Enero 22-28 (Año 1)

Enero 22
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He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad. Hebreos 10:9
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Una vida excepcional
Los evangelios nos relatan la vida del Hijo de Dios, quien se hizo hombre para venir a esta tierra. Cuando estudiamos atentamente estos relatos, descubrimos en este ser único y sin pecado maravillas que nos llenan de admiración.
Nos llama la atención su pobreza. Aunque no poseía ninguna riqueza material, nunca se quejó por ello. Su abnegación: no pensaba en sí mismo sino en el bienestar de los demás. Consideremos la paciencia e indulgencia con que soportó a sus enemigos, y también a sus discípulos. Finalmente, su entrega a Dios no escapa a ningún lector atento.
Cuando era un niño de doce años dijo a sus padres terrenales: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:49). Años después, cuando sus discípulos le invitaron a comer, dijo: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34).
En su vida de devoción a Dios no había altibajos como en nosotros. Nunca se dejó apartar de la meta central de su vida: glorificar a Dios. La exclamación: “Gloria a Dios en las alturas” (Lucas 2:14) fue el motivo de cada hecho de su prodigiosa vida.
El Señor Jesucristo podía pronunciar con mayor propiedad las palabras del Salmo 16: “A Dios he puesto siempre delante de mí”. Nuestro Salvador prosiguió inquebrantable y firmemente la meta de su vida hasta que exclamó, después de haber hecho la expiación de nuestros pecados: “Consumado es”.“¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2 Corintios 9:15).

Enero 23
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La palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. 1 Corintios 1:18
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Un seguro punto de apoyo
Un alpinista narra: –Con un amigo escalábamos una montaña en los Alpes. Nos equivocamos en el camino, y cuando fue mi turno de tomar la delantera, de repente me encontré frente a un precipicio. Era imposible seguir adelante: 300 metros más abajo centelleaba un lago en el que se reflejaban las altas cimas. Una caída habría significado la muerte. Retroceder era igualmente peligroso. Entonces, teníamos que continuar. Nos resultaba difícil ver en qué podíamos apoyarnos. Descubrimos una pequeña elevación en la roca, pero estaba demasiado lejos como para alcanzarla con un paso. Nuestra única opción era saltar. Esto parecía una locura. Ningún alpinista razonable hace semejante cosa. Pero teníamos que arriesgarnos. El salto salió bien y me abracé fuertemente a la saliente rocosa. Mi compañero hizo lo mismo. El peligro de muerte había pasado; sanos y salvos alcanzamos la cima.
Esta experiencia se parece a mi vida. Yo había elegido el camino equivocado hasta que descubrí que estaba perdido. No podía volver atrás ni deshacer lo ocurrido. Seguir adelante me habría llevado a la perdición. Pero encontré un punto de apoyo seguro: la cruz del Señor Jesucristo. A primera vista esto parecía una locura, así como lo llama la Biblia. Pero, fue mi salvación por el poder de Dios. Amigo lector, ¿no quiere arriesgarse a dar el salto? Acuda a Jesucristo. Haga como el ciego, de quien se dice: “Arrojando su capa, se levantó y vino a Jesús” (Marcos 10:50).

Enero 24
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Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Romanos 5:8
En esto hemos conocido el amor, en que él (Cristo) puso su vida por nosotros. 1 Juan 3:16
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El amor de Dios
Su fuente: en Su propio corazón, y solamente allí, Dios halló un motivo para amarnos. Él nos ama, no porque lo merezcamos, sino porque él es amor (1 Juan 4:8, 16).
Su objeto: usted, yo y todos los hombres, incluidos los más culpables. Dios, quien es santo, aborrece el pecado; pero a su vez ama al pecador, porque es amor; Dios otorga su gracia al hombre que se arrepiente y cree.
Su medida: “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Dios ama a los hombres. Lo afirma y dio la prueba de ello.
A veces oímos reflexiones tales como: «Si Dios amara a sus criaturas, ¿permitiría tantos padecimientos e injusticias?». Éstos son el resultado del pecado, y es necesario considerar el amor de Dios en la perspectiva de la eternidad. Si usted quiere saber en qué consiste el amor divino, absoluto, infinito, piense en Dios dando a su Hijo para salvar a sus enemigos. El amor de Dios es una plenitud, un océano inagotable. Pero es necesario querer saciarse de este amor divino y responder a la invitación del Señor Jesús: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”. “Al que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 7:37; 6:37). “Ni la muerte, ni la vida… ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).

Enero 25
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Abogaste, Señor, la causa de mi alma; redimiste mi vida. Lamentaciones 3:58
Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios. Salmo 40:3
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¿Dónde estaba Dios aquel día?
Agosto de 1994. Algunos cristianos de una organización humanitaria llegamos a una aldea de Ruanda. Un insoportable olor precedió a una visión horrorosa. Hacía un mes, más de 600 personas habían sido masacradas de manera salvaje en el interior y alrededor de una iglesia. ¿Su crimen? No pertenecían a la etnia de los agresores. Los cadáveres, o lo que quedaba de ellos, estaban allí en un estado calamitoso, algunos de ellos aún en su banco, apretando los restos de un bebé o un libro de oración. Como fantasmas, algunos sobrevivientes vagaban en ese escenario dantesco; no habían tenido la fuerza de enterrar a sus muertos. Era necesario que reuniéramos a esa gente moralmente herida, aturdida y aplastada por su dolor, para ayudarla. Varios se rebelaron. Y por supuesto, surgió la pregunta: ¿Dónde estaba Dios cuando se degollaba a todos esos inocentes?
El Señor nos socorrió en este apuro y nos guió a contestar con otra pregunta: ¿Dónde estaba Dios cuando su Hijo amado agonizaba en el Gólgota? ¿Fue sordo a su gran “por qué”? No, ante esa suprema injusticia, Dios guardó el silencio para nuestra salvación. Lo hizo para que todos los que creen en él participen algún día en la triunfal resurrección y reciban “la corona de la vida” (Apocalipsis 2:10). ¡Qué esperanza para los que perecieron en circunstancias tan horribles! Como respuesta a la maldad del hombre, Dios ofreció la salvación. Agradezcámosle por lo que hizo.

Enero 26
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En ti confiarán los que conocen tu nombre, por cuanto tú, oh Señor, no desamparaste a los que te buscaron… No se olvidó del clamor de los afligidos. Salmo 9:10, 12
No temas; cree solamente. Lucas 8:50
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Paciencia
Cuando se llama al médico a la cabecera de un enfermo, uno quisiera que acudiera en seguida. El evangelio de Lucas (8:40-56) nos relata la historia de Jairo, un principal de la sinagoga que vino a Jesús y le rogó que fuese a su casa porque su única hija de doce años se estaba muriendo. En el camino el Señor se atrasó a causa de una mujer enferma. Mientras tanto la niña murió. El Señor dijo a Jairo que confiara en él; luego fue hasta donde estaba la niña y le devolvió la vida.
A veces una situación difícil se agrava, pese a nuestras oraciones; entonces podemos sentirnos desamparados y suspirar como Job: “¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!… él me atendería” (Job 23:3, 6). El Señor, ¿olvidará nuestro llamado? Desde el Antiguo Testamento nos llega su respuesta para darnos confianza: “¿Por qué dices… Mi camino está escondido del Señor, y de mi Dios pasó mi juicio? ¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno… no desfallece, ni se fatiga con cansancio” (Isaías 40:27-28). Cristo también nos dice: “Nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida” (Isaías 49:16).
Las marcas de los clavos en las manos del Señor nos recuerdan el infinito amor con que nos ama cuando, como a Jairo, nos pide tener paciencia. En él podemos confiar, porque sabe lo que hace; él mismo dijo: “No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5).

Enero 27
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Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento. Lucas 5:31-32
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Se cosecha lo que se siembra
«Para llegar a hacerse cristiano, o convertirse al cristianismo, se debe estar bastante enfermo». Con esto, Friedrich Nietzsche (1844- 1900) quería desacreditar la fe cristiana. Con toda la fuerza de su entendimiento luchó infatigablemente contra el cristianismo. Por eso se podría ver como ironía divina el hecho de que su afirmación confirme precisamente una declaración esencial del Evangelio: Cristo no vino para curar a los sanos, sino para salvar a “los enfermos”, es decir, “a los pecadores”. El cristianismo no es una religión para “nobles”; la fe en Cristo es el único camino que Dios ha dado para la salvación de seres perdidos.
El hecho de que Jesucristo se haya preocupado por aquellos que vivían una vida inmoral perturbó a la gente religiosa de su tiempo, la cual no reconocía que Dios ya hubiera juzgado a cada ser humano al decir en el Salmo 14:3: “No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”. Los más dispuestos a reconocer el juicio de Dios eran justamente quienes sufrían a causa de su vida pecaminosa. Podían hallar perdón y salvación cuando acudían a Jesús con su culpa.
Nietzsche jugó con la verdad. Cuando estuvo «bastante enfermo» (para emplear sus mismas palabras) ya no tuvo la posibilidad de llegar a la fe. Al final de su vida se volvió demente. “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7).

Enero 28
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Toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Romanos 8:22-23
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Otro tipo de ecología
La muerte de ciertos lagos, la agonía de los ríos y la disminución de la capa de ozono son gritos de alarma que emite nuestro planeta; el hombre empieza a tomar conciencia de que su supervivencia depende mayormente de la calidad de su entorno.
En el siglo XIX, el progreso hizo su entrada en la vida de los países ricos. Durante mucho tiempo se creyó que el bienestar dependía esencialmente de la holgura y el lujo de toda clase. La sociedad de consumo bien merece este nombre. Hoy en día, poco a poco descubrimos que hemos descuidado enteramente los valores fundamentales en provecho de otros mucho menos importantes.
Lo que es cierto en el ambiente material lo es mucho más en el espiritual. Algunos creen que pueden enriquecer su espíritu y su vida interior con cualquier cosa. Dicen: «Con tal que me guste y me haga bien, todo está permitido. ¡Rompamos los tabúes y derribemos las barreras!»¡Cuántas vidas interiores han sido totalmente destruidas por las emanaciones tóxicas de ciertas filosofías, lecturas o espectáculos! Debemos saber que a nuestro alrededor existen venenos mortales para nuestra alma.“Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”, dijo Jesús (Mateo 6:33). Y el apóstol Pablo exhorta a los colosenses a poner “la mira en las cosas de arriba” (3:2).

© Editorial La Buena Semilla, 1166 PERROY (Suiza)


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