El Don De Dios Para Ti

El Don De Dios Para Ti

La cruz. ¿Puedes dirigir la mirada a cualquiera parte sin ver una? Colocada en lo alto de una capilla. Esculpida en una lápida en el cementerio. Tallada en un anillo o suspendida en una cadena, la cruz es el símbolo universal del Cristianismo. Extraña decisión, ¿no crees? Extraño que un instrumento de tortura llegara a representar un movimiento de esperanza. Los símbolos de otras religiones son más optimistas: la estrella de seis puntas de David, la luna en cuarto creciente del Islam, la flor de loto del Budismo. ¿Pero una cruz para el Cristianismo? ¿Un instrumento de ejecución?
¿Te pondrías una pequeña silla eléctrica en el cuello? ¿Suspenderías una horca de oro plateado en la pared? ¿Imprimirías una foto de un pelotón de fusilamiento en una tarjeta de negocios? Sin embargo, eso es lo que hacemos con la cruz. Muchos incluso hacen la señal de la cruz cuando oran. ¿Por qué no hacen la señal de la guillotina? En lugar de la señal triangular que la gente se hace en la frente y en el pecho, ¿por qué no un golpe de karate en la palma de la mano? ¿No sería lo mismo?
¿Por qué la cruz es el símbolo de nuestra fe? Para hallar la respuesta no hay que ir más allá de la cruz misma. Su diseño no podría ser más sencillo. Un madero horizontal y el otro vertical. Uno extendiéndose hacia afuera. El otro hacia arriba. Uno representa la anchura de su amor, el otro refleja la altura de su santidad. La cruz es la intercesión de ambos. La cruz es el lugar donde Dios perdonó a sus hijos, sin bajar sus normas de santidad.
¿Cómo pudo hacer esto? En una frase: Dios puso nuestros pecados sobre su Hijo y lo castigó allí.
«Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él» (2 Corintios 5.21).
O como dice otra versión: «Cristo no cometió pecado alguno, pero, por causa nuestra, Dios lo trató como al pecado mismo, para así, por medio de Cristo, librarnos de culpa» (2 Corintios 5.21, VP).
Visualiza el momento. Dios en su trono. Tú en la tierra. Y entre tú y Dios, suspendido entre tú y el cielo, está Cristo sobre su cruz. Tus pecados han sido puestos sobre Jesús. Dios, que castiga el pecado, descarga su justa ira sobre tus faltas. Jesús recibe el golpe. Como Cristo está entre tú y Dios, tú no lo recibes. El pecado es castigado, pero tú estás a salvo, salvo a la sombra de la cruz.
Esto es lo que hizo Dios, pero, ¿por qué? ¿Por qué lo hizo? ¿Por un deber moral? ¿Por una obligación celestial? ¿Por un requerimiento paternal? No. Dios no fue obligado a hacer nada.
Además, considera lo que hizo. Dio a su Hijo, su único Hijo. ¿Harías tú eso? ¿Ofrecerías la vida de tu hijo por la de alguna otra persona? Yo no. Hay algunos por quienes daría mi vida, pero pídeme que haga una lista de aquellos por quienes yo mataría a mi hija, y la hoja quedaría en blanco. No necesito un lápiz. La lista no tendría ningún nombre.
Pero la lista de Dios contiene los nombres de todas las personas que han vivido en todos los tiempos. Porque este es el alcance de su amor. Y esta es la razón para la cruz. Él ama al mundo.
«Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito» (Juan 3.16).
Tan fuerte como el madero vertical proclama la santidad de Dios, el madero horizontal declara su amor. Y, ah, ¡qué anchura infinita tiene su amor!
¿No te alegra de que el versículo no diga:
«Porque de tal manera amó Dios a los ricos…»
o, «Porque de tal manera amó Dios a los famosos…»
o, «Porque de tal manera amó Dios a los delgados…»?
No lo dice. Tampoco dice:
«Porque de tal manera amó a los europeos o africanos…»
«…a los sobrios o a los triunfadores…»
«…a los jóvenes o a los viejos…»
No lo dice tampoco.
Cuando leemos Juan 3.16, simple (y felizmente) leemos: «Porque de tal manera amó Dios al mundo».
¿Cuán ancho es el amor de Dios? Lo suficientemente ancho para alcanzar a todo el mundo. ¿Estás incluido en el mundo? Entonces estás incluido en el amor de Dios.
Es hermoso estar incluido en algo. Pero no siempre lo estamos. Las universidades te excluyen si no eres lo suficientemente inteligente. El mundo de los negocios te excluye si no estás lo suficientemente calificado y, lamentablemente, algunas iglesias te excluyen si no eres lo suficientemente bueno.
Pero aunque todos ellos te excluyan, Cristo te incluye. Cuando le pidieron que describiera la anchura de su amor, extendió todo lo que pudo una mano a la derecha, y otra a la izquierda, y pidió que sus verdugos las clavaran en esa posición sobre la cruz, para que tú supieras que Él murió amándote.

Lo Hizo Por Ti

¿Quieres saber qué es lo más sorprendente sobre el regreso de Cristo? No es que Aquel que jugaba canicas con las estrellas renunciara para jugar con canicas comunes.
No es que Él, en un instante, pasara de no necesitar nada a necesitar aire, comida, un poco de agua caliente y sales para sus cansados pies y, más que todo eso, necesitara a alguien —cualquiera— que estuviera más preocupado sobre dónde iría a pasar la eternidad que dónde gastaría su cheque del viernes.
No es que mantuviera su serenidad mientras la docena de sus mejores amigos, sintieran el calor y se apresuraran a salir de la cocina. Ni que diera órdenes a los ángeles que le rogaban: «Solo danos la orden, Señor, y todos estos demonios se transformarán en huevos revueltos».
No es que se haya negado a defenderse cuando fue culpado por todos los pecados de cada libertino desde los días de Adán. Ni que haya guardado silencio mientras un millón de veredictos de culpabilidad resonaban en el tribunal del cielo y el dador de la luz quedaba en medio de la fría noche de los pecadores.
Ni siquiera que después aquellos tres días en un hoyo oscuro se levantara a la salida del sol el domingo de Pascua, sonriente y orgulloso, y preguntarle al humillado Lucifer: «¿Fue este tu mejor golpe?»
Eso era sorprendente, increíblemente sorprendente.
Pero, ¿quieres saber lo más sorprendente de Aquel que cambió la corona del cielo por una corona de espinas?
Que lo hizo por ti. Solo por ti.

Decisiones

Todos tomamos decisiones. Algunas sabias, otras no. Dios nos pide tomar decisiones eternas, y estas decisiones tienen consecuencias eternas.
Has hecho algunas malas decisiones en tu vida, ¿no es verdad? Te has equivocado al escoger a tus amigos, quizás tu profesión, incluso tu cónyuge. Ahora miras hacia atrás y dices: «Si pudiera… si pudiera librarme de esas malas decisiones». ¡Puedes! Una buena decisión para la eternidad compensa miles de malas decisiones malas hechas en la tierra.
Tú tienes que tomar la decisión.
Desde que Jesús vino a la tierra, esta decisión ha estado disponible para nosotros. Y sin embargo nos admiramos de cómo algunos pueden decidirse por la vida eterna y algunos rechazarla. Nos admiramos de cómo dos hombres pueden ver al mismo Jesús, y uno de ellos burlarse de Él y el otro orar a Él. No sé cómo pudo ser eso, pero así lo hicieron.
Eso fue lo que sucedió en la cruz. Había otras dos cruces en la cima de la colina ese día, el día que Jesús murió. Dos criminales sufrían juntamente con Él la misma muerte. Y esas dos cruces nos recuerdan uno de los más grandes dones de Dios: El don de la decisión. Uno se decidió por Jesús, el otro simplemente se burló de Él. Las Escrituras revelan parte de la historia:
«Uno de los criminales que colgaba de la cruz lanzaba insultos a Jesús, diciéndole: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros. Pero el otro criminal le reprendió y le dijo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación? Nosotros, a la verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; más éste ningún mal hizo. Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23.39–43).
Cuando uno de los criminales que moría oró, Jesús le amó lo suficiente para salvarlo. Y cuando el otro se burló, Jesús le amó lo suficiente como para permitirle hacer eso.
Les permitió hacer su decisión.
Él hace lo mismo contigo. ¿Cuál es tu decisión?

Fragmentos de «Lo Hizo Por Ti» por Max Lucado


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