Adoración en el Salón del Trono (Parte 3. Final)

Adoración en el Salón del Trono (Parte 3)
Por Roberto L. Dickie II

Los Pasos a Dar Para Recobrar la Adoración en el Salón del Trono

Ya hemos considerado lo que está envuelto en la verdadera adoración. También hemos considerado las tendencias y las modas actuales que revelan los errores serios y el abandono de la adoración en el salón del trono. ¿Qué podemos hacer nosotros, sin embargo, para recobrar la adoración bíblica en nuestros días?

1. Debemos cerciorarnos de que nuestra opinión de Dios (entendimiento, pensamientos, ideas, etcétera) sea bíblicamente precisa. Mucha gente está adorando a un dios que es una gran distorsión del Dios de la Biblia. Es muy posible que muchos evangélicos sean culpables de una forma de idolatría al adorar a un dios humanista hecho por el hombre. Algunos predicadores y teólogos son tan culpables como Aarón, quien fabricó el becerro de oro para que Israel lo adorase. Aarón dijo: “Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto” (Éxodo 32:4).
Nos enfrentamos a la realidad de una generación que ha sido criada en la iglesia, pero que no conoce al Dios quien es Señor de la iglesia. Tal ignorancia vergonzosa ha de ser atribuida a nuestra predicación y servicios de adoración, tan superficial y artificiales. Los pastores son culpables por haberse acomodado al espíritu del día, que no tolera nada que sea reverente, profundo y escrutador. Y la gente en los escaños son igualmente responsables por aceptar sin protesta tan pobres sustitutos para la verdadera adoración.

2. Debemos asegurarnos de que Jesucristo, el Cordero de gloria, sea el foco central de nuestra adoración. Todo nuestro enfoque tiene que estar en él. Tenemos que mantener la actitud santa de Juan el Bautista, quien dijo: «Es necesario que él crezca y que yo mengüe» (Juan 3:30). Además, debemos tener el espíritu de Pablo, de tal manera que “en todas las cosas, él (Jesús) tenga la preeminencia”. Tal como Abraham e Isaac miraron y vieron el carnero en los arbustos, también hemos de estar siempre mirando a Cristo y su obra consumada como el objeto de nuestra adoración.

3. Tenemos que comenzar a prepararnos para adorar. Esto significa que hemos de humillarnos ante Dios y acercarnos a él. Santiago nos da instrucciones muy claras en su epístola en el capítulo cuatro:
«¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. ¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho habitar en nosotros nos anhela celosamente? Pero él da mayor gracia. Por lo cual dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes. Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones. Afligíos, y lamentad, y llorad. Que vuestra risa se convierta en llanto, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor y él os exaltará» (Santiago 4:1-10).
La preparación para la adoración también significa que comenzamos a orar y buscar la faz de Dios con el fin de que a él le plazca concedernos un verdadero sentido de su presencia. Si no experimentamos un sentido de la presencia manifiesta de Dios al reunirnos en la iglesia, podría ser que el problema causante esté en nosotros mismos. ¿Hemos venido para adorar a Dios? ¿Hemos venido esperando, por medio de la fe, encontrarnos con Dios? ¿Hemos tomado los pasos para prepararnos correctamente para la adoración? Y, ¿tenemos un entendimiento correcto de lo que es la presencia de Dios?
Nuestros servicios de adoración superficiales, emocionales y humano-céntricos han dejado tras sí una generación de gente engañada. Mucha gente cree equivocadamente que el ruido, los números, la conmoción, el emocionalismo y el presente estilo llamativo de la adoración son señales de la presencia palpable de Dios. Los que están acostumbrados a tales clases de servicios no reconocerían la verdadera presencia de Dios, de ocurrir ante sus ojos, porque no han sido programados para pensar bíblicamente acerca de la adoración. Habiendo sufrido a través de servicios como éstos, he llegado a pensar que si fuesen desvestidos de estos elementos superficiales y emocionales, habría poco o nada que pudiese caracterizar la presencia palpable de Dios.

4. Es necesario disciplinarnos para que recordemos que el servicio de adoración tiene el propósito específico de dar gloria a Dios. En la mayoría de nuestras iglesias, tenemos la noción equivocada de que venimos a la iglesia para recibir una bendición, para ser entretenidos o para que se satisfagan nuestras necesidades. Es cierto que la adoración debería ser de gran bendición al pueblo de Dios; sin embargo, cualesquiera alegrías y bendiciones recibimos de la adoración deberán ser secundarios a la gran prioridad de alabar y glorificar a Dios. Juan MacArthur identificó con precisión el propósito principal de la adoración cuando escribió:
«¿Por qué va usted a la iglesia? Cuando usted se congrega con los santos, ¿de veras que lo hace para adorar? ¿O va usted a la iglesia para sacarle algún provecho? Cuando se va de la iglesia, ¿ha escrutado al solista, analizado al coro o criticado el mensaje?
«Durante mucho tiempo hemos sido acondicionados para pensar que la iglesia está ahí para entretenernos. Pero no es así. Soren Kierkegaard dijo: «La gente tiene la idea de que el predicador es un actor en el escenario del teatro, y ellos los críticos que le culpan o le alaban. Lo que no saben es que ellos son los actores en el escenario, él es meramente el director fuera de escena que les recuerda su diálogo olvidado.» ¡Dios es el público!
«No es inusual escuchar a alguien decir: «No recibí nada en la iglesia.» A esto yo respondo, ¿qué le dio usted a Dios? ¿Cómo preparó usted su corazón para dar?
Si usted asiste a la iglesia buscando egoístamente una bendición, no ha comprendido el verdadero sentido de la adoración. Vamos para glorificar, no para buscar bendición. Comprender esto afectará su análisis de la experiencia en la iglesia. El asunto no es, ¿qué recibí por haber estado en la iglesia?, sino, ¿glorificó mi corazón a Dios? Ya que la bendición proviene de Dios como respuesta a la adoración, si usted no ha sido bendecido, no será, generalmente hablando, a causa de la pobre música y predicación (aunque a veces éstas pueden ser obstáculos invencibles), sino de un corazón egoísta que no glorifica a Dios.
Una vez aprendamos que la adoración ha de tener su enfoque primordial en Dios Padre y su Hijo Jesucristo, tendremos una actitud totalmente distinta acerca de nuestra asistencia a la iglesia y la adoración.

5. También debemos reconsiderar el significado del éxito. Muchos pastores se sienten desanimados si no están predicándole a grandes audiencias y auditorios llenos. Para estos pastores, el éxito no es medido por la obediencia, fidelidad y calidad sino por meros números y la excitación que aparentemente logran producir con sus programas e innovaciones en la adoración. Nunca olvidemos que el éxito es alcanzado sencillamente por hacer la voluntad de Dios. Si estamos haciendo la voluntad de Dios, no debemos estar bajo la esclavitud del juego de los números que a tantas iglesias y pastores tiene cautivos. Felipe Keller toca en el punto sensitivo del evangelismo moderno cuando define lo que esta presente generación considera ser el éxito:
«El mundo occidental está totalmente convencido de que absolutamente no hay sustituto para el éxito. Esta preocupación intensa con el éxito ha impactado cada parte de la sociedad occidental, incluyendo la iglesia. En realidad, éxito es meramente un sinónimo para lo más grande, lo más deslumbrante, y lo mejor, sea cual sea su significado.
«Tal éxito no es medido necesariamente en términos de calidad, pureza, honestidad o aún sinceridad. Por el contrario, está asociado muy de cerca con la idea de aquello que sea espectacular, sensacional e impresionante a nuestros sentidos. La teatralidad ha cautivado a los occidentales. Están hipnotizados por todo aquello que gratifica el orgullo o alimenta la vanidad humana.
«Esta vana filosofía de la vida es inculcada en nuestros niños desde la más temprana edad. Nuestro sistema educacional entero enseña a la juventud a que aspire a la cima, juegue el todo por el todo, lo haga en grande, gane un millón. Este síndrome del éxito es alimentado aún más por el mundo del espectáculo donde toda suerte de efectos teatrales, camuflajes y la teatralidad descarada son usadas para exaltar a las «estrellas» superficiales. Si no tenemos héroes genuinos, procedemos a fabricarlos en las mentes de un público crédulo.
«En las profesiones, comercio, educación, deportes y aun en las artes, no se escatiman esfuerzos para exaltar a una persona o empresa de tal modo que aparente ser exitosa. ¡Hasta tenemos un dicho favorito que lo resume: «No hay éxito como el éxito»!
«Este concepto ha sido parte de la cultura occidental por tanto tiempo y con tanta persistencia que la gente lo acepta como el camino correcto a seguir. Es considerado como evidencia del éxito el que una iglesia crezca rápidamente en número a pesar de que la gran mayoría de sus miembros no sientan una profunda consagración a Cristo. Se considera como algo exitoso el que un pastor pueda mover a su gente con nada más que su teatralidad. «Vez tras vez en la iglesia contemporánea, descubrimos que la preocupación principal, tanto del pastor así como de los miembros, es el tal llamado programa. La idea básica es proveer algo tan sensacional y atrayente que llame la atención a las multitudes y estimule un sustancial aumento en la asistencia a la iglesia. De lograrse, la vanidad humana será gratificada y nuestro profundo deseo de impresionar a la gente con nuestro éxito habrá sido, en algo, satisfecho.»
No será sino hasta que la iglesia se libere de la esclavitud de esta filosofía no bíblica que ella podrá recobrar la verdadera adoración en el salón del trono.

6. Para poder recobrar la verdadera adoración bíblica en el salón del trono, será necesario volver una vez más a las grandes doctrinas de la fe cristiana. Es la verdad que a Dios le place bendecir cuando su pueblo se congrega para ser alimentados y nutridos por su Palabra. Alguien objetará, tal vez, que hay mucha gente hoy día que no tolerará y no se someterá a la predicación doctrinalmente fuerte. Es cierto, mucha gente superficial rechazará tal tipo de adoración; sin embargo, las verdaderas ovejas de Dios responderán con afirmación positiva al escuchar la proclamación de la verdad en el Espíritu. La mayoría de la predicación que ocurre en el medio ambiente contemporáneo procura usar la psicología, refranes pegadizos y temas superficiales sobre las relaciones humanas, procurando lograr así relevancia con la cultura contemporánea.
Tal relevancia, sin embargo, es lograda únicamente a través de la proclamación de las verdades eternas de Dios al mundo incrédulo. Los púlpitos en nuestra tierra deberán arder una vez más con la clase de predicación que a Dios le plació bendecir en pasadas generaciones. Verdadera adoración en el salón del trono es aumentada y mantenida por medio de la instrucción doctrinal.

7. Finalmente, para recobrar la verdadera adoración bíblica en esta generación, es necesario el arrepentimiento. Tenemos que arrepentirnos por haber venido tantas veces a la iglesia sin estar preparados para adorar, habiendo dado poca o ninguna atención a la búsqueda de la bendición y la faz de Dios. Tenemos que arrepentirnos por haber permitido y aceptado servicios en los que el enfoque central recaía sobre el hombre en lugar de Cristo. Nos debe llenar de tristeza que es según Dios de que en nuestros servicios de adoración no hayamos dado la preeminencia al Señor Jesucristo. Debemos agonizar por haber nosotros desvalorizado tanto la predicación.
Este espíritu de arrepentimiento debe hacer que nuestros pensamientos, esperanzas y metas para la adoración en la casa de Dios tomen una nueva dirección. El Espíritu de Dios ha sido entristecido por esta generación mundana y desobediente. ¿Nos sorprende, pues, que el Espíritu de Dios se haya apartado? ¡Y no volverá porque produzcamos programas excitantes! Solo volverá a la iglesia si nos arrepentimos y buscamos de nuevo su faz.

Oro a Dios que él levante, hoy día, muchas voces que llamen a su iglesia a regresar a la verdadera adoración en el salón del trono. Sin adoración bíblica, orientada hacia Cristo, no oiremos voz del cielo en nuestro día. Recientemente, en una conferencia de pastores en Wheaton, Illinois, escuché al Dr. R. C. Sproul, decir que el mundo occidental no experimentará verdadero avivamiento y reforma a menos que la iglesia vuelva a formas bíblicas de adorar. Concuerdo con su evaluación.


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