Santos Victoriosos (John MacArthur)

Santos Victoriosos
Apocalipsis 14:1-5

A nuestra sociedad le encantan los ganadores. Sea en la política, en los negocios, en el entretenimiento, en los deportes o en la guerra, admiramos ciegamente a quienes tienen éxito. Por otra parte, no toleramos a los perdedores. Los entrenadores que pierden son despedidos; los jugadores que pierden son negociados; los ejecutivos que fracasan son remplazados; los políticos que fracasan son rechazados en las votaciones para que no ocupen algún puesto. Nuestros héroes son los que salvan todos los obstáculos y triunfan al final.
Aunque no respaldando del todo la definición superficial que el mundo tiene del éxito, la Biblia, no obstante, se refiere a la vida cristiana en términos victoriosos. Romanos 8:37 dice que «somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó». En su primera epístola Juan escribió: «Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. «¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Jn. 5:4-5). En 1 Corintios 15:57, Pablo exclamó: «gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo». En 2 Corintios 2:14, añadió otra nota triunfante: «a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús». Encarcelado, abandonado y enfrentando una ejecución imni-nente, Pablo todavía pudo escribir el siguiente epitafio victorioso: «He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a rní, sino también a todos los que aman su venida» (2 Ti. 4:7-8).
Pero los triunfos y las victorias de los creyentes en esta vida son incompletos y estropeados por contratiempos y derrotas. El mundo, la carne y el diablo hacen su parte a pesar de nuestros mejores esfuerzos. El mismo apóstol Pablo, quien terminó su vida en victoria, describió antes su experiencia cristiana en los siguientes entristecidos términos:

14 Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. 18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. 19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. 20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. 21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. 22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; 23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 !!Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (Ro. 7:14-24).

Abraham, el «amigo de Dios» (Stg. 2:23; cp. 2 Cr. 20:7; Is. 41:8), dos veces mintió acerca de Sara, diciendo que ella era su hermana y no su esposa (Gn. 12:71-20; 20:1-18). David, el hombre conforme al corazón de Dios (1 S. 13:14; I4ch. 13:22), fue culpable de adulterio y asesinato (2 S. 11:1-17; 12:9). Pedro, el líder y vocero de los doce, cobardemente negó tres veces que conocía a Jesús (Mt. 26:69-75). Los grandes triunfos del creyente son imperfectos «porque no hay hombre que no peque… no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque» (1 R. 8:46; Ec. 7:20), y por lo tanto nadie puede decir: «Yo he limpiado mi corazón, limpio estoy de mi pecado» (Pr. 20:9).

Los primeros versículos de Apocalipsis 14 presentan el grupo de hombres más victoriosos que conocerá el mundo. Las Escrituras describen a otros hombres fieles, santos, inclaudicables, como José, Daniel y Pablo. Pero nunca habrá un grupo tan grande a la vez. Ellos saldrán del peor holocausto en la historia, la tribulación, cansados de la batalla pero triunfantes; serán como ciento cuarenta y cuatro mil Danieles.
El capítulo 7 presentó a este destacado grupo de hombres. Después de los horrendos acontecimientos del sexto sello (6:12-17), las atemorizadas personas de la tierra clamarán «a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿.y quién podrá sostenerse en pie?» (6:16-17). Para ese momento en la tribulación, el mundo habrá experimentado los indecibles horrores de los primeros seis sellos. Guerras generalizadas, hambres muy severas, plagas mortales, y terribles terremotos y otros desastres naturales, todo lo cual traerá como resultado millones de muertes. El pecado se liará sentir de manera incontrolada en la tierra, alimentado por Satanás y sus huestes de demonios, todos los que fueron arrojados del cielo (12:9) y los que anteriormente estuvieron atados y que se serán liberados (9:1-11, 14-19). El anticristo desatará la más terrible persecución que el inundo haya conocido jamás, e incontables miles de cristianos y —Judíos hallarán la muerte.

A la luz de tan aterradora e inimaginable situación, y los devastadores juicios de las trompetas y los sellos que siguen, parecería imposible que alguien sobreviviera. Contra esta terrible situación es que se presentan los ciento cuarenta y cuatro mil. Ellos sobrevivirán tanto a la ira y persecución de Satanás como a los juicios de Dios sobre el mundo pecador. Nada podrá dañarlos, porque Dios los sellará (7:3-4). Serán como el remanente de los días de Malaquías: «Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve» (Mal. 3:16-17). A lo largo de la historia, Dios ha protegido a los suyos. Él preservó a Noé durante el diluvio y guardó segura a Rahab cuando Josué destruyó a Jericó. Él preservó a Lot de la destrucción de Sodoma y guardó a los hijos de Israel de las plagas que devastaron a Egipto. El Salmo 37:39-40 declara: «Pero la salvación de los justos es de Jehová, y él es su fortaleza en el tiempo de la angustia. Jehová los ayudará y los librará;
Los libertará de los impíos, y los salvará, Por cuanto en él esperaron».

Los ciento cuarenta y cuatro mil no serán los únicos redimidos durante la tribulación. Una gran multitud de otros, tanto judíos (Zac. 12:10-14; 13:1, 9; Ro. 11:26-27) como gentiles (6:9-11; 7:9, 13-14; Mt. 25:31-46) serán salvos. Muchos de ellos, tal vez la mayoría, morirán como mártires durante la bestial persecución desatada por el anticristo. Sin embargo, el resto que vivirá en medio de los horrores de la tribulación entrará en el reino milenario (ls. 65:20-23; Mt. 25:31¬36). Pero los ciento cuarenta y cuatro mil evangelistas judíos son excepcionales, porque todos ellos sobrevivirán. Cuando Cristo vuelva y se pare sobre el monte de Sion, ellos estarán junto a Él en triunfo.

Una breve visión de conjunto prepara el escenario para la visión de los ciento cuarenta y cuatro mil. El lector debe recordar que los capítulos 12-14 de Apocalipsis forman un interludio en los acontecimientos de los juicios finales de Dios sobre el mundo pecador. La revelación de estos juicios se describe en los capítulos 6-1.1, al comenzar Dios a recuperar la tierra del usurpador, Satanás.

El capítulo 11, versículo 15, registra el toque de la séptima trompeta, aunque los juicios asociados con ella no comienzan a revelarse hasta el capítulo 15. Los capítulos 12 y 13 recapitulan los acontecimientos de la tribulación, esta vez ofreciéndolos desde la perspectiva de Satanás. Ellos exponen los esfuerzos de Satanás por destruir a Israel (cap. 12) y los detalles de la conducta del anticristo y del último falso profeta (cap. 13). El capítulo 14 regresa a lo que Dios está haciendo. Contiene tres visiones que presentan una muestra general de los juicios que están aún por venir y que culminan en la venida de Cristo.

El capítulo 14 es un brillante contraste con la oscuridad del capítulo 13, que describe a Satanás (el dragón), al anticristo, al último falso profeta, el engaño, a los no redimidos, la idolatría y la marca de la bestia. El capítulo 14 describe al Cordero, a los ángeles, a los santos redimidos, la adoración genuina y a aquellos sellados por Dios. En el capítulo 13 hay falsedad, maldad, corrupción y blasfemia; en el capítulo 14 hay verdad, justicia, pureza y alabanza.

Además de su importancia profética, este pasaje revela importantes principios prácticos para la vicia cristiana victoriosa. Siete de estas características distinguirán a los ciento cuarenta y cuatro mil: poder, alabanza, pureza, lealtad, propósito, precisión y perfección.

PODER

Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente. (14:1)

La frase Después miré, y he aquí, o su equivalente, aparece a menudo en Apocalipsis para presentar acontecimientos conmovedores y pasmosos (cp. v. 14; 4:1; 6:2, 5, 8; 7:9; 15:5; 19:11). Lo que atrajo la atención de Juan fue el impresionante espectáculo del Cordero… en pie sobre el monte de Sion. Apocalipsis describe al Cordero como inmolado (5:6; 13:8), glorificado (5:8, 12-13), exaltado (7:9-10), el Redentor (7:14) y Pastor (7:17) de su pueblo, y el Señor de señores y Rey de reyes (17:14).

La aparición del Cordero sobre el monte de Sion es un momento extraordinario en la historia de la redención. El salmista escribió de ese momento en el Salmo 2:6-9:
6 Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte. 7 Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. 8 Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. 9 Los quebrantarás con vara de hierro; Como vasija de alfarero los desmenuzarás.

El Salmo 48:2 describe al monte de Sion como «Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra… la ciudad del gran Rey». Isaías escribió que «Jehová ele los ejércitos [reinará] en el monte de Sion y en Jerusalén, y delante de sus ancianos sea glorioso» (Is. 24:23). Ahora se han cumplido esas profecías.

De manera extraña, algunos igualan este pasaje con Hebreos 12:22-24 y lo ven como una visión del cielo. Pero el pasaje anterior describe al monte de Sion celestial, la morada de Dios. Este pasaje describe la venida de Cristo al monte de Sion terrenal. Todo lo analizado perdería su significado si el monte de Sion se refiriera al cielo, ya que indicaría que habrían muerto los ciento cuarenta y cuatro mil. En ese caso, el sello con la marca de Dios (7:3-4; cp. 9:4) no tendría sentido. Isaías 11:9-12 y 24:23, Joel 2:32, y Zacarías 14:4 también apoyan la identificación del monte de Sion en este pasaje con el monte de Sion terrenal. El que la voz venga del cielo (v. 2) también sugiere que esta escena es en la tierra.

Algunos comentaristas insisten en que el número ciento cuarenta y cuatro mil no debe tomarse literalmente. Afirman que simboliza la iglesia, o a los santos de la tribulación, o a los cristianos más sobresalientes de la historia reunidos en el cielo para esta escena. Algunas sectas insisten en que se refiere a ellos, lo que presenta un problema para las que tienen más de ciento cuarenta y cuatro rnil seguidores. Pero todas esas especulaciones de carácter personal y que alteran la Biblia carecen de sentido; la identidad de ellos es incuestionable. Este es un grupo de ciento cuarenta y cuatro mil personas vivas y reales, 12,000 judíos creyentes por cada una de las doce tribus de Israel (Ap.. 7:4-8). (Para evidencias adicionales de que los ciento cuarenta y cuatro mil serán creyentes judíos que estarán vivos durante la tribulación.
Los ciento cuarenta y cuatro mil será un grupo excepcional en la historia de la redención. John Phillips escribió:

Ninguna otra época ha producido una compañía como esta, un auténtico ejército de creyentes militantes marchando ilesos por en medio de toda clase de peligros. Es su responsabilidad desafiar al dragón, causar malestar a la bestia, y revelar la mentira del falso profeta. Su llamado es a predicar el evangelio desde los tejados, cuando incluso mencionar el nombre de Cristo era motivo para las más horribles penalidades. Han sido rodeados, esos tipos de Job de los últimos tiempos, con impenetrables cercos, capaces de mofarse de todos los grandes inquisidores del infierno. Han caminado las calles a plena luz del día, sin preocuparse de la rabia de sus presuntos torturadores y asesinos, que les hace rechinar los dientes; verdaderos testigos de Jehová en la época más terrible de la historia de la humanidad. El diablo conoce de este grupo de conquistadores que viene, y va se retuerce en anticipada agonía.

El texto también describe a los ciento cuarenta y cuatro mil como que tenían el nombre de él [del Cordero] y el de su Padre escrito en la frente. Los incrédulos recibirán la marca de la bestia (13:16-17); los ciento cuarenta y cuatro mil tendrán la marca de Dios puesta en la frente (7:3) para su protección. Satanás y el mundo incrédulo tratarán desesperadamente de matar a esos poderosos y audaces predicadores del evangelio. Pero habiéndolos marcado como posesión suya, Dios no permitirá que sufran daño alguno. Durante el catastrófico derramamiento de los juicios finales de Dios y la furia final de Satanás, ellos predicarán el evangelio. Ellos confrontarán a los incrédulos con sus pecados, los llamarán a arrepentimiento y fe en el Salvador, y anunciarán que las catástrofes que ocurren son los justos juicios de Dios. Y a pesar de los mejores esfuerzos de Satanás, todos los ciento cuarenta y cuatro mil sobrevivirán para encontrarse con Cristo en el monte de Sion en su Segunda Venida. Ellos entrarán en el reino milenario como hombres vivos. Lo más probable es que los ciento cuarenta y cuatro mil continúen su obra evangelística durante todo ese período de mil años. Aunque solamente las personas redimidas entrarán en el reino, los niños que les nazcan (cp. Is. 65:23) no todos serán creyentes. En realidad, habrá suficientes personas no regeneradas al final del milenio para que Satanás dirija una rebelión mundial contra el gobierno de Cristo (20:7-10). Por consiguiente, la Biblia se refiere a la salvación durante el milenio (cp. Is. 60:3; Zac. 8:23), una salvación que los ciento cuarenta y cuatro mil proclamarán sin dudas.

La historia de esos victoriosos sobrevivientes ilustra el aspecto divino de la vida cristiana triunfante: Dios preservará a los suyos. Los ciento cuarenta y cuatro mil serán prueba viviente de las promesas del Salmo 91:5-16:

No temerás el, terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que arde en oscuridad, ni mortandad que en medio del, día destruya. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará. Ciertamente con tus ojos mirarás y verás la recompensa de los impíos. Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza, al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada. Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu pie no tropiece en piedra. Sobre el león y el áspid pisarás; hollarás al cachorro del león y al dragón. Por cuanto en, mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre. Me invocará, y yo le responderé; con él estaré yo en la angicstia; lo libraré y le glorificaré, lo saciaré de larga vida, y le mostraré mi salvación.

Dios protegerá a los suyos y los llevará en triunfo a través de sus pruebas. Esto es cierto para los sobrevivientes en la tierra, como los ciento cuarenta y cuatro mil, y para los mártires en el, cielo, como los que describe 6:9-11 y 7:9-17. Jesús prometió: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera» (Jn. 6:37). Los creyentes están eternamente seguros, Jesús declaró, porque «nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre» (Jn. 10:28-29). A los Filipenses Pablo escribió: «[Estoy] persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Fil. 1:6); mientras judas ofrecía alabanza «a aquel que es poderoso para guardados sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría» (Jud. 24). Conocedores de que están «guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero» (1 P. 1:5), los creyentes pueden vivir confiadamente y ministrar con denuedo. Las majestuosas palabras de Romanos 8:31-39 resumen elocuentemente la maravillosa verdad de que Dios protege y libra a los suyos:

¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará,? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede. por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

ALABANZA

Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas, y como sonido de un gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que tocaban sus arpas. Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra. (14:2-3)

Estando junto al Cordero en el monte de Sion, los ciento cuarenta y cuatro mil se unirán en el canto celestial de redención. Con toda la devastación que han visto, con todos los problemas que han afrontado, con todo el rechazo, la hosti¬lidad, el odio y la persecución que han sufrido, se pudiera esperar que estuvieran demasiado tristes para cantar (cp. Sal. 137:1-4). Sin embargo, alabarán con gozo al Señor por su protección y triunfo.

Esta no es la primera vez que Juan oyó una voz del cielo (cp. 4:1; 10:4, 8; 11:12; -12:10), ni tampoco será la última (cp. v. 13; 18:4; 19:1). La voz que oyó era muy alta y continua, corno sonido de un gran trueno. Ezequiel 43:2 asemeja la voz de Dios al estruendo de muchas aguas, mientras que Apocalipsis 1:15 describe la voz del Señor Jesucristo de la misma manera. Pero como Apocalipsis 19:6 emplea ambas fiases para describir la voz de una multitud celestial, es mejor entenderlas en ese sentido aquí.

El cántico comenzó en 5:9-10, cuando los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra». Los próximos en unirse fueron los muchos miles de ángeles, quienes comenzaron a «[decir] a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza» (5:12). Por último, «todo lo creado que está en cl cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos» (5:13). En 7:9-10, los mártires de la tribulación se unieron en un creciente coro de alabanza: «Después de esto miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la presencia del Cordero, vestidos de ropas blancas, y con palmas en las manos; y clamaban a gran voz, diciendo: La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el trono, y al Cordero».

La poderosa voz no era simple ruido; tenía categoría musical, como de arpistas que tocaban sus arpas. La alusión a arpistas y a arpas sugiere que la voz expresaba no fragoroso ,juicio sino gozo. Las arpas se asociaban a menudo en el Antiguo Testamento con alabanza gozosa (cp. 2 S. 6:5; 1 Cr. 13:8; 15:16, 28; 2 Cr. 5:12-13; Neh. 12:27; Sal. 33:2; 71:22; 144:9; 1_50:3). El cielo resonará con una poderosa alabanza cuando el Señor Jesucristo vuelva victorioso para establecer su reino terrenal.

Un cántico nuevo cantado en el cielo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos es el canto de redención (cp. Sal. 33:1¬3; 40:3; 96:1-2; 98:1-2; 144:9-10; 149:1; Is. 42:10). Los ángeles se unirán a los santos del Antiguo Testamento, a la iglesia arrebatada y a los mártires redimidos de la tribulación en alabanza a Dios por la salvación. Aunque los ángeles no experimentan la redención, sí se regocijan a causa de ella (Lc. 15:10). Todo el cielo rebosará de alabanza por el cumplimiento de la obra redentora de Dios que culmina en la venida de Cristo.

La alabanza del cielo se desborda hasta la tierra, donde se usa el cántico nuevo. Juan observa que nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra. Desde luego que los no regenerados no pueden cantar el canto de redención; es solo para los redimidos por la sangre de Cristo. No se dice por qué el cántico se limita a los ciento cuarenta y cuatro mil, pero Henry Morris ha dado una explicación posible:

Aunque las palabras de la canción de los ciento cuarenta y cuatro rnil no se registran, seguramente se basan, al menos en parte, en la gran verdad de que habían sido «redimidos de entre los de la tierra». Aunque en cierto sentido todas las personas salvas han sido redimidas de entre los de la tierra, estos pudieran saber el significado de esto de forma más profunda que otros. Ellos habían sido salvos después del arrebatamiento, en aquel tiempo de la historia en que la tierra experimentó las más gran¬des persecuciones al hombre y los más grandes juicios de Dios. Fue en ese tiempo que ellos, como Noé (Gn. 6:8), «[hallaron] gracia ante los ojos de Jehová» y fueron separados de «todos los moradores de la tierra» (Ap. 13:8). No solo fueron redimidos espiritualmente sino que habían sido redimidos de la misma maldición en la tierra (Gn. 3:17), al ser protegidos del dolor y la muerte por el sello que los protegía.

Los ciento cuarenta y cuatro mil se unirán al coro celestial en alabanza a Dios por su maravillosa obra de redención. Parte de la letra de su canción pudiera hallarse en 15:3-4:
Y cantan el cántico de, Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh, Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado.

Una característica de la vida cristiana victoriosa en cualquier época es la constante alabanza a Dios. Los ciento cuarenta y cuatro mil no dudaron en alabar a Dios durante todo el tiempo de prueba y persecución. Corno ha finalizado su tiempo de prueba difícil y han salido victoriosos, ellos estallarán en alabanza a Dios por su liberación. El gozo es la respuesta apropiada de un corazón que confía en el soberano poder de Dios (Fil. 3:1; 4:4; 1 Ts. 5:16; Stg. 1:2; 1 P. 4:13).

PUREZA

Estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. (14:4a)

La adoración del anticristo durante la tribulación será indescriptiblemente vil y perversa. Como se hacía en los cultos a la fertilidad de los tiempos antiguos, el pecado sexual se practicará (le forma desenfrenada. Incluso en estos días de grosera inmoralidad, no podemos imaginar siquiera cómo será la desviada perversión sexual de la tribulación. Al quitarse el impedimento divino (2 Ts. 2:6-7) y hallarse el mundo incrédulo abandonado mediante juicio por Dios (cp. Ro. 1:24, 2(3, 28), el pecado se soltará corno un torrente, inundando el mundo. Y azuzando las llamas de maldad del infierno, estarán Satanás y sus huestes de demonios, tanto las expulsadas del cielo con él (1.2:9) como los perversos demonios librados de su encarcelamiento (9:1-11, 14-19).

En medio de la oscuridad del período de la tribulación, los ciento cuarenta y cuatro mil resplandecerán como faros de pureza. A pesar del desenfrenado pecado sexual que los rodea, ellos no se contaminaron con mujeres, sino que se mantuvieron vírgenes. El que el pecado específico que ellos evitarían implica mujeres, indica que aquí se trata de pureza sexual, no aislamiento del corrupto sistema del mundo. El que los ciento cuarenta y cuatro mil estarán separados del imperio del anticristo, ya ha quedado claro; ellos llevan la marca de Dios, no la de la bestia (7:3-4). Este pasaje tampoco enseña que todos ellos seguirán sin casarse, ya que el sexo dentro del matrimonio no contamina a nadie (He. 13:4). Lo que quiere decir es que se mantendrán alejados del pecado de su cultura, ciento cuarenta y cuatro mil predicadores moralmente puros en medio de la contaminación que los rodea.

La pureza sexual es indispensable para la vida cristiana victoriosa. En 1 Tesalonicenses 4:3 Pablo escribió con toda claridad: «pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación». El apóstol exhortó al joven pastor Timoteo: «Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor» (2 Ti. 2:22). Pablo escribió a los corintios: «el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor… Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre corneta, está fuera del cuerpo; mas el que fornica, contra su propio cuerpo peca» (1 Co. 6:1 3, 18). Los que quieran servir a Dios de manera eficiente, deben vivir de forma santa y pura. El piadoso predicador escocés del siglo XIX Robert Murray McCheyne le dio el consejo siguiente a un joven aspirante a ministro:

No olvide la cultura del hombre interior, quiero decir, la del corazón. Cuán diligentemente el oficial de caballería mantiene su sable limpio y afilado; él frota hasta quitar cada mancha con el mayor cuidado. Recuerde que usted es la espada de Dios, su instrumento; y confío que es un vaso escogido por Él para llevar su nombre. En gran parte, según la pureza y la perfección del instrumento, así será el éxito. No son los grandes talentos los que Dios bendice más, sino un gran parecido a Jesucristo. Un santo ministro es un arma temible en la mano de Dios.

LEALTAD

Estos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. (14:4b)

A los ciento cuarenta y cuatro 1ni1 se les describe además como los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Serán los seguidores del Cordero. El seguidor es alguien que sigue o apoya a alguien en las buenas y en las malas. Los victoriosos ciento cuarenta y cuatro mil serán leales al Cordero, cueste lo que cueste. Como dice John Phillips:

Ellos no aceptan rivales, ni negativas, ni freno alguno que estorbe su dedicación a Él. ¿Necesita Él de alguien que se levante ante el Vaticano y alce la voz contra el matrimonio del cristianismo y la bestia? ¡Hay ciento cuarenta y cuatro mil completamente listos! ¿Necesita el Señor de alguien que desafíe a la bestia en alguna alta esfera del estado y que sin rodeos lo denuncie a él, su política, su manera de gobernar, su religión, su sabotaje económico, su marca, sus ministros, su alianza con Satanás? ¡Hay ciento cuarenta y cuatro mil completamente dispuestos! ¿Necesita el Cordero evangelistas que proclamen a los incalculables millones el evangelio del reino venidero de Dios? ¿De quién ascienda a lo más alto del Himalaya, cruce las arenas del desierto, resplandezca con una estela evangelística dentro de las humeantes junglas, o se mueva en la nieve con perros esquimales a través de los amplios y yermos parajes árticos? ¡Hay ciento cuarenta y cuatro mil completamente listos! Y aunque la gestapo de la bestia siga sus pasos y vierta sobre sus convertidos su más horrenda venganza, a pesar de eso ellos prosiguen intrépidos y sin que nada los estorbe. Este es el mismo espíritu de su consagración mientras siguen al Cordero a dondequiera que Él les conduzca en la tierra, y su recompensa es en especies.

Estos son los seguidores leales y fieles que busca Jesucristo. En Mlateo 16:24 Él dijo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame». Él aconsejó al joven rico: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme» (Mt. 19:21). Jesús le dijo a los incrédulos judíos que ellos no eran de sus ovejas, señalando que «Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen» (Jn. 10:27). Pablo decía que él era un seguidor de Jesucristo (1 Co. 11:1), mientras que en su primera epístola, Juan les recordó a sus lectores que «el que dice que permanece en él, debe anclar como él anduvo» (1 Jn. 2:6)

PROPÓSITO

Estos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero. (14:4c)

Empleando la terminología de la redención que evoca 5:9, Juan explica que los ciento cuarenta y cuatro mil han sido redimidos de entre los hombres. Aunque todos los creyentes lían sido comprados por Dios (cp. Hch. 20:28; 1 Co. 6:20; 7:23; 1 P. 1:18-19), los ciento cuarenta y cuatro mil fueron comprarlos con un propósito especial. Serán redimidos como primicias para Dios y para el Cordero. En el Antiguo Testamento las primicias, la primera parte de un cultivo a cosechar, se ofrecía a Dios (Dt. 2(5:1-11) para el uso en su servicio (Dt. 18:3-5). Los ciento cuarenta y cuatro mil, como la ofrenda de los primeros frutos, se apartaría para el servicio divino. Como se observó antes, el número ciento cuarenta y cuatro mil no simboliza a todos los santos de la tribulación, sino que más bien designa a un grupo de judíos evangelistas. El propósito de sus vidas sería servir al Señor al predicar el evangelio al mundo perdido, que perece rechazando a Cristo.

También es posible ver a los ciento cuarenta y cuatro mil como primicias en el sentido de que representan los primeros de muchos otros que se salvarán. Pablo empleó el término en ese sentido cuando observó que «la familia de Estéfanas es las primicias de Acaya» (1 Co. 16:15). Los ciento cuarenta y cuatro mil pudieran verse legítimamente como las primicias del redimido Israel, anun¬ciando la salvación de la nación cuando vuelva Cristo. En ese día «mirarán a [Él], a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él corno quien se aflige por el primogénito» (Zar. 12:10). De ese día Pablo escribió:

Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arro¬gantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito:
Vendrá, de Sion el Libertador Que apartará de Jacob la impiedad. Y este será mi pacto con ellos, Cuando yo quite sus pecados (Ro. 11:25-27).
Los ciento cuarenta y cuatro mil ejemplificarán el propósito, el carácter definitivo, la dedicación y la claridad de la meta de la vida que caracteriza a los cristianos victoriosos. (cp. Ro. 12:1-2)

PRECISIÓN

y en sus bocas no fue hallada mentira, (14:5a)

Los ciento cuarenta y cuatro mil no propagarán las mentiras de Satanás, sino que dirán la verdad de Dios. Serán corno aquellos de quienes escribió Sofonías: «El remanente de Israel no hará injusticia ni dirá mentira, ni en boca de ellos se Hallará lengua engañosa» (Sof. 3:13). El mundo incrédulo será consumido con «prodigios mentirosos», «todo engaño de iniquidad», y «poder engañoso» decretados por Dios como condena, de forma que quienes rechazan el evangelio «crean la mentira» (2 Ts. 2:9-11). Pero los ciento cuarenta y cuatro mil proclamarán fielmente la Palabra de Dios sin titubeos, equivocaciones, o adulteraciones. Serán como su Señor, de quien la Biblia dice que «no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca» (1 P. 2:22).

En todas las generaciones, los cristianos victoriosos se caracterizan por «[seguir] la verdad en amor» (Ef. 4:15), «[desechar] la mentira», y «[hablar] verdad» (Ef. 4:25). Conociendo la vital importancia de «[usar] bien la palabra de verdad», «[procurarán] con diligencia [presentarse] a Dios [aprobados], como [obreros] que no [tienen] de qué avergonzarse» (2 Ti. 2:15). Nunca se les hallará «andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios»; más bien, «por la manifestación de la verdad [recomendándose] a toda conciencia humana delante (le Dios» (2 Co. 4:2).

PERFECCIÓN

son sin mancha delante del trono de Dios. (14:5b).

Como confiarán en el poder de Dios y llevarán vidas caracterizadas por alabanza, pureza, lealtad y unidad de propósito, los ciento cuarenta y cuatro mil serán sin mancha. Esto, por supuesto, no significa que serán sin pecado (Job 15:14-16; 1 R. 8:46; Sal. 143:2; Pr. 20:9; Ec. 7:20; 1 Jn. 1:8-10), sino que serán santificados. Estarán más allá de cualquier reprensión, viviendo de manera santa ante todos los que los ven.
Como los ciento cuarenta y cuatro mil, a todos los cristianos se les llama a la santidad. En Efesios 1:4 Pablo escribió: «nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él» (cp. (Col. 1:22). El apóstol escribió a los corintios: «os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo» (2 Co. 11:2; cp. Ef. 5:27). Pedro exhortó a los creyentes: «como aquel que os llamó es santo, sed también voso¬tros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo» (1 P. 1:15-16). Judas les recordó a sus lectores que Dios «es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría» (Jud. 24).

Los ciento cuarenta y cuatro mil merecen un lugar en el «Salón de la Fama» de la fe cristiana (He. 11). Llevarán vidas santas y ministrarán eficientemente para Dios durante la llora más oscura de la historia. Su aleccionador esfuerzo encabezará el más grande despertamiento espiritual que el mundo jamás verá (cp. 6:9-11; 7:9). El inspirado relato de su vida y ministerio presenta un modelo de vida cristiana victoriosa para que todos los creyentes lo imiten.


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