Habacuc (Wiersbe)

HABACUC
Por Warren W. Wiersbe

¿Ha mirado alguna vez a este mundo con su injusticia y violencia y se ha preguntado: «Por qué Dios no hace algo»? Da la impresión de que el malo prospera y el justo sufre. Los piadosos oran, pero parece como si sus oraciones no sirvieran para algo. Este es el problema que enfrenta y resuelve Habacuc. Nótense tres actos en este drama personal conforme el profeta enfrenta sus dudas y halla seguridad en su fe.

I. El profeta desea saber (1)

A. «¿Por qué Dios está en silencio e inactivo?» (vv. 1–4).

Este fue el primer problema que asombraba al profeta. Miraba el mundo de su día y veía violencia (1.2–3, 9; 2.8, 17), injusticia, destrucción, rencilla y contención. La ley no se cumplía; no se protegía legalmente a los inocentes que sentenciaban como culpables. Abogados egoístas y oficiales crueles manipulaban las cortes. Toda la nación sufría debido a la iniquidad del gobierno. Sin embargo, parecía que Dios no hacía algo al respecto. Junto con estos problemas internos estaba la amenaza del Imperio Babilónico que barría en todo el paisaje político.

Dios le dio al profeta una respuesta en 5–11. «Estoy realizando una obra que te asombrará», dijo. «Levantaré a los caldeos, quienes conquistarán a las naciones y serán mis instrumentos para castigar al pueblo». Cuán cierto es que Dios obra en nuestro mundo y que no nos damos cuenta de ello (Ro 8.28; 2 Co 4.17). Pablo cita 1.5 en Hechos 13.41, aplicándolo al esparcimiento del evangelio entre los gentiles. Dios describe a los ejércitos caldeos en estos versículos y el cuadro no es alentador. Son feroces y ágiles; son terribles y formidables; vuelan como águilas y caen en picada para matar. No hacía falta hablarle a Habacuc del terror de los caldeos, porque conocía cuán perversos eran.

B. «¿Cómo Dios puede usar una nación impía en una causa santa?» (vv. 12–17).

La respuesta de Dios en 5–11 sólo le creó un nuevo problema a Habacuc. No entendía cómo un Dios santo usaba a una nación tan malvada para castigar a su propio pueblo, los judíos. «Es verdad que hemos pecado», dice Habacuc, «y merecemos el castigo; pero los caldeos son mucho más perversos que nosotros. Si alguien merece castigo, son ellos». ¿Puede un Dios santo sentarse impávido y ver que a su pueblo lo atrapan como a un pez y lo pisotean como insecto? (vv. 14–15). Los caldeos se jactarían: «Nuestros dioses nos han dado la victoria. Jehová no es el Dios verdadero» (énfasis añadido).

No hay nada malo en que el creyente luche con los problemas de la vida y trate de resolverlos. A veces parece como si a Dios no le importara nada; parece que se ha olvidado de los suyos y ayuda a los paganos. Cuántos millones de creyentes han sufrido el martirio por su fe. ¿Podemos adorar, confiar y servir con sinceridad a un Dios cuyos caminos parecen ser contradictorios?

II. El profeta vela y espera (2)

En lugar de convertirse en un ateo o agnóstico, Habacuc fue a su fortaleza para orar, meditar y esperar en el Señor. Sabía que Dios oía su queja y que pronto le enviaría una respuesta. Dios en efecto contestó. «Tengo un plan y un calendario», dijo Dios. «Todo será a su debido tiempo, de modo que no te impacientes». Entonces Dios le asegura a Habacuc tres cosas maravillosas para animarlo y fortalecerlo durante esos días difíciles.

A. «El justo por su fe vivirá» (v. 4).

Este es uno de los versículos más importantes de la Biblia. Forma el texto de tres libros del NT: Romanos (1.17; enfatiza el justo); Gálatas (3.11; enfatiza vivirá); y Hebreos (10.38; enfatiza por fe). El versículo 4 describe dos clases de personas: las que «se enorgullecen» debido a que confían en sí mismas, y las que son salvas y humildes debido a que confían en el Señor. Véanse al fariseo y al publicano en Lucas 18.9–14. Los caldeos eran los que se enorgullecían de sus victorias, sin percatarse de que era Dios el que les capacitó para conquistar.

B. «La tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová» (v. 14).

La tierra en el día de Habacuc no estaba llena de mucha gloria, ni tampoco lo está hoy. Mire los cinco «ayes» de este capítulo y descubrirá los pecados que Dios aborrece: avaricia y codicia violenta (vv. 5–11); homicidio a sueldo (v. 12); embriaguez (vv. 15–16); e idolatría (v. 19). Estos son los mismos pecados que contaminan a las naciones en la actualidad. Y Dios los aborrece tanto hoy como lo hizo en el día de Habacuc. Pero la promesa sigue en pie, la gloria de Dios un día llenará la tierra, porque Jesucristo volverá, derrotará todo pecado y establecerá su Reino justo.

C. «Jehová está en su santo templo» (v. 20).

Dios sigue en su trono (Is 6). No tenemos necesidad de quejarnos ni de dudar, porque Él reina e interviene en los asuntos de las naciones. Habacuc pensaba que a Dios no le interesaban los problemas de la vida, pero descubrió que a Él le importaban mucho y que obraba según su plan y a su tiempo. Es por ello que el justo vive por fe. «Porque por fe andamos, no por vista» (2 Co 5.7; 4.18). Si miramos a nosotros mismos o a las circunstancias, nos desanimaremos y desearemos darnos por vencidos, pero si miramos a Dios por fe y hacia adelante a la gloriosa venida de Cristo, nos animaremos y seremos capaces de avanzar en victoria.

III. El profeta adora (3)

¡Habacuc es un hombre cambiado! En vez de quejarse, alaba al Señor. Dios cambia los suspiros en canto si nosotros (como Habacuc) nos damos tiempo para esperar ante Él en oración y oír su Palabra.

Primero, el profeta ora (v. 2). «Veo que estás obrando en este mundo», dice el profeta refiriéndose a 1.5. «Ahora, continúa obrando; mantén viva tu obra y conclúyela». Aquí la palabra «aviva» no tiene que ver con nuestras «campañas de avivamiento» modernas. Habacuc simplemente le pide al Señor que continúe obrando. Sabe que habrá ira y juicio, pero ora que el Señor se acuerde también de la misericordia.

Luego el profeta medita (vv. 3–16). Repasa la historia de Israel y las obras maravillosas del Señor. Esta descripción poética del poder formidable de Dios no parece seguir ningún patrón especial, ni tampoco abarca los principales hechos de la historia judía. Pero Habacuc sabía que Dios obró en el pasado y por consiguiente podía confiar en que Él obrará en el presente y en el futuro. Las montañas temblaron ante el Señor; y lo mismo ocurrirá con los caldeos. «Jehová es un hombre de guerra». Israel era su pueblo; Él los cuidaría.

Finalmente el profeta alaba (vv. 17–19). Estos versículos representan una de las más grandes confesiones de fe que se hallan en la Biblia. «Aunque todo a mi alrededor falle: los campos, las viñas, los rebaños, el ganado, con todo yo me regocijaré en el Señor». Esta es la versión del AT de Filipenses 4.11–13. Habacuc sabía que no tenía fuerza propia, pero que Dios podía darle la fuerza que necesitaría para atravesar las pruebas que se avecinaban. «Él me hará como un ciervo; saltaré sobre las montañas».

Cuánto más debe esto significar para nosotros. Habacuc miraba a través de la niebla y se maravilló del programa de Dios, pero en Cristo nosotros conocemos los planes de Dios para esta edad (Ef 1.8–10; y cap. 3). Tenemos la Biblia para estudiar y Habacuc no la tenía. Tenemos la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo, así como la promesa de su venida. Si alguien debe andar por fe y regocijarse en el Señor, es la iglesia cristiana de hoy. Sin embargo, demasiado a menudo dudamos, nos quejamos, nos adelantamos a Dios e incluso criticamos lo que Él hace.

Habacuc nos muestra cómo lidiar con los problemas de la vida: (1) admitirlos con sinceridad; (2) hablarle a Dios al respecto; (3) esperar en silencio delante de Él en oración y meditación en la Palabra; (4) cuando Él habla, escuchar y obedecer. Nunca huya de las dificultades de la vida, porque Dios quiere usarlas para fortalecer su fe. «Nunca dude en la oscuridad lo que Dios le ha dicho a la luz». El justo por su fe vivirá


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