El Dominio De Dios: Nuestra Confianza

Supongamos que usted acaba de recibir una mala noticia que lo ha dejado helado. ¡Cuánto quisiera poder cambiar lo que ha oído! Pero sabe que no puede hacerlo. Su mente se resiste a aceptar la realidad y anímicamente usted se siente al borde del precipicio. Toda fibra de su ser gime pidiendo esperanza y comprensión. Usted busca una respuesta a lo que más le preocupa: ¿cómo irá a terminar todo esto? Cuando la adversidad nos golpea o cuando estamos en situaciones que nos abruman, lo que nos da confianza y esperanza es el hecho de que Dios tiene dominio sobre todas las cosas.

A pesar de cómo nos sintamos o de las experiencias que tengamos, podemos descansar en el hecho de que Dios nos ama y que está haciendo que toda dificultad, toda decepción y toda aflicción nos ayuden para bien. Este hecho ha sido una fuente de ánimo y valor para muchos. En ningún momento Dios ha dejado de ejercer dominio sobre su creación ni se ha desentendido de ella. Él es nuestro pronto auxilio (Salmo 46:1).

Si José no hubiera creído en esa verdad, no habría podido aguantar la presión a la que se vio sometido física y mentalmente durante los años de esclavitud en Egipto. David se habría muerto de miedo al oír las amenazas del rey Saúl contra él. Ester se habría sentido agobiada por las palabras de Mardoqueo y no habría hecho nada para salvar a su pueblo. El profeta Isaías se habría desentendido del pueblo rebelde de Israel. Y el grupo de discípulos se habría deshecho inmediatamente después de la muerte de Cristo. En cada uno de estos casos, el hecho de que Dios estaba al tanto de la situación y tenía dominio sobre todo hizo que la esperanza y la paz triunfaran.

El Señor sabía que a los discípulos los asaltarían las dudas y el temor cuando se dieran cuenta que había resucitado. Por eso, vino a ellos como lo había prometido, y les dijo: «Paz a vosotros» (S. Juan 20:19). Él empleó este saludo como norma para inspirar confianza en los corazones de sus discípulos y asegurarles que Él seguía siendo su Señor y Amigo.

En S. Lucas 24:38-39a les dice: «… ¿Por qué estáis turbados, y vienen a vuestro corazón estos pensamientos? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved…».

Dios estaba tendiendo su mano a los discípulos de la misma manera que lo hace con nosotros en la actualidad. Cristo quería que sus discípulos lo palparan y se dieran cuenta que estaba vivo. Él desea eso mismo para nosotros. Él quiere que le busquemos cuando la situación se hace muy difícil para nosotros y no podemos hacerle frente.

Oswald Chambers escribe: «La fe nunca conoce hacia dónde está siendo conducida, pero ama y conoce a Aquel que la conduce». Ese Aquel es el mismo que nos dice: «Pálpame; estoy vivo. Yo soy el que digo ser. Sé por lo que estás pasando y tengo control de todas las cosas. Es posible que tengas que caminar por el valle, pero estaré contigo. No me apartaré de tu lado».

Dios es la autoridad suprema del universo. No hay nada ni nadie mayor que Él. Él nos creó y es quien guarda nuestra vida.

Con su poder soberano Dios puede controlar toda tormenta que amenace nuestra vida. Él hace calmar el viento y las olas, y conoce nuestro nombre.

Podemos echar sobre Él todas nuestras cargas sabiendo que nos sustentará. Dios «no dejará para siempre caído al justo», dice el Salmo 55:22b. Muchas veces, Él nos prepara para la adversidad antes de que ésta se presente. Y, aun, si ese no es el caso, nos ampara y protege para que no sucumbamos bajo el peso del dolor o de la adversidad.

Nada puede tocar nuestra vida sin la aprobación de Dios. Si alguna tragedia nos golpea, podemos estar seguros de que Él se propone hacer algo por medio de ella. Por lo general, el Señor se vale de la adversidad para que nos acerquemos más a Él y para enseñarnos más acerca de su fidelidad.

La soberanía y el amor

A algunos se les hace difícil comprender la soberanía y el amor de Dios. No se sienten dignos de ese amor debido a su pecado o a los fracasos del pasado. Una de las mejores tácticas de Satanás es hacernos sentir culpables por los pecados pasados. Pero nuestros pecados no pueden alterar la soberanía de Dios.

Es cierto que Él no aprueba nuestro pecado; sin embargo, nunca nos apartará de su presencia por ello. Él no está contra nosotros, sino contra el pecado. Cuando permitimos que el pecado invada nuestra vida, Dios se esmera por hacernos volver a Él para que confesemos nuestro pecado y recibamos su perdón.

Arrepentirse quiere decir tomar la decisión de apartarse del pecado. Cristo no condenó a la mujer sorprendida en adulterio, sino que la perdonó y le dijo que no pecara más (S. Juan 8:11).

¿Quiere eso decir que no volveremos a pecar? No, porque vivimos en un mundo caído; y aunque conocemos a Cristo, seguimos siendo criaturas caídas. Aunque Dios nos manda ser santos, sin embargo, Él sabe que a veces cederemos a la tentación y caeremos en pecado. Pero aun así, su amor y su perdón siempre están a nuestro alcance.

La soberanía y el amor de Dios cuadran a la perfección. Él nos amó tanto que nos salvó del pecado y de la condenación eterna. Él es el Dios y Soberano del universo. David comprendió profundamente esta verdad. Muchas veces estuvo en situaciones en las que no podía hacer nada, pero tenía su esperanza puesta en el Señor.

En el Salmo 61: 1-4 David dice: «Oye, oh Dios, mi clamor; a mi oración atiende. Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare. Llévame a la roca que es más alta que yo, porque tú has sido mi refugio, y torre fuerte delante del enemigo. Yo habitaré en tu tabernáculo para siempre; estaré seguro bajo la cubierta de tus alas».

David comprendió que Dios era soberano y que tenía el poder y la sabiduría para hacerse cargo de cualquier prueba o dificultad que él estuviera pasando. En el Salmo 23, versículo 4 él dice: «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento».

Dios estuvo con David no sólo en las victorias, sino también en las derrotas y dificultades. David nunca tuvo una necesidad de la cual Dios no estuvo al tanto.

A los que se les hace difícil aceptar y comprender cuánto los ama Dios, a menudo los asaltan las dudas y los temores. La fe en Dios y en quien es Él y en su amor por usted es esencial para que pueda sobreponerse a la decepción y la incredulidad.

David llegó a comprender la gran verdad de que Dios nunca dejará de ser Dios, ni siquiera por un instante. Sin embargo, cuando dudamos del poder de Dios o creemos que no le importamos, nuestra fe sufre un revés. Dios anhela que hagamos una realidad en nuestras vidas las promesas que nos ha hecho.

Una de las cosas que nos ayudan mucho a crecer en el conocimiento de la Palabra de Dios es la lectura diaria de ésta. Algo que nos ayuda a conocer mejor quién es Dios y su bondad para con nosotros es subrayar las promesas específicas que encontramos cuando estamos leyendo su Palabra.

Dios hace que la adversidad nos ayude para bien

Otro aspecto importante en cuanto a la soberanía de Dios es que Él es quien atrae a todos a sí mismo. Cristo dijo: «Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere» (S. Juan 6:44). El deseo de Dios es que todos lleguen a conocer a Cristo como su Salvador. Él atrae a sí el corazón y la mente de los perdidos, para que puedan ser salvos.

Si el ser humano pudiera salvarse por sí mismo, no habría necesidad de Dios. Pero, por supuesto, no podemos hacerlo. Sólo Dios con su amor y misericordia puede rescatarnos de la esclavitud del pecado. Y lo hace cada vez que clamamos a Él y le contamos cómo nos sentimos y la dificultad en que estamos. Para Dios la insuficiencia humana es una oportunidad para mostrar su poder. Dios viene a nuestro encuentro en el momento de mayor necesidad para ministrar su amor a nuestro corazón.

Otro aspecto de la soberanía de Dios que debemos comprender es que el mal no tiene poder sobre nosotros. Dios es el único que tiene poder para intervenir en nuestra vida, y su propósito siempre es hacer que todas las cosas que suceden en nuestra vida nos ayuden a bien (Romanos 8:28). Siempre que alguna tragedia nos golpea, Dios está con nosotros. Él tiene sus motivos al permitir la adversidad en nuestra vida, pero nunca es para castigarnos.

El pecado siempre trae consecuencias. Muchas veces Dios permite que suframos las consecuencias del pecado con el fin de que no volvamos a hacerlo. Toda disciplina que viene de parte de Dios tiene todas las marcas de su amor. Él es nuestro Padre celestial y su propósito en todo trato con nosotros es guardarnos de una vida llena de decepciones y vergüenza.

A muchos se les hace muy difícil confiar en Dios. Quizá hayan pasado por una experiencia muy dolorosa que les ha dejado una cicatriz emocional. La paciencia y el amor de Cristo se ven en su deseo de encontrarse con nosotros en la misma situación que estamos pasando. Él comprende cuando nos sentimos abandonados o hemos sufrido el abuso. Él sabe lo que significa verse humillado y menospreciado. Cristo hizo frente a esas y muchas otras cosas porque sabía que necesitaríamos a Alguien que nos comprendiera cuando nos sintiéramos dolidos y afligidos. La palabra «soberanía» implica algo muy poderoso, pero también implica compasión y amor muy profundos.

Podemos estar firmes cuando en circunstancias normales caeríamos, derrotados por el temor, la duda o la incredulidad. En Romanos 8:37 el apóstol Pablo nos recuerda que somos más que vencedores por medio de Cristo. En la vida tendremos aflicciones, pero no podrán vencernos. Jesucristo permanece en nosotros y Él es nuestro poderoso Vencedor. El momento más oscuro de la adversidad se convierte en el más brillante de la fe.

Podemos mirar hacia el futuro con confianza porque el Señor tiene un propósito para nuestra vida. Cualquiera que sea su edad y condición en la vida, Dios tiene un propósito para su usted y ese propósito está lleno de esperanza y promesas. Esto también es parte de la soberanía de Dios.

Quizá usted crea que ha echado a perder todo en su vida. Pero Dios está dispuesto a transformarla ahora mismo. Él puede hacerlo porque es Dios. Él lo creó a usted movido por su amor. Usted puede empezar ahora mismo. Por más bajo que haya caído, Cristo puede levantarlo y rescatarlo. Si está pasando por alguna crisis, cuénteselo al Señor: «Oh Dios mío, no entiendo lo que está pasando, pero acepto por fe que tú tienes dominio sobre todas las cosas y que me ayudarás a salir de esto y me darás esperanza y propósito».

Cristo se especializa en juntar y pegar las piezas que se han quebrado, y hará lo mismo en su vida porque es el Soberano del universo y porque le ama con amor eterno.

Tomado de En Contacto


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