En Cada Banca Se Sienta Un Corazón Partido

EN CADA BANCA SE SIENTA UN CORAZÓN PARTIDO
Por Ruth Graham

Iba conduciendo cuesta arriba por la empinada ladera hacia la casa de mis padres, al oeste de Carolina del Norte, sin saber si me darían la bienvenida o me rechazarían. Estaba afligida por las decisiones que había tomado. Terca y obstinada, seguí mi propio camino y ahora tendría que enfrentar las consecuencias. Había causado dolor a mis hijos y a mis seres queridos. Temía haber avergonzado a mis padres. Aparente­mente, mi mundo estaba hecho trizas. Sentía una vergüenza casi insoportable. Hacía dieciséis horas que venía conduciendo desde el sur del estado de Florida, haciendo una parada para recoger a mi hija menor del internado, y ahora estaba cansada y ansiosa. La familiaridad del paisaje de mi niñez de poco ser­vía para aplacar mis temores. En febrero, el aire de la montaña era límpido y fresco. Los árboles sin hojas —arces, álamos y robles— que bordeaban el camino a la casa de mis padres ofrecían una vista espectacular en esta época del año, pero estaba demasiado absorta en mis pensamientos para disfrutarla.
¿Cómo sería mi vida de ahora en adelante? Había hecho todo lo contrario a lo que me aconsejaron. Mi familia me lo advirtió e intentó disuadirme, pero no los había escuchado. Les dije que necesitaba hacer lo que era mejor para mí, y ahora mi vida estaba hecha añicos. Me consideraba un fracaso, y sin duda otros también me considerarían un fracaso cuando se enteraran de lo que «la hija de Billy Graham» había hecho. Temía haber avergonzado a las personas que más quería. ¿Cómo podría mirarlos a los ojos?
Mientras ascendía por la pendiente, mis temores se multi­plicaban. La adrenalina mantenía mi pie firme en el acelerador, mis manos se aferraban al volante, mis ideas estaban confusas, e intentaba recordar la insistencia con que mi madre unos días antes me había exhortado por teléfono: «Ven a casa». Estaba desesperada cuando la llamé. Le referí mi error y mientras pro­curaba delinear un plan, me interrumpió con la voz cariñosa y tranquilizadora de una madre. Pero, ¿cómo reaccionaría ella y mi padre cuando me vieran llegar? ¿Qué me dirían? ¿Podrían decir: «Tú te metiste en ese lío, así que ahora atente a las consecuencias»? ¿Me increparían? ¿Me rechazarían? ¿También me despreciarían? Estarían en todo su derecho.
Al tomar la última curva divisé a mi padre parado en el pavimento donde las visitas aparcaban sus autos. Detuve el auto, respiré hondo y me preparé para saludarlo. Apagué el motor, abrí la portezuela y descendí. Me estaba incorporando cuando mi padre ya estaba a mi lado, y antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, me abrazó y me dijo: «¡Bienvenida a casa!»

EL FRACASO NUNCA ES DEFINITIVO
No estoy calificada para escribir este libro por ser la hija de Billy Graham, por la posición que ocupo o por mi amplia experiencia. Pero estoy apta para escribirlo porque no soy perfecta, porque soy una pecadora salvada por la gracia de Dios, porque soy obstinada y me cuesta aprender, he cometido errores… muchos errores, y porque he fracasado muchas veces.
Mi propia historia no es ni ordenada ni sencilla sino entreverada y complicada, y todavía no se ha terminado de escribir. He conocido la traición, el divorcio, la depresión y sufrido las consecuencias de los malos juicios. He luchado para criar a mis hijos a través de crisis en los embarazos, drogadicción y tras­tornos de la alimentación. Conozco el rostro de la decepción, la desesperación, el temor, la vergüenza y lo que es sentirse inútil. Mi vida no fue como la soñé. Esta muy lejos de serlo.
Recordar los capítulos oscuros de nuestra vida puede ser una experiencia dolorosa. Hay cosas que preferiríamos no recordar: errores que nos costaron caros, relaciones rotas, palabras fuera de lugar, acciones u omisiones. Basta dirigir la mirada en dirección a algunas de estas memorias para entrar de nuevo en un mundo de dolor. Preferiríamos avanzar, como dice la Biblia, y olvidar «lo que queda atrás» (Filipenses 3:13).
Sin embargo, hay momentos en la vida en que Dios nos guía suavemente de regreso a nuestro dolor y nos invita a mirarlo con otros ojos. No nos llama para agravar nuestras heridas o causarnos un daño emocional. Cuando Dios nos llama lo hace con un buen propósito, y cuando nos pide que consideremos de nuevo el sufrimiento es para poder sanarnos. Solo entonces podremos realmente proseguir. En las Escrituras tenemos la historia de cómo la esposa de Abraham, Sara, maltrató a su sierva Agar. Sara, que no podia tener hijos, le pidió a Abraham que se acostara con Agar para que pudiera tener descendencia. Cuando su sierva quedó embarazada, Sara se sintió despreciada por ella, y en represalia la maltrató tanto que Agar huyó al desierto. Allí el angel del Señor le habló: Allí, junto a un manantial que está en el camino a la región de Sur, la encontró el ángel del Señor y le preguntó:
—Agar, esclava de Saray, ¿de dónde vienes y a dónde vas?
—Estoy huyendo de mi dueña Saray —respondió ella.
—Vuelve junto a ella y sométete a su autoridad —le dijo el ángel. GÉNESIS 16:7-9

¿Qué peor destino para Agar que volver ahora a la casa de su dueña? Sin embargo, Dios le dijo a la sierva que regresara. Aunque Agar debió sentirse desconcertada al escuchar esto, Dios no la dejó confundida sino que también le dio una prome­sa: «De tal manera multiplicaré tu descendencia, que no se podrá contar» (Génesis 16:10).
Cuando el Señor nos llama, como a Agar, para que regrese­mos a los lugares o memorias que nos causan sufrimiento, tam­bién nos acompaña con una promesa de restauración y una esperanza para el futuro. El profeta Isaías expresó la promesa de la siguiente manera:
Sin duda, el Señor consolará a Sión; consolará todas sus ruinas. Convertirá en un Edén su desierto; en huerto del Señor sus tierras secas. En ella encontrarán alegría y regocijo, acción de gracias y música de salmos. ISAÍAS 51:3

El fracaso nunca es definitivo. Dios es especialista en restau­raciones: es lo que mejor hace. Le encanta crear a partir del caos. Considera cuál fue el punto de partida en Génesis, cuando ordenó la tierra que «era un caos total» (Génesis 1:2). De igual modo Dios se ocupa de las ruinas de nuestra vida, recoge los pedazos y los recompone de manera fantástica y sorprendente: nuestros errores, angustias, defectos y planes fracasados. No malgasta nada. Convertirá en un Edén tu desierto.
Isaías nos dice que Dios contempla nuestras ruinas y nos consuela con compasión. Imagínate la mirada compasiva de Dios, piensa en su amor y su ternura. Dios no nos condena por nuestros errores. Él ve esperanza donde otros ven fracasos. Él ve el futuro donde otros ven los estragos. Su deseo es sacarnos de nuestra devastación, sanarnos y fortalecernos, que recobre­mos una canción en el corazón. Esa es su promesa. En ella encontrarán alegría y regocijo.

UNA MIRADA DESDE LAS RUINAS
Es difícil percibir la mano de Dios cuando estamos en ruinas, ¿no es cierto? No podemos entender lo que está haciendo, qué esquemas emocionales está desmantelando, ni siquiera si está ahí o no, ni dónde acabaremos. Con el tiempo y con la ayuda divina, podremos aprender a ver el pasado con otra mirada. Al reexaminar mis propias ruinas mientras preparaba este libro, me di cuenta de la perseverancia con que Dios había intervenido en mi vida, de lo cual en esos momentos no me percaté. Reconocí cómo Dios obró en mi vida en momentos en los que temí que me hubiera abandonado. Comprendí cómo usó mis circunstancias en el transcurso de los años para ayudarme a superar debilidades ocultas. Tomé conciencia de ciertos hechos olvidados que, en realidad, habían sido puntos de inflexión en mi vida.
Aunque a menudo me sentí rechazada y sola mientras atra­vesaba mis pruebas, ahora comprendo que Dios nunca dejó de obrar en mi vida. En mi dolor, en mi sufrimiento, en mis errores —incluso en la oscuridad— Dios siempre estuvo presente, obrando para bien. Jesús es Emanuel, que significa «Dios con nosotros» (Mateo 1:23). Al pasar revista a mi vida he llegado a reconocer como nunca la realidad de la fidelidad de Dios. Él está con nosotros. Nunca nos considerará un caso perdido. Entender cabalmente esto fue parte de su obra restauradora en mí. Al final me di cuenta de que no era la única persona en la iglesia cuya vida había tenido reveses desagradables. No era la única que no había aprovechado las oportunidades, ni la única que había pecado. En particular, aprendí que cuando las demás personas se sinceraban respecto a sus defectos e imperfecciones, me sentía más libre de confesar mis propios errores. Una vez que nos quitamos la máscara y nuestras ruinas se hacen públicas, las demás personas se sienten libres para hacer lo mismo. Entonces puede tener lugar el verdadero ministerio y la sanidad. Pidamos al Señor que nos ayude a procurar su «¡Bienvenido a casa!».

Ruth Graham, la tercera hija de Ruth y Billy Graham, es una experta conferencista y profesora de la Biblia conocida por su honestidad y autenti­cidad cuando comparte en algunas ocasiones su doloroso viaje de la fe. Es autora de First Steps in the Bible (Word 1980) y de numerosos artículos de revista. Ruth también se ha presentado en programas de televisión y radio. Ella tiene tres hijos y tres nietos y vive en Shenandoah Valley.
© 2005 Editorial Vida Miami, Florida Publicado en inglés bajo el título: In every pew sits a broken heart 

1 Reply to “En Cada Banca Se Sienta Un Corazón Partido”

  1. quien no a cometido errores??? quien no a sido desilucionado?? , aveces en esos momentos decaemos espiritualmente, bueno todos hemos pasado por algo similar, pero lo bueno es que como dice ruth, dios nunca nos deja solos y nos dice que volvamos a casa.

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