Las Ultimas 7 Plagas (John MacArthur) II

Las últimas siete plagas  (Apocalipsis 16:1-21) Segunda Parte

LA CUARTA COPA

 El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego. Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfema­ron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria. (16:8-9)

 En contraste con los tres primeros ángeles que derramaron sus copas sobre la tierra, el cuarto ángel derramó su copa sobre el sol. Como resultado, el sol, que desde el cuarto día de la creación (Gn. 1:14-19) ha dado al mundo luz, calor y energía, se convierte en un asesino. Un calor ardiente que sobrepasa a cualquier cosa en la experiencia humana, ha de quemar a los hombres de forma tan severa, que parecerá que hay fuego en la atmósfera. Los que se quemaron con el gran calor del sol son los mismos «hombres que tenían la marca de la bestia, y que adoraban su imagen» (v. 2).

Este llameante juicio recuerda a Isaías 24:4-6: «Se destruyó, cayó la tierra; enfermó, cayó el mundo; enfermaron los altos pueblos de la tierra. Y la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno. Por esta causa la maldición consumió la tierra, y sus moradores fueron asolados; por esta causa fueron consumidos los habitantes de la tierra, y disminuyeron los hombres».

Otra grave consecuencia del intenso calor solar será el derretimiento de los cascos polares. El resultante ascenso en el nivel de agua de los océanos inundará las regiones costeras, inundando áreas kilómetros adentro con las nocivas aguas de los océanos muertos. Daños muy generalizados y pérdida de vida acompaña­rán a estas inundaciones, añadiendo a la indecible miseria del devastado plane­ta. La transportación por el mar se hará imposible.

Se pudiera pensar que los desastres sin paralelo de los cuatro primeros juicios de las copas, harían que las personas se arrepintieran. El juicio de Dios tiene el propósito de llamar a los pecadores al arrepentimiento (Ro. 2:4), o, como en el caso de Faraón, endurecerles el corazón. En vez de sentirse culpables por su pecado, en el más conmovedor ejemplo de dureza de corazón en la historia, blasfemaron el nombre de Dios, quien ellos sabían era el responsable directo de toda su miseria. Asombrosamente, saben que es Dios quien tiene poder sobre las plagas que los están afligiendo. Sin embargo, amarán tanto su pecado y estarán tan engañados por el anticristo, que no se [arrepentirán] para darle gloria a Dios. Hasta este punto, solo se ha descrito blasfemando, al anticristo (13:1, 5-6); aquí el mundo adopta su malvado carácter. Ni la gracia ni la ira moverá sus malvados corazones a arrepentimiento (cp. 9:20-21; 16:11). En 11:13 el terremoto provocó cierto arrepentimiento, pero no en esta serie de juicios. Tal ciega y blasfema dureza de corazón es increíble, a la luz de los devastadores juicios por los que están pasando. Pero como su malvado líder, el anticristo, seguirán odiando a Dios y negándose a arrepentirse, lo que pudiera darle gloria a Dios corno un justo y recto Juez del pecado (cp. Jos. 7:19-25).

LA QUINTA COPA

El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su reino se cubrió de tinieblas, y mordían de dolor sus lenguas, y blasfemaron contra el Dios del cielo por sus dolores y por sus úlceras, y no se arrepintieron de sus obras. (16:10-11)

Como hizo hace mucho tiempo en Egipto (Éx. 10:21-29), Dios aumentará el intenso sufrimiento del mundo pecador, haciendo desaparecer la luz. Después el quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia; y su reino se cubrió de tinieblas (cp. 9:2; Éx. 10:21-23). Los comentaristas están en desacuerdo en cuanto a dónde se derramará específicamente esta copa. Algunos piensan que será sobre el verdadero trono en que se sienta la bestia; otros creen que ha de ser sobre su ciudad capital de Babilonia; aun otros sobre todo su reino. Es mejor ver el trono como una alusión a su reino, ya que la copa derramada sobre el trono pone en oscuridad todo el reino. Independientemente del lugar exacto donde se vierta la copa, el resultado es que las tinieblas cubrirán toda la tierra, que es el reino mundial del anticristo. La bestia estará tan indefensa ante el poder de Dios como todos los demás.

Joel describió este tiempo de juicio como «Día de tinieblas y de oscuridad, día de nube y de sombra… Muchos pueblos en el valle de la decisión; porque cercano está el día de Jehová en el valle de la decisión. El sol y la luna se oscurecerán, y las estrellas retraerán su resplandor» (p. 2:2; 3:14-15). Sofonías describió el día del Señor como «día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebrecimiento» (Sof. 1:15). Jesús declaró en su sermón en el Monte de los Olivos que «en aquellos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor» (Mr. 13:24; cp. Is. 13:10; 24:23; Lc. 21:25; Hch. 2:20).

El efecto acumulativo de las dolorosas úlceras, los contaminados océanos, la falta de agua potable, el intenso calor, y todo rodeado de tinieblas, traerá una insufrible miseria. Sin embargo, increíblemente, los hombres del mundo, mal­vados e incrédulos, aun no querrán arrepentirse. Juan observa que mordían de dolor sus lenguas (lit. «siguieron masticando») por el más intenso e intolerable dolor; sin embargo, con esas mismas lenguas blasfemaron contra el Dios del cielo (un frecuente título para Dios en el Antiguo Testamento; cp. 11:13; Gn. 24:3; Esd. 5:11-12; Neh. 1:4-5; Sal. 136:26; Dn. 2:18, 19, 37, 44; Jon. 1:9) por sus dolores y por sus úlceras (quizá relacionadas con la falta de luz solar, así como por el efecto de las plagas anteriores) y no se arrepintieron de sus obras, el último acto de desafio de esos desesperanzados y atrapados en el sistema satánico del anticristo. Esta es la última alusión a su indisposición a arrepentirse. Las primeras cinco plagas fueron el llamado final de Dios a arrepentimiento. Los pecadores ignoraron ese llamado, y se han reafirmado en su incredulidad. Las dos últimas copas, que contienen los más severos de todos los juicios, se derramarán sobre los hombres endurecidos y no arrepentidos.

 LA SEXTA COPA

 El sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates; y el agua de éste se secó, para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente. Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos a manera de ranas; pues son espíritus de demonios, que hacen señales, y van a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso. He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza. Y los reunió en el lugar que en hebreo se llama Armagedón. (16:12-16)

 A diferencia de las cinco copas anteriores, la sexta, como el quinto sello (6:9-11), no implica un ataque específico sobre la humanidad, sino que es preparatoria de lo que viene. Cuando llegó su turno, el sexto ángel derramó su copa sobre el gran río Éufrates. El Éufrates apareció antes en Apocalipsis con relación al juicio de la sexta trompeta (9:14), cuando 200 millones de demonios que estuvieron atados cerca de él fueron liberados. Como el más largo y más importante río en el Oriente Medio, el Éufrates merece que se le llame el gran río (cp. 9:14; Gn. 15:18; Dt. 1:7; Jos. 1:4). Su origen está en los campos de nieve y cubiertas heladas de las laderas del monte Ararat (situado en la moderna Turquía), desde donde corre unos tres mil kilómetros antes de verter sus aguas en el Golfo Pérsico. En los tiempos antiguos el huerto del Edén estaba ubicado en las cercanías del Éufrates (Gn. 2:10-14). El Éufrates también constituía la frontera este de la tierra que Dios dio a Israel (Gn. 15:18; Dt. 1:7; 11:24; Jos. 1:4). Junto con el cercano Tigris, el Éufrates sigue siendo el alma del Creciente Fértil.

Para el tiempo en que se derrama la sexta copa, el Éufrates será muy diferente de lo que es hoy o ha sido siempre. El ardiente calor del sol, asociado con la cuarta copa, derretirá la nieve y las cimas del monte Ararat. Eso aumentará mucho el volumen de agua en el Éufrates, causando grandes daños e inundaciones a lo largo de su cauce. Los puentes que cruzan el río seguramente se destruirán. Es por esto que se hace patente la razón de esta sexta copa. Al verter el ángel su copa, se secó el agua del Éufrates para que estuviese preparado el camino a los reyes del oriente. Los ejércitos del este necesitarán cruzar el Éufrates para alcanzar su destino final: Armagedón en la tierra de Palestina.

El que Dios seque el Éufrates no es un acto de bondad hacia los reyes del oriente, sino de castigo. Ellos y sus ejércitos entrarán en una trampa mortal. La evaporación del Éufrates los conducirá a su condenación, al igual que la división del Mar Rojo condujo a la destrucción del ejército egipcio. El por qué de esta desalentadora jornada que los llevará a su condena, a través de la sequía, el ardiente calor, la oscuridad y las dolorosas úlceras, se establece en vv. 13-14.

Cualesquiera que sean los motivos humanos para esta fuerza invasora, ya sea rebelión política o rabioso antisemitismo, la verdadera razón detrás de su avance hacia Palestina pronto se hace evidente. En una grotesca visión, como algo tomado de una película de horror, Juan vio salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta, tres espíritus inmundos (cp. 1VIt. 10:1; Mr. 1:23; Hch. 5:16) a manera de ranas. De la boca (que simboliza la fuente de influencia) de cada miembro de la trinidad diabólica (el dragón [Satanás], la bestia [el anticristo] y el falso profeta) salió un sucio, espíritu inmundo semejante a una rana. Las ranas eran animales inmundos (Lv. 11:10, 41), pero estas no eran ranas literales como las de la plaga de Egipto (Éx. 8:5; Sal. 78:45). Juan identificó estas apariciones parecidas a ranas como espíritus de demonios. Esta gráfica, desagradable y repugnante ilustración describe la iniquidad resbaladiza y de sangre fría de estos demonios, que seducen a los reyes del este para que realicen esta difícil jornada hacia su condena en Armagedón bajo su engañosa influencia (cp. 1 R. 22:19-22).

Como parte de su engaño, los demonios no dudarán en realizar señales so­brenaturales. Anteriormente, en la tribulación, el falso profeta realizó «grandes señales», haciendo incluso «descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres» (13:13). Como resultado, él pudo engañar «a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia» (13:14). Pudo incluso persuadir «a los moradores de la tierra que le hagan imagen a la bestia que tiene la herida de espada, y vivió» (13:14). Esos espíritus de demonios realizarán prodigios mentirosos para engañar a los reyes.

El que estos demonios tengan tales poderes engañosos no es sorprendente. Jesús predijo que «falsos Cristos y falsos profetas… harán señales y prodigios, para engañar, si fuese posible, aun a los escogidos» (Mr. 13:22; cp. 2 Ts. 2:9-10). Sin duda esos demonios tendrán mayor poder para engañar. De este modo no les costará mucho trabajo engañar a los reyes de la tierra en todo el mundo, para reunirlos. La misión de los demonios es reunir no solo a las potencias del este, sino a todos los gobernantes y ejércitos del mundo, para unir fuerzas desde el este a la batalla de aquel gran día del Dios Todopoderoso. En su orgullo, arrogancia e insensatez, las naciones del mundo, engañadas por los demonios, se dirigirán a Palestina para luchar con Dios mismo en Armagedón. Según 17:12-14, participarán diez reyes.

Joel profetizó de este tiempo en Joel 3:2, 9-13: reuniré a todas las naciones, y las haré descender al valle de Josafat, y allí entraré en juicio con ellas a causa de mi pueblo, y de Israel mi heredad, a quien ellas esparcieron entre las naciones, y repartieron mi tierra. Proclamad esto entre las naciones, proclamad guerra, despertad a los valientes, acérquense, vengan todos los hombres de guerra. Forjad espadas de vuestros azadones, lanzas de vuestras hoces; diga el débil: Fuerte soy. Juntaos y venid, naciones todas de alrededor, y congregaos; haz venir allí, oh Jehová, a tus fuertes. Despiértense las naciones, y suban al valle de Josafat;porque allí me sentaré para juzgar a todas las naciones de alrededor. Echad la hoz, porque la mies está ya madura. Venid, descended, porque el lagar está lleno, rebosan las cubas; porque mucha es la maldad de ellos.

Zacarías también escribió de ese tiempo: Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén; y la ciudad será tomada, y serán saqueadas las casas, y violadas las mujeres; y la mitad de la ciudad irá en cautiverio, mas el resto del pueblo no será cortado de la ciudad. Después saldrá Jehová y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla (Zac. 14:2-3).

 Con el mismo tono el salmista escribió: ¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantarán los reyes de la tierra, y príncipes consultarán unidos contra Jehová y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, y echemos de nosotros sus cuerdas (Sal. 2:1-3). 

La batalla terminará pronto: «Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes» (17:14). En realidad, no será una guerra; será una masacre, como lo describe gráficamente 19:11-21.

En medio de todos los horrores de juicio, engaño y guerra, llega una parentética palabra de aliento para los creyentes: He aqui, yo vengo corno ladrón. Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza. Esta palabra de gracia del cielo vendrá antes del derrama­miento de la séptima copa y asegura a los creyentes que no serán olvidados.

Este pasaje es paralelo con el que se encuentra en Malaquías, donde el profeta dirige palabras de aliento de parte de Dios para los justos, quienes sentían temor por la cercanía del terrible día de Jehová: «Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre. Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve» (Mal. 3:1647). Dios les dijo que no tuvieran. temor porque ellos le pertenecían. Hubo similares respiros para animar al pueblo de Dios entre el sexto y el séptimo sello (7:1-17) y entre la sexta y la séptima trompetas (10:1-11:14). Como los juicios de las copas se producen en un período breve de tiempo, el respiro entre la sexta y la séptima copas es muy breve.

La palabra de aliento del Señor Jesucristo (cp. 22:7, 12, 20) comienza He aquí, yo vengo como ladrón. Como viene un ladrón, Jesucristo vendrá rápida e ines­peradamente. Pero a diferencia de un ladrón, Él no vendrá a robar, sino a tornar lo que legítimamente le pertenece. La imagen de Jesucristo viniendo como un ladrón, aparece en otros pasajes del Nuevo Testamento. A principios de Apocalipsis Jesús le advirtió a la iglesia de Sardis: «Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti» (3:3). En el discurso en el Monte de los Olivos Él añadió: «Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa» (Mt. 24:42-43). El apóstol Pablo les recordó a los tesalonicenses que «el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche» (1 Ts. 5:2), una verdad que también confirmó Pedro (2 P. 3:10). El repentino e inesperado regreso de Jesucristo traerá temor y desfallecimiento a sus enemigos, pero esperanza y aliento a su pueblo.

Entonces el exaltado Señor pronunciará la tercera de siete bienaventuranzas (bendiciones) en Apocalipsis (cp. 1 :3; 14:13; 19:9; 20:6; 22:7, 14): Bienaventurado el que vela, y guarda sus ropas, para que no ande desnudo, y vean su vergüenza. Esto describe a quienes, como las cinco vírgenes prudentes (Mt. 25:1-13), estarán preparados para su llegada. Sin embargo, aquí la imagen no es la de las damas de honor que se preparan para una boda, sino la de soldados vigilantes y en su puesto. Solo un soldado que vela, y guarda sus ropas está preparado para el combate. El que no esté preparado cuando se inicie la batalla, andará desnudo y verán su vergüenza, la vergüenza de un soldado que incumple con su responsabilidad. A los que Dios «vistió con vestiduras de salvación [y con] manto de justicia» (Is. 61:10), a los que «[vistió] del Señor Jesucristo» (Ro. 13:14), estarán listos cuando llegue el juicio. «Y ahora, hijitos, permaneced en él», exhortaba Juan en su primera epístola, «para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados» (1 Jn. 2:28). Aquellos a quienes Jesucristo halle preparados cuando Él regrese, serán bienaventurados.

Después del breve intervalo de aliento para los redimidos, la narración profética vuelve a los acontecimientos de la sexta copa. Los espíritus demoniacos engañadores reunirán a las naciones en el lugar que en hebreo se llama Armagedón. Armagedón es una palabra hebrea que significa «Monte Meguido». Como no hay ninguna montaña específica con ese nombre, y la partícula Ar puede referirse a un país montañoso, tal vez sea una alusión a la región montañosa que rodea la llanura de Meguido, a unos cien kilómetros de Jerusalén. Se han librado más de doscientas batallas en esa región, entre ellas la victoria de Barac sobre los cananeos (Jue. 4-5; cp. Jue. 5:19), la victoria de Gedeón sobre los madianitas (Jue. 7; cp. Jue. 6:33; el «valle de Jezreel» es otro nombre para la llanura de Esdraelón), y la derrota de Josías a manos de Faraón Necao (2 Cr. 35:22). La llanura de Meguido y la vecina llanura de Esdraelón serán el punto central de la batalla de Armagedón, que azotará toda la tierra de Israel, llegando tan al sur como a la ciudad edomita de Bosra (Is. 63:1). Otras batallas ocurrirán también en los alrededores de Jerusalén (Zac. 14:1-3).

La «batalla» terminará casi tan pronto como comience, ya que el Señor Jesu­cristo vendrá a rescatar a su pueblo (cp. Zac. 14:1-3; J1. 3:16) y derrotar a sus enemigos. La resultante matanza de los ejércitos del mundo será casi inimaginable, con sangre que salpicará como a un metro de altura y tal vez corriendo en arroyos de unos trescientos kilómetros (14:20). La sexta copa prepara el escenario final, pero antes de la breve «batalla», la séptima y final plaga golpeará. 

LA SÉPTIMA COPA. 

El séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está. Entonces hubo relámpagos y voces y truenos, y un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra. Y la gran ciudad fue dividida en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron; y la gran Babilonia vino en memoria delante de íos, para darle el cáliz del vino del ardor de su ira. Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados. Y cayó del cielo sobre los hombres un enorme granizo como del peso de un talento; y los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga del granizo; porque su plaga fue sobremanera grande. (1.6:17-21) 

La séptima copa es el final derramamiento de la ira de Dios sobre los pecadores en esta tierra actual. Luego de esto Jesucristo vendrá y establecerá su reino milenario. Al final de ese período de mil años, habrá un acto final de rebelión, que será aplastado rápidamente (20:7-10). Pero ese juicio no ocurrirá en el mundo como lo conocemos, ya que la tierra sufrirá cambios espectaculares antes que llegue el reino.

Ese juicio final de la presente era ocurrirá durante el tiempo en que «el misterio de Dios se consumará» (10:7). Es la última de las «siete plagas postreras; porque en ellas se consumaba la ira de Dios» (15:1). La séptima copa será la peor catástrofe en la historia mundial, el desastre más absoluto y devastador que la tierra haya experimentado jamás. Sus efectos implican todo el camino para el establecimiento del reino terrenal de Cristo. Al igual que el cuarto ángel, el séptimo ángel no vertió su copa sobre la tierra, sino que la derramó… por el aire. Sus primeros efectos fueron en la atmósfera de la tierra, como si Dios estuviera limpiando lo que fuera el dominio de Satanás y sus huestes de demonios (12:9). La tierra (v. 2), el mar (v. 3), las aguas (v-:. 4), el sol (v. 8), y finalmente el aire son los blancos del juicio.

Cuando el ángel vertió su copa, salió una gran voz del templo del cielo. La voz es la del Dios Altísimo, poseedor del cielo y de la tierra. Su solemne declaración Hecho está anuncia el momento culminante del postrer día del Señor, que esparcirá condenación sobre todo el globo. El verbo en tiempo perfecto gegonen (hecho está) describe una acción completada con resultados que continúan. Es similar a las últimas palabras de Jesús en la cruz: «Consumado es» Un. 19:30). El juicio de Dios de Cristo en el Calvario dio salvación para los pecadores arrepentidos; el juicio de la séptima copa trae condenación a los pecadores incontritos.

El derramamiento de la séptima copa afectó la atmósfera; hubo relámpagos y voces y truenos. Al igual que el séptimo sello (8:5) y la séptima trompeta (11:19), la séptima copa se presenta con la imagen de una violenta tormenta. Pero las tormentas anteriores solo fueron anticipos de la poderosa tormenta de ira que ahora estalla sobre la tierra.

Aunque la séptima copa se vierte sobre la atmósfera de la tierra, tendrá también efectos devastadores sobre la tierra misma. Dios acentuará este juicio final contra los pecadores con un terremoto (cp. Is. 24:19-20; Hag. 2:6), tal y como lo hizo en su juicio del pecado en el Calvario (Mt. 27:51-54). Este terremoto será el más poderoso que haya azotado jamás a la tierra. Juan lo describe como un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra. Aunque ha habido siempre y seguirá habiendo terremotos locales (Mt. 24:7), ese terremoto tan grande será excepcional porque Dios estremecerá todo el globo, como profetizó en Hageo 2:6 y Hebreos 12:26-27. El estremecimiento será tan grande que renovará y reconfigurará la tierra en preparación para el reino milenario, restaurándolo a algo así corno a su condición prediluviana (v. 20).

El primer efecto de este terremoto tan grande fue que la gran ciudad fue dividida en tres partes. La gran ciudad no puede ser Babilonia, corno algunas piensan, ya que se distingue de «la gran Babilonia» mencionada más adelante en el versículo 19. Una comparación con 11:8 identifica de forma clara a la gran ciudad como Jerusalén, «la grande ciudad… donde también [el] Señor fue crucificado». Que la gran ciudad se nombre aparte de las ciudades de las naciones presenta evidencia adicional al hecho de que se trata de Jerusalén. El imponente terremoto dividirá a Jerusalén en tres partes, comenzando una serie de alteraciones geofísicas a la ciudad y sus regiones vecinas, que concluirán cuando venga el Señor Jesucristo. Zacarías 14:4-10 describe estos cambios en detalle. El Monte de los Olivos se dividirá en dos, y se creará un nuevo valle, que irá del este al oeste (Zac. 14:4). Una fuente de agua fluirá durante todo el año desde Jerusalén hasta el mar Mediterráneo y el mar Muerto (Zac. 14:8), haciendo que el desierto florezca como una rosa (cp. Is. 35:1). Jerusalén será elevada y la región circundante aplastada, hasta convertirse en una llanura (Zac. 14:10). De esta forma, el propósito del terremoto, cuando se relaciona con Jerusalén, no es juzgar a la ciudad, sino resaltarla. Jerusalén fue castigada anteriormente, en la tribulación, con un terremoto, que llevó a la salvación de los que no murieron (11:13). Así que no hay necesidad de otro juicio sobre esta ciudad. Los cambios físicos prepararán a Jerusalén para su importante función durante el reino milenario, cuando Cristo estará allí como Rey (Sal. 110:2; Is. 2:3; 24:23; Mi. 4:7).

A diferencia de Jerusalén, a la que el terremoto resaltará, las ciudades de las naciones cayeron, tal vez simultáneamente, con la derrota del anticristo por el Cordero (17:12-14). Como es de esperar, tal poderoso terremoto provocará gran destrucción en todo el mundo. Específicamente se particulariza a la gran Babilonia, que vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del ardor de su ira. Como la ciudad capital del imperio del anticristo, a Babilonia se le hará tomar el cáliz del vino del ardor de su ira. La caída de Babilonia, mencionada aquí de pasada, se describirá detalladamente en los capítulos 17 y 18.

El último efecto del terremoto, como se observó antes, es preparar la tierra para el gobierno milenario del Señor Jesucristo. Con ese propósito, se alterará radicalmente la topografía de la tierra; toda isla huyó, y los montes no fueron hallados. Las islas, que son montañas bajo el mar, desaparecerán, y los montes sobre la tierra serán aplanados (cp. Is. 40:4), completando el proceso que comenzó durante el sexto sello (6:12-14). «La tenuemente ondulante topografía del mundo, tal y como fue originalmente creado, se restaurará. Ya no habrá más inaccesibles cadenas montañosas, o desiertos, o cumbres heladas. El entorno físico del milenio será, en gran medida, una restauración del entorno antediluviano. Eso pudiera dejar a Jerusalén como el punto más alto de la tierra, convirtiéndola en el apropiado trono para el Gran Rey, que reinará allí durante el milenio (Jer. 3:17).

Los que de algún modo escapen a la devastación causada por el terremoto, enfrentarán otra catástrofe, una sin precedentes en la historia de la tierra. Reci­birán un enorme granizo como del peso de un talento, que caerá del cielo sobre los hombres. A diferencia de la séptima plaga en Egipto (Éx. 9:23-24) y el juicio de la primera trompeta (8:7), la fuerza de estos granizos es inimaginable. El término griego traducido como del peso de un talento describía el mayor peso que un hombre normal podía cargar a cualquier lugar desde 90 a 135 libras. Los granizos más pesados que se hayan registrado pesaban unas dos libras; estos gigantescos trozos de hielo serán cincuenta veces más pesados. Ellos añadirán a la devastación causada por el terremoto y aplastarán a la humanidad que, debido al poder del terremoto, no tendrá refugio adecuado.

Firmes en su deseo de no arrepentirse, los sobrevivientes del granizo blasfe­maron contra Dios por la plaga del granizo; porque su plaga fue sobremanera grande. Increíblemente, la torturada humanidad desafiantemente sigue endu­recida contra Dios, una verdad que debía hacer detener a los que piensan que esos prodigios y señales convencerán a las personas a creer en el evangelio. Los que rechazan la maravilla, gloria y majestad del Hijo de Dios, quienes desprecian la salvación gratuita, no se dejarán convencer por señal alguna (cp. Lc. 16:31). Es demasiado tarde para estos endurecidos pecadores; han vendido su alma a Satanás; están totalmente comprometidos con el sistema del anticristo que es blasfemo, idólatra y contrario a Dios. Son hijos de ira, lanzados al infierno.

Es inevitable la ira escatológica y eterna de Dios; nadie puede impedirla o detenerla (1s. 43:13). Pero hay una forma de escapar de ella, ya que «ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús» (Ro. 8:1). Los que por la fe confían en solo Cristo para salvación, escaparán de la ira escatológica de Dios (3:10) y de su ira eterna (1 Ts. 1:10). No enfrentarán juicio, porque sus pecados fueron juzgados cuando Jesús murió en lugar de ellos en la cruz (2 Co. 5:21; 1 P. 2:24). A la luz del inevitable juicio que viene, la advertencia a todos los pecadores incontritos es «Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones» (He. 4:7).


1 Reply to “Las Ultimas 7 Plagas (John MacArthur) II”

  1. ESTO ES COMO CUANDO VEZ UN JUEGO DE FUT-BOL Y LO REPITES POR QUE QUIERES VOLVER A VERLO, YA SABES EL FINAL CUANDO LO VEZ POR SEGUNDA VEZ,, AHORA PARA AQUELOS CRISTIANOS QUE NO ESTUDIEN APOCALIPSIS NO SABRAN EL RESULTADO DEL JUEGO. AUNQUE ESTO NO ES UN JUEGO, GRACIAS A DIOS YA SABEMOS EL FINAL. GRACIAS PASTOR POR SU ARDO TRABAJO. BENDICIONES.

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