Seguridad De La Salvación (D. L. Moody)

«Estas cosas he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios» -1 Juan 5:13.

¿Tienen seguridad todos los del pueblo de Dios?

Alguno preguntará: «¿Tienen Seguridad todos los del pueblo de Dios?» No; creo que muchos del querido pueblo de Dios no tienen Seguridad; pero es el privilegio de cada hijo de Dios tener sin dudas un conocimiento de su propia salvación. No es apto para el servicio a Dios ninguno que esté lleno de dudas. Si alguien no está seguro de su propia salvación, ¿cómo puede ayudar a algún otro en el reino de Dios? Si parece que estoy en peligro de ahogarme y no sé si alguna vez alcanzaré la costa, yo no puedo ayudar a otro. Debo subir primero a la sólida roca; y luego puedo dar a mi hermano una mano de ayuda. Si yo mismo estando ciego dijera a otro hombre ciego cómo obtener la vista, él podría replicarme: «Primero sánate tú mismo; y luego puedes decirme.»

Hay dos clases que no consiguen tener Seguridad. Primero: aquellos que están en la Iglesia, pero que no son convertidos, nunca habiendo nacido del Espíritu. Segundo: aquellos que no están deseosos de hacer la voluntad de Dios; que no están dispuestos a tomar el lugar que Dios ha diseñado para ellos, sino que quieren ocupar algún otro lugar. [N. del tr.: ese sería por ejemplo el caso bíblico de los Gálatas quienes habiendo recibido verdaderamente el Evangelio llegaron a dudar de la salvación que efectivamente tenían, por las dudas sembradas en ellos por los maestros judaizantes, quienes querían imponer el cumplimiento de las obras de la ley como condición para ser salvos, menospreciando la perfecta obra de Cristo que ya los había hecho salvos y justos para siempre ante el Padre].

Jamás tendrán tiempo o ánimo para trabajar para Dios, quienes no están seguros de su propia salvación. Ellos tienen mucho para atender; y estando ellos mismos cargados con dudas, no pueden ayudar a otros a llevar sus cargas. No hay descanso, gozo, o paz -no hay libertad, ni poder- donde las dudas y la inseguridad existen.

Ahora, parece que hay tres artimañas de Satán contra las que debemos estar vigilantes. En primer lugar él mueve todo su reino para mantenernos lejos de Cristo; luego él se dedica a tenernos en el «Castillo de la Duda»; pero si tenemos, a pesar de él, un claro y sonoro testimonio a favor del Hijo de Dios, él hará todo lo que pueda para obscurecer nuestro carácter y para calumniar sobre nuestra reputación.

La duda es muy deshonrosa para Dios

Algunos parecen pensar que es arrogante no tener dudas; pero la duda es muy deshonrosa para Dios. Si alguno dijera que ha conocido a una persona por treinta años y sin embargo duda de ella, ello no sería muy elogiable; y cuando hemos conocido a Dios por diez, veinte, o treinta años ¿no desprestigia su veracidad el dudar de Él?

¿Podían Pablo y los antiguos cristianos y mártires atravesar lo que ellos atravesaron si hubiesen estado llenos de dudas, y no hubieran sabido si estaban yendo al cielo o a la perdición después de que fueran quemados en la hoguera? Ellos deben haber tenido la SEGURIDAD.

C. H. Spurgeon dice:

«Nunca oí de una cigüeña que cuando se encontraba con un árbol de abeto objetara su derecho a construir allí su nido; y nunca oí de un conejo que se cuestionara si tenía un permiso para entrar en la roca. Porque, estas criaturas pronto perecerían si siempre estuvieran dudando y temiendo si tienen derecho a usar los suministros providenciales.

«La cigüeña se dice a sí misma: ‘Ah, aquí está un abeto’; consulta con su consorte: ‘¿Servirá éste para el nido en que podremos criar nuestras crías?’ ‘Sí’, dice ella; y juntan los materiales, y los ordenan. Nunca hay una deliberación: ‘¿Podemos construir aquí?’ sino que traen sus palitos y hacen su nido.

«La cabra salvaje en el peñasco no dice: ‘¿Tengo un derecho a este lugar?’ No, ella debe estar en alguna parte: y hay un peñasco que le resulta perfecto; y ella salta sobre éste.

«Pero, aunque estas criaturas sin inteligencia conocen la provisión de su Dios, el pecador no reconoce la provisión de su Salvador. Él objeta y pone en duda: ‘¿Puedo?’; y ‘me temo que esto no es para mí’; y ‘creo que esto no puede estar referido a mí’; y ‘me temo que esto es demasiado bueno para ser verdad.’

«Y sin embargo jamás nadie dijo a la cigüeña: ‘Cualquiera que construya sobre este abeto nunca sufrirá que su nido sea derribado.’ Ninguna palabra inspirada jamás ha dicho al conejo: ‘Quienquiera entre a esta grieta en la roca nunca será echado de ella.’ Si eso hubiera sido así, haría la seguridad doblemente indudable.

«Y sin embargo aquí Cristo es provisto para los pecadores, justo la clase de Salvador que los pecadores necesitan; y se añade el estímulo: ‘Al que a mí viene, no le hecho fuera’ (Juan 6:37), ‘El que quiere, tome del agua de la vida de balde’ (Apocalipsis 22:17).»

Lo que nos dice Juan

Ahora vayamos a la Palabra. Juan nos dice en su Evangelio lo que Cristo hizo por nosotros en la tierra. En su Epístola nos dice lo que está haciendo por nosotros en el cielo como nuestro Abogado. En su Evangelio sólo hay dos capítulos en los que el verbo «creer» no aparece. Con estas dos excepciones, cada capítulo en Juan es «¡Crean! ¡¡Crean!! ¡¡¡CREAN!!!» Él nos dice en 20:31:

«Estas empero son escritas, para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre.»

Ese es el propósito con el que escribió el Evangelio:

«para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su nombre» (Juan 20:31).

Vaya a 1 Juan 5:13. Allí él nos dice por qué escribió esta Epístola:

«Estas cosas he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios.»

Note a quienes escribe:

«A vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios.»

Hay sólo cinco cortos capítulos en esta primera Epístola, y el verbo «saber» aparece más de cuarenta veces. Siempre es «¡Sepan! ¡¡SEPAN!! ¡¡¡SEPAN!!!» La Clave es ¡SEPAN! y a través de toda la Epístola resuena el estribillo: «para que sepamos que tenemos vida eterna.»

Yo fui mil doscientas millas aguas abajo del Misisipi en primavera hace algunos años; y todas las tardes, justo cuando el sol se ponía, usted podía ver hombres, y a veces mujeres, cabalgando hasta las orillas del río en ambos lados en mulas o caballos, y a veces a pie, con el propósito de encender las luces de Guía; y en todo el curso de ese poderoso río había señales que guiaban a los pilotos en su peligrosa navegación. Ahora bien, Dios nos ha dado luces o mojones para decirnos si somos o no sus hijos. Lo que necesitamos hacer es examinar las señales que Él nos ha dado.

Cinco cosas dignas de saberse

En el tercer capítulo de la primera Epístola de Juan hay cinco cosas dignas de ser conocidas:

1. En el quinto versículo leemos la primer cosa digna de ser conocida:
» Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él.» No lo que yo hice, sino lo que ÉL ha hecho. ¿Ha fallado Él en su misión? ¿No es capaz de hacer aquello para lo que vino? ¿Alguna vez podría fallar un hombre enviado desde el cielo? ¿y podría fallar el propio Hijo de Dios? ÉL APARECIÓ PARA QUITAR NUESTROS PECADOS.

2. También, en el versículo diecinueve, la segunda cosa digna de ser conocida:
«Y en esto conocemos que somos de la verdad, y tenemos nuestros corazones certificados delante de él.» CONOCEMOS que somos de LA VERDAD. Y si la verdad nos hace libres, seremos verdaderamente libres. «Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres» (Juan 8:36).

3. La tercer cosa digna de ser sabida está en el versículo catorce:
«Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos.» Al hombre natural no le gusta la gente piadosa, ni le interesa estar en su compañía. «El que no ama a su hermano, está en muerte.» No tiene vida espiritual.

4. La cuarta cosa digna de saberse la encontramos en el versículo veinticuatro:
«Y el que guarda sus mandamientos, está en Él, y Él en él. Y en esto sabemos que Él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.» Podemos decir que clase de Espíritu tenemos si poseemos el Espíritu de Cristo -un espíritu como el de Cristo- no el mismo en grado, pero el mismo en clase. Si soy manso, benigno, y perdonador; si tengo un espíritu lleno de paz y gozo; si soy paciente y amable como el Hijo de Dios, eso es una comprobación, y de esa manera podemos decir si tenemos o no la vida eterna.

5. La quinta cosa que vale la pena saber, y la mejor de todas, es:
«Muy amados, ahora.» Note la palabra «Ahora». No dice cuando vaya a morirse. «Muy amados, ahora somos hijos de Dios, y aun no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando Él apareciere, seremos semejantes a Él, porque le veremos como Él es» (v. 2).

 ¿Los cristianos pecan?

Pero alguno dirá: «Bien, yo creo todo eso; pero por otro lado yo he pecado desde que llegué a ser un cristiano.» ¿Hay un hombre o una mujer sobre la faz de la tierra que no ha pecado desde que llegó a ser un cristiano? Ninguno. Nunca ha habido, y nunca habrá, una alma en esta tierra que no ha pecado, o que no pecará, en algún momento de su experiencia cristiana. Pero Dios ha hecho provisión por los pecados de los creyentes. No debemos nosotros hacer provisión por ellos; sino que Dios ya lo ha hecho. Recuerde eso.

Diríjase a 1 Juan 2:1:

«HIJITOS míos, estas cosas os escribo, para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.»

Él está aquí escribiendo a los justos. «Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos» – Juan se incluye- «abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo.» ¡Qué Abogado! Él atiende nuestros intereses en el lugar verdaderamente mejor -el trono de Dios. Él dijo: «Empero yo os digo la verdad: Os es necesario que yo vaya» (Juan 16:7). Él se fue para ser nuestro Sumo Sacerdote, y también nuestro Abogado. Él ha tenido que defender algunos casos difíciles; pero nunca ha perdido uno; y si usted le confía sus intereses eternos, Él

«es poderoso para … presentaros delante de su gloria irreprensibles, con grande alegría» (Judas 24).

Todos los pecados pasados de los cristianos son perdonados

Todos los pecados pasados de los cristianos son perdonados cuando son confesados; y ellos nunca serán mencionados. Ese es un asunto que no será reabierto. Si nuestros pecados han sido quitados, ese es el fin de ellos. Ellos no serán recordados; y Dios no los mencionará más. Esto es muy claro. Supongamos que yo tuviera un hijo que, mientras estoy lejos de casa, hace algo malo. Cuando vuelvo a casa se echa con sus brazos alrededor de mi cuello y dice: «Papa, yo hice lo que me dijiste que no hiciera. Lo siento. Perdóname»; yo digo: «Sí, mi hijo», y le beso. Él quita sus lágrimas, y se va gozoso.

Pero al día siguiente él dice: «Papá, quiero que me perdones por lo que hice mal ayer.» Yo le diría: «Oh, mi hijo, eso está resuelto; y no quiero que sea mencionado otra vez.» «Pero yo deseo que me perdonaras: me ayudaría oírte decir: ‘te perdono'». ¿Me honraría eso? ¿No me apenaría que mi muchacho dudara de mí? Pero para satisfacerle le diría de nuevo: «Te perdono, mi hijo.»

Y si, al día siguiente, él nuevamente mencionara ese antiguo pecado, y me pidiera perdón, ¿no afligiría eso mi corazón? Y así, mi estimado lector, si Dios nos ha perdonado, nunca mencionemos el pasado. Olvidemos lo que queda atrás, y extendámonos a lo que está delante, y prosigamos al blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús. Que los pecados del pasado se olviden; porque

«Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad» (1 Juan 1:9).

Y permítame decirle que este principio es reconocido en las cortes de justicia. Se presentó un caso en las cortes de un país -no diré donde- de un hombre que tuvo problemas con su esposa; pero la perdonó, y poco después la llevó a juicio. Y, cuando se conoció que él la había perdonado, el juez dijo que el asunto estaba resuelto. El juez reconoció que era correcto el principio de que si un pecado fue perdonado una vez, eso era el final de la cosa. ¿Y piensa usted que el Juez de toda la tierra nos perdonará, y luego reabrirá el asunto? Nuestros pecados se han ido ahora y por la eternidad, si Dios perdona; y lo que nosotros debemos hacer es confesar y olvidar nuestros pecados.

Cómo decir si usted es un hijo de Dios

Veamos 2 Corintios 13:5:

«Examinaos a vosotros mismos si estáis en fe; probaos a vosotros mismos. ¿No os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros? si ya no sois reprobados.»

Ahora examínense usted mismo. Compruebe su relación con Dios. Póngala a prueba. ¿Puede perdonar a un enemigo? Esa es una buena forma de saber si es un hijo de Dios. ¿Puede perdonar una injuria, o soportar una afrenta, como lo hizo Cristo? ¿Puede ser criticado por hacer lo bueno, y no quejarse? ¿Puede ser juzgado injustamente y ser tergiversado, y a pesar de eso mantener un espíritu como el de Cristo?

Otra buena prueba es leer Gálatas 5, y considerar los frutos del Espíritu; y ver si usted los posee.

«El fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza: contra tales cosas no hay ley.»

Si poseo los frutos del Espíritu debo tener el Espíritu. Yo no podría tener los frutos sin el Espíritu así como no podría haber una naranja sin el árbol. Y Cristo dice:

«Por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7:16).

«porque por el fruto es conocido el árbol» (Mateo 12:33).

 Haga bueno el árbol, y el fruto será bueno. La única manera de conseguir el fruto es tener el Espíritu. Esa es la manera de examinarnos si somos hijos de Dios.

Luego hay otro pasaje muy contundente. En romanos 8:9, Pablo dice:

«Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él.»

Eso debe resolver la cuestión, aunque alguno pueda haber pasado por todas las formas externas que algunos consideran necesarias para constituir un miembro de una iglesia. La aceptación como un miembro de una iglesia no es la prueba de que usted ha nacido de nuevo –de que usted sea una nueva criatura en Cristo Jesús.

Creciendo en la gracia

Pero aunque usted puede haber nacido de nuevo, requerirá tiempo llegar a ser un cristiano maduro. La justificación es instantánea; pero la santificación continúa operándose toda la vida. Debemos crecer en sabiduría. Pedro dice:

«Creced en la gracia y conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo» (2 Pedro 3:18);

y en el primer capítulo de su Segunda Epístola:

«Mostrad en vuestra fe virtud, y en la virtud ciencia; y en la ciencia templanza, y en la templanza paciencia, y en la paciencia temor de Dios; y en el temor de Dios, amor fraternal, y en el amor fraternal caridad. Porque si en vosotros hay estas cosas, y abundan, no os dejarán estar ociosos, ni estériles en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.»

Así que debemos añadir gracia sobre gracia. Un árbol puede ser perfecto en su primer año de crecimiento; pero no llega a su madurez. Así es con el cristiano: él puede ser un verdadero hijo de Dios, pero no un cristiano maduro. El capítulo octavo de Romanos es muy importante, y debemos estar muy familiarizados con él. En el versículo catorce el apóstol dice:

«Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios.»

Así como el soldado es liderado por su capitán, el alumno por su maestro, o el viajero por su guía; así el Espíritu Santo será la guía de cada verdadero hijo de Dios.

La enseñanza de Pablo sobre la seguridad

A continuación permítame llamar su atención a otro hecho. Toda la enseñanza de Pablo en casi todas sus Epístolas proclama la doctrina de la seguridad. Él dice en 2 Corintios 5:1:

«Porque sabemos, que si la casa terrestre de nuestra habitación se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos.»

Él tenía el título de una de las mansiones de arriba, y él dice -yo sé. No estaba viviendo en incertidumbre, él dijo:

«Tengo deseo de ser desatado, y estar con Cristo» (Filipenses 1:23);

y si hubiera estado inseguro no habría dicho eso. Luego en Colosenses 3:4, él dice:

«Cuando Cristo, vuestra vida, se manifestare, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria.»

Se me dijo que la lápida del Dr. Watts portaba este mismo pasaje de la Escritura. No hay duda allí.

Ahora diríjase a Colosenses 1:12:

«Dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la suerte de los santos en luz: Que nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo.»

Tres cosas hechas.

«nos HIZO aptos»

«nos HA librado»; y

«nos HA trasladado».

No dice que Él nos va a hacer aptos; que Él nos va a librar; que Él nos va a trasladar.

Además en el versículo catorce:

«En el cual tenemos redención por su sangre, la remisión de pecados.»

O estamos perdonados o no lo estamos; no deberíamos darnos ningún descanso hasta que entremos en el reino de Dios; ni hasta que cada uno de nosotros pueda mirar hacia lo alto y decir:

«Sabemos, que si la casa terrestre de nuestra habitación se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna en los cielos » (2 Corintios 5:1).

Mire Romanos 8:32:

«El que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?»

Si Él nos dio a Su Hijo, ¿no nos dará la certeza de que Él es nuestro? Oí esta ilustración. Había un hombre que debía $10.000, y se iba a producir la quiebra, pero se presentó un amigo y pagó la suma. Se encontró después que él debía unos pocos dólares más; pero él ni por un momento tuvo duda alguna de que, como su amigo había pagado la cantidad más grande, también pagaría la más pequeña. Y nosotros tenemos una suprema garantía cuando se dice que si Dios nos ha dado Su Hijo «nos dará también con Él todas las cosas»; y si queremos comprender nuestra salvación sin ninguna duda, Él no nos dejará en tinieblas.

También desde el versículo treinta y tres:

«¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? tribulación? o angustia? o persecución? o hambre? o desnudez? o peligro? o cuchillo? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo: Somos estimados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas hacemos más que vencer por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy cierto que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.»

La seguridad puede ser una certeza

Hay Seguridad para usted. «YO SÉ». ¿Usted cree que el Dios que me ha justificado me condenará? Eso es totalmente absurdo. Dios nos salvará de modo que ni los hombres, ni los ángeles, ni los demonios, puedan presentar acusación alguna en nuestra contra o en contra de Él. Él hará la obra completa.

Job vivió en un tiempo más oscuro que el nuestro; pero en Job 19:25 leemos:

«Yo sé que mi Redentor vive, Y al fin se levantará sobre el polvo.»

La misma confianza se respira a través de las últimas palabras de Pablo a Timoteo:

«Por lo cual asimismo padezco esto: mas no me avergüenzo; porque yo sé a quien he creído, y estoy cierto que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día» (2 Timoteo 1:12).

No es una cuestión de duda, sino de conocimiento. «Yo sé.» «Estoy cierto.» La palabra «Esperanza», no es usada en la Escritura para expresar duda. Ella se usa con respecto a la segunda venida de Cristo, o a la resurrección del cuerpo. Nosotros no decimos que «esperamos» ser cristianos. Yo no digo que «espero» ser un americano, o que «espero» ser un hombre casado. Estas son cosas establecidas. Yo puedo decir que «espero» volver a mi casa; o que «espero» asistir a cierta reunión. No digo que «espero» venir a este país, porque estoy aquí. Y así, si somos nacidos de Dios lo sabemos; y Él no nos dejará en la oscuridad si buscamos en las Escrituras.

Cristo enseñó esta doctrina a sus setenta discípulos cuando volvieron gozosos con su éxito, diciendo:

«Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre.»

El Señor pareció probarles, y dijo que les daría algo en que regocijarse:

«Mas no os gocéis de esto, que los espíritus se os sujetan; antes gozaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos» (Lucas 10:20).

Nuestra salvación es segura

Es el privilegio de cada uno de nosotros saber, más allá de toda duda, que nuestra salvación es segura. Entonces podemos trabajar para otros. Pero si estamos dudando de nuestra propia salvación, no seremos aptos para el servicio de Dios.

Otro pasaje es Juan 5:24:

«De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado, tiene vida eterna; y no vendrá a ‘condenación’» (otras versiones emplean la palabra ‘juicio’) «mas pasó de muerte a vida.»

 Algunas personas dicen que usted nunca puede decir hasta que esté delante del gran trono blanco de Juicio si es salvo o no. Oh, mi querido amigo, si su vida está escondida con Cristo en Dios [Colosenses 3:2], usted no irá a juicio por sus pecados. Podemos ir a juicio para las recompensas. Esto es claramente enseñado cuando el señor arregló cuentas con el siervo al que había dado cinco talentos, y que trajo otros cinco talentos diciendo:

«Señor, cinco talentos me entregaste; he aquí otros cinco talentos he ganado sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu señor» (Mateo 25:20, 21).

Nosotros seremos juzgados por nuestra mayordomía. Eso es una cosa; pero la salvación -la vida eterna- es otra.

¿Demandará Dios dos veces el pago de la deuda que Cristo ha pagado por nosotros? Si Cristo llevó mis pecados en su cuerpo sobre el madero, ¿debo responder por ellos yo también?

Isaías nos dice que:

«Él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados: el castigo de nuestra paz sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados» (53:5).

En romanos 4:25 leemos: Él

«fue entregado por nuestros delitos, y resucitado para nuestra justificación.»

Creamos, y obtengamos el beneficio de su obra terminada.

También vemos en Juan 10:9:

«Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.»

Luego desde el versículo veintisiete:

«Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen; y yo les doy vida eterna y no perecerán para siempre, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, mayor que todos es y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre.»

¡Piense en eso! El Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo, están comprometidos para guardarnos. Usted ve que no sólo está el Padre, ni sólo el Hijo, sino las tres personas del Dios Triuno.

Mirando en busca de la Vida

Ahora bien, muchas personas quieren alguna señal fuera de la palabra de Dios. Ese hábito siempre produce duda. Si yo le hiciera una promesa a un hombre para encontrarnos mañana en cierto lugar y hora, y él me pidiera mi reloj como una muestra de mi sinceridad, eso sería un desprecio de mi veracidad. No debemos cuestionar lo que Dios ha dicho: Él ha hecho declaración tras declaración, y multiplicado ilustración sobre ilustración. Cristo dice:

«Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo» (Juan 10:9).

«Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen» (Juan 10:14).

«Yo soy la luz del mundo: el que me sigue, no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida» (Juan 8:12).

«Yo soy… la Verdad»: recíbalo, y tendrá la verdad; porque Él es la personificación de la verdad (Juan 14:6).

¿Quiere conocer el camino? «Yo soy el Camino»: Sígalo, y Él lo llevará al el reino (Juan 14:6).

¿Tiene hambre de justicia? «Yo soy el Pan de Vida»: si come de Él nunca tendrá hambre (Juan 6:35).

Yo soy «el Agua de Vida»: si bebe de esta agua ella será dentro de usted «una fuente de agua que salte para vida eterna» (Apocalipsis 21:6; Juan 4:14).

«Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente» (Juan 11:25, 26).

 Permítame recordarle de donde vienen nuestras dudas. Muchos del querido pueblo de Dios nunca van más allá de considerarse siervos. Él nos llama «amigos».

«Vosotros sois mis amigos, si hiciereis las cosas que yo os mando» (Juan 15:14).

Si usted entra en una casa, pronto verá la diferencia entre el sirviente y el hijo. El hijo camina con perfecta libertad por toda la casa: él está en su hogar. Pero el sirviente ocupa un lugar subordinado. Lo que nosotros queremos es ser más que siervos. Debemos comprender nuestra posición para con Dios como hijos e hijas. Él no anulará la condición de hijos de sus hijos. Dios no sólo nos ha adoptado; sino que somos suyos por nacimiento: hemos nacido en su reino. Mi pequeño muchacho era tan mío cuando tenía un día como ahora que tiene catorce años. Él era mi hijo; aunque no aparecía lo que sería cuando alcanzó la edad de un hombrecito. Él es mío; aunque pueda tener que ser ejercitado bajo tutores e instructores.

Otro origen de dudas es mirarnos a nosotros mismos. Si usted quiere ser desdichado y miserable, lleno de dudas desde la mañana hasta la noche, mírese a usted mismo.

«Tú le guardarás en completa paz, cuyo pensamiento en ti persevera» (Isaías 26:3).

Muchos de los queridos hijos de Dios están privados del gozo porque se mantienen mirándose a sí mismos.

Tres maneras de mirar

Alguien ha dicho: «Hay tres maneras de mirar. Si usted quiere ser miserable, mire hacia adentro; si quiere ser distraído, mire alrededor; pero si quiere tener paz, mire arriba.»

Pedro apartó la vista de Cristo, e inmediatamente comenzó a hundirse. El Señor le dijo: «Oh hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» (Mateo 14:31).

Él tenía la eterna palabra de Dios, que era un seguro fundamento, y mejor que mármol, granito, o acero; pero en el momento que apartó la vista de Cristo, se hundió. Aquellos que miran alrededor no pueden ver cuan inestable y deshonroso es su andar. Queremos mirar directamente al «Autor y Consumador de la fe» (Hebreos 12:2).

Cuando yo era un muchacho solamente podía dejar una huella recta en la nieve, manteniendo mis ojos fijos en un árbol o en algún objeto delante mío. En el momento que apartaba mi vista de la marca puesta delante mío, caminaba torcidamente. Sólo cuando miramos fijamente a Cristo encontramos perfecta paz. Después de que Él resucitó de entre los muertos, mostró sus manos y sus pies a sus discípulos.

«Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy: palpad, y ved; que el espíritu ni tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo» (Lucas 24:39).

Ese fue el fundamento de su paz. Si usted quiere disipar sus dudas, mire a la sangre [de Cristo]; y si quiere aumentar sus dudas, mírese a sí mismo. Obtendrá suficientes dudas durante años por ocuparse de usted mismo durante unos pocos días.

Entonces otra vez: mire lo que Él es, y a lo que Él ha hecho; no lo que usted es, ni lo que usted ha hecho. Esa es la manera de obtener paz y descanso.

Lo que obtuvo la proclama de Abraham Lincoln

Abraham Lincoln emitió una proclama declarando la emancipación de tres millones de esclavos. En un cierto día sus cadenas debían caer, y ellos iban a ser libres. Esa proclama fue puesta en los árboles y vallados dondequiera el Ejército del norte marchaba. Muchos esclavos no podían leer, pero otros leían la proclama, y la mayoría de ellos la creía; y en un cierto día se alzaba el feliz clamor: «¡Somos libres!» Algunos no lo creían, y permanecían con sus antiguos amos; pero eso no cambiaba el hecho de que eran libres. Cristo, el Capitán de nuestra salvación, ha proclamado libertad para todos los que tienen fe en Él. Tomémosle su palabra. Sus sentimientos no habrían liberado a los esclavos. El poder debe venir de afuera. Mirarnos a nosotros mismos no nos harán libres, sino mirar a Cristo con el ojo de la fe.

El obispo Ryle ha dicho notablemente:

«La fe es la raíz, y la Seguridad es la flor. Indudablemente usted nunca puede tener la flor sin tener la raíz; pero no es menos cierto que puede tener la raíz y no tener la flor.

«La fe es aquella pobre, temblorosa mujer que vino por detrás de Jesús entre el apretujamiento de la multitud, y tocó el borde de su manto. (Marcos 5:27). La seguridad es Esteban permaneciendo calmadamente en medio de sus asesinos, y diciendo: ‘Veo los cielos abiertos, y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios’ (Hechos 7:56).

«La fe es el ladrón arrepentido exclamando: ‘Acuérdate de mí’ (Lucas 23:42). La seguridad es Job sentado en el polvo, cubierto con llagas, y diciendo: ‘Yo sé que mi Redentor vive.’ ‘Aunque me matare, en Él esperaré’ (Job 19:25; 13:15).

«La fe es el grito de Pedro ahogándose, cuando comenzó a hundirse: ‘¡Señor, sálveme!’ (Mateo 14:30). La seguridad es ese mismo Pedro declarando ante el Concilio, en tiempos posteriores: ‘Este es la piedra reprobada de vosotros los edificadores, la cual es puesta por cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salud; porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos’ (Hechos 4:11, 12).

«La fe es la ansiosa, temblorosa voz: ‘¡Creo, ayuda mi incredulidad!’ (Marcos 9:24). La seguridad es el confiado desafío: ‘¿Quién acusará a los escogidos de Dios? ¿Quién es el que condenará?’ (Romanos 8:33, 34).

«La fe es Saulo orando en la casa de Judas en Damasco, afligido, ciego, y sólo: ‘Y el Señor le dijo: Levántate, y ve a la calle que se llama la Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso: porque he aquí, Él ora’ (Hechos 9:11). La seguridad es Pablo, el anciano prisionero, mirando serenamente hacia la tumba, y diciendo: ‘Yo sé a quien he creído.’ ‘Me está guardada la corona’ (2 Timoteo 1:12; 4:8).

(Seguridad. Por el obispo Ryle. 7ª edición. Págs. 15, 16).

 Otro escritor dice: «He visto arbustos y árboles crecer sobre las rocas, y por encima de temibles precipicios, rugientes cataratas, y profundas corrientes de agua; pero mantuvieron su posición, y sus hojas y ramas brotaron como si hubieran estado en medio de un denso bosque.» Estar aferrados a la roca los hacía seguros; y las influencias de la naturaleza sostenían su vida. Así los creyentes están expuestos frecuentemente a los más horribles peligros en su travesía hacia el cielo; pero, con tal que ellos estén «arraigados y fundados» (Efesios 3:17) en la Roca de los Siglos, ellos están perfectamente seguros. Su unión con Él es su garantía; y las bendiciones de su gracia les dan vida y los mantienen con vida. Y como el árbol debe morir, o la roca caer, antes de que pueda producirse una separación entre ellos, así o el creyente debe perder su vida espiritual, o la roca debe desintegrarse, antes de que su unión pueda ser disuelta. [N. del tr.: Lo cual ciertamente es imposible, ya que los cristiano están sellados con el Espíritu Santo (Efesios 1:13, 14) y Cristo vive «siempre para interceder por ellos» (Hebreos 7:25) ante el trono del Padre.]


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