Los Dos Testigos (John MacArthur)

Dos Testigos (Apocalipsis 11:1-14)

A lo largo de la historia Dios ha enviado fielmente a sus voceros para llamar a los pecadores al arrepentimiento. Durante los largos y tenebrosos años de la rebeldía de Israel, «Jehová amonestó entonces a Israel y a Judá por medio de todos los profetas y de todos los videntes, diciendo: Volveos de vuestros malos caminos, y guardad mis mandamientos y mis ordenanzas, conforme a todas las leyes que yo prescribí a vuestros padres, y que os he enviado por medio de mis siervos los profetas» (2 R. 17:13). Trágicamente, …ellos no obedecieron, antes endurecieron su cerviz, como la cerviz de sus padres, los cuales no creyeron en Jehová su Dios. Y desecharon sus estatutos, y el pacto que él había hecho con sus padres, y los testimonios que él había prescrito a ellos; y siguieron la vanidad, y se hicieron vanos, y fueron en pos de las naciones que estaban alrededor de ellos, de las cuales Jehová les había mandado que no hiciesen a la manera de ellas (vv. 14-15).

Y Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación. Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio (2 Cr. 36:15-16).

Y envié a vosotros todos mis siervos los profetas, desde temprano y sin cesar, para deciros: No hagáis esta cosa abominable que yo aborrezco. Pero no oyeron ni inclinaron su oído para convertirse de su maldad, para dejar de ofrecer incienso a dioses ajenos. Se derramó, por tanto, mi ira y mi furor, y se encendió en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén, y fueron puestas en soledad y en destrucción, como están hoy (Jer. 44:4-6).

Los profetas como Elías, Eliseo, Isaías, Jeremías, Jonás y los demás confrontaron tanto al obstinado Israel como a las naciones gentiles pecadoras. La experiencia de jeremías fue típica de la acogida que muchas veces recibían los profetas:

Palabra que vino a Jeremías acerca de todo el pueblo de Judá en el año cuarto de Joacim hijo de Josías, rey de Judá, el cual era el año primero de Nabucodonosor rey de Babilonia; la cual habló el profeta Jeremías a todo el pueblo de Judá y a todos los moradores de Jerusalén, diciendo: Desde el año trece de tosías hijo de Amón, rey de Judá, hasta este día, que son veintitrés años, ha venido a mí palabra de Jehová, y he hablado desde temprano y sin cesar; pero no oísteis. Y envió Jehová a vosotros todos sus siervos los profetas, enviándoles desde temprano y sin cesar, pero no oísteis, ni inclinasteis vuestro oído para escuchar cuando decían: Volveos ahora de vuestro mal camino y de la maldad de vuestras obras, y moraréis en la tierra que os dio Jehová a vosotros y a vuestros padres para siempre; y no vayáis en, pos de dioses ajenos, sirviéndoles y adorándoles, ni me provoquéis a ira con la obra de vuestras manos; y no os haré mal (Jer. 25:1-6).

A pesar de esto, el cuadro no ha estado completamente sin esperanza; Dios siempre ha preservado un remanente entre los creyentes. Pablo escribió a los romanos: «Isaías clama tocante a Israel: Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan sólo el remanente será salvo» (Ro. 9:27; cp. Ro. lI:4¬5; Is. 10:20-212; 11:11). La salvación de Dios ha venido para el remanente fiel de Israel, así como para los gentiles creyentes, mediante la fiel predicación del evangelio. En Romanos 10:13 Pablo declara: «Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo». Después el apóstol pregunta retóricamente: «¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?» (v. 14).

En el Nuevo Testamento, como en el Antiguo, fieles predicadores pidieron arrepentimiento y fe, ofreciendo a todos los pecadores la esperanza de perdón en Cristo. Principal entre esos predicadores fue el Señor Jesucristo mismo (Mt. 4:17; Mr. 1:38). La lista de predicadores del Nuevo Testamento incluye también a Juan el Bautista (Mt. 3:1-2), los doce (Mt. 10:5-7; Mr. 6:7-12), Pedro (Hch. 2:14ss; 3:12ss), Esteban (Hch. 7:1-56), Felipe (Hch. 8:12, 35, 40), y el más fecundo de todos, el apóstol Pablo (Hch. 13:15ss; 1 Ti. 2:7; 2 Ti. 1:11).
Ellos, a su vez, pasaron la verdad del evangelio a la siguiente generación de piadosos predicadores, quienes la pasaron a otros predicadores (cp. 2 Ti. 2:2), como Timoteo, Tito y los profetas y apóstoles de las iglesias, así como también los ancianos y obispos de la iglesia primitiva. Junto con los muchos predicadores desconocidos a través de los siglos, ha habido destacados predicadores del evangelio, como Clemente, Ignacio, Policarpo, Crisóstomo, Ireneo, Wycliff, Huss, Tyndale, Lutero, Calvino, Zwinglio, Latimer, Knox, Bunyan, Wesley, Whitefield, Maclaren, Edwards, Spurgeon y una multitud de otros, hasta hoy día.

En el futuro, durante la hora más oscura de la tierra, Dios levantará dos excepcionales y poderosos predicadores. Ellos proclamarán valientemente el evangelio durante los últimos tres años y medio del período de siete años de tribulación, el período que Jesús llamó «la gran tribulación» (Mt. 24:21; cp. Ap. 7:14). Durante ese tiempo de terribles juicios divinos en la tierra, de violentas hordas de demonios aterrorizando y asesinando a millones de personas, y de hombres malvados comportándose violenta y desenfrenadamente, su predicación del evangelio, junto con la de los ciento cuarenta y cuatro mil evangelistas judíos (7:1-10), el ángel que voló «por en medio del cielo» (14:6), y los testimonios de otros creyentes vivos durante ese tiempo, será la expresión final de la gracia de Dios ofrecida para pecadores que creen y se arrepienten.

Además de predicar el evangelio, estos dos predicadores proclamarán el juicio de Dios sobre el mundo malvado. Su ministerio probablemente se extenderá desde el punto medio de la tribulación hasta justo antes del toque de la séptima trompeta. Esa trompeta anunciará el derramamiento de los juicios de las copas, la batalla de Armagedón y la venida de Cristo. Durante ese período, declararán que los desastres que están ocurriendo en el mundo son los juicios de Dios. Ellos participarán en el cumplimiento de las palabras del Señor Jesucristo de que «será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin» (Mt. 24:14). Dios también los usará a ellos para llevar salvación a Israel (cp. el análisis del v. 13 debajo).

Pero antes de presentar a estos dos fieles testigos, Juan registra un fascinante incidente en el que él mismo toma parte, un incidente que prepara el escenario para la llegada de los dos predicadores.

EL TEMPLO MEDIDO  (Ap. 11:1-2)

Algunas veces, en Apocalipsis el apóstol Juan toma parte activa en sus visiones (cp. 1:17; 4:1; 5:4-5; 7:13-14; 10:8-10). Después de su renovada encomienda de escribir las profecías que estaban por venir en Apocalipsis (10:11), Juan una vez más se ve implicado en una de las mismas visiones que estaba registrando. A él le fue dada una caña semejante a una vara de medir, o por el mismo ángel que habló con él en 10:8, o por el ángel fuerte que habló con él en 10:9-11. Kalamos (caña) se refiere a una planta como junco que crecía en el valle del Jordán hasta una altura de cinco o seis metros. Tenía un tallo que era hueco y de poco peso, pero lo bastante rígido como para usarlo como una vara o bastón (cp. Ez. 29:6) o para rebajarlo y convertirlo en una pluma (3 Jn. 13). Los tallos, como eran largos y ligeros, eran ideales para usarlos como varas de medir. En la visión de Ezequiel, un ángel usó una vara como esa para medir el templo milenario (Ez. 40:3-43:17).

A Juan se le dijo que midiera el templo de Dios, incluso el altar, y a los que adoran en él. Es obvio que este no era un esfuerzo por determinar las dimensiones físicas, ya que no se recogen ningunas, sino que estaba comunicando una verdad importante más allá de la arquitectura. Podría indicar, como a veces en el Antiguo Testamento, que Dios ocasionalmente marca límites para destrucción (p. ej. 2 S. 8:2; 2 R. 21:13; Is. 28:17; Lm. 2:8; Am. 7:7-9, 17). Pero es mejor entender la acción de Juan de medir como indicando pertenencia, definiendo los límites de las posesiones de Dios (cp. 21:15; Zac. 2:1-5). Esas medidas significaban algo bueno, ya que se dejó de medir lo que era malo (v. 2). Es mejor verlas como Dios midiendo a Israel, simbolizado por su templo, para salvación y para su protección, preservación y favor especial. Las profecías que aún le faltan a Juan por recibir harán distinción entre el favor de Dios hacia Israel y su ira sobre el mundo pagano.

Sin lugar a dudas esta verdad fue muy alentadora para Juan. En la época en la que escribió Apocalipsis, el futuro de Israel se veía muy poco prometedor. Un cuarto de siglo antes, los romanos habían suprimido brutalmente la rebelión judía de 66-70 d.C., masacrando a más de un millón de judíos, devastando a Jerusalén y quemando el templo. Pero a pesar de esa gran destrucción, «no ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció» (Ro. 11:2), y los preservará hasta ese día futuro cuando el remanente que cree de la nación será salvo (Ro. 11:4-5, 26; cp. Zac. 12:10-13:1, 8-9).

Naos (templo) no se refiere a todo el templo (cp. el v. 2), sino a su parte interior, formada por el Lugar santo y el Lugar santísimo. Es probable que el altar sea el altar de bronce, ubicado fuera del santuario interior en el atrio, ya que allí es donde los que adoran en el templo se habrían reunido. A las personas nunca se les permitió entrar a la parte interior del templo; solamente los sacerdotes podían entrar al Lugar santo (donde estaba el altar de incienso; cp. Lc. 1:8-10). Los adoradores en la visión de Juan representan un remanente de judíos creyentes vivos durante la tribulación y que están adorando a Dios.

La presencia del templo en esta visión del tiempo de la gran tribulación, trajo la alentadora realidad de que el templo, destruido por los romanos muchos años antes de que Juan escribiera, sería reconstruido en el futuro. La Biblia menciona cinco templos. Salomón edificó el primero, Zorobabel edificó el segundo, después del destierro, Herodes construyó el tercero (durante la época de Cristo), y el Señor mismo edificará el quinto durante el milenio (Ez. 40-48; Hag. 2:9; Zac. 6:12-13). El templo que vio Juan en esta visión era el cuarto templo, que se edificará en Jerusalén durante la tribulación (Mt. 24:15; 2 Ts. 2:4), y, junto con él, se restaurará el sistema expiatorio judío (cp. Dn. 9:27; 12:11).
El templo de la tribulación será edificado al principio de la primera parte de la tribulación, bajo el patrocinio y protección del anticristo. Muchos judíos ortodoxos en la actualidad sueñan con la reedificación de su templo, pero su lugar está ahora ocupado (y en la mente de muchos judíos, profanado) por el lugar sagrado de los islámicos, conocido como la Cúpula de la Roca. Como los musulmanes creen que ese fue el lugar desde donde Mahoma ascendió al cielo, está entre los lugares más sagrados del mundo islámico. El que los judíos arrebaten ese lugar a los musulmanes y edifiquen allí su templo sería inconcebible en el ambiente político actual. Pero durante la tribulación, bajo la protección del anticristo (cp. Dn. 9:24-27), podrán reconstruir el templo.

La reinstitución de la adoración en el templo volverá a despertar el interés de muchos judíos en el Mesías. Muchos se darán cuenta de que «la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados» (He. 10:4). Dios usará ese descontento para preparar su corazón para el día en el que derramará

sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él, como quien se aflige por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadadrimón en el valle de Meguido. Y la tierra lamentará, cada linaje aparte; los descendientes de la casa de David por sí, y sus mujeres por sí; los descendientes de la casa de Natán por sí, y sus mujeres por sí; los descendientes de la casa de Leví por sí, y sus mujeres por sí; los descendientes de Leví por sí, y sus mujeres por sí; todos los otros linajes, cada uno por sí, y sus mujeres por sí. En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia (Zac. 12:10-13:1).

Pero el despertar del interés en el verdadero Mesías provocará el celo maniático del falso. Cuanto más y más judíos vuelvan a la adoración del templo y comiencen a buscar a su Mesías, tanto más actuará el anticristo. En el punto medio de la tribulación, él interrumpirá su adoración, profanará el templo (la abominación desoladora; Dn. 9:27; 12:11; Mt. 24:15), y se establecerá como el único aceptable objeto de adoración (13:15; 2 Ts. 2:4).
La medición del templo por parte de Juan simbolizaba la selección del remanente de judíos creyentes que Dios guardará del juicio. Zacarías escribió de ese día venidero:

Y acontecerá en toda la tierra, dice Jehová,que las dos terceras partes serán cortadas en ella, y se perderán; más la tercera quedará en ella.
Y meteré en el fuego a la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. El invocará mi nombre, y yo le oiré, y diré. Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios
(Zac. 13:8-9).

He aquí, el día de. Jehová viene, y en medio de ti serán repartidos tus despojos. Porque yo reuniré a todas las naciones para combatir contra Jerusalén; y la ciudad será tomada, y serán saqueadas las casas, y violadas las mujeres; y la mitad de la ciudad irá en cautiverio, más el restó del pueblo no será cortado de la ciudad. Después saldrá Jehová y peleará con aquellas naciones, como peleó en el día de la batalla. Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el Monte de los Olivos, que está en, frente de Jerusalén al oriente; y el Monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande,; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur. Y huiréis al valle de. los montes, porque el valle de los montes llegará hasta Azal; huiréis de la manera que huisteis por causa del terremoto en los días de, Uzías rey de Judá; y vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos (Zac. 14:1-5).

Las instrucciones a Juan de medir el templo incluían un significativa omisión. Se le ordenó: el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas. La alusión es al atrio de los gentiles, ubicado fuera del atrio donde estaba el altar de bronce. Marcaba el límite más allá del cual los gentiles no podían pasar. En la época del Nuevo Testamento, los romanos les habían dado a los judíos el derecho de ejecutar a cualquier gentil que fuera más allá del atrio de los gentiles. El que un gentil hiciera esto se consideraba como una profanación del templo. En realidad, esta fue la falsa acusación contra Pablo, que había traído al templo a gentiles, que dio rienda suelta al disturbio que condujo a su arresto y encarcelamiento (Hch. 21:28-29).

Dios redime a gentiles y lo seguirá haciendo durante esta época y el tiempo de tribulación (5:9; 7:9). Pero rechazará a esos gentiles incrédulos que se han unido a Satanás y a la bestia y oprimen a su pueblo del pacto, Israel. La distinción tan definida en esta visión entre judíos y gentiles sugiere que la iglesia, habiendo sido arrebatada antes (cp. 3:10), no está presente durante la tribulación, ya que en la iglesia «no hay griego ní judío, circuncisión ni in circuncisión» (Col. 3:11). En Efesios, Pablo dice que Cristo es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades (2:14-16).

A modo de explicación, a Juan se le dijo que no midiera el patio exterior porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses. Los cuarenta y dos meses (mil doscientos sesenta días; tres años y medio) corresponden a la abiertamente malvada carrera del anticristo, quien domina en la última parte de la tribulación (13:5). Ese período será la culminación de los «tiempos de los gentiles» (Lc. 21:24), los miles de años durante los cuales las naciones gentiles han, en diversas formas, ocupado y oprimido la ciudad santa de Jerusalén. Asiría, Babilonía, Medo Persia, Grecia, Roma, los turcos, los británicos y los árabes han gobernado a Jerusalén, y en la actualidad el gobierno propio de Israel es frágil y bajo incesantes ataques. Pero la devastadora destrucción y opresión por el gobierno del anticristo y sus cómplices demoníacos y humanos, sobrepasará a todas las demás opresiones.

Durante este período de cuarenta y dos meses, Dios refugiará a muchos israelitas en un lugar que Él ha preparado para ellos en el desierto (algunos especulan que la ciudad de piedra de Petra). Apocalipsis 12:6 dice: «Y la mujer [Israel] huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días» (cp. el v. 14). Muchos judíos prestarán atención a la advertencia de Jesús de huir a lugar seguro:

Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que esté en la, azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo (Mt. 24:15-20).

Sin embargo, el resto que quede (algunos en Jerusalén; 11:13) enfrentarán una terrible persecución por parte de las fuerzas del anticristo. En aquel tiempo, Dios traerá salvación a Israel, usando a dos poderosos predicadores que aparecerán en Jerusalén (v. 3), y que también sufrirán hostilidad y odio (vv. 7-8).

Al final de los mil doscientos sesenta días (cuarenta y dos meses; tres años y medio), Cristo volverá (19:11-16), destruirá al anticristo y sus fuerzas (19:17-21; 2 Ts. 2:8), juzgará a las naciones (Mt. 25:31-46), y establecerá su reino milenario en la tierra (20:1-10). Daniel 12:11-12 indica que habrá un intervalo de setenta y cinco días entre la triunfante venida de Cristo y el comienzo del reino para ocuparse de las cosas que se acaban de mencionar.

Así que, a pesar de los esfuerzos maniáticos del anticristo para destruir a Israel, Dios señalará a Israel para salvar, preservar y proteger la nación. Como escribió Zacarías, dos terceras partes de Israel recibirán purificación enjuicio, y la tercera parte restante será salva y entrará en la gloria del reino milenario del Mesías (Zac. 13:8-9). El instrumento para su conversión será un exclusivo equipo de evangelismo de dos personas, al que presenta Juan.

LOS DOS MENSAJEROS (Ap. 11:3-14)

La relación entre esta visión de los dos predicadores y el pasaje anterior (vv. 1-2) debe estar clara. Ellos están entre los exclusivos testigos de Dios que proclamarán su mensaje de juicio durante las etapas finales de los gentiles pisoteando a Jerusalén, y predicarán el evangelio para que el remanente judío pueda creer y disfrutar de la protección de Dios. Se muestran en el texto siete características de la vida y ministerio de estos dos distinguidos y poderosos predicadores: su deber, actitud, identidad, poder, muerte, resurrección e influencia.

SU DEBER (Ap. 11:3 a)

No se identifica al que habla y que [dará] autoridad a los dos testigos, pero solo pudiera ser Dios el Padre, o el Señor Jesucristo; testigos es la forma plural de martus, de la que se deriva la palabra mártir en castellano, dado que tantos testigos de Jesucristo en la iglesia primitiva pagaron con su vida. Como siempre, se utiliza en el Nuevo Testamento para referirse a personas, los dos testigos tienen que ser verdaderas personas, no movimientos, como han sostenido algunos comentaristas. Hay dos testigos porque la Biblia requiere el testimonio de dos personas para confirmar un hecho o comprobar la verdad (Dt. 17:6; 19:15; Mt. 18:16; in. 8:17; 2 Co. 13:1; 1 Ti. 5:19; He. 10:28).

Su responsabilidad será profetizar. Profecía en el Nuevo Testamento no se refiere necesariamente a predecir el futuro. Su significado principal es «hablar adelante», «proclamar» o «predicar». (Para un análisis de profecía vea Primera Corintios, Comentario MacArthur del Nuevo Testamento [Grand Rapids: Editorial Portavoz, 2003].) Los dos testigos proclamarán al mundo que los desastres que ocurren durante la última mitad de la tribulación son los juicios de Dios. Ellos advertirán que después llegará el derramamiento final del juicio de Dios y el infierno eterno. Al mismo tiempo, predicarán el evangelio, llamando a las personas al arrepentimiento y a la fe en el Señor Jesucristo. El período de su ministerio es mil doscientos sesenta días, los últimos tres años y medio de la tribulación, cuando las fuerzas del anticristo oprimirán a la ciudad de Jerusalén (v. 2), y muchos judíos estén protegidos en el desierto (12:6). El hecho de que son verdaderos predicadores y no símbolos de instituciones o movimientos se indica en la descripción de su ropa y en la conducta que se describe a continuación.

SU ACTITUD (Ap. 11:3b)

El cilicio era una ropa áspera, pesada y tosca que se usaba en los tiempos antiguos como símbolo de luto, angustia, dolor y humildad. Jacob se puso cilicio cuando pensó que habían matado a José (Gn. 37:34). David ordenó a las personas vestir de cilicio después de la muerte de Abner (2 S. 3:31) y lo vistió él mismo durante la plaga que Dios envió en respuesta a su pecado de censar al pueblo (I Cr. 21:16). El rey Joram usó cilicio durante el sitio de Samaria (2 R. 6:30), como hizo el rey Ezequías cuando fue atacada Jerusalén (2 R. 19:1). Job (Job 16:15), Isaías (Is. 20:2) y Daniel (Dn. 9:3) también usaron cilicio.

Los dos testigos se vestirán de cilicio como una demostración práctica, para expresar su gran tristeza por el miserable e incrédulo mundo, atormentado por los juicios de Dios, invadido de huestes de demonios y poblado de personas malvadas y pecadoras que no quieren arrepentirse. También se lamentarán por la profanación del templo, la opresión de Jerusalén y el predominio del anticristo.

SU IDENTIDAD (Ap. 11:4)

La pregunta de quiénes serán estos dos testigos ha intrigado a los estudiosos bíblicos a través de los años, y se han sugerido numerosas posibilidades. Juan los identifica simplemente como los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra. Esa descripción enigmática se obtiene de Zacarías 4:1-14:

Volvió el ángel que hablaba conmigo, y me despertó, como un hombre que es despertado de su sueño. Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: He mirado, y he, aquí un candelabro todo de oro, con un depósito encima, y sus siete lámparas encima del candelabro, y siete tubos para las lámparas que están encima de él; y junto a él dos olivos,, el uno a la derecha del depósito, y el otro a su izquierda. Proseguí y hablé, diciendo a aquel ángel que hablaba conmigo: ¿Qué es esto, señor mío? Y el ángel que hablaba conmigo respondió y me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: No, señor mío. Entonces respondió y me habló diciendo: Esta es palabra de Jehová a Zorobabel, que dice: No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos. ¿Quién eres tú, oh gran monte? Delante de Zorobabel serás reducido a llanura; él sacará la primera piedra con aclamaciones de: Gracia, gracia a ella. Vino palabra de Jehová a mí, diciendo: Las manos de Zorobabel echarán el cimiento de esta casa, y sus manos la acabarán; y conocerás que Jehová de los ejércitos me envió a vosotros. Porque los que menospreciaron el día de las pequeñeces se alegrarán, y verán la plomada en la mano de Zorobabel. Estos siete son los ojos de jehová, que recorren toda la tierra. Hablé más, y le dije: ¿Qué significan estos dos olivos a la derecha del candelabro y a su izquierda? Hablé aún de, nuevo, y le dije: ¿Qué significan las dos ramas de olivo que por medio de dos tubos de oro vierten de sí aceite como oro? Y me respondió diciendo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: Señor mío, no. Y él dijo: Estos son los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra.

La visión de Zacarías tenía un cumplimiento cercano y uno lejano. El cumplimiento histórico fue la reconstrucción del templo, luego del exilio, por Josué el sumo sacerdote (Zac. 3:1-10), como líder religioso, y Zorobabel, como líder político.

Pero la profecía de Zacarías mira también al futuro, a la restauración de Israel en el milenio (cp. Zac. 3:8-10). Los olivos y los candeleros simbolizan la luz del avivamiento, ya que el aceite de oliva se usaba por lo general en las lámparas. La conexión de lámparas y árboles pretende representar un suministro constante y espontáneo de aceite fluyendo desde los olivos a las lámparas. Esto simboliza la verdad de que Dios no traerá bendiciones de salvación del poder humano, sino por el poder del Espíritu Santo (cp. Zac. 4:6). Como Josué y Zorobabel, los dos testigos liderarán un avivamiento espiritual de Israel que culminará con la construcción de un templo. Su predicación será un instrumento para la conversión nacional de Israel (Ap. 11:13; cp. Ro. 11:4-5, 26), y el templo asociado a esta conversión será el templo milenario.

Aunque es imposible ser dogmático acerca de la identidad específica de estos dos predicadores, hay varias razones que sugieren que pudieran ser Moisés y Elías.

En primer lugar, los milagros que harán (destruir a sus enemigos con fuego, contener la lluvia, convertir el agua en sangre, y herir la tierra con plagas) son similares a los juicios que infligieron en el Antiguo Testamento Moisés y Elías, con miras a estimular el arrepentimiento. Elías hizo descender fuego del cielo (2 R. 1:10, 12) y anunció la sequía sobre la tierra por tres años y medio (1 R. 17:1; Stg. 5:17), la misma duración que la sequía que produjeron los dos testigos (Ap. 11:6). Moisés convirtió las aguas del Nilo en sangre (Éx. 7:17-21) y anunció las otras plagas sobre Egipto, registradas en Éxodo capítulos 7-12.

En segundo lugar, tanto el Antiguo Testamento como la tradición judía, esperaban que Moisés y Elías volvieran en el futuro. Malaquías 4:5 predijo el retorno de Elías, y los judíos creían que la promesa de Dios de levantar a un profeta como Moisés (Dt. 18:15, 18) necesitaba su venida (cp. in. 1:21; 6:14; 7:40). La declaración de Jesús en Mateo 11:14 de que «si queréis recibirlo, él [Juan el Bautista] es aquel Elías que había de venir» no imposibilita necesariamente el retorno futuro de Elías. Como los judíos no aceptaron a Jesús, Juan no cumplió esa profecía. Él vino «con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc. 1:17).

En tercer lugar, tanto Moisés como Elías (quizá representando la ley y los profetas) aparecieron con Cristo en la transfiguración, el avance de la Segunda Venida (Mt. 17:3).

En cuarto lugar, ambos dejaron la tierra en forma extraordinaria. Elías nunca murió, sino que fue llevado al cielo en una carroza de fuego (2 R. 2:11-12), y Dios sobrenaturalmente enterró el cuerpo de Moisés en un lugar secreto (Dt. 34:5-6; Jud. 9). La afirmación de Hebreos 9:27 de que «está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» no cancela el regreso de Moisés, ya que hay otras excepciones a esa afirmación general (como la de Lázaro; in. 11:14, 38-44).
Como el texto no identifica específicamente a estos dos predicadores, los puntos de vista defendidos arriba, como todos los demás puntos de vista con relación a su identidad, deben permanecer como especulaciones.

SU PODER (Ap. 11:5-6)

Sean o no Moisés y Elías los dos testigos, tendrán poderes milagrosos similares a estos dos personajes del Antiguo Testamento. Si han de ejercer una influencia especial y captar la atención del mundo durante los terribles acontecimientos de la segunda parte de la tribulación, tendrán que hacer milagros.

Como Noé antes del diluvio y Moisés antes de las plagas sobre Egipto, los dos testigos proclamarán sin temor el juicio, la ira y la venganza de Dios, y la necesidad de arrepentimiento. Debido a esto, todo el mundo los odiará (cp. los vv. 9-10) y muchos querrán dañarlos durante los días de su predicación. Cuando intenten hacerles daño, reaccionarán con milagroso poder; fuego saldrá de la boca de ellos, y devora a sus enemigos. No hay razón para suponer que no sea fuego literal y real, ya que en el pasado Dios ha empleado el fuego para incinerar a sus enemigos (Lv. 10:2; Nm. 11:1; 16:35; Sal. 106:17-18). Los que deseen dañar a los dos predicadores deben morir… de la misma manera, porque Dios no quiere que su predicación se detenga hasta que su ministerio se complete y Juzgará con muerte a los que traten de interrumpirla.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, Dios a menudo usó milagros para legitimar a sus mensajeros. En el tiempo de la tribulación, cuando el mundo esté invadido por la actividad demoníaca sobrenatural, la religión falsa, los asesinatos, la perversión sexual y la maldad desenfrenada, las señales sobrenaturales de estos dos testigos los identificarán como verdaderos profetas de Dios.

La magnitud de su gran poder se revelará cuando lo muestren para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía. Esto intensificará mucho el tormento que experimentan las personas. El juicio de la tercera trompeta trajo como resultado el envenenamiento de la tercera parte del suministro de agua potable de la tierra (8:10-11). Además, la sequía de tres años y medio que se extiende por todos los mil doscientos sesenta días de su predicación (v. 3; cp. Lc. 4:25; Stg. 5:17), provocada por los dos testigos, causará una generalizada devastación de los cultivos y pérdidas de vida animal y humana por la sed y el hambre.

Además de eso, al igual que Moisés, los dos testigos tendrán poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran. Los estragos que estos dos predicadores obradores de milagros harán sobre la tierra, harán que los odien y los teman. Las personas no dudarán en buscar desesperadamente una vía para destruirlos, pero en vano. Serán invulnerables e incontenibles mientras dure su ministerio.

SU MUERTE (Ap. 11:7-10)

Los pecadores tratarán, desesperadamente y sin éxito, de librarse de los dos testigos durante su ministerio, en un tipo de esfuerzo suicida que tiene como resultado su propia incineración. Sin embargo, Dios los protegerá hasta que hayan acabado su testimonio, habiendo logrado su propósito durante el tiempo que soberanamente determinó para su ministerio. Al terminar ese tiempo, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos. Esta es la primera de treinta y seis alusiones en Apocalipsis a la bestia, y anticipa la información más detallada acerca de ella en los capítulos 13 y 17. Se presenta aquí con énfasis en su origen. Se dice que subirá del abismo, indicando que su poder viene de Satanás. Como a Satanás se le describe como un dragón (12:3, 9), esta figura no es Satanás. La revelación acerca de ella en el capítulo 13 indica que la bestia es un gobernante mundial (a menudo llamado anticristo), quien imita al verdadero Cristo, gobierna sobre los pueblos del mundo, y exige su adoración (13:1-8). El abismo es la prisión para ciertos demonios (vea el análisis de 9:1-2 en el capítulo 20 de este volumen). Aunque es un hombre, la bestia recibe energía de la presencia demoníaca y del poder que sale del abismo. Para gran gozo y alivio del mundo pecador, la bestia (anticristo) finalmente vencerá a los dos testigos y los matará (cp. sus otros ataques exitosos en 12:17; 13:7).

Después de su muerte, sus cadáveres serán dejados despectivamente como cadáveres descompuestos en la plaza de la grande ciudad, donde ministraron y donde fueron muertos. En el mundo antiguo, exponer el cuerpo muerto del enemigo era la forma final de deshonrarlo y profanarlo. Dios prohibió a los israelitas tales prácticas (Dt. 21:22-23); la grande ciudad es Jerusalén, que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, debido a su maldad. Trágicamente, la ciudad de Jerusalén, que fue una vez la ciudad de Dios, estará tan invadida por la maldad, que será como la malvada ciudad de Sodoma y la malvada nación de Egipto. El describir a Jerusalén como una ciudad no mejor que Sodoma y Egipto, era para mostrar que la una vez santa ciudad, se había convertido en una ciudad no mejor que los lugares que se conocieron por su rechazo al verdadero Dios y su Palabra. La nota de que los dos testigos hallarían la muerte en la ciudad donde también nuestro Señor fue crucificado, la identifica inequívocamente con Jerusalén. El que los dos testigos mueran en la misma ciudad que su Señor, sugiere que, como sucedió con Él, esa ciudad será el lugar central de su predicación. También parece que Jerusalén será la sede del dominio del anticristo (cp. 2 Ts. 2:3-4).

El empleo de la frase tan abarcadora pueblos, tribus, lenguas y naciones (cp. 5:9; 7:9; 10:11) indica que personas de todo el mundo verán los cadáveres de los dos testigos (usando televisión por satélite u otra forma de comunicación visual). En una muestra morbosa y macabra de desprecio y odio, por tres días y medio el mundo no permitirá que sean sepultados. La muchedumbre endurecida por el pecado y no arrepentida, deseará disfrutar junto a su líder, el anticristo, y le dará la gloria por su victoria sobre los dos molestos predicadores, quienes trajeron la sequía y proclamaron el odioso evangelio.

La muerte de los dos testigos provocará grandes celebraciones alrededor del mundo. Increíblemente, los moradores de la tierra (un término técnico para referirse a los incrédulos; cp. 6:10; 8:13; 13:8, 12, 14; 14:6; 17:2, 8) se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra. Irónicamente, esta es la única mención de regocijo en Apocalipsis. Los pecadores se sentirán felices porque los que les declararon los juicios de Dios, los habían atormentado con poder milagroso y mensajes que condenaban su pecado y proclamaban el inminente juicio de Dios (w. 5-7), y les pedían que se arrepintieran. Esta respuesta emocional refleja gráficamente el carácter definitivo de su rechazo.

SU RESURRECCIÓN (Ap. 11:11-12)

Los festejos y el envío de regalos del «Día de los testigos muertos» se interrumpirán de repente y de forma especular por un acontecimiento estremecedor; después de tres días y medio, durante los cuales sus cuerpos se exhibieron en la plaza de Jerusalén, el espíritu de vida enviado por Dios (cp. Gn. 2:7) entró en los dos testigos, y se levantaron sobre sus pies. Huelga decir que cayó gran temor sobre los que los vieron. El pánico se apoderó del mundo irredento cuando sus odiados y vituperados torturadores de repente volvieron a la vida. Si se estuviera viendo por televisión, se repetiría una y otra vez. Ellos sin duda esperaban que los dos testigos resucitados reanudaran su ministerio de predicación y obras milagrosas, pero Dios tenía otros planes. Entonces se oyó una gran voz del cielo, que les decía: Subid acá. Es probable que sea la voz del Señor, quien llamó a Juan al cielo en 4:1. Y los dos predicadores subieron al cielo en una nube, mientras sus enemigos los vieron asombrados. Ese arrebatamiento de dos hombres sin lugar a dudas se repetirá en la televisión para que todo el mundo lo vea. Recuerda la ascensión de Elías (2 R. 2:11) y la misteriosa muerte y sepultura de Moisés (Dt. 34:5-6).

Algunos pudieran preguntarse por qué no se les permitió a los dos testigos predicar después de su resurrección. Pero los prodigios y las señales no hacen que las personas crean el evangelio, porque «si [los incrédulos] no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos» (Lc. 16:31). Después de oír la enseñanza y observar el ministerio milagroso del Hijo de Dios, los incrédulos lo rechazaron y lo mataron.

Con su ministerio completo, los dos ascendieron, con el mundo entero mirándolos, a la gloriosa presencia de Dios, donde si duda le oirán decir: «Bien, buen[os] siervo[s] y fiel[es]… [entren] en el gozo de [su] señor» (Mt. 25:21).

SU INFLUENCIA (Ap. 11:13)

Resaltando la resurrección de los dos testigos, En aquella hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron un número de siete mil hombres. El término hombres en el texto griego es literalmente «nombres de hombres». Esa frase poco común pudiera indicar que los siete mil que murieron eran personas importantes, tal vez líderes en el gobierno mundial del anticristo.
Como resultado del violento terremoto, y la asombrosa resurrección de los dos testigos, los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo. Los demás puede referirse a los habitantes de Jerusalén, judíos que aceptarán la fe en Cristo. En respaldo de esa interpretación está el hecho de que dar gloria al Dios del cielo es una señal de arrepentimiento genuino en Apocalipsis y en otras partes de las Escrituras (cp. 4:9; 14:7; 16:9; 19:7; Lc. 17:18-19; Ro. 4:20). Entonces este pasaje describe la realidad de la salvación de judíos en Jerusalén, mientras Dios cumple su palabra de bendición para Israel (Ro. 11:4-5, 26).

El intervalo termina con esta nota positiva y esperanzadora. Sin embargo, para el mundo incrédulo termina con la seria advertencia de que el segundo ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto. La séptima trompeta (el tercer ay; cp. 9:12) pronto sonará, trayendo con ella los violentos juicios finales y la venida de Cristo en gloria para establecer su reino. Tachu (pronto) (cp. Ap. 2:16? 3:11; 22:7, 12, 20) expresa lo inminente del último ay, que son los juicios de las siete copas anunciados por el toque de la séptima trompeta.


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