La Aguja De Cleopatra

A orillas del rio Támesis, en Londres, se yergue un antiguo monumento: aquel monumento egipcio que se llama «La aguja de Cleopatra». Cuenta aquel monumento con treinta y tres siglos de edad, y originalmente ocupaba un sitio delante del Templo del Sol, en la ciudad de On, a orillas del rio Nilo. Fue llevado a Inglaterra este antiguo obelisco, con mucha dificultad y enorme gasto, y cuando los edificadores deseaban colocarlo en su nuevo sitio, para que allí quedase por algunos milenios más, tuvieron la idea de dejar en los cimientos algún documento que tuviese interés Para las generaciones futuras. ¿Y cuál fue ese documento? Pues, dentro de un jarrón depositaron copias de un famoso texto bíblico en más de doscientos idiomas. El texto a que atribuyeron tanta importancia dice así: «Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha entregado a Su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna».      ¿Y qué significan para ti, amado lector, estas hermosas palabras del Señor? En realidad tenemos en estas pocas palabras la esencia de toda la revelación de Dios: las mejores noticias que Dios tiene Para sus criaturas. Veamos, pues, algo de su precioso contenido.
     «De tal manera amó Dios al mundo». He aquí la primera grande y gloriosa verdad del evangelio: Dios nos ha amado. Hacemos bien de contemplar los cielos y darnos cuenta de la omnipotencia de nuestro Creador. Hacemos bien de examinar y analizar todo lo que vemos en nuestro derredor, en la maravillosa creación a la cual pertenecemos, y reconocer en todo ello la providencia y, sabiduría de Aquel que lo ha ordenado todo para su gloria y para nuestro bienestar. Pero hay algo más y mayor que todo eso, y es que nuestro Dios nos ha amado.
     ¿A quiénes amó? «Amó al mundo», dice el texto. Amó con un amor imparcial; amó con un amor universal; amó a todos por igual. Amó al mundo de pecadores. Te amó a ti, y a mi. Y si supiéramos del pecador más vil, más criminal, y más ingrato no vacilaríamos en decirle: «Amigo, Dios te ama; Dios te tiene buena voluntad, y quiere tu bien.» El evangelio comienza sobre esta nota del amor de Dios, porque si este amor faltara, no tendríamos ningún evangelio, ni ninguna esperanza de salvación. El evangelio tiene su manantial en el mismo corazón de Dios. De allí emana un amor incontenible que se desborda por encima de todas las barreras, llevando bendición y salvación a todos los hombres.
     ¿Cuál es la demostración, y cuál es la medida, de ese amor divino? Fíjate en el texto: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito». El amor se desprende en beneficio de otros. El amor da bondadosamente. Y Dios lo ha dado todo en beneficio de nosotros. ¿Y qué más pudo haber hecho, que lo que ha hecho, para demostrar su amor al mundo? El Dios contra quien los hombres se han rebelado, a quien se han negado a honrar siempre; el Dios cuya santidad ha quedado agraviada, y su justicia ultrajada; el Dios que pudo habernos barrido de la faz de la tierra por nuestras iniquidades, como hizo con los ante-diluvianos; este mismo Dios de tal manera nos amó, que dio a su Hijo unigénito en sacrificio por nuestros pecados, Para redimirnos de eterna condenación.
     Claramente declara la Santa Escritura que Dios, en amor indecible, ha provisto redención eterna Para el hombre pecador; y eso por el sacrificio de su Hijo amado. Pero ha señalado una condición en las palabras: «Ha dado a su Hijo unigénito, Para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». Creemos que el lector no tendrá dificultad en entender el significado de estas palabras: «todo aquel que en él cree». Y bien, ¿perteneces tú a la compañía de los que en el creen?
     La frase «todo aquel que en él cree» no significa: todo aquel que da su asentimiento mental a un dogma teológico; sino: todo aquel que se convierta a Cristo de corazón, confiando sin reservas en su potencia para salvar y entregándole las riendas de su vida. Si tú crees de esta manera, tienes la promesa de que no perecerás, sino que tendrás vida eterna: y esto no es poca cosa.
     Vuelve a leer las preciosas palabras: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna». Nunca, mientras vivas, escucharás palabras más preciosas o gloriosas que éstas, o pa-labras que más afecten tu bienestar espiritual, para este tiempo o para la eternidad. La cuestión es: ¿Qué vas a hacer tú hoy con estas palabras? En ellas habla el Hijo de Dios, y pone delante de ti el camino de la vida y el camino de la perdición. Para perderte eternamente, nada tienes que hacer sino continuar en el camino en que estás; pero si quieres poseer la seguridad de tu salvación, y poseer la vida eterna, debes depositar tu confianza en Cristo, aceptando el testimonio de su bendita palabra.
«El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que desobedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él». Juan 3:36

Tomado de «Publicaciones Cristianas»


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