El Poder de La Oración Perseverante (Andrew Murray)

“También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar” … 6-7 Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia «‘. Lucas, 18:1-8.

De todos los misterios del mundo de la oración, la necesi¬dad de la oración perseverante, es uno de los mayores. Que el Señor, Quien es tan amoroso y que tanto anhela bendecir, tenga que ser suplicado vez tras vez, a veces año tras año, antes, que llegue la respuesta, es algo que no podemos fácilmente comprender, Es también una de las más grandes dificultades prácticas en el ejercicio de la oración de fe. Cuando después de larga perseverancia en la súplica, nuestra oración queda aún sin contestación, es a menudo más fácil para nuestra vida holgazana y carnal, y tiene además toda la apariencia de una piadosa sumisión, el pensar que ahora debemos cesar de orar, porque puede que Dios tenga Su razón secreta para no dar Su contestación a nuestra petición.

Es solamente por la fe que la dificultad puede ser vencida. Cuando una vez la fe se ha afirmado sobre la Palabra de Dios y el Nombre de Jesús, y se ha entregado a la dirección del Espíritu para buscar únicamente la voluntad y el honor de Dios en su oración, no es necesario que sea desalentada por la demora. Por las Escrituras se sabe que el poder de la oración de fe es sencillamente irresistible: la fe real jamás puede sufrir desengaño. Sabe que, justamente, como el agua, para reunir el poder irresistible que puede poseer, tiene que juntarse y acumularse hasta que la corriente pueda descender en plena fuerza, así también, tiene con frecuencia que haber un acumulamiento de oración, hasta que Dios ve que la medida se ha llenado, y entonces la contestación viene. Sabe que, justamente así como el sembrador tiene que dar sus diez mil pasos, y sembrar sus diez mil semillas, cada una de las cuales es una parte de la preparación para la cosecha final, así también hay una necesidad para la súplica muy repetida y perseverante, cada orla de las cuales contribuye a producir alguna bendición deseada. Sabe con certeza que ni una sola plegaria de fe puede fallar en su efecto en el cielo, sino que tiene su propia influencia, y es atesorada para producir una contestación a su debido tiempo para aquel que persevera hasta el fin. Sabe que no tiene que ver con pensamientos ni con posibilidades humanas, sino con la Palabra del Dios viviente. Y así, a semejanza de Abraham, quien por durante tantos años «en esperanza creyó aun contra la esperanza», y luego «por medio de la fe y la paciencia, heredó la promesa», estima que “la tardanza” del Señor es la salvación, esperando y apresurando hasta la venida de su Señor para cumplir Su promesa.

Para que podamos, cuando la contestación a nuestra oración no viene en seguida, combinar la paciencia tranquila y la confianza gozosa en nuestra oración perseverante, tenemos que procurar especialmente de comprender las dos frases en las cuales nuestro Señor declara el carácter y la conducta, no del juez injusto, sino de nuestro Dios y Padre, hacia aquellos, a clamar a El día y noche: «Aunque El se tarde acerca de ellos: El los defenderá prestamente». El los defenderá, prestamente, el Maestro lo dice. La bendición está toda preparada; no solo está El pronto, sino lo más deseoso de darles lo que ellos piden: el eterno amor arde con el deseo anhelante de revelarse plena y completamente a su amado v de satisfacer sus necesidades. Dios no demorará un solo momento más de lo que es absolutamente necesario: El hará todo lo que pueda para apresurar y hacer que sea rápida la contestación.

¿Pero, por qué, si todo esto es verdad, y si Su poder es infinito, por qué se prolonga tanto la demora con frecuencia, en cuanto a la contestación de la oración? ¿Y por qué es que los mismos escogidos de Dios, tan a menudo, en medio del sufrimiento y el conflicto tienen que clamar día, y noche? Es Su “la tardanza” acerca de ellos. ¡He aquí que el labrador espera largamente el precioso fruto de la tierra y es paciente acerca de él, hasta que reciba las primeras y las últimas lluvias! El labrador espera, en verdad, con ansias, su cosecha, pero sabe bien que tiene que esperar todo su período necesario de resplandor de sol y de lluvia, y tiene así prolongada paciencia.. Un niñito con tanta frecuencia desea arrancar la fruta cuando aun está medio verde, el labrador sabe esperar el tiempo necesario. El hombre también, en su naturaleza espiritual, está bajo la ley del crecimiento gradual que reina en toda la vida creada. Es solo por el camino del desarrollo que puede llegar a su destino divino. Y es el Padre, en Cuyas Manos están los tiempos y las estaciones, Quien únicamente conoce el momento cuando el alma o la Iglesia ha madurado hasta esa plenitud de fe, en la cual puede en realidad recibir y retener la bendición. Así como un padre desea únicamente tener a su único hijo que está cumpliendo su curso escolar otra vez a su lado en el hogar, y no obstante espera pacientemente hasta que el período de su educación ha terminado, así es también con Dios y Sus hijos. El es el Padre paciente y contesta rápidamente.

La percepción de esta verdad, conduce al creyente a cultivar las correspondientes disposiciones: la paciencia y la fe, el esperar y el apresurarse, son el secreto de su perseverancia. Por la fe en la promesa de Dios, sabemos que tenernos las peticiones que Le hemos solicitado. La fe recibe y mantiene asida la contestación en la promesa, como una posesión espiritual invisible, se regocija en ella y da gracias y alabanzas por ella. Pero existe una diferencia entre la fe que así retiene ya la contestación, y la más clara, más plena, más madura fe que obtiene la promesa como una experiencia actual. Es en la oración perseverante, no incrédula, sino confiada de alabanza, que el alma crece y alcanza esa plena unión con su Señor la cual puede entrar en la posesión de la misma bendición en El.

Puede que existan, en los que están en derredor nuestro, puede que existan en ese gran sistema de existencia de que formamos parte, puede que haya en el gobierno de Dios, cosas que tienen que ser rectificadas por medio de nuestra oración, antes que pueda venir la contestación en su plenitud: la fe, que, obediente al mandato, ha creído que ya ha recibido, puede conceder que Dios ocupe el tiempo necesario; porque sabe que ha prevalecido y que tiene que prevalecer. Es una tranquila, persistente, determinada perseverancia continúa en oración con acción de gracias hasta que llega la bendición. Y así vemos combinadas esas potencias que a primera vista parecían tan contradictorias: la fe que se regocija en la contestación del invisible Dios como una posesión actual, con la paciencia que clama día y noche hasta que esa contestación sea revelada. La rapidez de “la tardanza” de Dios, se encuentra con la fe triunfante pero paciente de Su hijo que espera.

Nuestro gran peligro en esta escuela de la contestación demorada es la tentación de pensar que, después de todo, tal vez no sea la voluntad de Dios darnos lo que hemos pedido. Si nuestra oración ha estado y está de acuerdo con la Palabra de Dios, y bajo la dirección del Espíritu, no nos abandonemos a esos temores. Aprendamos a concederle tiempo a Dios. En Su trato con nosotros, Dios necesita tiempo. Si solamente Le damos tiempo, es decir, tiempo en la comunión diaria con El para que El pueda ejercer toda la influencia de Su Presencia sobre nosotros, y si concedemos tiempo, día por día, en el curso de nuestro esperar, para que la fe demuestre su realidad y para henchir y llenar todo nuestro ser, entonces El mismo nos conducirá de la fe a la visión: y veremos nosotros la gloria de Dios. No permitamos que ninguna demora sacuda nuestra fe. Acerca de la fe es para siempre exacto, que “primero es la hierba, luego la espiga, después el grano lleno en la espiga” (Marcos, 4: 28) Cada oración de fe conduce un paso más hacia la victoria. Cada oración de fe contribuye a madurar el fruto v acercarnos más a ello: contribuye a llenar la medida de la oración de fe, medida conocida solamente por Dios: vence a los impedimentos en el mundo invisible apresura la llegada del fin. ¡Hijo de Dios! concédele tiempo al Padre. El es sabe por qué “se tarda” acerca de ti. El desea que la bendición sea rica, abundante y segura: concédele tiempo, mientras tú clamas día y noche. Solo recuerda esa palabra: «Os digo que El los defenderá, prestamente».

La bendición de la oración perseverante es indecible. No hay nada que tanto escudriña el corazón como la oración de fe. Le enseña a descubrir y confesar, y a renunciar todo aquello que la impide la venida de la bendición: todo lo que pueda existir que no esté de acuerdo con la voluntad del Padre. Conduce a una más íntima comunión con Aquel Quien únicamente pueden enseñarnos a orar, y conduce a una más completa entrega de sí mismo renunciando a todo otro abrigo y mérito, confiado solo en la Sangre derramada y en el Espíritu. Nos llama a una vida de más íntimo y más sencillo permanecer en Cristo.

¡Cristiano! concédele tiempo a Dios. El perfeccionará todo lo que a ti concierne. «“la tardanza”, “prestamente”», esas palabras son el santo y seña de Dios al entrar tú por las puertas de la oración; sean esas palabras tu santo y seña también. Y sea así, bien que pidas por ti mismo o por otros. Toda labor, sea física o mental, requiere tiempo y esfuerzo; tenemos que entregarnos a nosotros mismos al esfuerzo. La Naturaleza descubre sus secretos y concede sus tesoros únicamente a la labor diligente y meditada. Por poco que lo podamos comprender, en el cultivo espiritual la misma ley impera: la simiente que sembramos en el suelo del cielo, los esfuerzos que hacemos, y las influencias que procuramos ejercer en el mundo superior, requieren todo nuestro ser, tenemos que entregarnos a la oración. Y retengamos esa gran confianza que «a su tiempo segaremos, si no desmayamos» (Gálalas, 6:9).

Y aprendamos especialmente esta lección cuando oramos por la Iglesia de Cristo, Ella, como la pobre viuda, en la ausencia de Señor, está aparentemente a la misericordia de su adversario, indefensa e imposibilitada para obtener justicia. Así, pues, cuando oramos por Su Iglesia, o por cualquier porción de ella, que ahora está bajo el poder del mundo, cuando pedimos que El la visite con las potentes energías de Su Espíritu y que la prepare para Su venida, oremos en esta segura y firme fe: la oración, en toda verdad, ayuda; el seguir orando sin desmayar traerá la contestación. Concedámosle tiempo a Dios. Y sigamos clamando día y noche: « Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia.».


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