Lectura: Salmo 115:1-11
No tendrás dioses ajenos delante de mí.
–Éxodo 20:3.
Dos hombres tejanos fueron a Minnesota un invierno a pescar sobre hielo. Después de colocar su tienda halaron el cordón de su sierra de cadena para hacer un agujero en el hielo. Entonces escucharon una voz misteriosa desde lo alto que les dijo: «No hay peces debajo el hielo.»
«¿Eres tú, Dios?» –preguntaron llenos de asombro.
«No –fue la respuesta–, pero sé que no hay peces debajo del hielo. Yo soy el dueño de esta pista de patinaje.»
La gente que adora dioses que no son el único y verdadero Dios se parece a los que pescan sobre hielo en una pista de patinaje. Los idólatras del tiempo de Isaías trabajaban arduamente para practicar su religión. Gastaban sumas exorbitantes de dinero cubriendo de oro sus ídolos profesionalmente tallados y fundiéndoles cadenas de plata (Is. 40:19, 20). Se inclinaban ante ellos y adoraban lo que habían construido con sus propias manos (Sal. 115:4-7). No obstante, allí no había nada. Parecían estar adorando a Dios, pero su adoración era tan inútil como pescar en una pista de patinaje.
Nuestro gran Dios nunca podrá reducirse a una imagen hecha por el hombre. Él es «el Dios eterno . . . Jehová, el cual creó los confines de la tierra» (Is. 40:28). Y ese Dios desea que le adoremos en espíritu y en verdad (Jn. 4:24).
¡Qué tontería es adorar a las criaturas
en vez de al Creador!
NPD/--HWR