Llamada Por Su Nombre

Al principio ella no lo reconoció, pero cuando dijo su nombre de inmediato supo quién era. María Magdalena se había arrodillado junto a la cruz de Cristo durante esas horas largas y fatídicas en el Calvario.

Aunque el suplicio había sido fatal y agotador, ella se levantó muy temprano el primer día de la semana y fue al sepulcro, siendo todavía oscuro. Al descubrir que no estaba ahí, rompió en llanto. María estaba tan desesperada en su afán de dar al cuerpo torturado de su amado Señor sepultura adecuada que con lágrimas pidió al hortelano, ofreciéndole dinero, que lo llevara donde Él se encontraba.

Pero el hombre con el cual habló no era hortelano. Dijo sólo una palabra y ella supo que se trataba de Jesús de Nazaret. Bastó que Él dijera: «María» para que ella, a su vez, respondiera diciendo: Rabonní, palabra hebrea que quería decir «maestro». Los dos compartieron un momento sagrado fuera del sepulcro cuando Cristo se le manifestó. María fue la primera persona en ver al Señor resucitado, una recompensa muy valiosa para su devoción inquebrantable.

La crucifixión del Señor Jesús fue un espectáculo político de proporciones monumentales. Aunque otros tomaron distancia de Él, temiendo por sus vidas, María permaneció fiel. Algunos historiadores creen que María estuvo presente en el Patio de Pilato, donde oyó a los líderes religiosos demandar su sangre y pronunciar su sentencia de muerte. Ella lo siguió cuando Él cargó su cruz en medio de una masa de espectadores enardecidos y presenció la violenta crucifixión. «Muchos se asombraron de Él, pues tenía desfigurado el semblante; ¡nada de humano tenía su aspecto! (Isaías 52:14, Nueva Versión Internacional). Aunque muchos de sus seguidores, incluso sus discípulos, huyeron temiendo por sus vidas, María nunca abandonó su puesto al lado de Èl.

Su devoción valerosa se inspiró en su profunda gratitud por el amor que Cristo le había mostrado. Hasta que Cristo la tocó, María fue una mujer desesperada que vivía en angustia solitaria. Fue atormentada por siete demonios. Aunque desconocemos la naturaleza de esos demonios, si era que la afligían con enfermedad, locura o inmoralidad, sí sabemos que esa mujer proscrita en el Israel del primer siglo habría sido despreciable. En su pueblo de Magdala, localizado a unos cinco kilómetros de Capernaúm, en la costa de Galilea, una mujer de carácter moral cuestionable no habría sido tolerada. El amor incondicional y el interés de Cristo por María, pese a las manchas de su fragilidad, son ilustraciones sorprendentes de su amor ilimitado por nosotros.

Gracias a los ojos de eternidad, Cristo descubrió suficiente valor en la condición quebrantada de María para perdonarla y sanarla. Ninguna otra religión fuera del cristianismo podría contener tal historia de redención. Si fuera juzgada por las normas y costumbres de su época, una mujer del carácter de María habría sido apedreada hasta morir.

Todos los que conocemos a Cristo hemos sido redimidos por Él de la misma manera poderosa como lo fue María. Nuestra salvación no es menos milagrosa que la de ella. No obstante, nuestra respuesta a la gracia salvadora de Dios puede ser muy distinta a la de ella. Después de ser perdonada, María se convirtió en una ferviente seguidora del Señor y de los doce discípulos. Empleó su dinero para ayudar a financiar su ministerio y pasó días viajando de ciudad en ciudad ministrándoles (Lucas 8:1-3). Se convirtió en una de las seguidoras más devotas del Señor. Su dedicación a Él jamás disminuyó; ni siquiera en el Calvario.

Si usted hubiera estado presente en el Calvario, ¿habría llorado al pie de la cruz? ¿Acaso habría usted presenciado la crucifixión a cierta distancia segura, parándose en una colina en la que podría haber escapado fácilmente si hubiera aumentado la violencia? ¿Habría usted ido al sepulcro o huido como los demás?

Quizá la realidad del sacrificio de Cristo en la cruz aun no ha llegado a tener mucho significado para usted. Si usted ha sentido que nadie le ama y que está lejos de Dios, puede estar seguro de que María tuvo los mismos sentimientos. Pero venció las tinieblas espirituales extendiendo su mano hacia el Señor y permitiéndole que la sanara. Cuando su gracia había sido confirmada en su vida, se apegó a Él. Su entrega tenaz resultó en bendiciones abundantes. El Señor hizo una pausa en los asuntos eternos para pronunciar su nombre. Al hacerlo, reafirmó su amor eterno por ella.

Cristo sabe también su nombre, pero si usted se aleja de Él se perderá bendiciones innumerables. Si usted no está demasiado avergonzado ni demasiado temeroso para rendir su vida completamente a Cristo, puede ser que lo escuche llamarle por su nombre.

«Por lo cual asimismo padezco esto: pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día». (2 Timoteo 1:12)

Tomado de En Contacto


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