«Te He Hablado»

“Te he hablado en tus prosperidades, mas dijiste: No oiré. Éste fue tu camino desde tu juventud, que nunca oíste mi voz”. Jeremías 22:21

          ¡Qué confusión y temor si un día alguno tuviera que oír tales palabras de la boca del supremo Juez!
“En una o en dos maneras habla Dios; pero el hombre no entiende” dice Eliú a Job de parte de Dios. Dios quiere “apartar al hombre de su mala obra; y así al hombre le quita la soberbia”, para librar su alma del sepulcro. Y, si es necesario, lo hace por medio de la prueba y el dolor o por la enfermedad (Job 33:14-18, V.M.)
         “Si tuviese cerca de él algún elocuente mediador muy escogido, que anuncie al hombre su deber; que le diga que Dios tuvo de él misericordia, que lo libró de descender al sepulcro, que halló redención” (Job 33:23-24). Entonces, “volverá a los días de su juventud, orará a Dios, y éste le amará, y verá su faz con júbilo”… exclamando “pequé, y pervertí lo recto, y no me ha aprovechado… y su vida se verá en luz” (v. 25 y 28).
         La experiencia de Job se ha repetido muchas veces. No es que Job no fuera un creyente, sino que no conocía su propio corazón y fue necesario que Dios despertase su oído para corregirlo (36:10). Esto sucede a menudo aún en nuestros días. Jóvenes que durante

su infancia han oído la voz del Señor y que después “han construido su casa sobre la arena”, sin ninguna clase de fundamento. Tuvieron un tiempo de prosperidad exterior; empezaron un camino interesante; pero, como ocurrió en la parábola del sembrador, “las espinas” ahogaron el buen grano que empezaba a desarrollarse. Son éstos “los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa” (Marcos 4:19).
         Recordemos también la parábola en la cual el maestro confió unos talentos a sus siervos. Unos hacen trabajar sus talentos, tal como él lo pidió, pero uno de ellos va y esconde el suyo bajo la tierra. Los primeros obtuvieron algún beneficio, fruto para la gloria de su maestro. El último no hizo nada malo. Entonces, ¿por qué el maestro, cuando regresa, le dice: “Siervo malo y negligente”? (Mateo 25:26). Simplemente porque no hizo nada. Aunque no podemos ser salvos por medio de las obras, el Señor nos da la ocasión de servirle, de hacer valer aquello que Él nos ha confiado: “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios… porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:8-10).
         La fe, si no va acompañada de las obras, es muerta en sí misma. “Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:17-18). “Conoce el Señor a los que son suyos” (2 Timoteo 2:19). Claro está que el Señor ve en los corazones; sin embargo, cuando se trata de mostrar a nuestro alrededor que tenemos la fe y la vida, son nuestras obras las que las hacen visibles, según nos dice Santiago.
         Todo el fruto que el Espíritu de Dios produzca en un creyente no procede de éste; si se nos confía un servicio, es una gracia. En la parábola de Mateo 21:28-34, el padre dice a cada unos de sus hijos: “Ve hoy a trabajar a mi viña”, a lo cual el segundo hijo responde: “Si, señor, voy. Y no fue”. ¡No hagamos nosotros como él!
         Judas dice muy claramente que junto a los verdaderos creyentes, hay “nubes sin agua… árboles otoñales, sin fruto”, para los cuales “está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas” (v. 12 y 13).
         Las solemnes palabras del profeta Jeremías retumban en nuestros oídos: “Te he hablado en tus prosperidades… nunca oíste mi voz”. El árbol puede tener muchas flores en primavera; viene una noche de helada y ya no producirá ningún fruto. Las flores no han podido ser fecundadas. Tenía una apariencia exterior, una fe quizá procedente de la educación (como Joás, en 2 Crónicas 24:2 y 17-18), pero no la vida.
“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna” (1 Juan 5:13, Juan 20:31).

 G. A. (Tomado de Ediciones Bíblicas)

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