La Entrada Al Reino (D. L. Moody)

«El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios» -Juan 3:3.

No hay porción de la Palabra de Dios, quizás, con la que estemos más familiarizados que con este pasaje. Yo supongo que si preguntara a cualquier audiencia si cree que Jesucristo enseñó la doctrina del Nuevo Nacimiento, nueve personas entre diez dirían: «Sí, creo que Él lo hizo.»
La doctrina del Nuevo Nacimiento es sumamente importante

Ahora bien, si las palabras de este texto son verdaderas, contienen una de las cuestiones más solemnes que pudieran presentársenos. Podemos permitirnos ser engañados en muchas cosas antes que en ésta. Cristo hace esto muy claro. Él dice:

«El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios»

-mucho menos heredarlo. Esta doctrina del Nuevo Nacimiento es por lo tanto el fundamento de todas nuestras esperanzas para el mundo venidero. Esto es verdaderamente el A B C de la religión cristiana. Mi experiencia ha sido ésta, que si un hombre está equivocado sobre esta doctrina, él estará equivocado en casi toda otra doctrina fundamental en la Biblia. Un verdadero entendimiento de esta cuestión ayudará a un hombre a resolver miles de dificultades que podría encontrar en la Palabra de Dios. Cosas que antes parecían muy oscuras y misteriosas se harán muy claras.

La doctrina del Nuevo Nacimiento trastorna toda falsa religión -toda falsa visión de la Biblia y de Dios. Un amigo mío una vez me dijo que después de una de sus reuniones se le acercó un hombre con una larga lista de preguntas escritas para que se las contestara. Él dijo: «Si puede responder satisfactoriamente estas preguntas, mi mente estará lista para llegar a ser un cristiano.» «¿No cree», le dijo mi amigo, «que sería mejor para usted venir a Cristo primeramente? Entonces podrá examinar estas preguntas.» El hombre pensó que sería mejor hacer así. Después de que recibió a Cristo, consideró de nuevo su lista de preguntas; pero entonces le pareció como si todas hubieran sido contestadas. Nicodemo se acercó con su mente inquieta y Cristo le dijo: «Debéis nacer de nuevo.» Él fue tratado de manera totalmente diferente a lo que esperaba; pero me aventuro a decir que fue la noche más bendita en toda su vida. Ser «nacido de nuevo» es la mayor bendición que nos puede acontecer en este mundo.

Observe como dice la Escritura:

«El que no naciere otra vez» (Juan 3:3). [La traducción de la Palabra de Dios al inglés, la King James, dice así: «Excepto que un hombre naciere otra vez»].

«naciere de lo alto» (la lectura marginal de Juan 3:3 [una traducción igualmente correcta que «naciere otra vez» al ser ambas pertenecientes al sentido del original griego]).

«nacido del Espíritu» (Juan 3:6).

De entre un cierto número de otros pasajes donde encontramos esta palabra «EXCEPTO» sólo mencionaré tres:

1 «Si no [o excepto que] os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente» (Lucas 13:3,5).

2. «Si no [o excepto que] os volviereis, y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mateo 18:3).

3 «Si [o excepto que] vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los Fariseos, no entraréis en el reino de los cielos» (Mateo 5:20).

Todos ellos verdaderamente dan a entender lo mismo.

Yo estoy tan agradecido de que nuestro Señor hablara del Nuevo Nacimiento a este gobernante de los judíos, a este doctor de la ley, en vez de hacerlo con la mujer en la fuente de Samaria, o con Mateo el publicano, o con Zaqueo. Si hubiera dedicado su enseñanza a alguno de estos tres, u otros semejantes, la gente hubiera dicho: «Oh sí, estos publicanos y rameras necesitaban convertirse; pero yo soy un hombre honesto; yo no necesito convertirme.» Supongo que Nicodemo era uno de los mejores ejemplos para el pueblo de Jerusalén: nada se registra en contra suyo.

Creo que casi no es necesario para mí probar que necesitamos nacer de nuevo antes de estar preparados para el cielo. Me aventuro a decir que no hay un hombre sincero que no diga que no es apropiado para el reino de Dios, hasta que es nacido del Espíritu. La Biblia nos enseña que el hombre está perdido y es culpable, y nuestra experiencia lo confirma. También sabemos que el hombre mejor y más santo, cuando se aleja de Dios, cae en pecado.

Qué no es la regeneración

Ahora bien, permítame decirle lo que no es la Regeneración. No es ir a la iglesia. Muy frecuentemente encuentro personas, y les pregunto si son cristianas. «Sí, por supuesto que lo soy, yo creo que lo soy: voy a la iglesia todos los domingos.» Ah, pero esto no es la Regeneración. Otros dicen: «Estoy tratando de hacer lo correcto -¿no soy un cristiano? ¿No es eso un nuevo nacimiento?» No. ¿Qué tiene que ver esto con ser nacido de nuevo? Todavía hay otra clase: la de los que han cambiado de forma de ser, y que piensan que están regenerados. No; hacer un nuevo propósito no es ser nacido de nuevo.

Ni ser bautizado le hará algún bien. Sin embargo usted escucha decir a la gente: «Oh, yo he sido bautizado; y nací de nuevo cuando fui bautizado.» Ellos creen que porque se bautizaron en la iglesia, fueron bautizados en el Reino de Dios. Yo le digo que esto es totalmente imposible. Usted puede ser bautizado en la iglesia visible, y sin embargo no estar bautizado en el Hijo de Dios. El bautismo está bien en su lugar. Dios no me permita que diga nada en contra de éste. Pero si lo pone en el lugar de la Regeneración -en el lugar del Nuevo Nacimiento- eso es un terrible error. Usted no puede ser bautizado en el Reino de Dios. «El que no NACIERE OTRA VEZ, no puede ver el reino de Dios.» Si alguno que lee esto está poniendo sus esperanzas en cualquier otra cosa -sobre cualquier fundamento- oro para que Dios pueda quitar eso.

Otra clase de personas dice: «Yo asisto a la Cena del Señor; yo participo permanentemente del Sacramento.» ¡Bendita ordenanza! Jesús ha dicho que todas las veces que lo hicieren, conmemoran su muerte. Sin embargo, eso no es ser «nacido de nuevo»; eso no es pasar de muerte a vida. Jesús dice claramente -y tan claramente que no puede haber ningún error en esto- «El que no naciere… del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.» ¿Qué tiene eso que ver con un sacramento? ¿Qué tiene que ver el ir a la iglesia con nacer de nuevo?

Otro hombre se levanta y dice: «Yo digo mis oraciones regularmente.» Sin embargo yo digo que eso no es ser nacido del Espíritu. Es una duda muy solemne la que, entonces, se nos presenta, y oh que cada lector se pregunte seria y honradamente: «¿He nacido de nuevo? ¿He nacido del Espíritu? ¿He pasado de la muerte a la vida?»

«Nosotros no necesitamos convertirnos»

Hay una clase de hombres que dicen que las reuniones religiosas especiales son muy buenas para una cierta clase de gente. Ellas estarían muy bien si usted pudiera llevar a los allí a los bebedores, o al apostador, o a otra gente viciosa -eso haría mucho bien. Pero «nosotros no necesitamos convertirnos.» ¿A quién dijo Cristo estas palabras de sabiduría? A Nicodemo. ¿Quién era Nicodemo? ¿Era él un borracho, un apostador, o un ladrón? ¡No! Sin dudas él era uno de los verdaderamente mejores hombres en Jerusalén. Él era un honorable miembro del Concilio; él pertenecía al Sanedrín; él tenía una posición muy elevada; él era un hombre ortodoxo; él era uno de los hombres más cabales. Y sin embargo ¿qué le dijo Cristo? «El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios.»

Pero puedo imaginar a alguien diciendo: «¿Qué voy a hacer? Yo no puedo crear vida. Ciertamente no puedo salvarme a mí mismo.» Ciertamente usted no puede; y no decimos que pueda. Le digo que es totalmente imposible hacer mejor a un hombre sin Cristo; pero eso es lo que los hombres tratan de hacer. DEBE HABER UNA NUEVA CREACIÓN. La Regeneración es una nueva creación; y si es una nueva creación debe ser la obra de Dios. En el primer capítulo del Génesis el hombre no aparece. No hay otro allí excepto Dios. El hombre no está allí para participar. Cuando Dios creó la tierra Él estaba solo. Cuando Cristo creó el mundo Él estaba solo.

«Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es» (Juan 3:6).

El etíope no puede cambiar su piel, y el leopardo no puede cambiar sus manchas. Usted también podría tratar de hacerse puro y santo sin la ayuda de Dios. Sería exactamente tan fácil para usted hacer eso como para el hombre negro hacerse de piel blanca. Un hombre podría más bien intentar saltar hasta la luna que intentar servir a Dios en la carne. Por lo tanto: «lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.»

Cómo entrar al reino de Dios

Dios nos dice en este capítulo cómo entrar a su reino. No vamos a producir nuestra propia entrada -aunque esa salvación es digna de que trabajemos por ella. Admitimos todo eso. Si hubieran ríos y montañas en el camino, valdría la pena nadar a través de aquellos ríos, y escalar aquellas montañas. No hay duda de que la salvación vale todos esos esfuerzos; pero no la obtenemos por nuestras obras. Ésta es para

«el que no obra, pero cree» (Romanos 4:5).

Nosotros obramos porque estamos salvados; no para ser salvados. Obramos desde la cruz; pero no hacia ella. Está escrito:

«Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor» (Filipenses 2:12). [N. del tr.: Este pasaje en la versión inglesa King James utilizada por D. L. Moody puede traducirse así: «Haced obrar hacia afuera vuestra salvación con temor y temblor». Así se hace más evidente la acertada interpretación del pasaje dada por el autor. La expresión inglesa «work out», que traducimos «hacer obrar hacia afuera algo» significa «hacer a algo producir de sí mismo» o «hacer que algo surta efecto de sí mismo», el que está salvado no obra para su salvación («work for»); mas bien, quien posee la salvación hace que su propia salvación produzca («work out»), pues obviamente ya la posee; los ejemplos que seguirán del Señor Moody son muy esclarecedores de esto].

Ciertamente, usted debe tener su salvación ante de que pueda hacerla producir. Suponga que yo le dijera a mi pequeño muchacho: «quiero que gastes esos cien dólares cuidadosamente.» «Bien», dice él, «permíteme tener los cien dólares; y seré cuidadoso en cómo gastarlos.»

Recuerdo cuando dejé por primera vez mi hogar y fui a Boston; había gastado todo mi dinero, e iba a la oficina de correos tres veces al día. Yo sabía que sólo había un envío de correo por día desde mi hogar; pero pensaba que posiblemente podía haber una carta para mí. Finalmente recibí una carta de mi pequeña hermana; y oh, cuán alegre estaba por recibirla. Ella había oído que había muchísimos carteristas en Boston, y una gran parte de esa carta era para urgirme que fuera muy cuidadoso en no dejar que nadie me arrebatara algo de mi bolsillo. Ahora bien, yo necesitaba tener algo en mi bolsillo antes de que alguno pudiera robarlo. Así usted debe tener la salvación antes de que pueda hacerla producir.

Cuando Cristo exclamó en el Calvario: «¡Consumado es!»(Juan 19:30), Él quiso decir lo que dijo. Todo lo que los hombres deben hacer ahora sólo es aceptar la obra de Jesucristo. No hay esperanza para un hombre o una mujer en la medida que estén procurando obtener la salvación por sí mismos. Puedo imaginar que habrá algunas personas que dirán, como Nicodemo posiblemente lo hizo: «Esta es una cosa muy misteriosa.» Veo el ceño en la frente de ese Fariseo cuando dijo: «¿Cómo pueden suceder estas cosas?» Muchísimas personas dicen: «Usted debe explicar esto; pero si no explica esto, no nos pida que lo creamos.» Puedo imaginar a muchísimas personas diciendo eso. Cuando usted me pide que explique esto, yo le digo honestamente que no puedo.

«El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu.» (Juan 3:8).

Yo no entiendo todo sobre el viento. Si usted me pide que lo explique. No puedo. Puede esperarse que aquí venga desde el norte, y alejándonos unas cien millas puede esperarse desde el sur. Puedo subir algunos cientos de pies, y encontrarlo soplando en una dirección enteramente opuesta de la que tiene aquí abajo. Pídame que le explique estas corrientes del viento; pero suponga que, porque no puedo explicarlas, y no las entiendo, yo tomara una posición y afirmara: «Oh, no hay tal cosa como el viento.» Puedo imaginar a alguna muchachita diciendo: «Yo sé más sobre esto que éste hombre; muchas veces oí al viento, y sentí lo sentí soplando contra mi rostro»; y ella podría decir: «¿No arrancó el viento a mi paraguas de mis manos el otro día? ¿y no vi que sacó el sombrero de un hombre en la calle? ¿No lo he visto soplando sobre los árboles en el bosque, y sobre el maíz que crece en el campo?»

Usted exactamente podría decirme que no hay tal cosa como el viento, tanto como que no hay tal cosa como un hombre siendo nacido del Espíritu. Yo sentí el Espíritu de Dios obrando en mi corazón, tan realmente y tan verdaderamente como sentí al viento soplando en mi rostro. No puedo explicar esto. Hay muchas cosas que no puedo explicar, pero que creo. Yo nunca podría explicar la creación. Yo puedo ver el mundo, pero no puedo decir cómo Dios lo hizo de la nada. Pero casi toda persona reconoce que hubo un poder creador.

Imposible de explicar todo

Hay muchísimas cosas que no puedo explicar y que no puedo entender, y sin embargo lo creo. Oí decir a un vendedor viajante que él había oído que el ministerio y la religión de Jesucristo eran cuestiones de revelación y no de investigación.

«Cuando plugo a Dios…revelar a su Hijo en mí» dice Pablo (Gálatas 1:15-16).

Había un grupo de hombres jóvenes, recorriendo el país; y durante su viaje se propusieron no creer nada que no pudieran explicar. Un hombre anciano les oyó y rápidamente les dijo: «Oí que dijeron que no creerían en nada que no pudieran explicar.»

«Sí», dijeron, «así es.»

«Bien», dijo él, «viniendo en el tren hoy, observé algunos gansos, algunas ovejas, algunos cerdos, y algunas vacas, todos comiendo hierba. ¿Pueden decirme por que proceso aquella misma hierba fue convertida en pelo, plumas, cerdas y lana? ¿Creen que esto es un hecho?»

«Oh sí», dijeron, «no podemos evitar creer eso, aunque no podamos entenderlo.»

«Bien», dijo el hombre anciano, «yo no puedo evitar creer en Jesucristo.»

Y yo no puedo evitar creer en la regeneración del hombre, cuando veo hombres que han sido restaurados, cuando veo hombres que han sido reformados. ¿No fueron regenerados algunos de los peores hombres, no han sido sacados del lodo cenagoso; y puesto sus pies sobre la Roca, y no ha sido puesta una canción nueva en sus bocas? Sus lenguas estaban maldiciendo y blasfemando, y ahora están ocupadas en alabar a Dios. Las cosas viejas pasaron; y todas son hechas nuevas. Ellos no sólo son reformados, sino REGENERADOS -son nuevos hombres en Cristo Jesús.

Resultados prácticos en la vida real

Allí en las oscuras callejuelas de una de nuestras grandes ciudades hay un pobre borracho. Creo que si usted quiere estar cerca del infierno, debería ir al hogar de un pobre borracho. Vaya a la casa de ese pobre miserable borracho. ¿Hay sobre la tierra algo más similar al infierno? Vea la indigencia y angustia que reina allí. ¡Pero escuche! Se oye unos pasos en la puerta, y los niños corren y se ocultan. La paciente esposa espera encontrar al hombre. Él ha sido su tormento. Muchas veces a llevado las marcas de sus golpes durante semanas. Muchas veces esa fuerte mano derecha ha sido descargada sobre su indefensa cabeza. Y ahora ella esta esperando oír sus insultos y sufrir su brutal tratamiento. Él entra y le dice: «He estado en la Reunión; y allí oí que si quiero puedo convertirme. Creo que Dios es capaz de salvarme.» Vuelva a esa casa después de algunas semanas y ¡qué cambio! Cuando usted se acerca escucha a alguien cantando. No es la canción de una jarana, sino la tonada de aquel buen himno antiguo, «Roca de la eternidad». Los niños ya no temen al hombre, sino que se agrupan alrededor de sus rodillas. Su esposa esta cerca de él, su rostro resplandece con un fulgor de felicidad. ¿No es ese el cuadro de la Regeneración? Puedo llevarle a muchos de esos hogares, hechos felices por el poder regenerador de la religión de Cristo. Lo que los hombres desean es el poder para vencer la tentación, el poder para llevar una vida recta.

La única forma de entrar al reino de Dios es ser «nacido» en éste. La ley en este país requiere que el Presidente debe ser nacido en este país. Cuando los extranjeros vienen a nuestras costas, no tienen derecho a quejarse contra una ley así, que les prohíbe ser Presidentes alguna vez. Ahora bien, ¿no tiene Dios derecho a hacer una ley de que todos los que sean herederos de la vida eterna deben ser «nacidos» en su reino?

Un hombre irregenerado preferiría estar en el infierno antes que en el cielo. Tome un hombre cuyo corazón esté lleno de corrupción y maldad y colóquelo entre los puros, los santos, y los redimidos; y no desearía permanecer allí. Ciertamente, si vamos a ser felices en el cielo debemos comenzar a hacer un cielo aquí en la tierra. El cielo es un lugar preparado para gente preparada. Si un apostador o un blasfemo fuera tomado de las calles de Nueva York y colocado en el suelo de cristal del Cielo y bajo la sombra del árbol de la vida él diría: «No quiero permanecer aquí.» Si los hombres fueran llevados al cielo exactamente como son por naturaleza, sin tener sus corazones regenerados, habría otra rebelión en el cielo. El cielo es llenado con una compañía de aquellos que han nacido DOS VECES.

En los versículos 14 y 15 de este capítulo [3 de Juan] leemos:

«Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que TODO AQUEL que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna.»

«Todo aquel»

¡Observe eso! Permítanme decirles a ustedes que no son salvos lo que Dios ha hecho por ustedes. Él ha hecho todo lo que podía por su salvación. No necesita esperar que Dios haga nada más. En un lugar Él contesta la pregunta sobre que más podría haber hecho Él:

«¿Qué más se había de hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella?» (Isaías 5:4).

Él envió sus profetas, y los mataron; entonces envió a su amado Hijo, y ellos lo mataron. Ahora ha enviado al Espíritu Santo para convencernos de pecado y para mostrarnos cómo habremos de ser salvados.

En este capítulo se nos dice cómo los hombres vamos a ser salvados, esto es, por Aquél que fue levantado sobre la cruz. Exactamente como Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, así debió ser levantado el Hijo de Dios, «para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:15). Si ustedes se pierden, no será por causa del pecado de Adán.

El caso ilustrado

Permítame ilustrar esto; y quizás podrá entender mejor esto. Suponga que yo estuviera muriendo de tuberculosis, que heredé de mi padre o de mi madre. Yo no obtuve la enfermedad por alguna culpa mía, por algún descuido de mi salud; yo la heredé, supongamos. Un amigo se me acerca, me observa, y dice: «Moody, tienes tuberculosis.»

Yo respondo: «Lo sé muy bien; no quiero que nadie me diga eso.»

«Pero», dice él, «hay un remedio.»

«Pero, señor, no creo eso. He probado los principales médicos en este país y en Europa; y me dijeron que no hay esperanza.»

«Pero tu me conoces, Moody; me has conocido por años.»

«Sí señor.»

«¿Crees, entonces que te diría una falsedad?»

«No.»

«Bien, hace diez años yo estaba en mal estado. Los médicos se habían rendido y estaba por morir; pero tomé esta medicina y me curó. Estoy perfectamente bien. Míreme.»

Yo le digo que este es «un caso muy extraño».

«Sí, puede ser extraño; pero es un hecho. La medicina me curó: toma esta medicina, te curará. Aunque me ha costado mucho, no te costará nada a ti. No menosprecies esto, te lo pido.»

«Bien», digo, «me gustaría creerte; pero esto es contrario a mi razón.»

Al oír esto, mi amigo se va y vuelve con otro amigo, y éste testifica lo mismo. Yo todavía estoy incrédulo; entonces él se va, y trae otro amigo, y otro, y otro, y otro; y todos testifican lo mismo. Ellos dicen que estuvieron tan mal como yo; que tomaron la misma medicina que me fue ofrecida; y que ésta los ha curado. Mi amigo entonces me pasa la medicina. Yo la arrojo al suelo; yo no creo en su poder salvador; yo muero. La razón es entonces que desprecié el remedio. Entonces, si usted perece, no será porque Adán cayó; sino porque usted despreció el remedio ofrecido para salvarle. Porque eligió la oscuridad antes que la luz. ¿Cómo escaparemos entonces, si tuviéremos en poco una salvación tan grande? No hay esperanza para usted si menosprecia el remedio. Ciertamente no sirve mirar a la herida. Si hubiésemos estado en el campamento israelita y hubiésemos sido mordidos por una de las serpientes ardientes, no nos hubiese servido mirar la herida. Mirar una herida nunca salvará a nadie. Lo que usted debe hacer es mirar al Remedio –mire al que tiene el poder de salvarle de su pecado.

¡Observe el campamento de los israelitas; vea la escena que es trazada ante nuestros ojos! Muchos están muriendo porque no dan importancia al remedio que les es ofrecido. En ese árido desierto hay gran cantidad de cortas y pequeñas tumbas; muchos niños han sido mordidos por las serpientes ardientes. Los padres y madres están llevando sus hijos. Más allá ellos están enterrando a una madre; una amada madre está por ser puesta en la tierra. Toda la familia, llorando, se reúne alrededor de la figura amada. Usted escucha los tristes clamores; usted ve las amargas lágrimas. El padre está siendo llevado a su último lugar de descanso. Lamentos ascienden por todo el campamento. Se derraman lágrimas por miles que han fallecido; miles más están muriendo; y la plaga es feroz desde un extremo del campo al otro.

La vida en una mirada

Veo en una tienda a una madre israelita inclinada sobre el cuerpo de un amado muchacho recién entrando en la flor de la vida, apenas madurando su adultez. Ella está secando el sudor de muerte que aparece sobre su frente. Pero un poco después, y sus ojos están fijos y vidriosos, porque la vida está decayendo rápidamente. El corazón de la madre está desgarrado y sangrante. Repentinamente oye un ruido en el campamento. Se levanta un gran clamor . ¿Qué sucede? Ella va hasta la puerta de la tienda. «¿Qué es ese ruido en el campamento?» pregunta a los que pasan por allí. Y alguno le dice:

«Oh, mi buena mujer ¿no ha oído las buenas noticias que han llegado al campamento?»

«No», dice la mujer, «¡Buenas noticias! ¿Cuáles?»

«Oh, ¿no ha oído acerca de esto? Dios ha provisto un remedio.»

«¡¿Qué?! ¿para los israelitas mordidos? ¡Oh, dígame cual es el remedio!»

«Oh, Dios ha instruido a Moisés para hacer una serpiente de bronce, y para ponerla sobre un asta en el medio del campamento; y Él ha declarado que cualquiera que la mire vivirá. El clamor que usted oyó es el clamor del pueblo cuando vieron a la serpiente levantada.»

«Y Jehová dijo a Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre la bandera: y será que cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá. Y Moisés hizo una serpiente de metal, y púsola sobre la bandera, y fue, que cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de metal, y vivía.» (Números 21:8,9).

La madre vuelve a entrar en la tienda, y dice: «Mi muchacho, tengo buenas noticias para decirte. ¡No es inevitable que mueras! ¡Mi muchacho, mi muchacho, tengo buenas noticias; tú puedes vivir!» Él ya se está entumeciendo; está tan débil, no puede caminar hasta la puerta de la tienda. Ella pone sus fuertes brazos debajo de él y lo alza. «¡Mira allá; mira justo allá bajo la colina!» Pero el muchacho no ve nada; él dice:

«No veo nada; ¿qué es, madre?»

Y ella dice: «Mantente mirando, y lo verás.»

Al fin percibe el brillo de la serpiente; y he aquí, ¡él está bien! Y así es con muchos jóvenes convertidos. Algunos hombres dicen: «Oh, no creemos en conversiones repentinas.» ¿Cuánto tiempo llevó para que se curara ese muchacho? ¿Cuánto tiempo llevó para que se curaran aquellos israelitas mordidos por serpientes? Sólo una mirada; y ellos estuvieron bien.

Ese muchacho hebreo es un joven convertido. Yo puedo imaginar que lo veo ahora visitando a aquellos que estaban con él para alabar a Dios. Él ve otro hombre joven mordido como él estaba; y corre hasta él y le dice: «No es inevitable que mueras.»

«Oh», contesta el joven hombre, «no puedo vivir; eso no es posible. No hay un médico en Israel que pueda curarme.» Él no sabe que no es inevitable que muera.

«Oh, ¿no has oído las noticias? Dios ha provisto un remedio.»

«¿Qué remedio?»

«Oh, Dios ha dicho a Moisés que levante una serpiente de metal, y ha dicho que ninguno de los que miren a la serpiente morirá.»

Yo puedo imaginar al joven hombre. Él podría ser lo que se llama un joven hombre intelectual. Él dice al joven convertido: «Tú no piensas que voy a creer algo como eso. Si los médicos en Israel no pueden curarme, ¿cómo piensas que una vieja serpiente de metal sobre un asta va a curarme?»

«¡Porque, señor, yo estuve tan mal como tú!»

«¡No digas eso!»

«Sí, ciertamente.»

«Esa es la cosa más asombrosa que jamás he oído», dice el joven hombre. «Desearía que me explicaras la filosofía de esto.»

«Yo no puedo. Sólo sé que miré a esa serpiente, y fui curado. Eso lo hizo.

Sólo miré; Eso es Todo.

«Mi madre me contó las noticias que se estaban oyendo en el campamento; y yo sólo creí lo que mi madre dijo, y estoy perfectamente.»

«Bien, no creo que fueras mordido tan gravemente como yo lo fui.»

El joven levanta su manga. «¡Mira aquí! Esta marca muestra donde fui mordido; y te digo que estuve peor de lo que tú estás.»

«Bien, si yo entendiera la filosofía de esto, miraría y me pondría bien.»

«Abandona tu filosofía: mira y vive.»

«Pero, señor, me pides que haga una cosa ilógica. Si Dios hubiera dicho, toma el bronce y frótalo sobre la herida, podría haber algo en el bronce que curaría la mordedura. Joven, explica la filosofía de esto.»

Muchas veces vi gente delante de mí que habló de esa forma. Pero el joven llama a otro, y lo hace entrar a la tienda, y dice: «Sólo dile cómo el Señor te salvó»; y él cuenta exactamente la misma historia; y él llama a otros, y todos dicen lo mismo.

El joven hombre dice que esto es una cosa muy extraña. «Si el Señor hubiera dicho a Moisés que fuera y consiguiera algunas hierbas o raíces, y que las cocinara, y que tomara el producto como una medicina, eso sería algo. Pero es tan contrario a la naturaleza hacer una cosa como mirar a la serpiente, que no puedo hacerlo.»

Al fin su madre, que había estado afuera en el campamento, entra, y dice: «Mi muchacho, tengo justo las mejores noticias del mundo para ti. Estuve en el campamento, y vi cientos que estaban muy cerca de la muerte, y todos ellos están perfectamente ahora.»

El joven hombre dice: «Me gustaría ponerme bien; es muy doloroso pensar en morir; yo quiero entrar a la tierra prometida, y es terrible morir aquí en este desierto; pero el hecho es que no entiendo el remedio. Éste no satisface a mi razón. No puedo creer que puedo ponerme bien en un momento.» Y el joven hombre muere a consecuencia de su propia incredulidad.

El remedio de Dios para el pecado

Dios proveyó un remedio para este israelita mordido: «¡Mira y vive!» Y hay vida eterna para cada pobre pecador. Mire, y puede ser salvado, mi lector, en esta misma hora. Dios ha provisto un remedio; y éste es ofrecido a todos. El problema es, que muchos están mirando al asta. No mire al asta; es decir la iglesia, [y está hablando de una verdadera iglesia cristiana evangélica con sana doctrina bíblica]. No necesita mirar la iglesia; la iglesia está bien, pero la iglesia no puede salvarle. Mire más allá del asta. Mire al Crucificado. Mire al Calvario. Tenga en mente, pecador, que Jesús murió por todos. No necesita mirar a los predicadores; ellos son sólo instrumentos elegidos por Dios para presentar el Remedio, para presentar a Cristo. Y entonces, mi amigo, aparte sus ojos de los hombres; aparte sus ojos de la iglesia. Elévelos a Jesús; quien quitó el pecado del mundo y tendrá vida desde esta hora.

Gracias a Dios, no necesitamos educación para aprender cómo mirar. Aquella pequeña niña, aquel pequeño niño, de sólo cuatro años, que no saben leer, pueden mirar. Cuando el padre está entrando a la casa, la madre dice a su niñito: «¡Mira! ¡mira! ¡mira!» y el pequeño niño aprende a mirar mucho antes de cumplir un año. Y esa es la forma de ser salvado. Es por mirar a

«el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.»(Juan 1:29);

y hay vida en este momento para cada uno que quiera mirar.

Cómo ser salvado

Algunas personas dicen: «Quisiera saber cómo ser salvado.» Sólo tómele la palabra a Dios y confíe en su Hijo en este mismo día, en esta misma hora, en este mismo momento. Él le salvará si usted confía en Él. Imagino oír a alguien diciendo: «no siento la mordedura tanto como desearía. Yo sé que soy un pecador, y todo eso; pero no siento lo suficiente la mordedura.» ¿Cuánto quiere Dios que la sienta?

Cuando estuve en Belfast conocí un doctor que tenía un amigo, un importante cirujano de allá; y él me contó que la costumbre del cirujano, antes de realizar alguna operación, era decir al paciente: «Dé una buena mirada a la herida, y entonces fije sus ojos en mí; y no los aparte hasta que termine.» Inmediatamente pensé que esa era una buena ilustración. Pecador, dé una buena mirada a su herida; y entonces fije sus ojos en cristo, y no los aparte de Él. Es mejor mirar al Remedio que a la herida. Vea que pobre miserable pecador es usted; y entonces mire al «Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.» Él murió por el impío y el pecador. Diga: «¡me apropiaré de Él!» Y pueda Dios ayudarle a elevar sus ojos hacia el Hombre en el Calvario. Y como los Israelitas miraron sobre la serpiente y fueron sanados, así usted puede mirar y vivir.

El soldado agonizante

Después de la batalla del Desembarcadero de Pittsburgh estuve en un hospital en Murfreesboro. En el medio de la noche fui despertado y se me dijo que un hombre en uno de los pabellones quería verme. Fui hasta él y me llamó «capellán» –yo no era el capellán- y me dijo que quería que lo ayudara a morir.

Y le dije: «Yo te alzaría en mis brazos y te llevaría hasta el reino de Dios si pudiera; pero no puedo hacerlo. ¡No puedo ayudarte a morir!»

Y él dijo: «¿Quién puede?»

Le dije: «El Señor Jesucristo puede –Él vino con ese propósito.»

Meneó su cabeza, y dijo: «Él no puede salvarme; yo he pecado toda mi vida.»

Y le dije: «Pero Él vino a salvar a los pecadores.»

Pensé de su madre en el norte, y yo estaba seguro de que ella estaba ansiosa para que él muriera en paz; entonces decidí que permanecería con él. Oré dos o tres veces, y repetí todas las promesas que pude; porque era evidente que en pocas horas moriría,

Le dije que quería leerle una conversación que Cristo tuvo con un hombre que estaba inquieto acerca de su alma. Me dirigí al tercer capítulo de Juan. Sus ojos estaban fijos en mí; y cuando llegué a los versículos 14 y 15 -el pasaje que estamos considerando- él se aferró a las palabras:

«Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna.»

Él me detuvo y dijo: «¿Eso está allí?»

Yo dije «Sí». Él me pidió que lo leyera nuevamente; y así hice.

Él apoyó sus codos sobre el catre, y poniendo juntas sus manos, dijo: «Eso es bueno; ¿me lo lee otra vez?»

Yo lo leí por tercera vez; y entonces continué con el resto del capítulo. Cuando había finalizado, sus ojos se cerraron, sus manos estaban una sobre otra, y había una sonrisa en su rostro. ¡Oh, cómo estaba iluminado éste! ¡Qué cambio se había producido en él! Vi sus labios moviéndose rápidamente, e inclinándome sobre él le oí en un débil susurro:

«Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino que tenga vida eterna.»

Abrió sus ojos y dijo: «Eso es suficiente; no me lea nada más.» Él pasó algunas horas, reposando sobre aquellos dos versículos; y entonces subió en uno de los carruajes de Cristo para tomar su lugar en el Reino de Dios.

Cristo dijo a Nicodemo:

«El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios.»

Usted puede ver muchos países; pero hay un país -la tierra de Beulah, [Isaías 62:4], que John Bunyan contempló en su imaginación- usted nunca lo contemplará, a menos que naciere de nuevo –a menos que sea regenerado por Cristo. Usted puede mirar a cualquier parte y ver muchos hermosos árboles; pero nunca contemplará el árbol de la vida a menos que sus ojos sean despejados por la fe en el Salvador. Usted puede ver los hermosos ríos de la tierra –puede pasear por sus corrientes; pero tenga presente que sus ojos nunca reposarán sobre el río que brota del Trono de Dios y que fluye por todo el Reino de lo alto, a menos que naciere de nuevo. Dios ha dicho esto; y no el hombre. Usted nunca verá el reino de Dios a menos que nazca de nuevo. Puede ver los reinos y los señores de la tierra; pero nunca verá al Rey de reyes y Señor de señores a menos que naciere otra vez. Cuando usted está en Londres puede ver la Torre y la corona de Inglaterra que vale miles de dólares, y es custodiada por soldados; pero tenga presente que sus ojos nunca descansarán sobre la corona de vida a menos que naciere otra vez.

Qué perderán aquellos que no nacieren de nuevo

Usted puede oír los cánticos de Sión que son cantados aquí; pero el cántico –el de Moisés y el Cordero, [Apocalipsis 15:3]- nunca oirá el oído incircunciso: su melodía sólo deleitará el oído de aquellos que han nacido de nuevo. Usted puede mirar las hermosas mansiones de la tierra; pero tenga presente que nunca verá las mansiones que Cristo ha ido a preparar a menos que naciere de nuevo. Es Dios quien lo dice. Usted puede ver diez mil cosas hermosas en este mundo, pero la ciudad de la que Abraham tuvo un vistazo –y desde ese momento fue un peregrino y un extranjero- nunca la verá a menos que naciere otra vez (Hebreos 11:8, 10-16). Usted puede ser invitado muchas veces a fiestas de bodas aquí; pero nunca asistirá a la cena de bodas del cordero a menos que naciere de nuevo. Es Dios quien lo dice, querido amigo. Usted puede estar mirando el rostro de su bendita madre esta noche, y sentir que ella está orando por usted; pero vendrá el tiempo cuando usted no la verá nunca más a menos que naciere de nuevo.

Una promesa a la madre

El lector puede ser un hombre joven o una dama joven que ha estado recientemente junto a una madre agonizante; y ella puede haberle dicho: «Asegúrate de encontrarme en el cielo», y usted se lo prometió. ¡Ah! Usted nunca más la verá, excepto que naciere de nuevo. Yo creo más a Jesús de Nazaret que a aquellos infieles que dicen que usted no necesita nacer de nuevo. Padres, si esperan ver a sus hijos que han partido, deben nacer del Espíritu. Posiblemente usted sea un padre o una madre que ha debido llevar recientemente a un amado hasta la tumba; ¡y cuán oscuro parece su hogar! Nunca verá nuevamente a su niño, a menos que naciere de nuevo. Si desea ser reunido con su amado, debe nacer de nuevo.

Puedo estar hablando a un padre o a una madre que tiene un amado allá arriba. Si usted pudiera oír la voz de aquel amado, ésta diría: «Ven por este camino.» ¿Tiene usted un santo amigo allá arriba? Joven hombre o joven mujer, ¿no tienes una madre en el mundo de luz? Si pudieras oírla, ¿no te diría: «Ven por este camino, mi hijo», «Ven por este camino, mi hija»? Si quiere verla otra vez debes nacer de nuevo.

Todos tenemos un Hermano Mayor allí, [Cristo, como el hijo del hombre, aunque somos verdaderamente sus hermanos sólo después de nacer de nuevo]. Hace más de mil novecientos años Él subió, y desde las costas celestiales Él te está llamando al cielo. Volvamos nuestras espaldas al mundo. No escuchemos al mundo. Miremos sólo a Jesús para ser salvados. Entonces un día veremos al Rey en su belleza, y no nos separaremos nunca.


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