La Máxima Traición

El Señor Jesús vio que la multitud se acercaba y que las antorchas alumbraban su camino. Una figura solitaria iba delante de ellos, pero, ¿cómo la reconoció el Señor: por verle o por el sonido? Él sabía que Judas Iscariote lo había traicionado y que escoltaba a la turba para arrestarlo, pero, ¿el Señor reconoció primero la cara de Judas o a éste lo delató el tintineo de la bolsa del dinero?

Puede ser que cada uno de los pasos de Judas en el Getsemaní hicieron que las monedas de plata hicieran mayor ruido, el ruido que produce la maldad.

Como poseedor del más tenebroso de los corazones humanos, Judas Iscariote podría ser descrito como un hombre poderoso en espíritu. Pero su traición es un recordatorio tremendo de las horrendas posibilidades que se arraigan en el corazón humano. Mucho hay que aprender de un hombre que estudió a los pies del mismo Señor Jesucristo y que, no obstante, lo traicionó con el mayor descaro con un beso.

«Actúa en el escenario de la Escritura como una tremenda advertencia a los seguidores de Cristo que no quieren entregarse a Él sin reservas y que lo siguen, pero que no comparten su espíritu», escribe el autor R. P. Martin.

El título más alto que Judas pudo dar al Señor Jesús era el de «Rabí», pero jamás «Señor». Judas nunca le perteneció a Cristo. En aquel entonces, como ahora, era posible pretender lealtad a Dios sin entregarle las riendas del alma.

El Señor Jesús enfatizaba que había escogido a 12 discípulos, entre los cuales Judas siempre fue incluido al último. El Salmo 41:9 predice que Cristo sería traicionado por un amigo íntimo y de confianza. Zacarías 11:12-13 revela la cantidad de dinero de sangre.

De manera que está claro que el Señor sabía que Judas lo traicionaría y, sin embargo, no podemos cuestionar que haya escogido al Iscariote («hombre de Queriot») como apóstol. Dios no desea que ninguno perezca y el pecado de Judas fue culpa suya. Aun si al principio su asociación con Cristo haya sido sincera, él dio entrada a Satanás, prostituyendo su puesto como tesorero de los discípulos al robar de la caja. Satanás transformó esa entrada en un abismo.

«Es innegable que aunque haya sido sincero, su decisión no fue de todo corazón», escribe Henry Lockyer de Judas. El aspecto más serio de su traición, destaca Lockyer, es que uno puede estar al servicio de Cristo sin ser regenerado y aun así no conocerlo como su salvador y Señor.

Los rostros de la depravación son muchos y Judas nos ofrece ejemplos excelentes. Podemos ver que, al precipitarse hacia la destrucción, Judas fue haciéndose insensible al pecado:

• Algunos estudiosos creen que Judas se afilió al Señor Jesús porque creía que era el rey que derrocaría al gobierno de Roma en Israel. ¡Qué peligroso es tratar de usar a Cristo para lograr nuestros objetivos o intentar obligarlo a ser lo que deseamos que sea!

• Éxodo 21:32 revela que 30 siclos de plata era el precio que debería pagar el dueño de un buey si éste acorneare al esclavo de otra persona. Esto equivalía a unos 10 dólares y en la actualidad todavía es posible subestimar a Cristo. ¿Acaso Él predomina en nuestros pensamientos o sólo es algo que nos viene a la mente de vez en cuando?

«Las fuerzas del averno se regocijan cuando los hombres consienten en vender a Cristo por la suma total de los placeres y posesiones de este mundo -dice Lockyer-. Arríe su bandera, condescienda, llévese bien con todos y los semireligiosos lo aclamarán como «un gran tipo».

• Esto se traduce en ponerse a la disposición del enemigo. Condescender, negarse a abandonar un pecado favorito o afirmar nuestra independencia con cierta beligerancia equivale a poner carne cruda ante el león rugiente. Judas amaba tanto el dinero que eso lo llevó a hurgar en la tesorería y puso en marcha su destino diabólico.

• La traición de Judas también revela que las cicatrices del pecado van encalleciéndose. La Biblia relata las ocasiones innumerables en las que el Señor hizo lo posible por ayudar a Judas a rectificar sus pasos. En ninguna de ellas dio la mínima indicación de reaccionar. Por ejemplo:

Dos noches antes a la traición Judas cuestionó el hecho de que María de Betania ungiera al Señor. Mientras que el corazón de María estaba en lo correcto, Judas preguntó por qué mejor los discípulos no podrían vender el costoso perfume para alimentar a los pobres; pero Judas había visto al Señor alimentar a 5,000 sin dinero alguno. La ambición desmedida del hombre que robaba de la tesorería fue lo que impulsó la pregunta indignada de Judas.

Aunque el Señor reprendió a Judas, el traidor ignoró el mensaje. Los evangelios indican que Judas, quizá hasta enojado por la reprensión, de inmediato se acercó a los religiosos con la oferta de entregar al Señor.

También Juan 13:26 declara que el Señor identificó al traidor mojando el bocado de pan y dándoselo a Judas en la última cena. Tradicionalmente este era un gesto reservado sólo para los huéspedes de honor. Judas reaccionó con frialdad, Satanás entró en él y él se levantó y salió, cerrando la puerta al Salvador. «Y era ya de noche», escribe Juan.

Así que al acercarse al Señor en el Getsemaní todo estaba oscuro. Y una vez más el Señor dio a Judas la oportunidad de pedir asilo eterno. Mateo 26:50 relata que Jesús se dirigió a Judas, aun después del beso ruin, diciéndole «amigo». Pero el pecado había cegado a Judas al grado de no poder ver el Camino, la Verdad y la Vida. Fue su última oportunidad; la horca lo empujaría al tormento eterno.

El relato de la traición todavía resuena no sólo debido a la audacia malvada de Judas sino porque todos reconocemos la perversidad de nuestra carne. ¿Cuántos le llaman Rey sólo para ocupar ellos su propio trono?

¿Cuántos se le acercan con un beso simbólico pero jamás se atreven a entregársele incondicionalmente?

Tomado de En Contacto


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