de la visión de Daniel no es el Cristo preencarnado es evidente por el hecho de que requirió de la ayuda de Miguel para luchar contra los demonios, v. 13).
Luego de presentar a este poderoso ángel, Juan describe su espectacular atuendo. Él estaba envuelto en una nube, vistiendo el ropaje del cielo sobre sus poderosos hombros. Esto simboliza su poder, majestad y gloria, y el hecho de que viene trayendo juicio. Las nubes están relacionadas con la segunda venida de Cristo en el juicio en 1:7; 14:14-16; Mateo 24:30; Marcos. 13:26; 14:62 y Lucas 21:27.
Juan también vio un arco iris sobre su cabeza. Iris (arco iris) era la diosa griega que personificaba el arco iris, y servía como mensajera de los dioses. En el griego clásico iris se empleaba para describir cualquier halo brillante que rodeaba a otro objeto, como un círculo rodeando los `ojos’ en una cola de pavo real, o el iris del ojo (Marvin R. Vincent, Word Studies in the Nezo Testament [Estudio de palabras en el Nuevo Testamento] [Reimpreso; Grand Rapids: Eerdmans, 1946]; 2:477). Aquí se describe el arco iris brillante y de muchos colores alrededor de la cabeza del ángel, que refleja su glorioso esplendor. La misma palabra se empleó en 4:3 para describir el arco iris que rodeaba el trono de Dios.
Mientras la nube simboliza juicio, el arco iris representa el pacto de misericordia de Dios en medio del juicio (como lo hizo en 4:3). Después del diluvio, Dios dio el arco iris como la señal de su promesa de que nunca volvería a destruir al mundo con agua (Gn. 9:12-16). El arco iris con el que el ángel está coronado, hablará una vez más al pueblo de Dios de su misericordia en medio del juicio venidero. Malaquías 3:16-4:2 presenta esa misma dualidad de la promesa del pacto de Dios de misericordia para su pueblo en medio del juicio:
Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve. Entonces os volveréis, y discerniréis la, diferencia entre el justo y el malo, entre el que sirve a Dios y el que no le sirve. Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho Jehová de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama. Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada.

Al pasar a describir la apariencia del ángel, Juan observa ante todo que su rostro era corno el sol (cp. 18:1). Su gloria radiante y luminosa, que sobrepasaba ampliamente la de Moisés (cp. Éx. 34:29-35), iluminaba la tierra como el deslumbrante sol del mediodía (cp. 18:1). Sin embargo, esa brillantez no es sino un pálido reflejo-de la Shekiná de Dios, «que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver» (1 Ti. 6:16), porque, como Él 1e dijo a Moisés: «No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá» (Ex. 33:20). La misma gloria brilló en el rostro del exaltado Señor Jesús en 1:16.
Acto seguido Juan describió los pies y las piernas del ángel como columnas de fuego firmes, estables, inconmovibles. Esto simboliza su inexorable santidad al emitir su juicio sobre la tierra, representada aquí como fuego que consume la impiedad (cp. Mal. 4:1).
Algunos señalan que el uso de biblaridion (librito) en el versículo 2 distingue a este libro del biblion («libro») de 5:1. Pero ese razonamiento pasa por alto el hecho de que biblaridion es la forma diminutiva de biblion, y que biblion también se emplea para referirse al librito en 10:8. En vez de diferenciar este libro del libro del capítulo 5, el diminutivo simplemente añade una descripción adicional de él en esta visión. Era necesario que el libro fuera menor por el simbolismo de esa visión, ya que Juan lo debía comer. El empleo del participio hēneōmenon (abierto) subraya la idea de un rollo que se abre; una vez abierto, debe permanecer así. Esto lo identifica aún más con el libro de 5:1, que ya está completamente abierto. El librito abierto en la mano de este extraordinario ángel revela todos los terrores del juicio divino aún por venir.

UN ACTO EXTRAORDINARIO

y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra; y clamó a gran voz, corno ruge un león; y cuando hubo clamado, siete truenos emitieron sus voces. (10:2b-3)

El que el ángel pusiera un pie… sobre el mar y el otro sobre la tierra muestra su gran tamaño desde la perspectiva de la visión de Juan. Como no se da limitación alguna al describir el mar y la tierra, esta acción del ángel muestra la autoridad soberana de Dios para juzgar toda la tierra (cp. 7:2; Ex. 20:4, 11; Sal. 69:34), que pronto retomará del usurpador, Satanás. Pablo escribió: «del Señor es la tierra y su plenitud» (1 Co. 10:26). La acción del ángel anticipa simbólicamente los juicios venideros de las siete trompetas y de las siete copas sobre toda la tierra.
En armonía con su enorme tamaño, el ángel clamó a gran voz, como ruge un león. Su fuerte clamor refleja el poder, la majestad y la autoridad de Dios. Los profetas del Antiguo Testamento también vincularon una voz fuerte, como rugido de león, con juicio. Jeremías predijo que

Tú, pues, profetizarás contra ellos todas estas palabras y les dirás: Jehová rugirá desde lo alto, y desde su morada santa dará su voz; rugirá fuertemente contra su morada; canción de lagareros cantará contra todos los moradores de la tierra (Jer 25:30).

Oseas escribió que «Jehová… rugirá como león; rugirá, y los hijos vendrán temblando» (Os. 11:10), mientras en la profecía de Joel «Jehová rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra» (JI. 3:16). Amós también describe un fuerte clamor de juicio (Am. 1:2; 3:8). Esto no quiere decir que la voz del ángel fuera un aullido incoherente. Más bien estaba hablando clara pero fuertemente para llamar la atención y causar miedo. Lo que realmente dijo el ángel se registra en 10:6.
Después que el ángel clamó, ocurrió algo asombroso: los siete truenos emitieron sus voces; siete habla de plenitud, de algo finalizado y de perfección. A menudo los truenos son presagio de juicio en las Escrituras (cp. 8:5; 11:19; 16:18; 1 S. 2:10; 2 S. 22:14; Sal. 18:13; Jn. 12:28-30). Éxodo 9:23 registra que «Moisés extendió su vara hacia el cielo, y Jehová hizo tronar y granizar, y el fuego se descargó sobre la tierra; y Jehová hizo llover granizo sobre la tierra de Egipto». En 1 Samuel 7:10 «Jehová tronó aquel día con gran estruendo sobre los filisteos, y los atemorizó, y fueron vencidos delante de Israel». Isaías escribió: «Por Jehová de los ejércitos serás visitada con truenos, con terremotos y con gran ruido, con torbellino y tempestad, y llama de fuego consumidor» (Is. 29:6). Estas siete voces fuertes, destructivas y poderosas clamaron por venganza y juicio sobre el mundo pecador. Los truenos estaban separados de la voz del ángel, y pudieran haber representado la voz de Dios (cp. 1 S. 7:10; Sal. 18:13). El texto no dice lo que dijeron los truenos, pero el oírlo sin duda habría añadido terror a la escena del `juicio (cp. 8:5; 11:19; 16:18).

UNA RESPUESTA EXTRAORDINARIA

Cuando los siete truenos hubieron emitido sus voces, yo iba a escribir; pero oí una voz del cielo que me decía: Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas. (10:4)

Los siete truenos no hicieron simplemente un gran ruido, sino que comunicaron información que Juan iba a escribir. En obediencia a los mandamientos de Dios, Juan ya había escrito muchas cosas que había visto en sus visiones. En el capítulo 1 Juan relata que él «estaba en el Espíritu en el día del Señor, y [oyó] detrás de [él] una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Efeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea» (1:10-11). Más adelante en ese capítulo, el Señor Jesucristo, resucitado y glorificado, le ordenó a Juan: «Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas» (1:19). A Juan se le ordenó específicamente, además, escribir cada una de las cartas a las siete iglesias (2:1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14). Más adelante en Apocalipsis, a Juan se le ordenaría una vez más que escribiera la que vio en sus visiones (14:13; 19:9; 21:5).
Pero antes de que Juan pudiera escribir el mensaje de los siete truenos, oyó una voz del cielo (cp. el v. 8; 11:12; 14:2, 13; 18:4) que [le] decía: Sella las cosas que los siete truenos han dicho, y no las escribas. No se revela si la voz era la del Padre, la de Jesucristo, o de otro ángel. Sin embargo, es evidente que la orden la dio Dios, el mismo que le había ordenado escribir (cp. 22:10). No se revela la razón de que a Juan se le prohibiera escribir el mensaje de los siete truenos. Pudiera ser que el juicio que profirieron fuera sencillamente demasiado aterrador para revelarlo. Cualquier especulación sobre el contenido específico de sus mensajes no tiene sentido; si Dios hubiera querido que se supiera, no habría prohibido a Juan escribirlo.
A Daniel también se le prohibió registrar algunos elementos de sus visiones. En Daniel 8:26 se le ordenó: «La visión de las tardes y mañanas que se ha referido es verdadera; y tú guarda la visión, porque es para muchos días». Luego se le dijo: «Anda, Daniel, pues estas palabras están cerradas y selladas hasta el tiempo del fin» (Dn. 12:9). El apóstol Pablo «fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar» (2 Co. 12:4). Hay algunas verdades que Dios ha decidido no revelar: «Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley» (Dt. 29:29); «Truena Dios maravillosamente con su voz; El hace grandes cosas, que nosotros no entendemos» (Job 37:5). Las palabras de los siete truenos caen en esa categoría. Son las únicas palabras en el libro de Apocalipsis que están selladas.

UN ANUNCIO EXTRAORDINARIO

Y el ángel que vi en pie sobre el mar y sobre la tierra, levantó su mano al cielo, y juró por el que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, que el tiempo no sería más, sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas. (10:5-7)

En un acto solemne, el ángel que Juan vio en pie sobre el mar y sobre la tierra (v. 2) levantó su mano al cielo (donde mora Dios), el ademán habitual para un juramento solemne (cp. Dt. 32:40; Dn. 12:7). Hacer un juramento así es asegurar delante de Dios que uno va a decir la verdad. Este juramento indicaba que lo que el ángel estaba a punto de decir era de suma importancia y veracidad. Algunos sugieren que la acción del ángel viola la prohibición de los juramentos dada por el Señor Jesucristo en Mateo 5:34-35: «Pero yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del gran Rey». Pero obviamente un ser santo y perfecto no podría hacer algo contrario a los mandamientos de Dios. La Biblia no prohíbe jurar, sino más bien los juramentos evasivos con el fin de engañar (como hacían los escribas y los fariseos; cp. Mt. 23:16-22). Las Escrituras registran juramentos de personas tan piadosas como Abraham (Gn. 21:25-31), Isaac (Gn. 26:26-31), David (1 S. 20:12-17), y el apóstol Pablo (Hch. 18:18). Además de eso, la Biblia dice que Dios mismo ha jurado (p. ej. Gn. 22:16-18; Lc. 1:73; Hch. 2:30; He. 6:13). (Para un análisis adicional del asunto de jurar, vea Santiago, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento [Grand Rapids: Editorial Portavoz, 2004].)
El ángel juró por el nombre del que vive por los siglos de los siglos, que creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él. Este señalamiento acerca de Dios resalta su eternidad (como en 1:18; 4:9, 10; 15:7) y su poder soberano en y sobre cada cosa en su creación. Identifica a Dios con la causa suprema de todo lo que existe. Pablo y Bernabé clamaron ante la multitud en Listra que buscaba deificarlos: «Varones, por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay» (Hch. 14:15). A los filósofos griegos paganos en la colina de Marte, en Atenas, Pablo declaró:

Entonces Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la, faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación (Hch. 17:22-26).

En ambos casos, Pablo identificó a Dios ante los paganos gentiles como la fuerza y causa primaria del universo creado. De esta forma respondió la pregunta más apremiante del ser humano a través de los siglos, la pregunta de los orígenes. Esa forma de identificar a Dios como Creador se repite en la canción de alabanza de los veinticuatro ancianos que se recoge en 4:11: «Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas». La abarcadora afirmación de que Dios creó el cielo y las cosas que están en él, y la tierra y las cosas que están en ella, y el mar y las cosas que están en él, revela que el alcance del poder creador de Dios es global (cp. Gn. 1:1; Éx. 20:11; Sal. 33:6; 102:25; 115:15; 124:8; 134:3; 146:5-6; Is. 37:16; 42:5; Jer. 32:17; 51:15). Su propósito para su creación se cumplirá mediante juicio, renovación, destrucción y nueva creación.
El contenido específico del juramento del ángel fue que el tiempo no sería más, respondiendo la pregunta de los mártires «¿Hasta cuándo?» (6:10), y las oraciones de los santos en 8:3-5. La frase sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta indica que el juicio de la séptima trompeta está a punto de comenzar y que no es un suceso único, sino que abarca días, lo que indica algún tiempo. Este período incluye los juicios de las siete copas (16:1-21), que parecen requerir algunas semanas o meses para mostrarse. Así que el toque de la séptima trompeta trae el juicio final, representado en las copas de ira derramadas sobre la tierra. Se ve el tiempo de la paciencia de Dios como llegando a su final; el tiempo para los actos finales de juicio se ven a punto de llegar. Ha llegado el tiempo anunciado por las preguntas de los discípulos en Mateo 24:3 y en Hechos 1:6. Las oraciones de todos los santos, de todas las épocas, por la consumación del reino de Dios, están a punto de recibir respuesta (cp. 6:9-11; Mt. 6:9-10). Cuando el séptimo ángel suene la trompeta, «los reinos del mundo [vendrán] a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (11:15).
En ese momento el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas. En las Escrituras misterio se refiere a las verdades que Dios ha escondido y que revelará en su momento. Pablo escribió:

Y al que puede confirmaron según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahoya, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe
(Ro. 16:25-26).

Los misterios ocultos en el pasado, que el Nuevo Testamento revela, incluyen los «misterios del reino» (Mt. 13:11), el misterio del endurecimiento de Israel (Ro. 11:25), el misterio del arrebatamiento (1 Co. 15:51), el «misterio de la iniquidad» (2 Ts. 2:7), el «misterio de Cristo» (Ef. 3:4) y el de «Cristo y la iglesia» (Ef. 5:32), el misterio de Cristo en el creyente (Col. 1:26-27), y el misterio de la encarnación (1 Ti. 3:16). Pablo se consideraba un administrador o guardián y distribuidor de esos grandes misterios (I Co. 4:1), para «aclarar a todos cuál sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios» (Ef. 3:9).
El misterio de Dios (cp. 1 Co. 2:7; Col. 2:2) del que hablaron los ángeles es el «de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Ef. 1:10). Es la consumación del plan de Dios al hacer que se cumpla su glorioso reino en Cristo. Abarca la salvación de los elegidos y su lugar en su glorioso reino y todo lo relacionado con eso. Incluye el juicio de los hombres y los demonios. El misterio antes oculto se refiere a todos los detalles desconocidos que se revelan desde este momento hasta el final de Apocalipsis, cuando se crean los nuevos cielos y la nueva tierra. Dios había anunciado ese misterio (sin todos los detalles revelados en el Nuevo Testamento) a sus siervos los profetas en el Antiguo Testamento, y hombres como Daniel, Ezequiel, Isaías, jeremías, Joel, Amós y Zacarías escribieron de los acontecimientos de los postreros tiempos. Sin embargo, la mayoría de los detalles estaban ocultos y sin revelar hasta el Nuevo Testamento (por ejemplo en Mt. 24, 25, y 2 Ts. 1:5-2:12), y de forma más particular en los capítulos anteriores de Apocalipsis. A los creyentes que vivan en aquel tiempo, en un mundo invadido por los demonios, los asesinos, la inmoralidad sexual, el abuso de las drogas, los ladrones y los desastres naturales sin paralelo, les producirá gran consuelo y esperanza en medio del juicio, el saber que el glorioso plan de Dios está según lo programado, que el reino prometido está cercano, cuando «la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar» (Hab. 2:14).

UNA TAREA EXTRAORDINARIA

La voz que oí del cielo habló otra vez conmigo, y dijo: Ve y toma el librito que está abierto en la mano del ángel que está en pie sobre el mar y sobre la tierra. Y fui al ángel, diciéndole que me diese el librito. Y él me dijo: Toma, y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel. Entonces tomé el librito de la mano del ángel, y lo comí; y era dulce en mi boca como la miel, pero cuando lo hube comido, amargó mi vientre. Y él me dijo: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes. (10:8-11)

Volvió a hablar la voz que Juan había oído antes del cielo (v. 4) prohibiéndole que escribiera las palabras de los siete truenos. Como había ocurrido antes (cp. 1:17; 4:1; 5:4-5; 7:13-14), Juan volvió a convertirse en participante activo en esta visión. Dejó la posición de observador para convertirse en un actor en el drama. La voz le dijo: Ve y torna el librito que está abierto en la mano del ángel que está en pie sobre el mar y sobre la tierra. Esta tercera referencia a la ubicación del ángel destaca la extraordinaria autoridad que tiene sobre la tierra. Entonces, en una gráfica ilustración de lo que debe ser una respuesta apropiada de parte de los creyentes al inminente juicio de Dios, se le dijo a Juan: Toma, y cómelo; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel. El ángel sabía cuál sería la reacción de Juan a esta verdad. Obedientemente, como Ezequiel antes que él (Ez. 2:9-3:3), Juan en la visión tomó simbólicamente el librito de la mano del ángel, y se lo comió. Como había profetizado el ángel, en la boca de Juan era dulce… como la miel; pero cuando lo hubo comido, se le amargó el vientre.
El acto de comer el libro simbolizaba absorber y asimilar la Palabra de Dios (cp. Sal. 19:10; Jer. 15:16; Ez. 3:1-3). Cuando Juan entendió la palabra divina con relación a los juicios que restaban cuando el Señor tomó posesión del universo, él halló las palabras escritas en el librito tanto dulces corno la miel como amargas; dulce porque Juan, como todos los creyentes, deseaba que el Señor actuara enjuicio para recuperar la tierra que legítimamente le pertenece, y recibir la exaltación, la honra y la gloria que Él merece. Pero la realidad de esta terrible condena aguardando por los incrédulos, cambió el dulce sabor inicial en amargura.
Todos los que aman a Jesucristo pueden sentir la misma ambivalencia de Juan. Los creyentes anhelan la venida de Cristo en gloria, para la destrucción de Satanás y el establecimiento del glorioso reino de nuestro Señor en la tierra, en el que Él gobernará con soberanía universal y en gloria mientras establece en el mundo la justicia, la verdad y la paz. Pero ellos, como Pablo (Ro. 9:1-3), se entristecen con amargura ante el juicio de los impíos.
En armonía con su experiencia agridulce, se le dijo a Juan: Es necesario que profetices otra vez sobre muchos pueblos, naciones, lenguas y reyes; otra vez indica que a Juan se le estaba comisionando por segunda vez (cp. 1:19) para escribir el resto de las profecías que Dios le iba a dar. Lo que estaba a punto de aprender sería más devastador que todas las demás cosas reveladas hasta ahora, y más glorioso. Él debía ser fiel a su tarea de registrar toda la verdad que había visto y que pronto vería. Las profecías que recibiría Juan estarían relacionadas con todo el mundo (resumidas en las cuatro grupos de personas de 5:9 y 7:9) y en todo lugar. Así que Juan debe advertir sobre todos los amargos juicios que vienen con la séptima trompeta y con las siete copas. Como desterrado en Patmos (1:9) no tuvo oportunidad alguna de predicar a todas las naciones, pero debía escribir las profecías y distribuirlas, para así advertir a todas las personas de la amargura del juicio por venir, y de la muerte y el infierno. Los pecadores en todo lugar pueden conocer, porque Juan registró estas profecías, que, aunque el juicio está en el presente contenido, viene un día futuro cuando el séptimo ángel sonará su trompeta, y el dominio del pecado terminará, la libertad de Satanás y sus demonios llegará a su fin, los hombres impíos serán juzgados, y los creyentes glorificados. Este capítulo presenta un intervalo de esperanza teñido con la amargura que recuerda a todos los cristianos su responsabilidad evangelística de advertir al mundo acerca de ese día.


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