La Guerra De Los Siglos. Parte 1 (John MacArthur)

LA GUERRA DE LOS SIGLOS – PRIMERA PARTE: EL PRELUDIO

Apocalipsis 12:1-6

La Biblia advierte que «antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu» (Pr. 16:18). La ilustración más notoria y trágica de este principio, la de consecuencias a más largo alcance, fue la orgullosa rebelión de Satanás contra Dios. Con ella Lucifer, habiendo caído del cielo como un rayo (Lc. 10:18), fue derribado de su exaltada posición corno el «querubín grande, protector» (Ez. 28:14). Perdió el derecho a su posición como el más grande de los seres creados y se convirtió en el supremo enemigo de Dios. La rebelión de Satanás desencadenó una guerra cósmica en todo el universo, una guerra que deja pequeña cualquier otra en la experiencia humana. La guerra de Satanás contra Dios es una guerra en dos frentes. Al encabezar un motín de los ángeles contra Dios, Satanás trató sin éxito de destruir el paraíso del cielo. Al encabezar un motín de los hombres contra Dios, Satanás destruyó el paraíso terrenal del huerto del Edén, hundió a todo el género humano en la decadencia y la corrupción, y usurpó (temporalmente) la función de «príncipe de este mundo» (Jn. 12:31; 16:11).
La campaña inicial de la guerra de los siglos de Satanás tuvo lugar en el cielo. Cuando se rebeló (Is. 14:1_2-15; Ez. 28:12-17), una tercera parte de los ángeles, insensata e inicuamente, se pusieron de su parte (vea el análisis del v. 4 mas adelante). Ninguno de ellos podía haber conocido cuáles serían las consecuencias eternas de su decisión. Deseando ser como Dios, llegó a ser lo más diferente a Él posible. Esos ángeles caídos (o demonios) se convirtieron en la tropa de asalto de Satanás, cumpliendo los deseos de su malvado comandante. Luchan contra el propósito divino, haciendo guerra tanto con los santos ángeles como con el género humano.
Cuando Adán y Eva cayeron en corrupción al decidir escuchar las mentiras de Satanás y desobedecer a Dios, el género humano se enredó en la guerra cósmica de los siglos. En realidad, desde la caída la tierra ha sido el teatro principal donde se ha desarrollado la guerra. Aunque ya caídos, los seres humanos tienen que tomar la misma decisión que tomaron los ángeles en la eternidad pasada: luchar del lado de Dios o del lado de Satanás. El permanecer neutral no es una opción, ya que en Mateo 12:30 Jesús declaró: «El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama».
Las grandes batallas de la larga guerra de Satanás contra Dios están por librarse todavía. Tendrán lugar en el futuro, durante la última mitad del período de tribulación de siete años, el tiempo que Jesús llamó la gran. tribulación (Mt. 24:21). En aquel tiempo Satanás, ayudado por la ausencia de la iglesia arrebatada y la presencia de crecientes hordas de demonios (9:11-12), lanzará sus más desesperados ataques contra los propósitos de Dios y de sir pueblo. A pesar de la furia salvaje de esos ataques, no tendrán éxito. El Señor Jesucristo aplastará fácilmente a Satanás y sus fuerzas (19:11-21) y lo enviará al abismo mientras dure el reino milenario (20:1.-2). Después de dirigir una rebelión final al término del milenio, Satanás será enviado al castigo eterno en el lago de fuego (20:3, 7-10).
El toque de la séptima trompeta anunciará la gran victoria del Señor Jesucristo sobre el usurpador, Satanás: «El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (11:15). Habrá gozo en el cielo porque Cristo ha derrotado a Satanás y establecido su reino eterno. Así que, el resultado de la guerra entre Satanás y Dios está muy claro. El triunfo final de Cristo es seguro.
Aunque el capítulo 11 registra el toque de la séptima trompeta, los efectos que produce no se describen hasta los capítulos 15-18. La séptima trompeta tocará casi al final de la. tribulación, lanzando los breves, pero finales y devastadores juicios de las copas antes de la venida de Cristo en poder y gloria. Los capítulos 6-11 describen los acontecimientos de la tribulación hasta el toque de la séptima trompeta; los capítulos 12-14 recapitulan ese mismo período, describiendo los acontecimientos desde la posición ventajosa de Satanás. Además, la última sección lleva al lector de vuelta a la rebelión original de Satanás (12:3-4). La narración cronológica de los acontecimientos de la tribulación se reanuda después en el capítulo 15.
La tribulación mostrará tanto los juicios sin precedente de la escatológica ira de Dios como la desesperada furia de los esfuerzos de Satanás para frustrar los propósitos de Dios. Esa mortal combinación hará de la tribulación el período más devastador en la historia humana (Mt. 24:21-22). Durante ese tiempo, ocurrirán sucesos aterradores, provocados tanto por los juicios de Dios como por la furia de Satanás.
Antes de describir esa última guerra, el inspirado apóstol Juan primero presenta a los principales personajes que participan en ella: la mujer (Israel), el dragón (Satanás) y el hijo varón (Jesucristo).

LA MUJER

Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando encinta, clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento. (12:1-2)

Lo primero que Juan vio en esta visión fue una gran señal, la primera de la siete señales en la última mitad de Apocalipsis (cp. v. 3; 13:13, 14; 15:1; 16:14; 19:20). Mega (gran) aparece varias veces en esta visión (cp. vv. 3, 9, 12, 14); todo lo que Juan vio parecía ser enorme, en tamaño o en significado. Sēmieion (señal) describe un símbolo que señala una realidad. El método literal de interpretar las Escrituras permite el empleo regular de lenguaje simbólico, pero comprende que señala una realidad literal. En este caso, la descripción explícitamente muestra que la mujer que vio Juan no era una mujer real. Además, la alusión al «resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo» (v. 17), muestra que esta mujer es una madre simbólica.
La mujer es la segunda de cuatro mujeres simbólicas identificadas en Apocalipsis. La primera, aunque una mujer real, tenía el nombre simbólico Jezabel (2:20). Ella era una maestra falsa y simboliza el paganismo. Otra mujer simbólica, descrita como una ramera, aparece en 17:1-7. Ella representa la iglesia apóstata. La cuarta mujer, descrita en 19:7-8 como la esposa del Cordero (cp. 2 Co. 11:2), representa a la verdadera iglesia. Algunos afirman que la mujer en esta visión representa a la iglesia, pero como el contexto pone en claro (cp. v. 5), ella representa a Israel. El Antiguo Testamento también representa a Israel como una mujer, la adúltera esposa del Señor (Jer. 3:1, 20; Ez. 16:32-35; Os. 2:2), a quien Dios finalmente restaurará para sí (Is. 50:1). Una alusión al arca del pacto (11:19) añade apoyo adicional para identificar a la mujer como Israel.
No es sorprendente que Israel desempeñe un papel fundamental en el drama de los postreros tiempos. La semana setenta de la profecía de Daniel (la tribulación) tendrá que ver principalmente con Israel, tal y como sucede con las primeras sesenta y nueve (cp. Dn. 9:24-27). La presencia de Israel en los postreros tiempos concuerda con la enfática promesa de Dios con relación a su continua existencia como nación:

Así ha dicho Jehová, que da el, sol para luz del día, las leyes de la, luna y de, las estrellas para luz de la noche, que parte el mar; y braman sus ondas; Jehová de los ejércitos es su nombre:  Si faltaren estas leyes delante de mí, dice Jehová, también la descendencia. de Israel faltará para no ser nación delante de mí eternamente. Así ha d ficho Jehová:
Si los cielos arriba se, pueden medir, y explorarse abajo los fundamentos de la tierra, también yo desecharé toda la descendencia de Israel por todo lo que hicieron, dice Jehová
(Je: 31:35-37; cp. 33:20-26; 46:28; Am. 9:8).

Además de eso, la presencia de Israel durante la semana setenta de la profecía de Daniel está en armonía con las promesas de Dios a la nación de un reino (Is. 65:17-25; Ez. 37:21-28; Dn. 2:44; Zac. 8:1-13) y salvación nacional (Zac. 12:10¬13:1; 13:8-9; Ro. 11:26).
Siendo a menudo instrumento del juicio de Dios, Satanás ha perseguido al pueblo judío a lo largo de su historia. Él sabe que destruir a Israel haría imposible que Dios cumpliera sus promesas al pueblo judío. Dios no le permitirá hacerlo, pero usará a Satanás para castigar a Israel. No es ninguna sorpresa que el diablo intensificará su persecución a Israel al acercarse el establecimiento del reino milenario. Como se observó antes, la séptima trompeta tocará casi al final de la tribulación. Quedarán solo semanas, o cuanto más algunos meses, desde ese momento hasta la venida del Señor Jesucristo. Acabándosele el tiempo (cp. v. 12), el pueblo judío se convertirá en un blanco especial del odio de Satanás y de sus destructivos ataques.
Juan vio que la mujer estaba vestida del sol, y tenía la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Esa fascinante descripción refleja el sueño de José, que se registra en Génesis 37:9-11:

Soñó aun otro sueño, y lo contó a sus hermanos, diciendo: He aquí que he soñado otro sueño, y he aquí que el sol, y la luna y once estrellas se inclinaban a mí. Y lo contó a su padre y a sus hermanos; y su padre, le reprendió, y le dijo: ¿Qué sueño es este que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti? Y sus hermanos le tenían envidia, más su padre meditaba en esto.

En la metáfora del sueño de José, el sol representa a Jacob, la luna a Raquel, y las once estrellas a los hermanos de José. La alusión al sueño de José es apropiada, ya que su vida se asemeja a la historia de Israel. Ambos soportaron la indignidad del cautiverio en las naciones gentiles, pero fueron al final librados y exaltados a un lugar de eminencia en un reino.
El que la mujer estuviera vestida del sol refleja la gloria, brillantez y dignidad sin par de la redimida Israel, debido a su condición exaltada como nación escogida de Dios (cp. Dt. 7:6; 14:2; l R. 3:8; Sal. 33:12; 106:5; Is. 43:20). También la vincula con Jacob (el sol en el sueño de José), un heredero en el pacto abrahámico; la continua existencia de Israel como nación refleja el cumplimiento en curso de ese pacto (cp. Gn. 12:1-2). La alusión a la luna debajo de sus pies pudiera ser una descripción adicional de la condición exaltada de Israel. También pudiera incluir el concepto de la relación de pacto de Dios con Israel, ya que la luna era parte del ciclo de los tiempos reglamentarios de Israel para la adoración (cp. Nm. 29:5-6; Neh. 10:33; Sal. 81:3; Is. 1:13-14; Col. 2:16). La corona (stephanos; la corona asociada con el triunfo en medio de sufrimientos y batallas) de doce estrellas (siendo ,José la duodécima) en la cabeza de la mujer se refiere a las doce tribus de Israel.
Después de describir la forma en que estaba vestida la mujer, Juan observó su condición: estaba encinta. Esa también es una conocida metáfora neotestamentaria que describe a Israel (cp. Is. 26:17-18; 66:7-9; Jer. 4:31; 13:21; Mi. 4:10; 5:3). El que la mujer estuviera encinta confirma aún más su identificación como Israel; la Iglesia no puede ser madre, ya que aún no está casada (19:7-9; 2 Co. 11:2). Estando encinta, la mujer clamaba con dolores de parto, en la angustia del alumbramiento. Al igual que una mujer cuando está de parto siente dolor, así la nación de Israel tenía dolor, esperando por la llegada del Mesías. La causa de parte del dolor es la persecución por parte de Satanás, quien intenta destruir a la madre. La nación tuvo dolor cuando el Mesías vino la primera vez. Así será en su Segunda Venida. Desde la primera promesa de un Redentor que lo destruiría (Gn. 3:15), Satanás ha atacado a Israel. Durante siglos, Israel ha agonizado y sufrido, anhelando al Hijo que vendría a destruir a Satanás, el pecado y la muerte, y que establecería el reino prometido. Ninguna nación en la historia ha sufrido tanto tiempo o tan duramente como Israel, tanto por el castigo de Dios, como por los furiosos esfuerzos de Satanás por destruir a la nación a través de la cual vendría el Mesías. Luego de describir los agonizantes dolores de parto de la mujer, Juan presenta la causa de su sufrimiento.

EL DRAGÓN

También apareció otra señal en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese. (12:3-4)

Con la segunda señal, un nuevo personaje surge en el escenario: el enemigo mortal de la mujer, descrito dramáticamente por otra señal que apareció… en el cielo. El versículo 9 identifica con toda claridad al gran dragón escarlata corno Satanás (cp. 20:2). Claro que Satanás no es un verdadero dragón (como tampoco Israel es una verdadera mujer) sino un malévolo ser espiritual, un ángel caído. El lenguaje simbólico empleado para describirlo presenta la realidad de su persona y de su carácter. Solo en Apocalipsis se menciona a Satanás como un dragón; antes de eso se le llama (entre otros nombres) serpiente (Gn. Mss.; 2 Co. 11:3). Un dragón es un símbolo mucho más aterrador. En el Antiguo Testamento la misma palabra hebrea que se traduce dragón (Is. 27:1; 51:9) también se traduce monstruo o monstruo marino (Gn. 1:21; Job 7:12; Sal. 74:13; 148:7). Representa a un animal grande, feroz y aterrador. Escarlata, el color de la destrucción por llamas y del derramamiento de sangre, subraya aún más la naturaleza cruel, destructiva y mortal de Satanás. Jesús lo dijo con estas palabras: «Él ha sido homicida desde el principio» (Jn. 8:44). La palabra hebrea para «culebra» (nachash) empleada en Génesis 3:1 se emplea de manera intercambiable en algunos textos con la palabra hebrea para dragón (tannin) (cp. Ex. 7:9, 15). De modo que el animal que Satanás usó en el huerto del Edén era un reptil, pero uno que todavía no se arrastraba sobre su pecho (Gn. 3:14). Es probable que fuera más enhiesto, un dragón erguido sobre sus dos patas, a quien por maldición se le dijo que tenía que caminar con sus cuatro patas y bien pegado al suelo, o arrastrarse como una serpiente. Escarlata es un color apropiado para el dragón, ya que ataca tanto a la mujer como a su hijo.
Ezequiel 29:1-5, que describe a Faraón como el enemigo de Dios, capta la esencia de esa aterradora metáfora empleada para describir a Satanás:

En el año décimo, en. el mes décimo, a los doce días del mes, vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, pon tu rostro contra Faraón rey de Egipto, y profetiza contra él y contra todo Egipto. Habla, y di: Así ha dicho Jehová el Señor. He aquí yo estoy contra ti, Faraón rey de Egipto, el gran dragón que yace en medio de sus ríos, el cual dijo: Mío es el Nilo, pues yo lo hice. Yo, pues, pondré garfios en, tus quijadas, y pegaré los peces de tus ríos a, tus escamas, y te sacaré de en;-medio de tus ríos, y todos los peces de tus ríos saldrán pegados a tus escamas. Y te dejaré en el desierto a ti y a todos los peces de tus ríos; sobre la faz del campo caerás; no serás recogido, ni serás juntado; a las fieras de la tierra y a las aves del cielo te he dado por comida.

Al dragón se le describe también como que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas siete diademas. Se le representa como un monstruo de siete cabezas que gobierna sobre el mundo. A Satanás Dios le ha permitido gobernar el mundo desde la caída, y seguirá haciéndolo hasta que suene la séptima trompeta (11:15). Las siete cabezas con sus siete diademas (diadema; coronas reales simbolizando poder y autoridad) representan siete imperios mundiales consecutivos que se han desarrollado bajo el dominio de Satanás: Egipto, Asiria, Babilonia, Medopersia, Grecia, Roma y el futuro imperio del anticristo (17:9¬10). El último reino, gobernado por el anticristo, será una confederación de diez naciones; los diez cuernos representan a los reyes que gobernarán bajo el anticristo (17:12; cp. 13:1; Dn. 7:23-25). El cambio de las diademas de las cabezas del dragón a los cuernos de la bestia (13:1) muestra la diferencia de poder de los siete imperios mundiales consecutivos y los diez reyes bajo el anticristo.
La influencia malvada y penetrante de Satanás no se limita al reino humano, sino que se extendió primero en el reino angelical. En el lenguaje pintoresco de la visión de Juan, la cola del dragón arrastraba la tercera parte de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Las alusiones a los ángeles del dragón en los versículos 7 y 9 indican que las estrellas del cielo eran ángeles. El caso genitivo brinda apoyo adicional a esa interpretación: estas son estrellas que pertenecen al cielo; que es su morada apropiada. A los ángeles se les describe simbólicamente como estrellas en otros pasajes bíblicos (9:1; Job 38:7).
Cuando Satanás cayó (Is. 14:12-15; Ez. 28:12-17), arrastró la tercera parte de las huestes celestiales con él. Junto con su derrotado líder, esos ángeles malvados fueron echados del cielo sobre la tierra. (Debe notarse que aunque fue arrojado de su morada en el cielo, Satanás, en la época actual, tiene acceso a la presencia de Dios; vea 12:10; Job 1, 2. Como se observa en el análisis de 12:7-9 en el capítulo 2 de este volumen, será permanentemente excluido del cielo después de su derrota ante Miguel y los santos ángeles, durante la tribulación.)
No se da el número de ángeles que se unieron a Satanás en su rebelión, pero es muy grande. Apocalipsis 5:11 dice que el número de los ángeles alrededor del trono de Dios era de «millones de millones». En este pasaje se emplea la palabra griega myriad que no representa un número exacto, sino que era el número más elevado que podían expresar los griegos en una palabra. Como cayó un tercio de los ángeles, y 9:16 revela que doscientos millones de demonios fueron librados de la cautividad cerca del río Éufrates, debe haber al menos cuatrocientos millones de ángeles santos. Muchos otros miles de demonios ya habían sido librados del abismo anteriormente en la tribulación (9:1-3). Además de esos dos grupos de demonios atados, hay millones de otros que actualmente están libres para vagar por la tierra y el reino celestial (cp. Ef. 6:12; Col. 2:15). Ellos, junto con los hombres malvados bajo su control, ayudarán a Satanás en la guerra santa contra Dios. Añadiendo a los cálculos el número (no revelado) de esos demonios no atados, tendríamos un incremento tanto en santos ángeles como en demonios.
Mientras se mostraba el próximo suceso en su dramática visión, Juan observó que el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan pronto como naciese. A lo largo de la historia, Satanás ha dirigido todos sus esfuerzos hacia la persecución del pueblo de Dios. Abel era un hombre justo y obediente; Satanás incitó a Caín para que lo matara. En su primera epístola, Juan escribió: «Caín… era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas» (1 Jn. 3:12). Tratando de originar una raza mixta, medio-humana medio¬demonio, y de esa forma hacer imposible la redención del hombre, Satanás envió demonios («hijos de Dios»; la misma frase hebrea se refiere a los ángeles en Job 1:6; 2:1; 38:7; Sal. 29:1; 89:6) para cohabitar con mujeres humanas (Gn. 6:1-4).
Como eran el pueblo escogido por medio del cual el Mesías iba a venir, y por quien se anunciarían las buenas nuevas de perdón, Satanás reservó su odio especial para Israel. Luego de la muerte de José, los israelitas se convirtieron en esclavos en Egipto. En ese lugar, el destino de la nación y de su libertador humano colgaba de un cordel muy fino.

Entretanto, se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José; y dijo a su pueblo: He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros…
Y habló el rey de Egipto a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifra, y otra Fúa, y les dijo: Cuando asistáis a las hebreas en sus partos; y veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces viva. Pero las parteras temieron a Dios, y no hicieron, como les mandó el rey de Egipto, sino que preservaron la vida a los niños. Y el rey de Egipto hizo llamar a las parteras y les dijo: ¿Por qué habéis hecho esto, que habéis preservado la vida a los niños? Y las parteras respondieron a Faraón: Porque las mujeres hebreas no son como las egipcias; pues son robustas, y dan a luz antes que la partera venga a ellas. Y Dios hizo bien a las parteras; y el pueblo se multiplicó y se fortaleció en gran manera. Y por haber las parteras temido a Dios, él prosperó sus, familias. Entonces Faraón mandó a todo su pueblo, diciendo: Echad al, río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad, la vida.
Un varón de la, familia de Leví fue y tomó por mujer a una hija de Leví, la que concibió, y dio a luz un hijo; y viéndole que era hermoso, le tuvo escondido tres meses. Pero no pudiendo ocultarle más tiempo, tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y colocó en ella al niño y lo puso en, un carrizal a la orilla del río. Y una hermana suya se puso a lo lejos, para ver lo que le acontecería.
Y la hija de Faraón descendió a lavarse al río, y paseándose, sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada, suya a que la tomase. Y cuando la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba,. Y teniendo compasión de él, dijo: De los niños de los hebreos es éste. Entonces su hermana dijo a la hija de Faraón: ¿Iré a llamarte una nodriza de las hebreas, para que te críe este niño? Y la hija de Faraón respondió: Ve. Entonces fue la doncella, y llamó a la madre del niño, a la cual dijo la hija de Faraón: Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó al niño y lo crió. Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón,, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés, diciendo: Porque de las aguas lo saqué
(Éx. 1:8-9; 1:15-2:10).

Desde una perspectiva humana, Faraón trató de destruir a los israelitas porque creía que eran una amenaza a su poder. Pero en realidad Faraón era un empleado de Satanás, quien buscó eliminar al pueblo de donde vendría el Mesías. Es también verdad decir que Satanás estaba obrando dentro de los propósitos de Dios para Israel. El valor de las parteras de los hebreos y la soberana protección de Dios a Moisés, a quien luego Él usaría para liberar a Israel de la esclavitud egipcia, frustraron las maquinaciones de Satanás.
Durante el período de los jueces, Satanás usó a los paganos vecinos de Israel en un intento de destruirlos. A pesar de eso, Dios preservó a su pueblo a través de todos esos ataques, levantando jueces que lo rescataran de sus opresores. Más adelante, Satanás trató de usar a Saúl para asesinar a David y eliminar así el linaje mesiánico (cp. 1 S. 18:10-11). Durante los días del reino dividido, el linaje mesiánico dependió dos veces de un frágil niño (2 Cr. 21:17; 22:10-12). Aun después, Satanás inspiró a Amán para que llevara a cabo su misión genocida contra el pueblo judío (Est. 3-9). Pero Dios usó a Ester para salvar a su pueblo del desastre. A lo largo de su historia, el diablo incitó a los israelitas a ofrecer a sus propios hijos como sacrificio a los ídolos (cp. Lv. 18:21; 2 R. 16:3; 2 Cr. 28:3; Sal. 106:37-38; Ez. 16:20).
Luego de fallar en su intento de destruir al pueblo de Dios y al linaje mesiánico, Satanás desesperadamente intentó asesinar al Mesías mismo antes de que pudiera realizar su obra salvadora. Juan vio que el dragón se paró frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo (Cristo) tan pronto como naciese. Satanás atacó a Jesús primero a través de Herodes, quien intentó matar al niño Jesús:

He aquí un ángel, del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre,, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo…
Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había. en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos
(Mt. 2:13, 16).

Al principio del ministerio terrenal de nuestro Señor, Satanás lo tentó para que no confiara en Dios (Mt. 4:1-11). Pero los esfuerzos del diablo para lograr que Jesús abandonara su misión fueron en vano. Satanás trató de usar al pueblo de Nazaret para matar a Jesús (Lc. 4:28-30), pero su furioso intento de «despeñarle» (v. 29) terminó en fracaso cuando Él serenamente «pasó por en medio de ellos, y se fue» (v. 30). Otros intentos de Satanás de interrumpir el ministerio terrenal de Cristo también terminaron en el fracaso «porque aún no había llegado su hora» Un. 7:30; 8:20). Aun la aparente victoria del diablo en la cruz fue en realidad su derrota suprema (Col. 2:15; He. 2:14; 1 P. 3:18-20; 1 Jn. 3:8).

EL HIJO VARÓN

Y ella dio a luz un hijo varón, que regirá con vara de hierro a todas las naciones; y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días. (12:5-6)

A pesar de todos los implacables esfuerzos de Satanás para evitarlo, la mujer (Israel) dio a luz un hijo. La encarnación del hijo varón, el Señor Jesucristo, «que era del linaje de David según la carne» (Ro. 1:3; cp. Ro. 9:5), fue el cumplimiento de la profecía (cp. Gn. 3:15; Is. 7:14; 9:6; Mi. 5:2). Israel dio a luz el Mesías. La Biblia pone de relieve que Jesús era de linaje judío. Era hijo de Abraham (Mt. 1:1), un miembro de la tribu de Judá (Gn. 49:10; Mi. 5:2; Ap. 5:5), y un descendiente de David (Mt. 1:1; cp. 2 S. 7:12-16).
Tampoco podrá Satanás impedir la coronación de Cristo; Él regirá con vara de hierro a todas las naciones durante su reinado terrenal milenario (v. 10; 2:26-27; 11:15; 19:15). El Salmo 2:7-9 indica que su gobierno será una obra de juicio en la que quebrantará y desmenuzará. En realidad, el verbo poimainō (regirá) tiene la connotación de «destruir», como ocurre en 2:27. El Mesías vendrá y destruirá a todas las naciones (19:11-21) y en su reino tendrá dominio sobre las naciones que entren a poblar ese reino. Una vara de hierro es también una vara que no puede quebrarse. Al igual que todos los esfuerzos pasados de Satanás para obstaculizar a Cristo han fracasado, así también será con sus esfuerzos futuros (cp. 11:15). La frase vara de hierro se refiere a la firmeza del gobierno de Cristo; Él juzgará de inmediato y velozmente todo pecado y aplastará cualquier rebelión.
Entre la encarnación de Cristo y su coronación estuvo su exaltación, cuando Él fue arrebatado para Dios y para su trono en su ascensión. La exaltación de Cristo significa la complacencia del Padre con su obra de redención (He. 1:3). Satanás no pudo impedir que Cristo lograra la redención y de esa forma ser exaltado a la diestra del Padre como un perfecto Salvador. En su sermón el día de Pentecostés, Pedro dijo: «Al cual [Cristo] Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella» (Hch. 2:24).
Aunque es un adversario derrotado, Satanás no se rendirá. Incapaz de impedir el nacimiento, la ascensión y el gobierno de Cristo, Satanás seguirá atacando a su pueblo. Él ha instigado ya la masacre genocida de judíos en Europa, así corno la muerte de muchos miles a lo largo de la historia. Durante la tribulación, Satanás aumentará sus esfuerzos por destruir al pueblo judío, para que la nación no pueda salvarse como la Biblia promete (Zac. 12:10-13:1; Ro. 11:25-27). Y a fin de que no haya nadie que entre en el reino milenario, tratará de matar a los judíos creyentes. Como siempre, Israel será su blanco principal. En una breve visión de lo que se describirá más detalladamente en los versículos 13-17, Juan observó que la mujer huyó al desierto, donde tiene lugar preparado por Dios, para que allí la sustenten por mil doscientos sesenta días (cp. v. 14). Dios frustrará los planes de Satanás de destruir a Israel durante la tribulación, ocultando a su pueblo, tal y como predijo el Señor Jesucristo:

Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el, que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de. reposo; porque, habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá (Mi. 24:15-21).

La profanación del templo por parte del anticristo hará huir al pueblo judío al desierto. No se revela el lugar exacto en que Dios los esconderá, pero es probable que sea en algún sitio al este del río Jordán y al sur del Mar Muerto, en el territorio ocupado antes por Moab, Anión y Edom (cp. Dn. 11:40-41).
Dondequiera que esté su escondite, serán sustentados y defendidos por Dios (cp. vv. 14-16), así como lo fueron sus antepasados durante los cuarenta años de vagar en el desierto. El tiempo que permanecerá Israel escondido, mil doscientos sesenta días (tres años y medio; cp. 11:2-3; 12:14; 13:5) corresponde a la última parte de la tribulación, el período que Jesús llamó la gran tribulación (Mt. 24:21). Los judíos que queden atrás en Jerusalén vendrán bajo la influencia de los dos testigos, y muchos en esa ciudad será redimidos (11:13). Finalmente, a pesar de los esfuerzos de Satanás, «todo Israel será salvo» (Ro. 11:26).
La gran guerra cósmica de los siglos entre Dios y Satanás, que comenzó con la rebelión de Satanás, está preparada para llegar a su culminación. En este pasaje Juan dio información muy importante sobre esa guerra y presentó a sus figuras principales. Entonces su visión cambia a una descripción de la guerra, tanto en su fase celestial como terrenal, y su inevitable resultado.


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