El Templo Del Juicio (John MacArthur)

EL TEMPLO DEL JUICIO

Apocalipsis 15:1-8

Cuando piensan en el futuro, las personas se preocupan por muchas cosas. La destrucción del medio ambiente, el calentamiento global, la zozobra e inestabilidad política, el terrorismo, el delito, el desplome económico y financiero, y el constante deterioro en los valores morales que arruinan todas las relaciones son causas de preocupación. Una causa adicional de ansiedad es la sensación de un desesperante vacío fomentado por la filosofía humanista y contraria a Dios. Para los que creen que no hay un Dios personal, no hay ni un hogar en el universo, por lo tanto no tienen a dónde volverse en busca de respuestas decisivas, ayuda o significado.

Pero lo que es aterrador acerca del futuro no es ninguna de esas cosas; lo que debiera detener el corazón de los pecadores es lo que Dios hará. La ira y el furor condenatorios de Dios son una aterradora realidad que asoma en el horizonte de la historia humana (cp. Sal. 96:13; 98:9; 110:6; Joel 3:2, 12; Hch. 17:31; 2 Ti. 4:1). Como pasan por alto deliberadamente esa realidad, las personas no temen lo que deben temer. Jesús exhortó a las personas a «[temer] más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno» (Mt. 10:28), porque «Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días» (Sal. 7:11). El escritor de Hebreos añade: «¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!» (He. 10:31).

A lo largo de la historia humana Dios ha derramado su ira en juicio sobre los pecadores. El pecado de Adán en el Edén puso a todo el género humano bajo juicio (Ro. 5:12). Ya para la época de Noé, las personas habían llegado a ser tan malvadas que Dios envió el catastrófico juicio del diluvio para destruir al mundo (cp. Gn. 6:5-8). Solo se salvaron Noé y los que estaban con él en el arca. Siglos de desobediencia del pueblo judío finalmente llevaron a su castigo, como primero el reino del norte de Israel y luego el reino del sur de Judá fueron llevados al cautiverio.

La ira y el juicio de Dios fueron los temas constantes de los profetas del Antiguo Testamento. Advirtieron a menudo de la venida del día del Señor, ya sea un inminente juicio histórico, o el escatológico y final día de Jehová. Todos los juicios del día de Jehová en la historia fueron muestras del último y más terrible día del Señor.

Isaías advirtió del futuro juicio de Dios:
Aullad, porque cerca está el día de Jehová; vendrá como asolamiento del Todopoderoso. Por tanto, toda mano se debilitará, y desfallecerá todo corazón de hombre, y se llenarán de terror; angustias y dolores se apoderarán de ellos; tendrán dolores como mujer de parto; se asombrará cada cual al mirar a su compañero; sus rostros, rostros de llamas. He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la tierra en soledad, y raer de ella a sus pecadores (Is. 13:6-9).

Ezequiel describió el día de Jehová como «día de castigo de las naciones» (Ez. 30:3). Joel exclamó: «¡Ay del día! porque cercano está el día de Jehová, y vendrá como destrucción por el Todopoderoso» (Joel 1:15). Amós clamó a los pecadores en Israel: «Prepárate para venir al encuentro de tu Dios» (Am. 4:12). El profeta Sofonías dio la siguiente aterradora descripción del día de Jehová:

Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo; es amarga la voz del día de Jehová; gritará allí el valiente.
Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de asolamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebrecimiento, día de trompeta y de algazara sobre las ciudades fortificadas, y sobre las altas torres.
Y atribularé a los hombres, y andarán como ciegos, porque pecaron contra Jehová; y la sangre de ellos será derramada como polvo, y su carne como estiércol.
Ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día de la ira de Jehová, pues toda la tierra será consumida con el fuego de su celo; porque ciertamente destrucción apresurada hará de todos los habitantes de la tierra
(Sof. 1:14-18).

Job advirtió que «el malo es preservado en el día de la destrucción; guardado será en el día de la ira» (Job 21:30).
Los derramamientos históricos de la ira de Dios caen en varias categorías.
Primero está lo que pudiera llamarse la ira de «la siembra y la cosecha». Las personas pecan y sufren las consecuencias lógicas de ese pecado; «los que aran iniquidad y siembran injuria, la siegan» (Job 4:8; cp. Gá. 6:7-8). Un segundo tipo de ira es la ira catastrófica, cuando Dios envía juicios grandes y destructivos. Ese juicio pudiera abarcar todo el mundo, como ocurrió con el diluvio (Gn. 6-8), o una región más pequeña, como cuando Dios destruyó a Sodoma y Gomorra (Gn. 19:1-29). Romanos capítulo 1 revela la ira de Dios de desamparo cuando Pablo tres veces empleó la frase «Dios los entregó» para demostrar el juicio de Dios abandonando a los pecadores, quitando las limitaciones a las mortales consecuencias de sus pecaminosas decisiones (vv. 24, 26, 28). Oseas 4:17 declara: «Efraín es dado a ídolos; déjalo». Como se observó antes, el juicio temporal de Dios se derramó en juicios del día de Jehová en la historia. Por último, hay una ira eterna, ira escatológica de Dios que se derramará en el futuro sobre el mundo entero (1 Ts. 1:10; 5:9). El resultado final de la ira eterna será la condenación eterna al infierno de todos los pecadores incontritos.

Pero durante todo el derramamiento histórico de la ira de Dios, desde Edén hasta la explosión final de su ira escatológica, hay una extraña paradoja: Dios está obrando activamente para salvar a los pecadores de su propia ira. La naturaleza de Dios abarca no solo justicia y santidad, sino también gracia y misericordia. Aun durante los devastadores juicios de la tribulación, Dios llamará a los pecadores a la salvación. Lo hará usando a los ciento cuarenta y cuatro mil judíos evangelistas (7:2-8; 14:1-5), los dos testigos (11:3-13), una multitud de gentiles y judíos redimidos (7:9-17), incluso a un ángel que volará en el cielo (14:6-7). Con el incremento del derramamiento de ira divina, los esfuerzos evan¬gelísticos de Dios también aumentarán. El resultado será la mayor cosecha de almas en la historia humana (cp. 7:9). Un Israel redimido y almas de todas las naciones serán salvos, muchos sobrevivirán a la tribulación y entrarán en el reino milenario.

Los capítulos 15 y 16 presentan los fenómenos específicos del último derramamiento de la ira de Dios antes de la venida de Cristo. Esa ira se expresa con los efectos de la séptima trompeta (11:15), que son los siete juicios de las copas descritos en el capítulo 16. El capítulo 15, el más corto de Apocalipsis, forma una introducción a esos violentos juicios, pero ese capítulo no está escrito con el propósito específico de defender la ira de Dios. Como su «obra es perfecta [y] todos sus caminos son rectitud» (Dt. 32:4), no hay que defender la conducta de Dios. No obstante, pueden observarse en este texto varias razones para el derramamiento de la ira de Dios.
Una escena en el cielo anuncia los juicios de las copas, como lo hizo respecto a los juicios de los sellos (caps. 4-5) y las trompetas (8:2-6). Esa es la tercera señal celestial que Juan ha visto en Apocalipsis. En 12:1 vio «una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas», mientras que en 12:3 vio la señal de «un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas». Los términos grande y admirable expresan la gran importancia de esta señal al contener el último derramamiento de la ira de Dios sobre los malvados, los pecadores incontritos de la tierra.

La señal misma consta de siete ángeles que tenían las siete plagas. Los mismos seres que cuidan y ministran al pueblo de Dios (cp: He. 1:14) traerán la ira de Dios al mundo pecador (cp. Mt. 13:37-42). “Plêgê» (plagas) literalmente significa «un golpe», o «una herida», y se emplea así en pasajes como Lucas 12:48; Hechos 16:23, 33; 2 Corintios 6:5 y 11:23. En 13:3 y 12 se describe la herida mortal de la bestia. Así que las siete plagas no son en realidad enfermedades ni epidemias, sino poderosos y mortales golpes (cp. 9:18-20; 11:6) sobre el mundo con resultados mortales.

Esas siete plagas (los siete juicios de las copas) son las plagas postreras (y peores), porque en ellas se consumaba la ira de Dios. Es importante observar que el hecho de que se les llame postreras implica que los juicios precedentes de las trompetas y los sellos fueron también plagas que expresaban la ira de Dios. La ira de Dios se extiende a lo largo de la tribulación y no está confinada a un breve período en el mismo final, como afirman algunos. El que sean las postreras también indica que los juicios de las copas vienen después de los de los sellos y las trompetas, en secuencia cronológica.

Ese tremendo derramamiento de la ira condenatoria de Dios fue en realidad anunciado antes en Apocalipsis. Es la culminación del «gran día de [la] ira [de Dios el Padre y de Jesucristo]» (6:17). Es el «tercer ay» predicho en 11:14; el tiempo de destrucción (11:18); del vino puro de la ira de Dios (14:10); la última siega de la tierra (14:14-16); y la vendimia final de las uvas de la ira de Dios (14:17-20).

Thumos (ira) es una palabra enérgica que describe furia, o un apasionado arranque de ira. La ira de Dios debe expresarse contra todo pecado no perdonado (cp. 14:8, 10). En 16:19 y 19:15 a la ira final de Dios se le llama «el ardor de su ira». El profeta Sofonías escribió de este último derramamiento de la ira de Dios en Sofonías 3:8: Por tanto, esperadme, dice Jehová, hasta el día que me levante para juzgaros; porque mi determinación es reunir las naciones, juntar los reinos, para derramar sobre ellos mi enojo, todo el ardor de mi ira; por el fuego de mi celo será consumida toda la tierra.
Es cierto que, como escribió Pedro, «el Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 P. 3:9). Sin embargo, los que rechazan el amor de Dios, rechazan su gracia y desprecian su misericordia, inevitablemente enfrentarán su ira.

A medida que se desarrolla este capítulo, tres motivos para el último derra¬mamiento de la ira de Dios se harán evidentes: La venganza de Dios, el carácter de Dios y el plan de Dios.

LA VENGANZA DE DIOS

Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio, con las arpas de Dios. (15:2)

En esta visión extraordinaria, Juan vio como un mar de vidrio mezclado con fuego. El mar no era un verdadero océano, ya que en 21:1 él vio «un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más». Lo que Juan vio era una transparente plataforma de cristal delante del trono de Dios, refulgiendo y reluciendo como un mar tranquilo iluminado por el sol. Juan vio esta misma plataforma como cristal en 4:6: «delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal». Moisés también tuvo una visión semejante cuando él y los ancianos de Israel «vieron al Dios de Israel; y había debajo de sus pies como un embaldosado de zafiro, semejante al cielo cuando está sereno» (Ex. 24:10). Ezequiel lo describió como «una expansión a manera de cristal maravilloso» (Ez. 1:22).

Pero la serena belleza del mar estaba mezclada con el fuego del juicio de Dios, que estaba a punto de derramarse sobre la tierra. Quienes rechazan la gracia y la misericordia de Dios se enfrentan a «una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios» (He. 10:27), porque «nuestro Dios es fuego consumidor» (He. 12:29). En las Escrituras a menudo se asocia el fuego con el juicio de Dios (cp. Nm. 11:1; 1.6:35; Dt. 9:3; Sal. 50:3; 97:3; Is. 66:15; 2 Ts. 1:7-9; 2 P. 3:7).

Juan vio reunidos alrededor del trono de Dios a los que habían alcanzado la victoria sobre la bestia. Estos son los creyentes redimidos
durante la tribulación (6:9-11; 7:9-17; 12:11, 17; 14:1-5, 12-13). Ellos tendrán victoria sobre la bestia gracias a su imperecedera fe en el. Señor Jesucristo. Apocalipsis 20:4-6 describe su resurrección y recompensa. En 13:7 dice de la bestia (el anticristo): «se le permitió hacer guerra contra los santos, y vencerlos«. Pero el triunfo del anticristo será de corta duración, y al final a los santos de la tribulación se les dará el triunfo sobre él, prevaleciendo a la presión ante la cual el mundo sucumbió (cp. 13:4, 14-17; 14:9, 11; 19:20).

No solo triunfarán los santos de la tribulación sobre la bestia, sino también sobre su imagen, y su marca y el número de su nombre. El cómplice de la bestia, el falso profeta, realizará muchos prodigios milagrosos para engañar a las personas. Uno de ellos será levantar una imagen de la bestia, a la cual ordenará que todos adoren bajo pena de muerte. El falso profeta también exigirá que todos reciban una marca que represente el nombre de la bestia o el número de su nombre. Los que no tengan la marca enfrentarán la muerte y no podrán comprar ni vender (vea el análisis de 13:17 en el capítulo 5 de este volumen). Pero los creyentes de la tribulación, con el poder de Dios, triunfarán eternamente sobre todo este designio de Satanás, la bestia y el falso profeta. Incluso los que hallen la muerte por su fe victoriosa recibirán sus gloriosas recompensas (20:4).

El que a los santos de la tribulación se les vea con las arpas de Dios indica que se están regocijando y cantando alabanzas a Dios. Las arpas también se asociaron con la alabanza en Apocalipsis (5:8; 14:2), como ocurre con frecuencia en el Antiguo Testamento (cp. 2 S. 6:5; 1 Cr. 13:8; 15:16, 28; 2 Cr. 5:12-13; Neh. 12:27; Sal. 33:2; 71:22; 144:9; 150:3). Estos creyentes se regocijan porque sus oraciones para que Dios tome venganza de sus perseguidores (6:9-10) están a punto de recibir respuesta.
La aparición de los santos de la tribulación plantea que Dios envía su ira como un acto de venganza sobre los que maltratan a su pueblo. Jesús advirtió:

Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.
¡Ay del mundo por los tropiezos! porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!
Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego.
Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos
(Mt. 18:6-10).

Los incrédulos recibirán la condenación al infierno eterno por maltratar al pueblo de Dios, porque ese maltrato revela su corazón malvado y no arrepentido:

Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos ham¬briento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis (Mt. 25:41-45).

El apóstol Pablo escribió: «No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor» (Ro. 12:19). El Antiguo Testamento compara la persecución del pueblo de Dios a tocar la niña de sus ojos (Zac. 2:8). El salmista también escribió de la venganza de Dios a favor de su pueblo:

Jehová, Dios de las venganzas, Dios de las venganzas, muéstrate. Engrandécete, oh Juez de la tierra; Da el pago a los soberbios.
¿Hasta cuándo los impíos,
Hasta cuándo, oh Jehová, se gozarán los impíos?
¿Hasta cuándo pronunciarán, hablarán cosas duras,
Y se vanagloriarán todos los que hacen iniquidad?
A tu pueblo, oh Jehová, quebrantan, Y a tu heredad afligen.
A la viuda y al extranjero matan, Y a los huérfanos quitan la vida. Y dijeron: No verá JAH,
Ni entenderá el Dios de Jacob. Entended, necios del pueblo;
Y vosotros, fatuos, ¿cuándo seréis sabios? El que hizo el oído, ¿no oirá?
El que firmó el ojo, ¿no verá?
El que castiga a las naciones, ¿no reprenderá?
¿No sabrá el que enseña al hombre la ciencia?…
Se juntan contra la vida del justo, y condenan la sangre inocente. Mas frhová me ha sido por refugio,
y mi Dios por roca de mi confianza.
Y él hará volver sobre ellos su iniquidad, y los destruirá en su propia maldad;
los destruirá Jehová nuestro Dios
(Sal. 94:1-10, 21-23).

Los creyentes descritos aquí han experimentado los terrores de la tribulación y sufrirán muerte dolorosa y violenta como mártires. Sin embargo, a pesar de haber soportado la persecución más intensa que el mundo haya conocido jamás, su fe, que es un don de Dios, perdurará. Finalmente, estarán triunfalmente ante el trono de Dios, mirando mientras Dios toma venganza de los que los persiguieron.

EL CARÁCTER DE DIOS

Y cantan el cántico de Moisés siervo de Dios, y el cántico del Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado. ( 15:3-4 )

La canción que cantaron los santos glorificados ante el trono es un himno de alabanza a Dios. El motivo supremo de la ira de Dios es su carácter recto y santo, que exige el juicio de los pecadores. Es la naturaleza santa de Dios, que pronto se revelará en juicio contra sus perseguidores, la que inspira esa canción de los redimidos.
El cántico de Moisés es la primera de varias canciones que se registran en el Antiguo Testamento. Los israelitas cantaron una canción de alabanza cuando el Señor les dio agua en el desierto (Nm. 21:17-18). Moisés enseñó a los hijos de Israel una canción para recordar, poco antes de su muerte (Dt. 31:19-22; 32:1 ss). Esa canción de Moisés no es la del pasaje que se analiza, ya que trata de la infidelidad de Israel y el castigo de Dios sobre la nación antes de su restauración. El contexto de Apocalipsis 15 no es de infidelidad, sino de la fidelidad que triunfa. Débora y Barac cantaron una triunfante canción celebrando la victoria de Israel sobre los cananeos, cuyas fuerzas eran dirigidas por el conocido Sisara (Jue. 5:1-31). Se cantó una canción al Señor como parte de la restauración de la verdadera adoración en tiempos de Ezequías (2 Cr. 29:27). Además, David y otros escribieron los Salmos, el himnario del antiguo Israel, y Salomón escribió el Cantar de los Cantares.
El escenario histórico del cántico de Moisés viene del tiempo del éxodo. Como siervo de Dios, a Moisés se le llamó a sacar al pueblo de Israel del cautiverio en Egipto. Dios los libró del ejército del Faraón que los perseguía, al dividir el Mar Rojo, apilando el agua a ambas partes del camino, permitiendo de esta forma que los israelitas cruzaran con seguridad por tierra seca. Después que cruzaron sin ningún daño las aguas, tomando nuevamente su posición, ahogaron al ejército egipcio. Al otro lado del Mar Rojo, los israelitas cantaron una canción de alabanza a Dios por la liberación.

Entonces cantó Moisés y los hijos de Israel este cántico a Jehová, y dijeron: Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente; ha echado en el mar al caballo y al jinete.
Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación.
Este es mi Dios, y lo alabaré; Dios de mi padre, y lo enalteceré.
Jehová es varón de guerra; Jehová es su nombre.
Echó en el mar los carros de Faraón y su ejército; y sus capitanes escogidos fueron hundidos en el Mar Rojo.
Los abismos los cubrieron; descendieron a las profundidades como piedra.
Tu diestra, oh Jehová, ha sido magnificada en poder; tu diestra, oh Jehová, ha quebrantado al enemigo.
Y con la grandeza de tu poder has derribado a los que se levantaron contra ti. Enviaste tu ira; los consumió como a hojarasca.
Al soplo de tu aliento se amontonaron las aguas; se juntaron las corrientes como en un montón; los abismos se cuajaron en medio del mar.
El enemigo dijo: Perseguiré, apresaré, repartiré despojos; mi alma se saciará de ellos; sacaré mi espada, los destruirá mi mano.
Soplaste con tu viento; los cubrió el mar; se hundieron como plomo en las impetuosas aguas. ¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses?
¿Quién como tú, magnífico en santidad, Terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios? Extendiste tu diestra; la tierra los tragó.
Condujiste en tu misericordia a este pueblo que redimiste; lo llevaste con tu poder a tu santa morada.
Lo oirán los pueblos, y temblarán; se apoderará dolor de la tierra de los filisteos.
Entonces los caudillos de Edom se turbarán; a los valientes de Moab les sobrecogerá temblor; se acobardarán todos los moradores de Canaán.
Caiga sobre ellos temblor y espanto; a la grandeza de tu brazo enmudezcan como una piedra; hasta que haya pasado tu pueblo, oh Jehová, hasta que haya pasado este pueblo que tú rescataste.
Tú los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad;: en el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado. Jehová reinará eternamente y para siempre
(Ex. 15:1-18).

El cántico de Moisés era una canción de victoria y liberación, y al mismo tiempo de castigo e ira sobre los enemigos de Dios. Los santos de la tribulación, reunidos en triunfo en un lugar de seguridad, se harán eco del mismo cántico de liberación cantado hace mucho tiempo por el pueblo de Israel.
Además de cantar nuevamente con un nuevo significado el cántico de Moisés, quien condujo a Israel en la redención desde Egipto, los santos redimidos delante del trono de Dios también cantarán el cántico del Cordero, quien es el eterno Redentor. Ese cántico se oyó primero en 5:8-14:

Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos; y cantaban un nuevo cántico, diciendo:
Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.
Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, que decían a gran voz:
El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.
Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir:
Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
Los cuatro seres vivientes decían: Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y adoraron al que vive por los siglos de los siglos
.

Al igual que el cántico de Moisés, el cántico del Cordero expresa los temas de la fidelidad de Dios, la liberación de su pueblo, y el juicio sobre los enemigos. El comentarista John Phillips compara y contrasta las dos canciones:

El cántico de Moisés se cantó en el Mar Rojo, el cántico del Cordero se canta en el mar de cristal; él cántico de Moisés fue una canción de triunfo sobre Egipto, el cántico del Cordero es una canción de triunfo sobre Babilonia; el cántico de Moisés decía cómo Dios sacó a su pueblo, el cántico del Cordero dice cómo Dios da entrada a su pueblo; el cántico de Moisés fue la primera canción en las Escrituras, el cántico del Cordero es el último. La canción de Moisés conmemoraba la ejecución de los enemigos, la expectativa de los santos y la exaltación del Señor; el cántico del Cordero trata de los mismos tres temas.

El cántico de estos santos redimidos exalta el carácter de Dios como el omnipotente, inmutable, soberano, perfecto y justo Creador y Juez. Como Él es todo esto, Dios tiene que juzgar a los pecadores, y lo hará; si Él ignorara el pecado de ellos, no sería santo, justo y fiel a su naturaleza. El profeta Habacuc, hablando a Dios, lo reflejó de esta manera: «Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio» (Hab. 1:13). «¿Acaso torcerá Dios el derecho, o pervertirá el Todopoderoso la justicia?» pregunta Job 8:3. El Salmo 19:9 responde: «Los juicios de Jehová son verdad, todos justos».

El cántico termina con una gozosa expectativa del reinado milenario de Cristo, cuando todas las naciones vendrán y… adorarán a Dios. Como dice el salmista: «Toda la tierra te adorará, y cantará a ti; cantarán a tu nombre» (Sal. 66:4). En el reino milenario terrenal, «todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos» (Zac. 14:16). Después que se hayan manifestado los juicios de Dios durante la tribulación, vendrá el tiempo que previó Isaías: «Y de mes en mes, y de día de reposo en día de reposo, vendrán todos a adorar delante de mí, dijo Jehová» (Is. 66:23). Ese tiempo señalará la primera fase del cumplimiento de Filipenses 2:10-11: «en el nombre de Jesús se [doblará] toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua [confesará] que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre».

EL PLAN DE DIOS

Después de estas cosas miré, y he aquí fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio; y del templo salieron los siete ángeles que tenían las siete plagas, vestidos de lino limpio y resplandeciente, y ceñidos alrededor del pecho con cintos de oro. Y uno de los cuatro seres vivientes dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos. Y el templo se llenó de humo por la gloria de Dios, y por su poder; y nadie podía entrar en el templo hasta que se hubiesen cumplido las siete plagas de los siete ángeles. (15:5-8)

Cada uno de los ángeles que participan en este drama que se revela, cumplirá su tarea designada conforme al plan de Dios. Siempre ha sido el propósito de Dios juzgar a los pecadores y destruir el pecado. El «fuego eterno [ya ha estado] preparado para el diablo y sus ángeles» (Mt. 25:41) y espera a los que Dios un día sentenciará al castigo eterno allí. Los santos ángeles de Dios esperan el momento en que desempeñarán su función en el juicio divino de los pecadores (cp. Mt. 13:41-42, 49-50). Aquí, en una nueva visión, se les dan los instrumentos para llevarlos a cabo.
Como ocurre en todo Apocalipsis (cp. 4:1; 6:2, 5, 8; 7:9; 14:1, 14; 19:11), la frase después de estas cosas miré presenta una nueva visión pasmosa y espectacular. Algo está a punto de desviar la atención de Juan de los santos redimidos que están cantando alabanzas ante el glorioso trono de Dios. Esta nueva visión le reveló los juicios de las copas (16:1-21), pero primero Juan vio a los ángeles que cumplimentarán esos juicios. Mientras él observaba, fue abierto en el cielo el templo del tabernáculo del testimonio. El apóstol había visto algo similar en una visión anterior, la cual anunciaba esa apertura, cuando «el templo de Dios fue abierto en el cielo, y el arca de su pacto se veía en el templo. Y hubo relámpagos, voces, truenos, un terremoto y grande granizo» (11:19). Naos (templo) se refiere al lugar santísimo, el lugar del santuario donde habita la presencia de Dios, lo que subraya que Dios es la fuente de las plagas. Se mencionaba a veces el tabernáculo como el tabernáculo del testimonio (Éx. 38:21; Nm. 1:50, 53; 10:11; Hch. 7:44) porque el objeto más importante que se encontraba en él era el arca del pacto, a veces llamada el arca del testimonio (Éx. 25:22; 26:33-34; 30:6; Lv. 16:13; Nm. 4:5; 7:89; Jos. 4:16). Se le llamó así porque contenía el testimonio, las dos tablas de piedra en las cuales Dios había escrito los Diez Mandamientos (Éx. 25:16, 21; 40:20; cp. Sal. 78:5).

En una visión anterior, la habitación del trono de Dios se abrió para que los fieles pudieran ver su interior (4:1 ss.). En esta visión, el tabernáculo celestial, del cual el tabernáculo terrenal era solo una copia (He. 8:2, 5), se abrió para revelar el juicio terrenal más severo que se haya derramado jamás sobre los infieles. Mientras Juan observaba, del templo salieron los siete ángeles que tenían las siete plagas. Se ha cumplido el tiempo en el plan soberano de Dios para las siete plagas, las que representan los juicios finales y mortales a ser derramados sobre el mundo (cp. He. 10:31). Estos siete ángeles llevarán a cabo ese plan. Estaban vestidos de lino limpio y resplandeciente, la tela que representa su santidad y pureza. Como algo apropiado para tales gloriosos, santos y majestuosos seres, los ángeles estaban ceñidos alrededor del pecho con cintos de oro, que atravesaban el torso desde el hombro hasta la cintura.

Después de este solemne acontecimiento desde el interior del santuario del templo celestial de Dios, los siete ángeles recibieron los
instrumentos con los que descargarían el juicio de Dios. Uno de los cuatro seres vivientes (querubines; un orden exaltado de ángeles; 4:6, 8-9; 5:6, 8, 11, 14; 6:1, 6; 7:11; 14:3; 19:4; Ez. 1:4-25; 10:15; cp. 1 S. 4:4; 2 S. 6:2; 22:11; Sal. 80:1; 99:1; Is. 37:16) dio a los siete ángeles siete copas de oro, llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de los siglos. Phialas (copas) se refiere a platillos poco profundos. La imagen no es la de un cántaro del que se derrama su contenido gradualmente, sino que todo el contenido de los platillos se arroja en una inundación instantánea de juicio. Las copas formaban parte de los utensilios del templo (1 R. 7:50; 2 R. 12:13; 25:15; 1 Cr. 28:17; Zac. 14:20) y estaban asociadas con los sacrificios (Éx. 27:3; 38:3). Los que no quieran tomar de la copa de la salvación (Sal. 116:13) se ahogarán en los juicios que se derraman de las copas de la ira. Como Dios vive por los siglos de los siglos, tiene el poder de poner fin al pecado, de modo que no pueda existir nunca más en su santa presencia.
Del templo celestial no solo vinieron los ángeles sino también humo que simbolizaba la gloria de Dios y su poder. El humo, un emblema de majestad (Éx. 19:16-18), también simbolizaba la gloriosa presencia de Dios en el tabernáculo del Antiguo Testamento o templo (Éx. 40:34-35; 1 R. 8:10-11; Is. 6:1-4). Este humo también simboliza la ira de Dios; de modo que nadie podía entrar en el templo hasta que se hubiesen cumplido las siete plagas de los siete ángeles. La nube de gloria permanecerá en el templo celestial hasta que la tierra esté totalmente purificada, limpia y preparada para el Rey y su reino.

La escena descrita en este capítulo establece el trasfondo para los definitivos juicios finales, derramados en el capítulo 16. Una vez la ira de Dios fue derramada sobre Jesucristo debido a lo que Él hizo por los pecadores; en el futuro, la ira se derramará sobre los pecadores debido a lo que le hicieron a Jesucristo. Es cierto que «El Señor… es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 P. 3:9), y que incluso en su ira, Él se-acordará de su misericordia (cp. Hab. 3:2). Sin embargo, la misericordia se niega a traer juicio. En el momento en que Dios derrame las siete copas de su ira final sobre la tierra, los pecadores habrán sido repetidamente advertidos de que se arrepientan. Habrán experimentado numerosos juicios aterradores, que ellos reconocerán que vienen de Dios (6:16-17). Habrán oído el mensaje salvador del evangelio predicado por los ciento cuarenta y cuatro mil judíos evangelistas, los dos testigos, otros gentiles y judíos redimidos, incluso de un ángel volando por en medio del cielo. Sin embargo, trágicamente, endurecerán su corazón y caerán en el mal (Pr. 28:14). Pagarán un terrible precio por no prestar atención a la advertencia de las Escrituras: «Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones» (He. 3:15; 4:7)


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