El Señor Estuvo Con El

José trataba de dormir, pero estaba muy inquieto y periódicamente lo despertaba un ruido bastante familiar. Una vez más eran las cadenas Casi no podía ni mover un pie ni una mano sin que el ruido de marras le recordara que sus sueños no habían llegado a realizarse.

Había estado convencido de que Dios le había dado visiones de grandeza. Sus hermanos se inclinarían ante él. Para eso sería necesario que un día José tuviera una posición de autoridad, ¿no es así? Tenía 17 años cuando recibió esa revelación. Y ahora, años más tarde, se desplomó en un rincón de una mazmorra egipcia pues había sido vendido como esclavo por sus hermanos envidiosos, acusado njustamente por la esposa de su patrón anterior, y olvidado por un amigo que le había ofrecido firmemente la libertad que José todavía anhelaba.

El agua goteaba en un charco fétido; el preso de junto roncaba; las ratas correteaban a corta distancia; su último bocado lo había ingerido la semana anterior; y los sueños de José ya no eran tan fuertes como la fetidez imperante.

¿Qué había sucedido con aquellos sueños de grandeza? —pregunta el autor F. B. Meyer– ¿Acaso lo que imaginó había sido sólo alucinaciones de una mente febril? ¿Lo habría abandonado Dios? ¿Lo recordarían sus hermanos? ¿Intentarían buscarlo? ¿Pasaría todos sus días en esa mazmorra, y todo debido a que se había atrevido a actuar correctamente? ¿Acaso ese corazón tan joven estaba a punto de romperse por el peso de la carga?

No obstante, José no se dio por vencido, no permitió que las cargas lo abrumaran. En lugar de eso, Dios fue su ancla. José fue un «tipo» de Cristo en el Antiguo Testamento y ningún personaje de la Biblia, aparte de Cristo, es presentado de manera tan favorable. De hecho, las reacciones de José ante sus múltiples pruebas revelan los fundamentos de la fe que jamás pasará de moda.

El relato acerca de José no habla tanto de la prueba y de la tentación como de que ambas tienen razón de ser —y que la fe en Dios triunfa cada día, cada semana, cada año. Dios es soberano; Dios controla; Dios supervisa y vigila los asuntos de todo hombre; y existe una razón detrás de todo evento, dócil o severo, benigno o canceroso.

Desde muy joven José comenzó a aprender estas verdades. Había sido favorecido por su padre, Jacob, que le dio una túnica de colores. Esa fue emblemática del hijo que Jacob deseaba que dirigiera a su familia en el futuro, un honor que por lo general se reservaba para el primogénito, no para el onceavo hijo. La bendición provocó enojo entre los hermanos de José, que se enardecieron aún más por los sueños grandiosos de que algún día ellos se inclinarían ante su hermano.

Primero, lo echaron en una cisterna y lo vendieron como esclavo. La Biblia dice que Dios estaba con él. Potifar, el capitán de la guardia de Faraón, compró a José. La Biblia dice que Dios bendijo la casa del egipcio a causa de José. La esposa de Potifar puso una trampa a José, y fue echado en la cárcel aunque había huido del pecado del cual había sido acusado y por el cual lo habían condenado. La Biblia dice que, aún así, Dios favoreció a José. A su vez, él ayudó al copero del rey que estaba encarcelado que, una vez que recobró la libertad, por dos largos años olvidó su promesa de acordarse de él.

Así que probablemente fue entonces cuando José dormía sobresaltado. Fueron estos los dos años más largos, más extenuantes, más dolorosos. ¿Podría descender más? ¿Habría alguna esperanza? ¿Todavía inclinaba Dios su oído? ¿Seguía controlando?

¡Sí, gloria a Dios! El Dios de José es nuestro Dios, el Dios altísimo cuya providencia sigue cambiando lo malo en algo bueno (Romanos 8:28). Podemos aprender mucho de José, tan poderoso en espíritu con su fe, paciencia, perseverancia y perdón. El sufrimiento refina al creyente de la misma manera que el músculo se desarrolla sólo al ser puesto en tensión (Santiago 1:2-4; 1 Pedro 1:7; 4:12-13). Estando encadenado, José no pudo hacer más que descansar en su fe en Dios.

Poco después José aprendería que Dios ordenaba cada paso en su vida, cada paso que le llevó a ocupar el puesto de primer ministro de Egipto. La gracia de Dios le otorgó ese puesto y sus virtudes salvaron a una nación y a su propia familia. En efecto, sus sueños se convirtieron en realidad. Sus hermanos se postraron ante el hombre al cual habían traicionado en aras de la grandeza. Ganada con gran esfuerzo, aunque algo retrasada, fue una grandeza aún más gloriosa.

«Este relato no es acerca del éxito de José; más bien es la historia de la fidelidad de Dios a sus promesas —escribe un autor—. Abraham, Isaac y Jacob en repetidas ocasiones no llenaron las expectativas de Dios. Sin embargo, José es un ejemplo de alguien que siempre reacciona con una confianza y obediencia total a la voluntad de Dios.

Tomado de En Contacto


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